Saquemos a los patrocinadores de “energía sucia” de las conversaciones sobre el clima en París

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Cuando los dirigentes mundiales vayan en tropel a París en diciembre para negociar un nuevo acuerdo para combatir el cambio climático, existe el peligro de que el proceso sea secuestrado de nuevo por los contaminadores. Sigan la pista al dinero y verán por qué es posible que las conversaciones de la COP21 no den resultados.

El nombre lo dice todo: COP21. La vigesimoprimera vez que los países no han resuelto el problema. En lugar de ello, las cosas han retrocedido progresivamente, mientras que la influencia de las grandes empresas sobre el proceso de la ONU ha aumentado.

En la COP19 celebrada en Varsovia, las empresas petroleras y de gas – responsables del cambio climático – patrocinaron las conversaciones, mientras que la Presidencia de la COP19, Polonia, coorganizó una cumbre alternativa con la industria del carbón. Este año en París, los contaminadores están dispuestos a ser patrocinadores de nuevo.

La propia ONU ha trabajado activamente para integrar a las empresas – incluidas las industrias de combustibles fósiles – en los debates. Esas mismas industrias también han presionado para aumentar su presencia.

La razón es que hacer frente al cambio climático supondría dejar más del 80 por ciento de las reservas conocidas de combustibles fósiles en el suelo, socavando su modelo de negocio. Esto no es demasiado popular entre los accionistas, que incluyen a la mayoría de los fondos de pensión.

Tampoco entre los bancos, que obtienen grandes beneficios de préstamos para proyectos de energía sucia. Ni entre las industrias de alto consumo energético, que dependen de combustibles fósiles baratos, o aquellas que las utilizan para fabricar productos como el plástico o productos químicos. Como dice el antiguo refrán, “es la economía, estúpido”, y los combustibles fósiles son un elemento fundamental.

Apartarse de ellos supondría una pérdida para algunos de los actores más poderosos de la sociedad. A su vez, estas grandes empresas han hecho todo lo posible para bloquear el progreso, desde socavar la ciencia hasta proponer soluciones tecnológicas ilusorias (o directamente una maniobra de relaciones públicas, como el “carbón limpio”) que garanticen que pueden seguir beneficiándose de destruir el clima. Se merecen la etiqueta de “delincuentes corporativos climáticos”.

Sin embargo, el fracaso no debería atribuirse a las conversaciones de la ONU en sí mismas (aunque los organizadores, incluida la responsable, Christiana Figueres, han desempeñado un papel importante). El fracaso es un síntoma de un problema nacional: nuestros gobiernos participan en los debates con posiciones que ya han sido conformadas por las empresas de energía sucia.

La reticencia de EE.UU. es sorprendente, dado que la esfera política estadounidense está repleta de dinero procedente del petróleo y el gas. Las arenas bituminosas contaminadoras de Canadá han tenido un impacto similar en su compromiso de hacer frente al cambio climático.

Pero no tiene que ser así. La industria del tabaco estaba haciendo lo mismo en las conversaciones de la ONU sobre el control del tabaco, por lo que la Organización Mundial de la Salud de la ONU introdujo una barrera entre los grupos de presión de la industria del tabaco y los funcionarios de salud pública.

Se acabó el patrocinio, se acabaron las reuniones para ejercer presión y se acabó su participación en las negociaciones. Se acabó el acceso. Y no solamente en el ámbito internacional, sino también el nacional.

Tenemos que adoptar medidas similares contra los delincuentes corporativos climáticos y muchos grupos que vayan a París harán este llamamiento porque las mismas industrias que causan el cambio climático no tienen derecho a sentarse al lado de los responsables de la toma de decisiones que intentan abordarlo.

Sin embargo, la acción solamente viene a través de la presión pública, de que nuestros dirigentes electos se sientan lo suficientemente fuertes para hacer frente a intereses creados.

Si París puede generar esta presión, aunque el texto convenido no salve el clima, podría marcar el principio del fin de la presión y la influencia excesivas de las industrias sucias y su control sobre la política y nuestra economía.

Solo entonces podremos diseñar una transición justa y equitativa para los trabajadores y trabajadoras, las mujeres, los pueblos indígenas, los campesinos y campesinas y el resto de las personas basada en una justicia social, económica y climática.