Bienvenidos a la selva: Cécile Kyenge y el lenguaje del racismo italiano

 

“...cuando veo las imágenes de [Cécile] Kyenge, no puedo dejar de pensar en las facciones de un orangután”, declaró el senador.

Asimismo manifestó que la aludida, la primera ministra negra de Italia, estaría mucho mejor “en su propio país”, es decir, donde nació: la República Democrática del Congo.

Aunque este lenguaje es típico de su partido, la populista Liga del Norte donde este tipo de arrebatos xenófobos son comunes, las declaraciones de Roberto Calderoli han levantado ampollas.

¿Cuándo aprenderán los italianos lo que es la tolerancia, en especial cuando el 8% de su población está formado por migrantes? La demografía debería ser suficiente advertencia.

Preocupados porque les perciban como provincianos europeos meridionales, para muchos italianos este fue un episodio humillante.

Como limitan con una Francia cada vez más diversa y totalmente conscientes del carácter multicultural de la sociedad estadounidense (y de su presidente mestizo), pocos podían pasar por alto el racismo del señor Calderoli.

Sin embargo, dos semanas más tarde lanzaron plátanos a la señora Kyenge mientras pronunciaba un discurso en un acto político.

Aunque resultaría fácil culpar del insulto a una frase pegadiza que se había extendido, la alusión a los orangutanes tiene mayores implicaciones.

 

Monos y plátanos

Aunque numerosos expertos han hecho referencia a la falta de experiencia de Italia en lo relativo a la diversidad (mencionando con frecuencia como la principal causa su reciente transición de un país que exportaba migrantes en masa a uno que los importa), todavía falta bastante para explicar este hecho.

Por ejemplo, analicemos la idea de comparar a las personas de piel negra con los animales. Los monos y los plátanos son una elección obvia, aunque poco imaginativa. Sin embargo, resulta una estrategia efectiva para transmitir ideas reaccionarias, pues existen precedentes de la misma en la cultura popular.

Puede que no seamos capaces de determinar exactamente dónde oímos este tipo de frases, pero las asociaciones son claras y, por tanto, se entienden.

Es la insinuación de que, al poder compararse con los orangutanes, son intrínsecamente menos civilizados. Por ejemplo, comen alimentos poco refinados que caen de los árboles, como los plátanos, en lugar de disponer de la sofisticación suficiente como para cocinar o preparar platos de un modo civilizado. Aunque la atención se centre en el color de la piel, la verdadera preocupación es la cultura o la ausencia percibida de la misma.

Dichos discursos también resultan preocupantes en Europa debido a su paralelismo con la xenofobia nazi.

Los filósofos Max Horkheimer y Theodor Adorno escribieron su influyente obra Dialéctica de la Ilustración en la época álgida del Holocausto. En ella, sostenían que uno de los principales aspectos del antisemitismo fascista era la idea de que la civilización de los nazis percibía a los judíos como “la naturaleza”.

Por tanto, ‘lo salvaje’ de los judíos europeos justificaba su ‘domesticación’ por parte de los alemanes.

 

¿Un indicio de lo que se avecina?

Hoy en día, el mismo tipo de pensamiento sirve de fundamento a las comparaciones racistas y populistas entre los africanos y los primates.

Por supuesto, estos elementos en común (específicos del pensamiento de la extrema derecha italiana) no son una simple casualidad, si tenemos en cuenta la reciente historia colonial del país en el continente africano, ya que Italia ocupó Libia, en el norte de África, así como Eritrea, Somalia y Etiopía en el este (llamados por Mussolini Africa Italiana Orientale en 1936 y gobernados como un único Estado ocupado).

Como han destacado numerosos especialistas y periodistas en los últimos años, aunque los estereotipos racistas de los africanos y árabes derivados de la trata de esclavos fueron anteriores, Italia nunca se vio obligada a someterse a un proceso de desnazificación tras la Segunda Guerra Mundial.

Si se tiene en cuenta la persistencia del radicalismo de extrema derecha en Italia y el modo en que gran parte del antiguo aparato estatal de Mussolini siguió en pie tras la guerra, no debería sorprendernos que los típicos prejuicios de la época fascista se expresen así.

Quizá no sean explícitamente antidemocráticas, pero aun así, dichas analogías satisfacen los mismos impulsos discriminatorios básicos. Esto es típico de las sociedades autoritarias, como la anterior a 1948, cuando se establecieron las instituciones democráticas bajo el gobierno de la Primera República.

En el mejor de los casos, dicho discurso es una advertencia de lo que se avecina y quizá un triste recordatorio del pasado.

Uno de los mitos más fomentados por el éxito de las minorías en Estados Unidos consiste en que la diversidad garantizará su propio orden social.

¿De qué otra forma se puede explicar el ascenso del presidente Barack Obama al poder en 2008 o de Henry Kissinger como Secretario de Estado ya en 1973?

Sin embargo, Estados Unidos sigue asolado por el racismo; numerosos afroamericanos ya empiezan a hablar de un ‘nuevo sistema de segregación al estilo de Jim Crow’ y la islamofobia constituye un supuesto elemento político para discriminar racialmente a los estadounidenses de origen árabe o del sur de Asia como potenciales terroristas.

 

Trascendencia

De ahí la trascendencia del racismo que sufre Cécile Kyenge.

Por supuesto, la señora Kyenge debe seguir en su cargo como Ministra de Integración.

Sin duda, también debería garantizar la aprobación de leyes que otorquen la nacionalidad a los hijos de inmigrantes nacidos en Italia.

Este sería un enorme logro que sentaría precedentes sumamente positivos para millones de italianos de origen no europeo, ahora y para el futuro. Su éxito es importante.

Sin embargo, también resulta importante recordar lo que significa realmente que el señor Calderoli haya llamado “orangután” a la ministra Kyenge.

Sí, se trata de una analogía explícitamente racista cuyo objetivo consiste en socavar la humanidad de la ministra, pero también tiene que ver con la identidad del agresor y de todos aquellos italianos que insistirían en lanzarle insultos racistas del mismo tipo.

Una de las razones por las que la xenofobia del señor Calderoli ha tenido tanta resonancia es porque ayuda a reforzar la identidad étnica de sus seguidores.

Gracias a ella, esa gente puede estar segura de que ser italiano significa ser blanco y europeo. Cualquier persona que no corresponda a dichas características solo puede haber salido de la selva, por así decirlo.

Una selva que se parece mucho más a Italia de lo que los italianos quisieran admitir.

Ojalá los italianos no necesitaran episodios racistas, como los llevados a cabo por Roberto Calderoli, para empezar a debatir este asunto.