Sin salario ni ayuda médica durante la pandemia, los trabajadores migrantes nepalíes despiertan de su sueño de un futuro mejor en Rumanía

Sin salario ni ayuda médica durante la pandemia, los trabajadores migrantes nepalíes despiertan de su sueño de un futuro mejor en Rumanía

From the bedroom window of the shared accommodation where he finds himself in forced isolation along with 60 other migrant workers from Asia, Sabin, a 27-year-old Nepalese man, has tested positive for the Covid-19 virus. He wonders if he will receive a salary for his days away from work and what lies ahead for his professional future in Romania.

(Andreea Campeanu)

A principios de octubre, Sabin y veinte de sus colegas enfermaron en Bucarest. “Teníamos fiebre, tos y migrañas. El Departamento de Recursos Humanos nos llamó una sola vez y nos pidió que nos quedáramos en casa durante dos semanas”, cuenta este joven nepalí de 27 años. No consiguieron un PCR ni una visita médica para obtener una baja por enfermedad. El empleador rumano tenía, no obstante, la obligación de facilitarles el nombre de un médico. Transcurridas las dos semanas, un médico vino a verlo y le hizo una prueba. Resultado: Sabin da positivo de covid-19 y tiene que permanecer unos días más aislado, sin saber si a final de mes le pagarán las dos primeras semanas de baja.

Desde su habitación ve los mismos edificios amarillos y beige claro construidos hace poco en un barrio pobre del sur de la capital rumana, donde se alojan otros 400 trabajadores procedentes de Nepal, la India, Vietnam y Sri Lanka. A mediados de octubre comenzó Dashain, el mayor festival religioso nepalí, que dura dos semanas. Aunque no pueden organizarse grandes reuniones, Sabin espera poder salir del aislamiento e invitar a varios amigos para celebrar los últimos días de las festividades, y también para olvidar, aunque sólo sea por una noche, estos últimos meses de angustia para él y sus compatriotas.

“Estuve trabajando en un restaurante italiano en el centro de la ciudad desde la primavera de 2019. Cuando todos los restaurantes cerraron en marzo, me quedé sin trabajo, con un tercio menos de mi sueldo”, explica Sabin.

“Solo tenía 1.500 lei de paro [360 dólares USD, 308 euros] y la situación es muy complicada para los trabajadores como yo, porque tenemos préstamos que devolver, además de ayudar a nuestra familia”. A principios de mayo fue contratado por una gran empresa rumana de comercio electrónico. “Escaneo los productos, los empaqueto, hago un poco de todo”, señala. “El problema es que trabajo a tiempo parcial, 32 horas semanales, por 270 dólares USD netos. Iba a empezar a trabajar a tiempo completo este mes, antes de enfermar”. En seis meses solo ha podido enviar 300 USD (253 euros) a su esposa, que en marzo se quedó sin trabajo y sin recursos en Katmandú.

Prácticas ilegales por parte de los empleadores

Según la Inspección General de Inmigración de Rumanía, Sabin es uno de los 4.324 nepalíes que llegaron a Rumanía en 2019. En Europa Occidental viven 3 millones de rumanos (según un estudio de Eurostat de 2017), por lo que el país recurre a miles de trabajadores asiáticos para compensar la falta de mano de obra. Entre 2016 y 2020, la cuota anual de trabajadores extracomunitarios (de países que no pertenecen a la UE) aumentó de 3.000 a 30.000 visados. En un primer momento se centraron en la contratación en Vietnam, pero los empleadores están recurriendo cada vez más a los indios y los nepalíes. En 2020, los nepalíes han pasado a ser el grupo más numeroso procedente de Asia, con 2.831 visados. Muchos de ellos trabajan en la industria hotelera y en la restauración, los primeros sectores afectados por la pandemia. Según las estimaciones, casi la mitad de los 230.000 empleos del sector podrían desaparecer a finales de año.

Y aunque no hayan perdido su trabajo, hay trabajadores que no están recibiendo su sueldo. Padam, de 39 años, y otros ocho compañeros de trabajo estuvieron cuatro meses sin recibir ni un céntimo, de mayo a agosto. “Yo trabajaba en un restaurante en Bucarest y ahora llevo dos meses en una pizzería en Timisoara, al oeste del país. Nuestro ex empleador nos dice que el salario va a llegar, pero seguimos esperando”, se lamenta. Aunque le dan comida y alojamiento, este padre de dos niños ya no puede enviar dinero a su familia ni hacer frente al préstamo que pidió al banco para pagar a la agencia nepalí que le envió aquí y para comprarse un terreno en Nepal. Padam y sus colegas han recurrido a un abogado, pero el proceso es muy enrevesado. “Todos los meses hemos estado firmando un documento que nos daba nuestro jefe. Nos decía que era para que pudiéramos recibir nuestro salario, pero al final nos hemos dado cuenta de que se trataba de un recibo de nuestro salario, que normalmente nos paga en efectivo. No teníamos que haber firmado aquel papel, porque ahora no tenemos ninguna prueba de que en realidad no nos ha pagado el sueldo”.

