El odio sigue vivo: la experiencia del pueblo gitano en Europa

 

En el último reportaje de esta serie formada por cuatro artículos sobre raza y religión en Europa, Joel Schalit analiza una de las corrientes más virulentas de la discriminación: el antigitanismo.

 

Los bloques de apartamentos parecen abandonados. A medida que la cámara se va acercando, los detalles se van definiendo. Ventanas rotas y cemento desmoronado.

En los muros se pueden ver zonas quemadas. Alguien está cuidando una hoguera rodeada de niños, como si todos estuvieran participando en algún tipo de ritual pagano.

Los personajes son de piel oscura, posiblemente gitanos.

La escena se desarrolla en un decrépito barrio residencial de Košice (Eslovaquia), que este año ostenta el título de Capital Cultural de Europa (junto a Marsella) y también ha saltado a los titulares por el muro que ha erigido hace poco para separar los barrios gitanos de los de mayoría eslovaca.

Los protagonistas de la película (dos técnicos vieneses de máquinas recreativas) llegan al barrio para contratar los servicios de una prostituta.

El mayor de los dos se queda rezagado para defecar detrás de uno de los bloques de apartamentos entre montones de basura, a plena vista de sus habitantes.

Su compañero entra a regañadientes a uno de los edificios para practicar sexo.

La cámara sigue al austríaco mientras se va encontrando a un gitano tras otro; todos ellos viven en la pobreza más absoluta que se pueda imaginar.

Familias enteras viven en una sola habitación. Las puertas se caen de las bisagras cuando el protagonista las cruza.

Al fin, el joven encuentra lo que venía buscando, pero el precio resulta ser demasiado elevado.

Tras un altercado de la prostituta con sus clientes, el joven regresa corriendo a su furgoneta, ahora rodeada de niños pequeños.

Para distraerles les tira juguetes por la puerta trasera mientras él y su compañero se apresuran para salir de allí.

 

La difícil situación de los gitanos

La escena, extraída de la película austríaca Import/Export (nominada en 2007 a la Palma de Oro del festival de Cannes), constituye un momento de sensibilización en este largometraje sobre el choque entre la Europa occidental y la Europa del este tras la Guerra Fría.

Pocos asuntos, en especial la difícil situación de las comunidades gitanas europeas, se han retratado mejor cinematográficamente desde el fin del conflicto.

El miedo del personaje austríaco es, en muchos sentidos, el miedo de Europa, la cual, al igual que él, no encuentra una solución a los problemas de los gitanos.

Simplemente forma parte del relato, asustado por el precio que tiene que pagar por lo que descubre.

La escena es reveladora, en la medida en que presenta a la comunidad gitana europea viviendo apartada, obligada a una separación que recuerda al apartheid, indistinguible de su basura.

A los gitanos les tratan como a desperdicios. Todavía se les considera útiles, aunque en los campos del placer sexual y la delincuencia.

El retrato es sorprendente, pues consigue mantener el equilibrio entre los estereotipos racistas y el reportaje periodístico.

Aun así, consigue lo que se propone. Así interactúa Europa con sus ciudadanos gitanos. No ofrece soluciones y las relaciones son predatorias.

 

 

Ambivalencia

Aunque sea una obra de ficción, Import/Export se esfuerza mucho para reflejar la ambivalencia con que se aborda la difícil situación de los gitanos.

Pongamos como ejemplo el fallo en 2008 del Tribunal [Supremo] de Casación de Italia, que anuló la condena por incitación al racismo de seis derechistas que siete años antes habían firmado un panfleto exigiendo la expulsión de la población gitana de Verona.

El periodista John Hooper escribió sobre el fallo para el diario The Guardian y resumió los criterios que se utilizaron para absolver al acusado Flavio Tosi de la Liga Norte, actual alcalde de Verona.

Según uno de los testigos del juicio, el señor Tosi se defendió a sí mismo alegando sentido común en lugar de racismo: “Hay que expulsar a los gitanos, pues siempre que llegan a un lugar hay robos”.

John Hooper asegura que los magistrados se identificaron con este mensaje.

“El Tribunal de Casación falló que estas declaraciones no demostraban que el señor Tosi fuera racista, sino que tenía “una profunda aversión [al pueblo gitano] que no estaba determinada por la naturaleza gitana de la gente que estaba siendo discriminada, sino por el hecho de que todos los gitanos eran ladrones”.

Por tanto, el rechazo del señor Tosi hacia los gitanos no estaba “basado en un concepto de superioridad ni de odio racial, sino en prejuicios raciales”.

Por supuesto, el hecho de que el acusado pudiera ser exculpado en base a generalizaciones racistas (“Todos los gitanos son ladrones”) es terrible.

Sin embargo, resulta fácil ver cómo las declaraciones de este tipo pueden justificarse como la constatación de un hecho y no como discriminación.

 

 

Racionalización de la desigualdad

Como los alrededor de seis millones de gitanos de la UE están excluidos de la mayor parte de los aspectos de la fuerza laboral, con frecuencia se dedican a actividades ilegales para sobrevivir.

Sin duda se trata de una afirmación obvia, que suena a imparcial de manera convincente.

Sin embargo, como en la escena de la película Import/Export, dicha opinión se ve confirmada por la realidad.

Los austríacos huyen, incapaces de pagar las consecuencias de una situación de la que, al menos, son responsables en cierta medida.

Por otro lado, el señor Tosi adopta una postura política, aunque sea reaccionaria.

Aunque el señor Tosi volvió a ser condenado por incitación al racismo en 2009 (con una multa de 4.000 euros y la prohibición de participar en mítines políticos durante cuatro años), su absolución inicial tiene mayor interés.

Esto se debe a que utilizaron una consecuencia del racismo contra los gitanos (los robos) para justificar dicho racismo.

Se trata de un modo eficaz de deslindarse de cualquier responsabilidad por las fuerzas que determinan la economía de los gitanos. Como si lo que dichas comunidades se ven obligadas a hacer no tuviera un espacio en la división del trabajo, en ninguna sociedad.

Como se puede ver en la película, la prostitución es una de estas actividades.

La idea de que podemos racionalizar la desigualdad sobre esta base debería asustarnos, pues se trata de un criterio de juicio que podría aplicarse a cualquier minoría.

Sin embargo, este criterio es lo que permite a Europa vivir con la difícil situación del pueblo gitano y con su espantoso racismo, sin ofrecerle ninguna oportunidad para salir adelante ni para dedicarse a formas laborales más ‘aceptables’.

Con el aumento del antigitanismo (discriminación de los gitanos), Europa haría bien en reconocer su responsabilidad por la difícil situación del pueblo gitano, antes de empezar a defender de un modo similar la necesidad de otras formas de discriminación.