Resistencia gitana: la última trinchera contra el racismo

Resistencia gitana: la última trinchera contra el racismo

Mil Duquelas, created by Estefanía Ruiz, is the first clothing brand to make Roma symbols, references and slogans its own. The T-shirts worn by the models bear the printed text “We are the granddaughters of the Gypsy women you were not able to kill,” in reference to the Roma and Sinti genocide, known as the Porrajmos, during the Second World War.

(Mil Duquelas)

A Paula la contrataron por teléfono para trabajar en un restaurante. Su primera jornada fue bien. A pesar de la dureza del trabajo ella se desempeñó con soltura. Al acabar, el responsable del negocio se le acercó y le planteó una pregunta inesperada “¿eres gitana?”. Nunca la volvieron a llamar. El episodio fue denunciado hace unos meses en Madrid como un caso claro de discriminación. Porque si Paula hubiera contestado a esa pregunta con un ‘no’ probablemente habría conservado su empleo. Porque esa pregunta nunca debió hacerse.

Rechazar a una persona por el solo hecho de ser gitana o simplemente parecerlo tiene un nombre: antigitanismo. Una forma de racismo que –tal y como definió en 2011 la Comisión Europea Contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI)– se dirige específicamente hacia el pueblo gitano. En Europa, donde hoy son la minoría étnica más numerosa con un total que ronda entre 10 y 12 millones de personas, una de cada de tres asegura haber vivido algún caso de acoso o discriminación en el último año.

Al igual que todos los racismos, el antigitanismo se alimenta de miedos y prejuicios basados en una supuesta “superioridad de la raza” pero, a diferencia de los demás, el antigitanismo es todavía un racismo tolerado.

“Si alguien profiere un insulto a una persona negra se entiende que es racismo, pero una persona que le falta el respeto a un gitano no se ve del mismo modo. En el imaginario social, por desgracia, siempre existirá la misma coletilla: ‘algo habrá hecho’”, cuenta a Equal Times la abogada y activista gitana Séfora Vargas, y los datos le dan la razón.

Hoy el 17% de los europeos reconoce –según el Eurobarometro de 2019– que se sentiría incómodo si tuviera un compañero de trabajo gitano y un 30% asegura que se opondría si su hijo o hija tuviera una relación amorosa con una persona de esta etnia. El porcentaje de rechazo supera con creces a cualquier otra minoría –más que las personas de distinto color de piel, orientación sexual, religión, edad o discapacidad–. Como dice Vargas, el antigitanismo se acepta, se justifica. “La sociedad está acostumbrada a ver al gitano en el lado malo”.

Un rechazo con siglos de historia

Pobreza, delincuencia, conflictividad. El rechazo a lo gitano lleva construyéndose sobre los mismos estereotipos desde que llegaron las primeras familias de la India hace siete siglos. “Se trata de un racismo estructural”, explica el antropólogo social David Lagunas, “basado en la idea de que los gitanos son una amenaza para los demás e incluso una amenaza para sí mismos. Se proyecta la idea de que su cultura es deficitaria y, por tanto, el problema es suyo”.

Son esas mismas ideas las que impulsaron en los siglos XVII y XVIII las primeras leyes antigitanas en Europa, las mismas que alimentaron durante la Segunda Guerra Mundial el llamado Holocausto gitano –en romaní Porrajmos– que se cobró la vida de al menos medio millón de personas, las mismas que desde principios de este siglo propiciaron ataques masivos a comunidades gitanas en Austria, Hungría, República Checa, Italia o Grecia.

“No es un problema provocado por la cultura romaní, sino por la percepción que tenemos de lo romaní. Es nuestra sociedad la que tiene esos fantasmas. Tanto que incluso gente que no se considera racista con los gitanos sí lo es”, defiende Lagunas. Aun así –recuerda el antropólogo–, dentro del pueblo gitano existe un grupo cuya situación es todavía peor. Son los rechazados de entre los rechazados, porque a su condición de gitano se suma su condición de migrante. Son los gitanos rumanos.

Sobre ellos recae, más que en ningún otro, la idea de una “propensión innata a la delincuencia” que, como explica Lagunas en una reciente investigación, tampoco se corresponde con la realidad. “Este tipo de prácticas solo representan el último recurso ante una situación desesperada, al igual que ocurre con cualquier otra persona vulnerable en nuestra sociedad”.

Pocas denuncias

El antigitanismo abarca desde el ataque directo a la discriminación más cotidiana. Por poner un ejemplo, cualquier persona con aspecto gitano tiene diez veces más probabilidades de ser parada por la Policía que un individuo de apariencia caucásica.

“Es tan común que las personas gitanas ya ni se plantean que están siendo víctimas de un delito”, cuenta la abogada Vargas.

En España, la Fundación Secretariado Gitano notifica cada año una media de trescientos casos de antigitanismo. Gitanos y gitanas a las que se les niega el empleo, el alquiler o la simple entrada a un local de ocio por el hecho de ser gitanos, por la eterna presunción de culpa. No obstante, los episodios más frecuentes se dan sobre todo en redes sociales y medios de comunicación a través de ataques y discursos antigitanos que durante la pandemia se han exacerbado aún más. No pocos medios y foros en Internet han vinculado la expansión del virus al incumplimiento de las normas sanitarias por parte de personas gitanas.

Desde la Comisión Europea piden a los Estados que investiguen todos estos casos de antigitanismo como posibles delitos de odio, que establezcan leyes específicas para su prevención y procuren a las víctimas un fácil acceso a la justicia, sobre todo ahora que partidos populistas vuelven a usar al pueblo gitano como chivo expiatorio. El caso más reciente ocurrió durante las pasadas elecciones en Portugal.

