Siria: Terapias para el horror

Siria: Terapias para el horror

M ha esperado horas a que sus compañeras expliquen su historia. Cuando todas se han ido, empieza a relatar la suya. “Escuchábamos los gritos de las otras mujeres en la habitación de al lado. ¡Las mujeres gritaban y gritaban! Recuerdo que la de interrogatorios era la Sala número 2. En esa habitación oíamos a las mujeres gritando ‘¡Oh Dios mío, Dios mío…! ¿Cuándo van a venir a violarnos?’ Y yo entonces decía, ‘por el amor de Dios, ¿no nos van a dar descanso?”.

En el local ya semivacío, cercano a la frontera con Siria, en Reyhanli, la joven siria de 30 años arranca a llorar al revivir cómo en la Cuarta División de Hama fue torturada y violada a diario en 2012. Respira hondo y gime, “¡Alá, Alá!”.

Su caso es uno de entre los más de 76.000 que, según ACNUR, han recibido en Turquía apoyo psicológico por violencia sexual desde el inicio de la guerra en Siria en 2011, un 64% mujeres, (el resto hombres) en su mayoría activistas y familiares de miembros de la oposición.

La mayor parte de esta violencia, un 90%, se ha llevado a cabo en las prisiones del régimen, según Amnistía Internacional, basándose en datos de Syrian Network for Human Rights, frente a un porcentaje inferior de grupos radicales opositores, incluidos el Estado Islámico (EI) o Jabhat Al-Nusra, vinculada con Al-Qaeda).

En marzo, Naciones Unidas publicó un informe basado en 454 supervivientes y testigos de violencia de género perpetrada en su mayoría por el régimen de Bashar Al-Assad, en prisiones, hogares y puestos de control, y en menor número por grupos de la oposición, entre ellos Hay’at Tahrir al-Sham (anteriormente Jabhat al-Nusra) e ISIS. Los detalles del informe empequeñecen La Cámara de los Horrores: violaciones en grupo, penetraciones con objetos, electroshocks en genitales, partos que acaban en muerte, y cadáveres amontonados en celdas. Según el Consejo de Derechos Humanos, estos hechos constituyen crímenes de guerra y contra la humanidad.

Women Under Siege en 2013 arrojó luz en los primeros años del conflicto sobre las estadísticas de este crimen contra la humanidad: un 83% de mujeres y un 43% de hombres fueron violados con penetración.

Las víctimas de violencia de género, “supervivientes” a efectos terapéuticos, explican con detalle clínico las torturas y violaciones que sufrieron, los días, las horas, las torturas de otros. En algún momento una arranca a llorar, y las demás le siguen, primero ahogando el llanto, luego a gritos. Están reviviendo un horror que parece no tener fin.

Varias de ellas aseguran que no necesitan terapia, dicen que están bien. Pero M ha intentado suicidarse varias veces desde que fue liberada. “A veces llamo a mi terapeuta y le digo que me quiero matar. Tengo pesadillas, ataques de pánico, a veces no puedo respirar”.

Después de escuchar sus historias, es difícil imaginar cómo se puede recomponer una vida.

Este es el cometido de Jalal Nofal, un psiquiatra sirio de 55 años que fue también preso del régimen en cuatro ocasiones hasta 2014. Nofal trabaja ahora desde la ciudad fronteriza de Gaziantep (en el suroeste de Turquía) en un proyecto conjunto de la Asociación Sociedad Civil Siria y la Media Luna Roja para sistematizar el apoyo psicosocial a los desplazados sirios.

“Lo primero que puedo decir, es que no tenemos terapia suficiente para todos”, dice Nofal, que se forjó como psiquiatra entre 2002 y 2007 en un equipo de la ONU que daba apoyo psicológico a los refugiados iraquíes que llegaban entonces a Siria.

Terapias enmascaradas para proteger a las supervivientes

El reto de facilitar terapia en zonas de la oposición suní conservadora es enorme. La violación es una deshonra para las familias. Por eso las comete el régimen. Algunas de las ONG que facilitan apoyo a mujeres en territorio de la oposición en Idlib, en el norte de Siria, han visto sus locales destrozados por grupos salafistas. Según fuentes de estas organizaciones, se han visto forzadas a enmascarar las terapias como talleres de costura por cuestiones de seguridad.

Nofal llega a las víctimas a través de terceros.

“No tenemos un centro especializado para tratar las torturas o las violaciones contra hombres y mujeres, porque sería un estigma. Nadie vendría a un centro especializado para exprisioneros, porque significaría que son débiles. Siempre dicen que están bien. Nuestro acercamiento es confidencial. La gente confía en mí porque saben que también participé en la revolución, que sus secretos están seguros”.

Las víctimas presentan síntomas de depresión, ansiedad, dolor somático, retraimiento, pensamientos paranoides y psicóticos. “Piensan que están siendo espiados. A veces, cuando me acerco a ellos, creen que soy un agente de inteligencia”, asegura el terapeuta.

Nofal ha entrenado a una decena de profesionales que a su vez prestan terapia a cientos de supervivientes en Damasco, Hama, Latakia y en el sur de Turquía. No hay diferencias entre la violación física y la humillación: “Un hombre pisoteado por los soldados delante de su mujer e hijas, o una mujer a la que hicieron caminar desnuda delante de sus vecinos presentan los mismos síntomas que las violadas”.

