Ya es hora de acabar con la esclavitud de una vez por todas

 

Hoy es el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, un momento ideal para reflexionar sobre los avances, o la falta de ellos, en la lucha para erradicar la esclavitud.

Anti-Slavery International puede remontar sus orígenes al inicio de esta lucha a finales del siglo XVIII, cuando Thomas Clarkson, mi predecesor más ilustre, asumió por primera vez la tarea de organizarse para acabar con la esclavitud.

Por tanto, como somos la organización de derechos humanos más antigua del mundo, tenemos una perspectiva histórica sobre este tema a más largo plazo que la mayoría de las ONG, así como una perspectiva geográfica más amplia.

Al plantearnos los retos a los que nos enfrentamos en la lucha contra las formas de esclavitud contemporáneas hay un par de asuntos que creo merece la pena tener en cuenta.

Primero: a lo largo de la historia de la lucha contra la esclavitud se ha creído erróneamente en las ‘panaceas’, es decir, en soluciones sencillas que acabarían con cualquier problema específico, ya sea el fin de la trata trasatlántica de esclavos o la ilegalización de la esclavitud.

Cada uno de estos logros ha restringido cada vez más a la esclavitud en los márgenes de la sociedad, pero ninguno ha conseguido erradicarla por completo.

Esto se debe sencillamente a que la esclavitud evoluciona a un ritmo más rápido que los sistemas que se han creado hasta ahora para erradicarla.

Lo que necesitamos es un conjunto de procesos más dinámico y permanente que reduzca progresivamente el ámbito de la esclavitud y contribuya al empoderamiento de las personas más vulnerables a la misma.

El término “esclavitud” puede describir situaciones tan variadas como la de los miles de trabajadores migrantes procedentes del sur de Asia atrapados en la espiral del trabajo forzoso para construir la infraestructura de la Copa del Mundo en Qatar y la de las mujeres mantenidas como esclavas del hogar en una casa londinense durante 30 años, hasta la de una familia nacida en la esclavitud en régimen de pertenencia personal en Mauritania o la de las jóvenes y niñas obligadas a realizar trabajos forzosos en India (la mayor democracia del mundo) para producir prendas de vestir destinadas a las calles comerciales de los países occidentales.

Cada una de estas situaciones requiere un conjunto diferente de medidas para mitigar sus efectos.

Sin embargo, si analizamos más detenidamente estas diversas formas de esclavitud, nos daremos cuenta de que la esclavitud surge cuando se conjugan tres factores generales: la vulnerabilidad del individuo (que suele incluir la pobreza, pero que puede tratarse simplemente de debilidad física); la exclusión social; y el fracaso del gobierno y del Estado de derecho.

 

Discriminación

El tema de la exclusión social (y de la discriminación inherente a la misma) es fundamental en la esclavitud.

Hoy en día, muchas víctimas del trabajo forzoso en Latinoamérica son indígenas.

En Europa occidental, la mayoría de las víctimas de la esclavitud son trabajadores y trabajadoras migrantes.

En el sur de Asia, la mayoría son dalits o miembros de otras castas desfavorecidas o de grupos minoritarios.

Esto resulta importante por varias razones, sobre todo porque impide que el asunto se convierta en un tema político. Si la esclavitud se impone a grupos o individuos que no gustan a la sociedad en general, entonces es más probable que el público tolere los abusos sin exigir a su gobierno que haga algo al respecto.

Y la esclavitud es, en gran medida, un fracaso del gobierno y del Estado de derecho.

Los niños trabajadores esclavizados en los talleres de confección de ropa de Delhi explican que cuando los dueños de los talleres no pagan los sobornos pertinentes a los policías, estos llegan, detienen a los niños y les encierran como rehenes, parando la producción hasta que los dueños les pagan.

La preocupante incapacidad de los tribunales indios agrava aún más estos factores.

Debido a la acumulación de casos pendientes, pocos de ellos se llegan a juzgar, lo cual deja en ridículo de manera efectiva las promesas de las leyes y la constitución de dicho país.

Por tanto, un frente crucial en la lucha para acabar con la esclavitud debe consistir en reforzar la capacidad de los Estados para aplicar el Estado de derecho.

