“Soy periodista, pero tengo la impresión de ser un escritor de obituarios”. ¿Han perdido los cachemires toda esperanza de paz?

El 9 de julio de 2018, el periodista cachemir Fahad Shah entró corriendo en su casa y se encontró una granada de gas lacrimógeno activada en el salón. “La granada fue lanzada por la ventana y llegó a la habitación donde mis padres normalmente rezan y realizan sus ofrendas”, escribió en Facebook. “Está todo lleno de humo. Mi madre todavía tiene dificultades para respirar. Este tipo de incidentes, y muchos otros, son las razones por las que la juventud cachemira [sic] está recurriendo a formas violentas de resistencia”.

Al hablar con Equal Times, Shah califica de “caótica y desesperada” la situación en el territorio de Cachemira administrado por la India (Indian-Administered Kashmir, IAK), una de las zonas más militarizadas del mundo. El pintoresco valle es escenario de un prolongado conflicto político cuya insolubilidad suele atribuirse a “un enfrentamiento de suma cero por orgullo nacional” entre la India y Pakistán. Los países vecinos han luchado tres guerras por el IAK, territorio con una población de cerca de 12 millones de habitantes, el 70% de los cuales son musulmanes. En 2016 se desencadenó en el valle una nueva oleada de protestas violentas que dejó centenares de muertos y miles de heridos. “Soy periodista, pero tengo la impresión de ser un escritor de obituarios”, señala Shah.

Muchos cachemires del IAK interpretan la presencia en el interior de un espacio privado y sagrado de una granada de gas lacrimógeno activada (que por lo general se utilizan para dispersar manifestaciones públicas) como una metáfora que ilustra perfectamente la violenta e intrusiva represión política que están sufriendo.

Sin embargo, la prensa internacional rara vez menciona en los artículos dedicados al conflicto los motivos de la virulencia con la que los habitantes del IAK se oponen al Estado. Una editorial del New York Times sobre Cachemira fue duramente criticada en mayo por sacar a relucir el fantasma de la militancia religiosa como forma de socavar las aspiraciones genuinas de los ciudadanos del valle, cuya “lucha por la libertad y la autodeterminación es anterior a la partición”, según se indica en una refutación publicada en el sitio web de Al-Jazeera.

Riyaz Wani, un periodista residente en Srinagar, la ciudad más grande de Cachemira, considera que “el conflicto tiene indudablemente una dimensión geopolítica”, pero cree que las ideas simplistas en cuanto a la naturaleza de la militancia religiosa en la región terminan haciendo el juego a la ocupación. Así es cómo la ocupación se atribuye su propia legitimidad, “desestimando las críticas como falsas o ilegítimas”.

Historia de un conflicto

En 1947 la India colonial británica se dividió en dos Estados independientes: Pakistán, de mayoría musulmana, y la India, de mayoría hindú. Cachemira era un principado del Imperio británico, constituido por una población mayoritariamente musulmana gobernada por el represivo maharajá hindú de la dinastía Dogra.

Los principados tenían la posibilidad de elegir entre incorporarse a la India o a Pakistán o de independizarse. El maharajá cachemir Hari Singh optó en un primer momento por la independencia pero, ante la presión por parte de las fuerzas tribales invasoras pastunas de Pakistán, finalmente se adhirió a la India.

Las fuerzas indias y pakistaníes se enfrentaron entre sí, hasta que se solicitó un alto el fuego y se estableció la Línea de Control, una frontera militar que dividió Cachemira en las regiones de Cachemira Azad y la zona norte de Gilgit y Baltistán, administradas por Pakistán, y las regiones de Jammu, Cachemira y Ladakh, administradas por la India. En 1949 se prometió a las poblaciones del territorio controlado por la India un plebiscito que nunca llegó a materializarse.

Desde entonces se han venido produciendo frecuentes reyertas por la frontera de facto, lo que ha provocado muertes de civiles en ambos lados. La India sigue acusando a Pakistán de financiar la militancia religiosa en Cachemira y mantiene una fuerza de ocupación de más de 250.000 soldados.

“Prácticamente todos los agravios se perciben desde la óptica de esta dinámica”, declara una fuente que ha preferido permanecer en el anonimato. “Cualquier agitación contra la política del Estado se considera un apoyo a la militancia. El Estado no quiere reconocer sus propios errores”.

Dado el funesto historial en materia de derechos humanos que tiene Pakistán, es evidente que su intervención en Cachemira está motivada por el orgullo nacional, más que por un respeto de autodeterminación auténtico. No obstante, en los discursos cada vez más esencialistas divulgados por el partido nacionalista hindú Bhartiya Janata Party (BJP) que gobierna la India, los detractores de la ocupación son habitualmente presentados como terroristas traicioneros. Pero la militancia religiosa no es más que una faceta de este complejo y prolongado conflicto.