Ya antes de la pandemia algunos empleadores no respetaban los derechos de los trabajadores extracomunitarios, y a veces se aprovechan de que desconocen sus derechos sociales y el idioma rumano.

Los propios trabajadores estacionales rumanos son víctimas de vulneraciones de la legislación laboral en Europa Occidental, pero los nuevos trabajadores que emigran a Rumanía sufren el mismo trato: viviendas insalubres que tienen que compartir con una decena de personas, jornadas de 12 horas sin descanso, y semanas de seis días por 520 dólares USD netos al mes. En comparación, el salario medio rumano equivale a 750 dólares USD netos por 40 horas semanales. Algunos empleadores también les confiscan el pasaporte y no les indican las gestiones básicas necesarias en caso de problemas de salud.

“Se trata de un efecto dominó de dumping social que va a tener consecuencias negativas para los derechos sociales en Rumanía y en Europa”, denuncia Bogdan Hossu, presidente del sindicato Cartel-Alfa, uno de los más activos en Rumanía (con 600.000 miembros). “En 2011 se promulgó una nueva legislación que desreguló completamente el mercado laboral. Está prácticamente prohibido tener convenios colectivos interprofesionales y sectoriales, y eso abre la puerta a todo tipo de abusos. Antes de que llegara esta ola de trabajadores asiáticos, los rumanos ya eran esclavos modernos”.

Luchar contra la depresión y el aislamiento

El visado rumano de los trabajadores migrantes está vinculado a un contrato de trabajo de dos años de duración. “No se atreven a protestar ni a solicitar cambiar de trabajo porque los empleadores a veces les exigen a cambio una gran suma de dinero o les anulan el contrato. Si no consiguen encontrar otro trabajo en un plazo de tres meses, tienen que regresar a Nepal. Durante la pandemia es aún más arriesgado, porque casi no hay empleo”, explica Uva Raj Laahmichane, de 26 años, que hace vídeos en Youtube para explicar a otros nepalíes cómo no dejarse engañar por las agencias ni por los empleadores.

“Estuve tres años en Dubái y aprendí sobre mis derechos”, explica. “La mayoría de los nepalíes que vienen aquí los desconocen, y eso les hace más vulnerables a la explotación.

Al llegar a Bucarest en noviembre de 2019, Uva Raj estuvo trabajando en una imprenta, 40 horas semanales, por 820 dólares USD al mes. Una perla poco común. Este antiguo locutor de radio y trabajador social se convirtió rápidamente en un referente para los nepalíes. Algunos le contactan para que les ayude a encontrar un nuevo trabajo o para pedirle consejo en caso de problemas. “Creen que soy del gobierno”, dice riéndose, “pero les respondo: ‘Soy un trabajador como vosotros’. Solo quiero ayudar”. Luego les da el número del cónsul honorario de Nepal, Nawa Raj Pokharel, que dispone de más cursos de acción.

El cónsul representa al único organismo oficial para los nepalíes en Rumanía, puesto que la embajada de Nepal está en Berlín. “Llegué en 1986 y fui el único nepalí hasta 2008, momento en el cual decidí crear una asociación para ayudar a mis compatriotas”, cuenta Pokharel. “En 2018 el Gobierno nepalí me nombró cónsul honorario para que me ocupara de los documentos y los problemas de los trabajadores nepalíes”. Aunque este nombramiento le da más credibilidad de cara a los empleadores, el cónsul no recibe ninguna compensación, salvo cuando traduce documentos oficiales. “Es una función que desempeño en paralelo a mi trabajo como asesor empresarial. A veces recibo un centenar de llamadas al día y me quedo hasta la una de la mañana ocupándome de los documentos”, comenta. Contacta con las empresas cuando estas no respetan las condiciones de trabajo y de alojamiento de sus empleados. “Hasta ahora, todos estos problemas se han resuelto con una llamada de teléfono”, señala con satisfacción, “sobre todo cuando las empresas se quedan con los pasaportes. Algunas no saben que eso es ilegal”.

A principios de junio un acontecimiento conmocionó a la comunidad nepalí de Rumanía: un joven de 25 años que estaba trabajando en un restaurante se ahorcó en un parque de la capital rumana. Pokharel era el único interlocutor: “Es la primera vez que he tenido que afrontar una situación de este tipo. Tuve que ocuparme de todos los documentos para enviar el cuerpo a la familia”. Debido a la pandemia, el cuerpo del difunto no pudo enviarse a Nepal hasta principios de octubre.

