¿Qué va a aportar el nuevo Gobierno afgano a los trabajadores?

A pesar de ocupar el cargo desde hace apenas un mes, el nuevo Presidente afgano Ashraf Ghani Ahmadzai ya ha emprendido una serie de reformas populares.

Pero Ahmadzai va a tener que hacer mucho más para abordar la apremiante cuestión del trabajo decente en esta nación de 30 millones de habitantes devastada por la guerra, donde la tasa de desempleo supera actualmente el 50% y donde casi el 90% de los trabajadores se encuentran inmersos en diferentes formas de empleo vulnerable.

La única central sindical nacional de Afganistán, National Union of Afghanistan’s Workers and Employees (NUAWE), ha expresado sentimientos encontrados con respecto al nuevo Gobierno de Kabul, que asumió el poder el 29 de septiembre tras meses de intrigas políticas.

“En estos momentos nos sentimos al mismo tiempo esperanzados y pesimistas”, declaró a Equal Times el Vicepresidente del NUAWE, Ghulam Ali Baryal.

Al recordar sus experiencias anteriores, este veterano activista de los derechos laborales dice que su organización no logró persuadir al Gobierno del ex Presidente Hamid Karzai –que permaneció en el poder durante 13 turbulentos años– para que ratificara los convenios y tratados internacionales sobre derechos laborales.

“Pero tenemos la esperanza de que los nuevos gobernantes sabrán aprender de las experiencias del pasado”, afirma Baryal, añadiendo que, con el crecimiento del desempleo y el cierre de un gran número de unidades de producción como resultado del impasse electoral que vivió el país hace más de seis meses, la cuestión de los derechos de los trabajadores ha cobrado más importancia que nunca.

Además de una legislación sobre seguridad en el lugar de trabajo y sobre un salario digno (Afganistán tiene actualmente uno de los salarios mínimos más bajos del mundo), el NUAWE también está presionando para que el Gobierno reconozca determinados derechos fundamentales del trabajo, como por ejemplo el derecho a la negociación colectiva y a la libertad sindical – aunque todavía los considera una aspiración lejana.

En el nuevo Gobierno de Kabul, entre otros indicadores, los antecedentes de Ahmadzai como renombrado economista y tecnócrata que ha ocupado diversos puestos en las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Gobierno afgano y la Universidad de Kabul, ha suscitado la esperanza de que estas cuestiones podrán ser efectivamente abordadas.

El Presidente Ahmadzai se encuentra en un Gobierno de coalición junto con su antiguo adversario Abdullah Abdullah, que perdió unas elecciones presidenciales empañadas por acusaciones de fraude.

Abdullah ocupa ahora el cargo de Presidente Ejecutivo en el Gobierno de Kabul.

Y si bien el pacto final entre ambos candidatos ha evocado una respuesta optimista por parte de los líderes mundiales, a efectos prácticos no hace sino rememorar la cruda maniobra política que está teniendo lugar en esta democracia naciente.

“Un aspecto positivo de esta nueva situación es que, aparentemente, las perspectivas del Presidente y su Vicepresidente en lo que respecta a determinadas a cuestiones económicas no son radicalmente distintas – eso ya es algo con lo que podemos contar”, declaró a Equal Times Adrienne Woltersdorf, directora de la oficina que tiene en Afganistán la ONG alemana Freidrich Ebert Stiftung (FES).

Woltersdorf manifestó su confianza en que tanto Ahmadzai como Abdullah entienden lo importante que es abordar la cuestión de la creación de empleo y el trabajo decente y restablecer la confianza de los donantes internacionales que han formulado objeciones en cuanto a la corrupción generalizada y a la incapacidad del Gobierno para llevar a cabo reformas políticas significativas.

 

¿Una burbuja a punto de estallar?