Debe haber suficientes jueces capacitados adecuadamente en el ámbito de los derechos humanos en general y de los derechos contra la esclavitud en concreto, para garantizar que el Estado de derecho se aplique a todos los ciudadanos dentro de las fronteras estatales.

En el extranjero, los Estados deberían garantizar el despliegue de agregados laborales en cada país al que viajen sus ciudadanos en busca de trabajo, para que presionen con el objetivo de lograr que se respeten sus derechos.

 

Economía globalizada

Por supuesto, todavía existen inmensas lagunas en lo referente al Estado de derecho en el plano internacional. Se trata de cómo se puede conseguir en esta economía política globalizadora que las empresas internacionales y los ejecutivos rindan cuentas por la violación de los derechos humanos en sus cadenas de producción.

Este es un requisito crucial en la lucha contra la esclavitud contemporánea, especialmente porque estas empresas amplían sus operaciones a países en los que las pruebas existentes demuestran que la esclavitud campa a sus anchas y que suele darse en sus cadenas de producción.

Si la historia nos ha enseñado algo es que la petición de iniciativas voluntarias para responder a los abusos sistémicos, como el de la esclavitud en las cadenas de producción de las empresas internacionales, contribuye poco a cambiar el sistema.

Lo que se necesita es un cambio en el sistema, como el que ha aplicado Reino Unido en materia de sobornos.

En otras palabras, existe la necesidad de aprobar leyes extraterritoriales que estipulen explícitamente la rendición de cuentas desde el punto de vista jurídico de las empresas internacionales y sus ejecutivos en lo relativo a la esclavitud en sus cadenas de producción.

El segundo mayor reto que conviene tener en cuenta es el mito reconfortante de que la esclavitud es cosa del pasado.

Recientemente, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha publicado datos en los que se calcula que todavía existen al menos 21 millones de víctimas de la esclavitud en todo el mundo, por lo que aún nos queda un largo camino por recorrer hasta conseguir erradicar totalmente la esclavitud.

Una consecuencia de esto es que las actividades de desarrollo y de lucha contra la pobreza tal y como se practican hoy en día ignoran fundamentalmente la atrocidad que constituyen los millones de víctimas de la esclavitud en todo el mundo.

Por tanto, las prácticas en materia de desarrollo suelen suponer una amenaza: de empeorar de un modo absoluto o relativo la situación de las víctimas de la esclavitud.

Por ejemplo, en 2005, durante la hambruna en África occidental, nuestros colegas de la organización Timidria se dieron cuenta de que estaban utilizando a esclavos en los programas de alimentos a cambio de trabajo: sus amos les enviaban a estos programas y luego les confiscaban la cartilla de racionamiento que recibían a cambio de su trabajo.

En otras palabras, un importante programa humanitario bienintencionado estaba contribuyendo al empeoramiento absoluto de sus vidas.

Puede que la situación haya mejorado algo desde 2005, pero este no es un caso aislado. Por tanto, el imperativo de reducir la esclavitud debe convertirse en uno de los ejes centrales de todo el sector del desarrollo internacional.

Esto se puede conseguir mediante dos medidas.

Primero: la erradicación de la esclavitud debe fijarse como un objetivo de desarrollo posterior a 2015, reconociendo el importante obstáculo que supone la esclavitud para la reducción de la pobreza, así como la atrocidad que representa en materia de derechos humanos. Segundo: para promover este objetivo de desarrollo, debe exigirse a todos los agentes de la ayuda humanitaria que expongan el modo en que sus programas abordan los retos de la esclavitud y la discriminación por motivos de género en sus operaciones.

Afirmar que no tendrán ningún impacto en estos retos debe ser una respuesta aceptable: algunos programas responderán forzosamente a otras prioridades.

Sin embargo, el requisito debe ser que al menos tengan en cuenta este asunto del mismo modo en que ahora se les exige justamente que tengan en cuenta el género en su programación.

La esclavitud es una institución humana y, como todas las instituciones humanas, se puede cambiar mediante la acción humana. Tenemos que dejar de hacer pequeños ajustes y empezar a fijarnos el objetivo de destruirla por completo.