Uva Raj consiguió hablar con los amigos del joven: “Es difícil saber realmente por qué alguien se quita la vida. Según sus familiares y amigos, él estaba bien y no tenía grandes problemas económicos. Pero lo cierto es que hay muchos nepalíes que padecen depresión en estos momentos, sobre todo cuando están lejos de nuestro país y tienen grandes deudas que pagar”.

Del sueño europeo al sueño Schengen

En Katmandú, los anuncios para trabajar en Rumanía, Polonia y la República Checa siguen abundando en los periódicos a pesar de la pandemia. Esto se debe a que el nuevo mercado de la migración a Europa es un buen negocio para las agencias de contratación nepalíes, que no dudan en endeudar a los futuros trabajadores. Venden el “sueño europeo” y un clima mejor que el de Qatar y los Emiratos, principales destinos de los trabajadores nepalíes. A cambio, el candidato debe desembolsar hasta 6.000 dólares USD, una suma considerable teniendo en cuenta que el salario mínimo en Nepal no supera los cien euros.

En 2018, Sabin, entonces recién casado y periodista, se compró una casa en Katmandú con su pareja. Para reembolsar el préstamo de varios miles de euros y ayudar a su familia, decidió irse a trabajar al extranjero durante unos años, una iniciativa popular en Nepal, donde más del 25% del PIB depende de las remesas de los trabajadores migrantes.

“En mi país, las agencias venden Rumanía como un país hermoso con empresas magníficas”, señala. “Prometen buenos horarios y horas extras bien remuneradas, y destacan que se puede viajar al resto de Europa. Vi que el salario podía llegar a los 820 dólares USD y que los empleadores tenían la obligación de pagar el alojamiento y la comida, así que me lancé”. Tras haber obtenido un nuevo préstamo de 4.700 dólares USD para pagar a la agencia, días antes de su partida esta le anuncia que solo ha encontrado un trabajo en un restaurante por el que pagan 520 dólares USD.

Acorralado entre las deudas y el visado ya pagado, no le quedaba otra opción: “Estaba muy enfadado, pero no podía hacer nada. Así que, a pesar de todo, me fui a Rumanía. Pero me está costando mucho reembolsar las deudas”.

Pokharel conoce los tejemanejes de algunas de estas agencias: “Cuando las descubro, las pongo en la lista negra y entonces no pueden firmar ningún acuerdo más con las autoridades nepalíes para enviar trabajadores”. No obstante, algunas consiguen escabullirse, puesto que nada les impide crear nuevas agencias con otro nombre.

Los trabajadores también descubren que, aunque Rumanía forma parte de la Unión Europea, no pertenece al espacio Schengen, por lo que, contrariamente a lo que prometen las agencias, los trabajadores no pueden salir del país para viajar al resto de la UE. Las agencias aprovecharon rápidamente la oportunidad para jugar con esta desilusión: durante el confinamiento, en los grupos de nepalíes en Rumanía aparecieron anuncios procedentes de perfiles falsos que decían: “¿No encuentras trabajo en Rumanía? ¿Quieres trabajar en Polonia o en la República Checa? Contáctanos”. A cambio de varios miles de euros, les prometen un mejor trabajo en esos países. Allí también llegan decenas de miles de trabajadores de Nepal. Polonia, que también está experimentando una emigración masiva, ha recibido en su territorio a 42.703 nepalíes en los últimos tres años, lo que representa la segunda mayor afluencia de trabajadores migrantes después de los ucranianos. “No sé quién escribe esos anuncios, pero es totalmente ilegal. Los trabajadores no pueden salir de Rumanía”, denuncia Nawa Raj Pokharel. “Y si su contrato se cancela, tienen que encontrar otro trabajo en Rumanía o, de lo contrario, regresar a Nepal”.

Sobre todo que en Polonia y la República Checa la situación no es mucho mejor: los trabajadores no disponen de baja por enfermedad y trabajan muchas horas seguidas sin descanso. El salario es un poco más alto, pero a veces tienen que pagar el alquiler y la comida. A diferencia de Padam y Uva Raj, que quieren quedarse unos años más, Sabin sueña con una vida mejor en Occidente: “Cuando se me acabe el contrato quiero marcharme de Rumanía e ir a otro país, a Francia o Alemania, por ejemplo”. Sobre esos sueños de un futuro mejor, los rumanos y los polacos también saben algo.

This article has been translated from French.

Este artículo ha sido posible gracias a la European Cross-Border Grant de Journalism Fund, que permite a periodistas de diferentes países colaborar en un mismo tema. La autora de este artículo obtuvo esta beca con los periodistas Ula Idzikowska (Polonia, República Checa) y Abhaya Raj Joshi (Nepal).