El espíritu del Parque Gezi sigue vivo

 

La “ocupación” del Parque Gezi en respuesta a la tala indiscriminada de árboles se transformó en un “movimiento” antigubernamental que alcanzó dimensiones nacionales como consecuencia del uso desproporcionado de la violencia por parte de la policía.

El “suceso” pasó a los anales de la historia turca como el mayor movimiento social jamás visto en términos del número de participantes, del alcance geográfico, de la duración y también del radicalismo.

El movimiento continuó a lo largo de los seis últimos meses, con “foros de barrio” que funcionaban según los principios de la democracia directa, así como manifestaciones antigubernamentales.

Ahora, independientemente de si la gente apoyó o se opuso a este movimiento, en Turquía todo se concibe con respecto al antes y el después de Gezi.

 

“¡Esto es sólo un comienzo, la lucha continúa!”

Este eslogan, anteriormente coreado para protestar contra el sacrificio del patrimonio urbano en el altar del neoliberalismo, se convirtió en el lema y referente del movimiento.

La noche en que la policía “evacuó” el parque por segunda vez, a mediados de junio de 2013, fue claramente el comienzo de una nueva fase del movimiento, no el final.

Los activistas procedieron a ocupar enseguida los parques de sus barrios y a organizar foros, conciertos, puestos de comida gratuita y mercados de trueque con la esperanza de prolongar el espíritu de la resistencia que había nacido a raíz del Parque Gezi.

En última instancia los foros se convirtieron en caldo de cultivo de nuevas protestas: tala indiscriminada de árboles en Ankara para dejar paso a una nueva autopista; comentarios discriminatorios e insultantes por parte del Gobierno contra los alevíes y las mujeres; falta de justicia para los que murieron durante las manifestaciones; las condiciones en las cárceles donde se encontraban los detenidos de Gezi; la política del Gobierno con respecto a Siria, etc.

 

¿Quiénes son estos “chapuleros”?

Según un estudio realizado por una importante sociedad de investigación de Turquía sobre el Parque Gezi, la edad media de los participantes del movimiento era de 28 años, el 56% eran licenciados universitarios, el 37% estudiantes y el 52% trabajadores.

Una investigación sobre los detenidos llevada a cabo por la policía reveló que el 55% de los “sospechosos” tenían un sueldo mensual inferior a los 1.000 TRY (335 EUR), mientras que el 85% no ganaban más de 2.000 TRY (670 EUR).

Los manifestantes eran de todas las edades, religiones y etnias y tenían diferentes niveles de ingresos.

No obstante, una buena parte estaba compuesta por trabajadores y trabajadoras urbanas que se ganan la vida vendiendo su fuerza de trabajo, mientras que otros muchos estaban desempleados o eran estudiantes.

Así pues, el hecho de que la mayoría de las personas que perdieron la vida en las manifestaciones fueran trabajadores, que más de la mitad de los activistas fueran mujeres y que los grupos de aficionados al fútbol fueran ejes fundamentales en las protestas – junto con el hecho de que los enfrentamientos violentos se produjeran en célebres barrios populares – proporcionan pruebas claras de que los trabajadores y los segmentos más pobres de la sociedad fueron de vital importancia para el movimiento.

Sin embargo los medios de comunicación divulgaron la idea de que los activistas eran gente joven, con un buen nivel de educación, oficinistas y de clase media. Esta imagen cuidadosamente tallada se diseñó con el fin de socavar el movimiento.

La pertenencia a una clase social no viene determinada por los hábitos de consumo, el nivel de ingresos o la educación, sino por el lugar que ocupa cada uno en el proceso de producción de la economía.

Los trabajadores y trabajadoras se siguen sintiendo bastante descontentos.

Las medidas para limitar los beneficios de la seguridad social, junto con el desempleo y las represivas políticas de vigilancia, han desencadenado reacciones masivas por parte de los trabajadores.

Las nuevas generaciones de la clase trabajadora utilizan instrumentos de la era digital para comunicarse con rapidez.

Un correo electrónico escrito rápidamente y una foto compartida sin comentarios – en lugar de la correspondencia oficial entre sindicatos – puede ser el catalizador de una campaña internacional.

Durante el Movimiento Gezi, dichos segmentos de la clase trabajadora se mantuvieron despiertos toda la noche durante el tiempo que duraron las manifestaciones, en lugar de ir a pasar sus vacaciones anuales a algún hotel junto a la playa.

Prefirieron optar por la solidaridad antes que por el espíritu de competencia salvaje que les habían inculcado desde pequeños, y por un heroísmo anónimo antes que por el deseo de convertirse en el “empleado del mes” de su corporación.

 

¿Qué es lo que ha cambiado?

“¿Y qué pasa con las elecciones?” La respuesta a esta pregunta no es más que un intento por encasillar un nuevo movimiento social dentro de la política de la vieja escuela.

Las actitudes y preferencias de los activistas han cambiado.

Por ejemplo, una mujer que se vea sometida a un abuso sexual en un autobús ya no va a apretar los dientes y aguantarse, sino que lo más probable es que se ponga a gritar y le suelte al acosador un buen tortazo.

El lenguaje del movimiento, que al principio utilizaba una terminología más bien sexista, se transformó tras la intervención de las feministas. Las manifestaciones y los foros se han convertido además en lugares donde los LGBT pueden sentirse cómodos.

Los trabajadores que participan en las protestas tratan de afiliarse a los sindicatos y asumen responsabilidades.

Ahora en las huelgas se pueden escuchar los eslóganes personalizados de Gezi. Habiendo asumido alguna que otra vez el rol de portavoces del movimiento, los sindicatos se han implicado con sectores de trabajadores/as a quienes jamás habían representado. Así pues, han podido familiarizarse con formas de democracia nuevas en rápida evolución.

Las masas “abrumadas”, la mayoría de las cuales estaban formadas por empleados asalariados, reaccionaron contra el Gobierno, el cual había intervenido en el estilo de vida de los ciudadanos y cuyas políticas ilícitas se basaban en un crecimiento y desarrollo desiguales.

Esta reacción nos ha demostrado que la lucha de clases no fue un fenómeno que se pudiera sencillamente relegar al lugar de trabajo, sino que estaba también presente en la esfera urbana y en la vida cotidiana.

Después de que una comunidad religiosa y antigua aliada del Gobierno rompiera sus relaciones con el partido en el poder, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), emergieron toda una serie de escándalos de soborno y corrupción que a su vez dieron lugar a dimisiones de ministros, al despido de varios agentes de policía y a multitud de protestas contra la corrupción.

Por eso podemos decir que la tercera fase del movimiento acaba de empezar.

El Gobierno se negó a autorizar la celebración del 1 de mayo en la Plaza Taksim en 2013, asfixiando a toda la ciudad con gases lacrimógenos apenas un mes antes de que empezaran los sucesos de Gezi, y en lo que pasó a convertirse en un ensayo para la pièce de résistance, el plato fuerte, en el parque.

¡El Parque Gezi se trata en definitiva de celebrar el Primero de Mayo todos los días y en todas partes!

“Camaradas, preparen sus máscaras de gas, carguen sus smartphones. ¡El Primero de Mayo continúa!”