Brasil: Una nación en la encrucijada

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El pasado 5 de octubre, más de 142 millones de brasileños fueron llamados a las urnas para elegir al Presidente de la República, gobernadores de los 27 estados y del Distrito Federal, un tercio del senado y numerosos diputados.

Ninguno de los 11 candidatos presidenciales logró la mayoría absoluta, razón por la cual los primeros dos deberán enfrentarse en segunda vuelta el próximo 26 de octubre.

Compitiendo por la presidencia están la actual Presidenta Dilma Rousseff, candidata del Partido dos Trabalhadores (PT) –apoyada por una coalición de centro-izquierda– y el senador Aécio Neves, candidato del Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB) y con una alianza de centro-derecha detrás.

La Presidenta Rousseff, obtuvo el 41,59 por ciento, recibiendo más de 43 millones de votos, en su mayoría provenientes de las regiones del norte y noreste, las más pobres de Brasil.

Su competidor Neves –apodado “el tucán” por el símbolo del PSDB– llegó al 33,55 por ciento, consiguiendo casi 35 millones de votos y dominando las zonas más desarrolladas del país.

El economista José Dari Krein, profesor de la Universidad Estatal de Campinas e investigador del Centro de Estudos Sindicais e de Economía do Trabalho (CESIT), entrevistado por Equal Times, nos explica la repartición geográfica y división social del voto.

“En un país fuertemente desigual como Brasil, el electorado de las clases medio-altas está en contra de las políticas públicas que combaten la pobreza”, afirma Krein.

“A todo eso, hay que agregar el actual bajo crecimiento económico junto con una inflación, en alimentos y energía, que está afectando prevalentemente a las clases bajas, a lo que se suma la incapacidad del Gobierno Dilma de atender rápidamente las nuevas demandas sociales que se expresaron durante las manifestaciones de junio de 2013”.

Al comienzo, Dilma y Neves polarizaron la campaña. Pero el escenario cambió drásticamente el 13 de agosto pasado con el fallecimiento en un accidente aéreo de Eduardo Campos, candidato presidencial del Partido Socialista Brasileiro (PSB).

La muerte de Campos –ex gobernador del estado norte-oriental de Pernambuco y quien fuera Ministro de Ciencias y Tecnología del Presidente Luiz Inácio “Lula” da Silva– abrió el camino a su candidata a la vicepresidencia, la evangélica y ambientalista Marina Silva.

La ex senadora Silva, que había sido Ministra de Medio Ambiente de Lula, convirtió lo que era una nítida disputa entre dos competidores en una lucha de tres, llegando a ser considerada como potencial antagonista de Dilma Rousseff en una segunda ronda.

Aunque no lo logró, los más de 22 millones de votos que le permitieron alcanzar el tercer lugar (21,32 por ciento) jugarán un rol determinante en la segunda ronda, donde Silva ya ha afirmado que apoyará a Neves.

Kjeld Jakobsen, consultor sindical brasileño en temas de cooperación al desarrollo, afirma a Equal Times que “esta votación no fue ninguna sorpresa porque, a pesar de haber sido una disputa sui generis con tres candidatos, es la cuarta elección presidencial seguida en la cual se llega hasta la segunda ronda”.

Esto se debe a que, desde 2002, el PT ha moderado su programa y su perfil, ampliando sus alianzas electorales. Pero todavía persisten algunos problemas.

“Lo que más faltó durante la presidencia de Dilma –según Jakobsen– fue comunicación entre gobierno y sociedad, ella no respondió a las críticas, al contrario de Lula que tiene un particular carisma que le permite discutir sobre todo y con todos en cualquier lugar”.

Con los presidentes Lula y Dilma hubo un cambio en las políticas económicas precedentes que, según Jakobsen, fue “parar los procesos de privatización, controlar la inflación a través de la tasa de interés, poner atención al mercado interno y valorizar el salario mínimo gracias a las negociaciones con las centrales sindicales”.