El proyecto en el que trabaja el psiquiatra combina terapia psicológica y medicamentos (antidepresivos, antipsicóticos, somníferos y vitaminas), destinados a fortalecer la psique de las víctimas. “Lo primero que hacemos es creer todo lo que dicen. Trabajamos con una aproximación basada en la capacidad de sobreponerse (resiliencia), no en el trauma. El acercamiento basado en el trauma ve a las personas como víctimas, y eso es muy destructivo. Pero la resiliencia trabaja con supervivientes. Los supervivientes necesitan fortalecerse, mientras que las víctimas sólo necesitan más y más ayuda”, matiza Nofal.

Con esta terapia, las preguntas se centran en la valentía y la fortaleza, no en las pérdidas. “¿Cómo superaste esto o lo otro? ¿Cuál era tu apoyo? Cuando hablamos de tortura, no hablamos de lo que perdió, sino cómo se defendió. Tú no eres sólo un exprisionero o una persona violada, eres un hombre, o una mujer, y ahora eres libre. Pero has sido afectado por una experiencia traumática”.

En caso de males somáticos, inexplicables fisiológicamente, los terapeutas invitan al superviviente a expresarse verbal o emocionalmente sabiendo que tienen el control, “porque la mayoría de ellos perdieron el control cuando los encarcelaron. Sólo ponerte una banda en los ojos te hace perder el control”.

Aunque el Islam condena el suicidio, los índices entre los expresos son altos. Los datos de Women Under Siege indican que de 204 de casos documentados de mujeres violadas, 40 cometieron suicidio hasta 2013. Nofal baraja cifras más bajas.

El psiquiatra ha presenciado más bien comportamientos autodestructivos, como tabaquismo, drogadicción, conducción temeraria, autolesiones. “A veces se presentan como aventuras, como tomar las armas y unirse al Ejército Libre de Siria. Van porque quieren morir en la batalla”.

Nofal dice que uno de los síntomas de que sus pacientes han mejorado es que reúnen la fuerza suficiente para marchar a otros países y rehacer allí su vida.

Hablar no ayuda

Una parte de su terapia está en la misma línea que la que promueve el Trauma Resource Institute, de Claremont (California). Su directora ejecutiva, Elaine Miler Karas, es una de las creadoras de un método que ha probado ser más efectivo en casos de trauma que la terapia tradicional basada en rememorar y verbalizar. Hija de un miembro de la Armada estadounidense, ha dedicado 30 años de su carrera a desestigmatizar y sanar el trauma.

“Un desastre natural no está dirigido de forma maliciosa a otro ser humano. Pero la guerra y sus atrocidades son cometidas por el hombre. Muchas aproximaciones occidentales se centran en la importancia de recontar la narrativa. Pero al hacerlo, las mujeres sufren a menudo fuertes reacciones biológicas en su cuerpo. Aunque estés a salvo. Este es el continuo horror de las heridas del estrés postraumático”.

Su método, llamado Modelo de Resiliencia al Trauma (TRM, según sus siglas en inglés) se ha usado con víctimas de conflictos y desastres en EEUU, Tanzania, Sudáfrica, Nepal, China, Filipinas, Ucrania, Irlanda del Norte, México, Ruanda, Darfur, Congo, Turquía y la frontera con Siria, entre otros.

Miller Karas dice que el objetivo es crecer, por lo que ubican líderes comunitarios a los que entrenan en su Modelo de Resiliencia Comunitario.

El modelo está basado en un entendimiento de cómo responde el sistema nervioso, y en particular la amígdala, en casos de estrés y ataque sostenido. “El cerebro de supervivencia continúa respondiendo como si el trauma nunca se acabara. Cuando aprendes a leer tu sistema nervioso y la diferencia entre sensaciones de angustia y de bienestar, te abres a un mundo de decisiones. Se pueden usar esas habilidades para dirigir tu atención a un lugar del cuerpo que no está estresado, de manera que nuestro córtex prefrontal retoma el control, volvemos al presente y nos sentimos a salvo”, explica Miller Karas, que prefiere hablar de habilidades de bienestar que de terapia.

Es el mismo modelo en el que están basadas terapias similares, como Somatic Experiencing o Sensorimotor Psychotherapy. Según las investigaciones del TRI, los síntomas negativos se han visto reducidos en un 75% entre veteranos de guerra. Tanto Nofal como Miller Karas coinciden al describir la recuperación: reducción de la ansiedad y la hostilidad, mejora del sueño, menos angustia y mayor bienestar.

Nofal recuerda el caso de una de sus pacientes, de Homs, que perdió a su hija en la guerra, estaba deprimida, ansiosa, y la derivó a servicios psicosociales durante dos o tres meses en Gaziantep: “Trabajó tan duro para estar mejor. Ahora está trabajando y se ha convertido en un gran apoyo para el resto de la comunidad. La psicoterapia funcionó tan bien con ella, es tan fuerte. Estoy muy orgulloso de ella”.

This article has been translated from Spanish.