Antes de que la UE y EE.UU. vinieran al rescate, el Ministerio de Finanzas de Afganistán había revelado este año, en al menos dos ocasiones, que carecía de fondos para pagar los sueldos de los trabajadores de la administración pública, poniendo de relieve hasta qué punto el país depende de la ayuda extranjera.

Para hacer viable la economía, Woltersdorf señala que el nuevo Gobierno de Kabul debe aprovechar todas las oportunidades para que el país pueda ser autónomo.

“Los afganos, y el Gobierno afgano, tienen que ser plenamente conscientes de que el desarrollo de la economía que ha tenido lugar aquí en estos 13 últimos años, con unas extraordinarias tasas de crecimiento de hasta casi el 14%, no ha sido en realidad más que una burbuja económica”.

“La economía se vio en gran parte impulsada por la presencia y las necesidades de las tropas internacionales, las cuales generaron evidentemente cierta actividad comercial”, indica Woltersdorf.

Los observadores afganos e internacionales más críticos ya han advertido de que esta “burbuja” va a estallar, sobre todo dado que el actual mandato de la OTAN en Afganistán finaliza el 31 de diciembre de 2014.

Los informes publicados recientemente sobre los enormes recursos minerales sin explotar que existen en Afganistán, que se han convertido en símbolo de una prosperidad futura garantizada, tuvieron una gran repercusión mediática a nivel mundial.

Citando el Instituto Geológico de Estados Unidos, los medios de comunicación han afirmado que el país está asentado sobre unos vastos yacimientos minerales con una riqueza valorada en billones de dólares.

Pero los observadores aconsejan no depositar “esperanzas irrealistas” en este descubrimiento.

“Se trata de un mito peligroso. Va a resultar muy difícil extraer los minerales y eso no va a poder alimentar a Afganistán en el futuro cercano”, afirma Woltersdorf.

En su opinión, un enfoque más realista es acudir a las zonas rurales y asegurarse de que los campesinos puedan producir y empaquetar sus productos, como por ejemplo fruta fresca, frutos secos y especias como el azafrán, para proceder posteriormente a su exportación.

“Aproximadamente el 60% de la mano de obra está vinculada a la agricultura y a la ganadería, de manera que tenemos que ser realistas. Estamos hablando de una población en la que el 65% de los ciudadanos y ciudadanas son analfabetos”, sostiene.

Ali Baryal, representante de los trabajadores y empleados en 32 provincias de Afganistán, concuerda con este punto de vista.

“En estos momentos, en la provincia meridional de Kandahar, en la vecina Helmand y también en otras provincias, hay miles de hombres jóvenes desempleados que trabajan con los militantes por dinero, sin tener realmente ninguna afinidad ideológica con ellos”, declara Baryal.

Estima que, centrándose en la agricultura, Afganistán no sólo podría llegar a ser autónomo en lo que respecta a los alimentos y los recursos energéticos, sino que además podría frenar la oleada de hombres jóvenes desempleados que están poniendo en peligro la estabilidad del país al adherirse a grupos militantes sólo por dinero.

Y luego está también el problema de la corrupción. Afganistán sigue ocupando el antepenúltimo lugar en el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional,, por detrás de Somalia y Corea del Norte.

Los observadores consideran que la trayectoria de Afganistán, que ha pasado de ser un estado tribal muy descentralizado a convertirse en una frágil democracia, sigue estando en su fase inicial, y que a la nueva Administración Ahmadzai le va a resultar prácticamente imposible eludir la cultura profundamente arraigada de nepotismo y feudalismo que caracteriza a este país.

Pero el Presidente Ahmadzai ha prometido que la erradicación de la corrupción va a ser su objetivo principal.

“Sus últimos comentarios acerca de la erradicación de la corrupción y sobre la plena implementación de las leyes del país resultan sumamente alentadores”, afirma Baryal.

Pero que esto llegue a materializarse –y que suponga alguna diferencia para las vidas de los sufridos ciudadanos y ciudadanas afganos– todavía está por ver.

Este artículo ha sido traducido del inglés