De hecho, aunque las centrales sindicales existen en Brasil desde hace varias décadas, únicamente obtuvieron reconocimiento legal en 2008.

Desde entonces, están reconocidos por la legislación como la entidad representativa de los trabajadores, asignándoles un porcentaje en la distribución de las cuotas sindicales y permitiéndoles participar en distintas negociaciones, incluyendo las realizadas para el establecimiento del salario mínimo, que se sitúa actualmente en 724 reales brasileños (300 USD) al mes.

 

El giro a la izquierda

En 2002 la historia de Brasil dio un vuelco determinante. Cuando Lula –un humilde trabajador metalúrgico, sin título universitario– fue elegido Presidente, empezaron a implementarse políticas económicas y sociales que disminuyeron los niveles de pobreza y desigualdad.

Se abandonó la postura neoliberal típica de los años 90, con un Estado neutral y con el mercado actuando como regulador de la economía, y se pusieron en marcha varios programas públicos, enfocados en la inclusión social y la generación de empleo, que permitieron a las clases sociales más bajas de la pirámide brasileña mejorar sus condiciones de vida.

João Felício, Secretario de Relaciones Internacionales de la Central Única dos Trabalhadores (CUT) y presidente de la Confederación Sindical Internacional (CSI), entrevistado por Equal Times nos explica que la sensibilidad de los Gobiernos de Lula y de Dilma hacia las reivindicaciones del movimiento sindical permitieron los avances más significativos de la clase trabajadora en la historia de Brasil.

Felício afirma que priorizando el desarrollo y el crecimiento con inclusión se logró “la creación de empleos, en su mayoría formales, con todos los derechos laborales, y la disminución del desempleo al 5 por ciento en promedio en los últimos años, aunque con presiones por la crisis económica y financiera internacional”.

Los Gobiernos liderados por Lula e Dilma no fueron infalibles. Han debido lidiar con algunos casos de corrupción política, como los escándalos del Mensalão y de Petrobras, la mayor empresa petrolera estatal de Brasil, implicada en la desviación de fondos para financiar partidos políticos y sus campañas.

También ha sido constante la resistencia conservadora y la oposición de los medios de comunicación a las acciones del Gobierno.

Sin embargo hoy se ve un Brasil donde –como suele decir el ex presidente Lula– el hijo de un pobre puede hacer una especialización universitaria en el extranjero y una empleada doméstica puede comprarse en cuotas el mismo perfume que la dueña de casa.

Dilma y Neves son, evidentemente, candidatos muy dispares. Además de tener historias personales diferentes –ella es una mujer que por luchar contra la dictadura militar brasileña (1964-85) estuvo presa por tres años y fue torturada; mientras que Neves es un miembro de la élite brasileña criado con privilegios– tienen dos visiones contrapuestas del país y del mundo.

El proyecto de Dilma incluye a aquellos que fueron dejados al margen de la sociedad y del consumo como resultado de siglos de colonización, esclavitud y exclusión. Un modelo donde el crecimiento se conjuga con la redistribución, necesaria para erradicar la pobreza y la luchar contra la desigualdad.

La visión de Neves es conservadora y clasista, y se inclina a favor de tomar medidas ortodoxas tales como el ajuste fiscal y la reducción drástica de la inflación, lo cual llevaría el país a una recesión y, por ende, a un masivo desempleo. En definitiva, aboga por la prevalencia del mercado, pensamiento típicamente neoliberal.

Ambos candidatos difieren también en su visión internacional. La de Dilma está bien representada por el modelo de los países BRICS, que constituye el desafío multipolar de las mayores economías mundiales a la hegemonía de los Estados Unidos.

Precisamente los Estados Unidos es un país con el cual Neves podría buscar enseguida una relación privilegiada en términos políticos y comerciales.

Las últimas encuestas realizadas por Datafolha e IBOPE Inteligência, sitúan a la Presidenta Roussef en cabeza con entre seis y ocho puntos porcentuales por encima de Neves, pero los votantes indecisos serán determinantes para elegir el camino a seguir en la séptima economía del mundo.