El clima político de desesperanza abyecta ha movilizado cierta simpatía por una nueva generación de militantes. El auge del BJP ha intensificado el fervor antimusulmán en la India, polarizando las comunidades religiosas. Se han producido linchamientos por parte de multitudes hindúes que han agredido y asesinado a muchos musulmanes debido a rumores falsos y agravios insignificantes de índole religiosa. Esto ha terminado por alienar todavía más a los ya resentidos musulmanes cachemires, que no pueden evitar sentirse cada vez más pesimistas respecto a una posible solución pacífica y democrática del conflicto en las circunstancias actuales.

Una nueva ola de militancia

Según varios analistas entrevistados por Equal Times, las crueles y estrictas políticas del Estado indio están otorgando legitimidad a una nueva ola de actividad militante. Burhan Wani era un militante de 22 años que presuntamente se incorporó a una insurgencia armada después de que él y sus hermanos fueran agredidos por la policía cuando él tenía solo 15 años. Tras su muerte a manos de las fuerzas de seguridad indias durante un enfrentamiento que se produjo en 2016, Wani se convirtió en un héroe popular cachemir. Cerca de 200.000 personas acudieron a su funeral y su muerte dio lugar a grandes movilizaciones y disturbios.

Al igual que Wani, muchos militantes se han decidido a tomar las armas en respuesta a las traumáticas experiencias que han sufrido a manos del Estado. Además, el 70% de los residentes varones del valle son menores de 35 años y la tasa de desempleo entre los varones jóvenes se sitúa en aproximadamente el 41%, por lo que los hombres jóvenes son efectivamente más susceptibles a la radicalización por parte de grupos que glorifican el martirio para cumplir un fin superior.

Cuando Wani fue asesinado, el destacado periodista y editor fallecido Shujaat Bukhari (que también fue asesinado este año) planteó una importante pregunta en un artículo que redactó para la BBC: “¿Es Burhan Wani más peligroso para la India ahora que está muerto? El reto al que el Gobierno se enfrenta ahora es luchar contra la ideología que Wani promovió, claramente reflejada en el desbordamiento de sentimentalismos que ha provocado su asesinato”.

Caben pocas probabilidades de que la respuesta de Delhi a estos retos consiga restablecer la fe en las soluciones pacíficas, actualmente agotada por décadas de abusos e irresponsabilidad. En 2008 y 2010 se produjeron dos revueltas populares que provocaron la muerte de más de 200 personas, muchas de ellas manifestantes civiles asesinados por las fuerzas indias.

En 2016, cuando estallaron las protestas en Cachemira tras el asesinato de Wani, las fuerzas de seguridad dispararon perdigones “no letales” de forma indiscriminada contra los manifestantes, dejando centenares de muertos y miles de heridos. Se calcula que 728 de las lesiones se produjeron por disparos en los ojos y en el cráneo, una maniobra calificada por The Guardian como “el primer ataque de la Historia que deliberadamente deja ciega a una gran masa de población”.

En 2016, Peer Viqar Ul Aslam y Syed Faisal crearon la fundación Save The Eyes Foundation para ayudar a las víctimas que quedaron visualmente discapacitadas por los disparos de perdigones de plomo en Cachemira. “He conocido a víctimas de apenas 10 años que han perdido toda esperanza. La mayoría de las víctimas provienen de familias con pocos ingresos, y no pueden pagar las facturas médicas asociadas a los años de operaciones quirúrgicas y terapia a las que se han visto sometidos para su rehabilitación”, explica Aslam.

“Todos estamos de acuerdo en que el terrorismo religioso es un cáncer en nuestras sociedades, pero, ¿qué decir del terrorismo de Estado?”, añade Aslam. “Los jóvenes cachemires tienen estudios y están buscando soluciones políticas a este conflicto. Sin embargo, al no proporcionarles ninguna libertad política, el Estado indio está creando un vacío que solo pueden colmar los grupos violentos”.

“Inmunidad judicial”

Según un informe publicado por la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACDH), las fuerzas de seguridad indias gozan de amplios poderes, respaldados por leyes como la Ley de Poderes Especiales para las Fuerzas Armadas (AFSPA, por sus siglas en inglés) que les otorgan “inmunidad judicial efectiva”.

Además, la Ley de Seguridad Pública (PSA, por sus siglas en inglés) permite que las autoridades puedan detener a civiles por una amplia gama de actividades definidas de forma imprecisa, como por ejemplo “actuar de una manera que resulte perjudicial para el mantenimiento del orden público”. Este delito incluye reunirse en un grupo de más de cinco personas. La PSA también prevé la detención sin cargos ni juicio por períodos de hasta dos años y reduce “las posibilidades reales de los detenidos para impugnar la legalidad de su detención”.