Asociaciones gitanas tratan de apoyar en todo ese proceso. Es el caso de la Federación de asociaciones de mujeres gitanas Kamira, que ha creado una aplicación de móvil –Kamira SOS– para denunciar casos de antigitanismo. “A través del móvil puedes hacer fotografías, localizar el lugar donde ocurrieron los hechos, ver dónde está la comisaría más cercana”, explica Carmen Santiago, su presidenta. La aplicación la puso en marcha una asociación de mujeres porque son precisamente ellas quienes más sufren este tipo de delitos. “En ellas la discriminación es múltiple: por mujer, por gitana y, en muchos casos, por pobre”.

Aun así, se denuncia muy poco. Apenas un 10% de todo el antigitanismo que ocurre. “Hay mucha infra denuncia”, confirma Mari Carmen Cortés, portavoz de la Fundación Secretariado Gitano. Tiene que ver con el miedo a denunciar, la desconfianza hacia policías y funcionarios, el desconocimiento de las vías a seguir, pero también la falta de expectativas. “Existen muy pocas resoluciones positivas en los tribunales y eso desincentiva”, señala Cortés.

“Yo misma denuncié un caso de racismo cuando estudiaba en la universidad y me lo archivaron”, reconoce Vargas. “Por eso hay que reforzar las penas y tipificar bien los delitos. Si no, seguirá siendo muy barato meterse con el pueblo gitano”.

Una herida transversal

Los estereotipos no solo afectan al presente de las comunidades que los sufren, también lastran el futuro. Se aprecia en las escuelas donde, a pesar de los avances en escolarización, el 68% de los alumnos gitanos abandona sus estudios antes de acabar la secundaria y solo el 18% accede a una educación superior. Curiosamente siempre se ha culpado de esto a las familias, a la cultura.

“Está muy aceptado que los gitanos no queremos ir a la escuela, que no nos queremos integrar, pero son afirmaciones que con otros grupos sociales jamás haríamos”, denuncia Fernando Macías, profesor de la Universidad de Barcelona y fundador de Campus Rom, la primera red universitaria de gitanos en España. “La familia tiene un papel, obviamente; pero la investigación ha demostrado que el éxito no depende de la cultura de los pueblos, sino del tipo de prácticas educativas”.

Una de esas prácticas que todavía hoy se mantiene a pesar de ser claramente discriminatoria es la segregación del alumnado gitano en escuelas y clases diferentes.

En torno al 46% de los niños gitanos en Europa se concentra en los mismos colegios e institutos. Eso –defiende Macías– también es antigitanismo.

La educación de la infancia gitana ha mejorado, pero no lo suficiente. Los planes para facilitar el acceso al empleo, a la sanidad, a la vivienda de sus padres, tampoco. Todavía un 80% de los gitanos en Europa vive en riesgo de pobreza y la razón –como ha reconocido la propia Comisión Europea– es que no se ha atajado hasta ahora el problema transversal de la discriminación. Las políticas, en exceso “paternalistas”, que vienen aplicándose desde 2011 olvidaron lo más importante: combatir el racismo.

Orgullo gitano

En febrero de 2022 España dio un paso adelante en la lucha contra el antigitanismo. Incorporó la historia del pueblo gitano a los libros de texto de secundaria. La idea es enseñar a los jóvenes tanto los viejos episodios de persecución, como las claves de su cultura, sus símbolos, su lengua, su aportación. “Es un gran logro”, señala Mari Carmen Cortés de la Fundación Secretariado Gitano. “Tenemos que empezar a hablar de la historia del pueblo gitano como una historia real y compartida”.

Les ha costado años conseguir simplemente eso: “visibilidad”, algo que aún falta por conquistar en otros sectores como la cultura popular.

Así lo defiende el activista Vicente Rodríguez. Apasionado de los comics desde niño, con siete años descubrió “que Magneto, el antagonista de los X-men, era gitano y superviviente del Holocausto”. Desde entonces la cultura pop es el territorio desde el que se mueve para buscar la “disrupción” del discurso antigitano.

Fue muy popular su intervención durante la Comic-Con de 2016, en Nueva York, cuando preguntó a un grupo de dibujantes “por qué no se hacía una mejor representación de la comunidad gitana en los tebeos”.

“Lo que pedimos es que haya autores gitanos, que haya personajes gitanos, como piden otras minorías, pero sobre todo que haya una guía de recomendaciones para que no nos dibujen siempre como ladrones o brujas” cuenta a Equal Times.

La representación es importante, lo saben movimientos como el Black Lives Matter, el Orgullo LGTBI, el #Metoo. Lo sabía también Estefanía Ruiz cuando, cansada de diseñar camisetas con logos reivindicativos para otros, decidió crear Mil Duquelas, la primera marca de ropa que ha hecho suyos los símbolos, referentes y lemas romanís.

“Imaginé cómo hubiera sido si, a lo largo de mi vida, hubiera existido alguna marca que reflejara todo aquello que significa parte de mi identidad. Imaginé a niñas vistiendo una camiseta de Papusza –primera poeta gitana– para ir a clase sin ningún tipo de miedo”, cuenta esta diseñadora. “La marca busca poner fin al silencio que envuelve a nuestro pueblo. Damos la posibilidad de vestir prendas que reflejen que estamos orgullosos de ser gitanas y gitanos”.

La última trinchera contra el racismo se levanta hoy sobre los discursos de estos hombres y mujeres jóvenes –el 60% de la comunidad gitana tiene menos de 30 años– dispuestos a reivindicar sus raíces, pero también su diversidad frente a todos esos tópicos vacíos que todavía les juzgan y les sentencian y les discriminan más que a nadie en Europa.

This article has been translated from Spanish.