El aspecto económico de la estabilidad en Sudán del Sur

 

Poco más de dos años después de declarar su independencia, Sudán del Sur está inmerso en lo que solo podría describirse como una guerra civil.

Actualmente, representantes de ambos bandos se encuentran en Addis Abeba en plenas conversaciones de paz respaldadas por Etiopía, Uganda y Kenia, entre otros.

Aunque numerosos expertos siguen haciendo hincapié en las amenazas a la estabilidad de carácter étnico, pocos han prestado la atención necesaria al aspecto económico de la situación.

El gobierno de Sudán del Sur heredó una de las poblaciones más pobres y traumatizadas del mundo.

La lucha por la independencia que se remonta a 1947, los conflictos prolongados y la pobreza endémica han pintado un paisaje desolador. Numerosos campesinos no disponen de la capacidad para arar sus campos; el 90% de los sudaneses del sur viven en la pobreza y más de la mitad de la población de 8,3 millones de habitantes son menores de 18 años y se consideran “privados de alimentos”.

Tan solo uno de cada cinco habitantes de este país tiene acceso a la asistencia sanitaria, uno de cada dieciséis tiene acceso a retretes que funcionan y únicamente la mitad de los funcionarios públicos han terminado el ciclo de educación primaria.

El país no tiene salida al mar y la economía formal brilla por su ausencia.

Sin embargo, estos terribles datos constituyen tan solo una versión de la historia de Sudán del Sur. La otra versión tiene que ver con el petróleo.

Al independizarse, el gobierno del presidente Salva Kiir heredó un lucrativo flujo de ingresos provenientes de los hidrocarburos.

En 2012 se estimaba que el gobierno ganaría aproximadamente 2,8 mil millones de US$ al año o algo más de 2.300 US$ por hogar, aunque en buena parte estos fondos no han llegado al erario público debido al conflicto con el norte.

Aunque el destino de estos recursos todavía queda abierto a la especulación, la duración de los mismos está más clara.

Según sus propios cálculos, el gobierno espera una rápida disminución de los ingresos derivados del petróleo: los 2,8 mil millones de US$ que ganó en 2012 se reducirán hasta aproximadamente 1,9 mil millones de US$ en 2020 y hasta menos de 933 millones de US$ en 2030.

Eso significa que en menos de veinte años los ingresos derivados del petróleo en Sudán del Sur se reducirán a un tercio de los ingresos actuales e incluso a menos en términos reales si se tienen en cuenta las actuales tasas de inflación de dos dígitos.

Y lo que es peor aún: el gobierno del presidente Kiir no tiene ninguna otra fuente significativa de ingresos; tan solo el 2% proviene de fuentes no derivadas del petróleo.

Y ahí reside el problema: sea cual sea la postura de Occidente y su interés por impulsar la paz, los ingresos derivados del petróleo solo se pueden percibir con el visto bueno de Jartum y del presidente de Sudán Omar al-Bashir, procesado por el Tribunal Penal Internacional.

Como solo se puede exportar el petróleo a través del oleoducto controlado por su vecino del norte, los ingresos de Sudán del Sur están realmente bajo el control de Sudán.

A todas luces, esto crea un incentivo para que las fuerzas de la oposición se aseguren primero los yacimientos petrolíferos (como ya están haciendo) y luego logren un acuerdo con Jartum, antes de otorgar su control en cualquier negociación de paz.

 

“Beneficios de la paz”

Mientras tanto, la población hambrienta y los años de expectativas no cumplidas han ejercido una enorme presión sobre el primer gobierno independiente de Sudán del Sur para que logre rápidamente los llamados “beneficios de la paz”.

Dichos beneficios son costosos, en parte porque Sudán del Sur es un país extenso con pocas carreteras asfaltadas y pocos servicios.

Del puñado de escuelas, clínicas y hospitales en funcionamiento, la mayoría están gestionados por la comunidad relacionada con la ayuda humanitaria en Sudán del Sur. Dicha comunidad está ansiosa por que el nuevo gobierno tome el poder.

Asimismo, el temor a que los militares desmovilizados regresen a casa y no encuentren trabajo obliga al gobierno a mantener su costoso aparato de seguridad que actualmente absorbe más de un cuarto del gasto público declarado.

La contratación y los salarios de los funcionarios están aumentando y actualmente representan más de la mitad del presupuesto gubernamental, lo que deja poco dinero para la prestación de servicios.

Si a algo han contribuido los dos primeros años de independencia ha sido a convencer a los líderes de Sudán del Sur de lo difícil que resulta prestar servicios significativos en un ciclo electoral en concreto.

Incluso para el observador circunstancial ha quedado muy claro que las promesas y la prestación de mejores servicios constituyen un modo poco probable de conservar el poder, ya que resulta muy difícil cumplir con las expectativas de los habitantes de Sudán del Sur.

Por tanto, la promesa de un sistema democrático que otorga poder a cambio de la prestación de servicios parece vacía para numerosos agentes del poder en Sudán del Sur.

Esta dinámica determina el aspecto económico de la toma de decisiones en este país.

 

Petróleo

Si a todo esto se le suman la baja esperanza de vida, el riesgo de continuos conflictos internos y transfronterizos, una política dominada por el origen étnico y el tribalismo, los preocupantes indicios de corrupción intrínseca y el nepotismo, entonces surge una peligrosa y dura estructura de incentivos.

Aunque el gobierno prefiere invertir en proyectos de gran resonancia y la comunidad internacional ejerce presión para que se inicie la prestación de servicios, resulta más probable que los líderes de Sudán del Sur estén más interesados en obtener su parte de los beneficios derivados del petróleo antes de que éste se agote.

Aunque quizá los líderes del país sean capaces de resistir frente a dichos incentivos, pecaríamos de ingenuos si esperáramos una política que no estuviera intrínsecamente determinada por los mismos.

Por desgracia, puede que Sudán del Sur se esté dejando engañar por el optimismo de los socios en los que más confía.

La comunidad internacional relacionada con la ayuda al desarrollo está cansada y al límite tras haber mantenido una costosa operación de ayuda humanitaria en uno de los terrenos más hostiles del mundo.

Los que ayudan a Sudán del Sur quieren ver al gobierno invirtiendo en servicios sociales, infraestructura y desarrollo agrícola, pues estas inversiones constituyen las mejores apuestas para paliar la pobreza y facilitarán el que los donantes por fin empiecen a planificar su salida del país.

Los actuales planes de desarrollo se centran en la paliación de la pobreza y la prestación de servicios sin abordar de ninguna manera una más que posible pérdida de ingresos que hace que el déficit fiscal estadounidense parezca una nimiedad.

Sin un plan realista a largo plazo, los funcionarios públicos probablemente harán lo que cualquier persona haría en un barco que se hunde; gastar ahora y huir antes de que el agua llegue a la cubierta superior.

Muchos de los miembros de la élite de Sudán del Sur ya se han dado cuenta y aprovechan esta época de bonanza petrolífera para asegurarse un futuro en el extranjero.

Dos tercios del petróleo se habrán agotado en menos de veinte años y las demandas de la población serán aún más amplias.

Con un plazo tan corto, la tentación de enriquecerse ahora y abandonar el país va a ser mucho más fuerte que la influencia que pueda ejercer una solución negociada a los actuales o futuros conflictos internos.

 

Este artículo se publicó por primera vez en la página web del Servicio de Información de la Sociedad Civil Sudafricana (SACSIS).