El informe también señala que “las autoridades de Jammu y Cachemira han recurrido supuestamente con frecuencia a la PSA para reprimir la disidencia. Se ha utilizado contra defensores de los derechos humanos, periodistas, líderes políticos separatistas, individuos sospechosos de pertenecer a grupos armados de la oposición y personas que han participado en manifestaciones”.

Además, muchos cachemires sienten que ya no pueden acudir a sus partidos políticos locales para obtener una representación efectiva.

Según Suvaid Yaseen, investigador de historia cachemira de la universidad estadounidense Brown University, “los partidos políticos partidarios de la India que participan en procedimientos electorales, carecen de la capacidad para garantizar la aplicación o negociación de cualquier cambio político significativo que pudiera responder a las aspiraciones de los pueblos. Estos partidos políticos siguen sufriendo una grave crisis de legitimidad, como consecuencia de lo cual su existencia depende exclusivamente del respaldo del Estado militar”, añade.

En 2014, el People’s Democratic Party (PDP), partido que ganó las elecciones en el valle de Cachemir, formó una coalición con el BJP de la India, que había obtenido buenos resultados en la región vecina de mayoría hindú de Jammu. La coalición recibió muchas críticas y un apoyo parcial, provocando divisiones entre las comunidades y “exacerbando la tensión psicológica sentida por muchos cachemires, entre el deseo de normalidad y el deseo de independencia”, señaló a Equal Times una fuente que también requirió permanecer en el anonimato. La coalición se disolvió en junio de este año, lo cual ha avivado los temores de una creciente hostilidad por parte del Gobierno central.

El Gobierno también ha cuestionado la validez constitucional del Artículo 35A, ley que prohíbe a los no residentes adquirir terrenos o propiedades en el IAK, suscitando inquietudes sobre posibles cambios en la identidad sociopolítica del valle.

Nutrir el amor en medio del caos

Como las alianzas se están disolviendo y nos encontramos con formas cada vez más violentas de oposición, es importante otorgar un mayor reconocimiento a la diversidad de opiniones puestas de manifiesto por la dicotomía del “discurso de los militantes vs. el discurso de la ocupación”.

Vijdan Saleem, un locutor que puso hace poco en marcha el primer programa de radio de la región sobre consejos de amor, habla cada día con decenas de cachemires para entender cómo los problemas sociopolíticos influyen en su intimidad. “Las personas tienen todo tipo de problemas, pero el conflicto cala muy hondo”, explica. “Casi todos hemos crecido en un lugar donde en cualquier momento puede suceder cualquier cosa, lo cual normaliza un grado considerable de descontento y ansiedad que se manifiesta en nuestras relaciones personales”, añade.

En el valle, mayoritariamente conservador, donde las expresiones amorosas están moralmente controladas, “puede haber un abismo entre la realidad privada de las personas y su vida pública”, explica Saleem, que espera poder crear un espacio seguro para las personas cuya vida emocional no está socialmente aceptada, y restablecer así un sentimiento de esperanza y de normalidad en la región.

Pero la lucha para vacunarse contra el pesimismo que le rodea dificulta su misión. “A mi tío lo mataron justo el día en que yo iba a hacer mi primer programa”, dice. “En mi primer día, cuando se suponía que tenía que hablar del amor, me vi obligado a hablar de un acto de odio”.

El tío de Saleem es precisamente Shujaat Bukhari, el destacado periodista anteriormente citado que fue asesinado a tiros a la salida de su oficina en Srinagar, el pasado mes de junio. Las autoridades indias han acusado a los militantes de haber perpetrado el asesinato, pero persisten las dudas en cuanto a la verdadera identidad de los asesinos. Bukhari fue un crítico de la ocupación y un ferviente defensor de la paz, como resultado de lo cual tenía enemigos en todas partes.

A pesar de las crudas realidades de la vida en la Cachemira controlada por los indios, Saleem está decidido a entablar conversaciones sobre el amor, y a aportar algo de felicidad y frivolidad a la vida de las personas. Algunas de las anécdotas que comparten los sujetos entrevistados le ayudan a soportar la carga emocional que supone realizar un programa de entretenimiento en esta época tan sombría. Su anécdota favorita trata sobre alguien que marcó un número de teléfono equivocado y que terminó casándose con la persona que estaba al otro lado de la línea. “Un error, un fallo técnico fue lo que les unió”, dice. “Esa historia me gusta porque me recuerda que la gente puede conseguir que el amor florezca en medio del caos”.