Emerge una nueva vía para el movimiento sindical en Georgia

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Cuando nos acercamos a la Planta Zestafoni Ferroalloy, en el corazón industrial de Georgia occidental, las deterioradas oficinas ejecutivas de la sucursal local de Georgian American Alloys evocan la imagen de una planta producción de la era soviética, antaño poderosa, que se esfuerza hoy por obtener una cuota de mercado en la economía globalizada.

Con la ayuda de un rotulador y una pizarra blanca, el director de la compañía ucraniana, Vasyl Gerega, intenta demostrar el tipo de competencia a que se enfrenta su fábrica.

“Mis trabajadores no son productivos”, comenta Gerega a Equal Times. Explica que 450 trabajadores en una planta en EE.UU. producen al año una media de 100.000 toneladas métricas de silicomanganeso, una ferroaleación que se utiliza en la fabricación de productos de hierro y acero.

Sus 2.000 empleados georgianos producen apenas la mitad de esa cantidad en el mismo tiempo.

Así que cuando la discusión pasa a las diversas huelgas y acciones lanzadas por un sindicato independiente en los últimos cinco años, el director se precipita nuevamente a la pizarra.

Sólo que esta vez aduce que con un salario mensual de 750 laris georgianos (430 USD), los trabajadores de Georgia cobran el doble que sus colegas en Ucrania y, por lo tanto, no tienen de que quejarse.

“Los trabajadores nunca están satisfechos y exageran constantemente” afirma, antes de añadir: “Si no están contentos aquí, que se vayan a otro sitio”.

Estos comentarios ilustran el tipo de obstáculos con que se enfrenta el movimiento sindical georgiano, que lucha por superar una década del gobierno ultra-liberal liderado por Mikheil Saakashvili y por lograr el pleno reconocimiento de los derechos de los trabajadores, consagrados en los Convenios de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 64 de los cuales no hay sido aún ratificados por Georgia.

Desde que Giorgi Margvelashvili asumió la presidencia en noviembre de 2013, su tarea ha sido facilitada por una administración menos represiva y un código laboral mejorado.

Introducida el año pasado, la nueva legislación corrige muchas de las cuestiones que situaron a Georgia en la lista de control de países en situación de riesgo establecida por la Confederación Sindical Internacional (CSI), aunque todavía sigue quedándose corta respecto a lo que esperaban los sindicatos georgianos.

Entre las reivindicaciones que persisten figuran: la total ausencia de inspectores del trabajo; una frágil protección de la maternidad; restricciones al derecho de huelga; y diálogo social insuficiente.

“Pese a esas mejoras, muchos trabajadores siguen sin conocer sus derechos”, declara Kakha Machitidze, Presidente de la sectorial en Zestafoni del sindicato de trabajadores metalúrgicos, Georgian Trade Union of Metallurgy, Mining and Chemical Industry Workers.

Cuando él y otros trabajadores establecieron el sindicato en 2009, aplicaron la información y la capacitación impartida por la central sindical Georgian Trade Union Confederation (GTUC). Los organizadores hablaron con los trabajadores durante la pausa del almuerzo y después del trabajo, escuchando sus inquietudes y convenciéndolos de los beneficios de afiliarse a un sindicato. “Actuamos como en la película Norma Rae”, recuerda Machitidze sonriendo.

No resultó tarea fácil en un país donde, tras décadas de dominio soviético, los sindicatos generalmente se percibían como organizaciones al servicio de los intereses del Estado.

No obstante, Machitidze insiste en que la idea sedujo inicialmente a unos 800 trabajadores, defraudados repetidas veces por un “sindicato amarillo” con vínculos estrechos con la dirección. Pero después de que la compañía “amenazase con despidos” muchos se volvieron atrás y el sindicato cuenta actualmente con cerca de 500 miembros.

Aunque apenas representa a una cuarta parte de la mano de obra, el sindicato se enfrentó abiertamente con el propietario de la fábrica en numerosas ocasiones respecto a cuestiones como salarios, derechos de negociación colectiva, compensación de horas extraordinarias, áreas de descanso, agua potable y seguridad en el lugar de trabajo.

También organizó protestas, peticiones, campañas de prensa y una serie de huelgas exitosas que desembocarían en un convenio colectivo.

Como resultado de ello, se introdujeron algunas mejoras y los directores de la fábrica estaban orgullosos de enseñar a Equal Times la nueva cantina, una pequeña tienda de alimentación y la moderna sala de control.

Justo detrás de esa moderna fachada, la maquinaria oxidada que operan algunos de los empleados parece corroborar las alegaciones de un entorno de trabajo de alto riesgo.

Y pese a los incrementos salariales, los trabajadores entrevistados respondieron unánimemente que 750 lari al mes no bastan para hacer frente al costo de la vida.

 

Organización de los trabajadores

“Si quiere organizar a los trabajadores de un hotel, ¿cómo localizará a su primera persona de contacto?” pregunta Aaron Chappell, coordinador de la academia de organización de la CSI a un grupo de 20 voluntarios georgianos.

Uno de ellos responde: “Iría al hotel como un turista normal, y establecería un diálogo amistoso con el personal de limpieza”.

Esa respuesta hace que otro participante frunza el ceño cuestionando cómo se cubrirían esos gastos, dando lugar un intenso debate dentro del grupo.

El taller de tres días de duración, celebrado en la localidad costera de Kobuleti, organizado por la GTUC en cooperación con la CSI, pretende formar a la próxima generación de organizadores y espera emular los éxitos de la fábrica Zestafoni.

“Queremos establecer sindicatos de abajo arriba, con organizadores”, afirma Lasha Bliadze, director de administración de la GTUC. “Porque sin una organización apropiada, no seremos capaces de proteger a los trabajadores”.

La GTUC representa actualmente a 140.000 trabajadores y trabajadoras, pero apenas cuenta con 15 organizadores. La confederación quiere incrementar esa cifra hasta llegar a unos 70, para introducirse en sectores donde la tasa de afiliación es baja y no se respetan los derechos de los trabajadores.

Algunas de las empresas a las que se apunta pertenecen al sector bancario, hoteles y restaurantes, especialmente en la región autónoma de Adjara, con un turismo floreciente.

Nino Stambolishvili, una joven de 27 años empleada de una tienda de cosmética, afirma estar muy entusiasmada con la formación recibida y quiere ponerla en práctica cuanto antes en restaurantes de la ciudad donde reside, Batumi, la capital de Adjara.

“La gente que trabaja aquí tiene muchos problemas. No están bien pagados, no tienen contactos y muchas veces tienen que hacer horas extraordinarias no remuneradas”, comenta Nino.

“Utilizaré algunos de mis contactos para intentar organizar a los trabajadores”.

Otro participante, Tengiz Dvalishvili, es un organizador experimentado que participó en las huelgas en el sector ferroviario de Georgia el año pasado.

Indica no tener ningún conocimiento teórico sobre organización, pero el taller le hizo tomar conciencia de la necesidad de un enfoque más estructurado.

Vitali Giorgadze, presidente del sindicato del sector ferroviario Georgian Railway Workers New Trade Union (GRWNTU), atribuye a organizadores como Tengiz la afiliación de unos 5.000 nuevos miembros, de un total de 13.000 trabajadores ferroviarios en Georgia.

Pero pese a haber negociado con la dirección un convenio colectivo hace un año, Giorgadze se lamenta, “no han cumplido ni una sola de sus promesas”.

“Nuestra mayor prioridad ahora es afiliar a más trabajadores. Queremos llegar a todos en el trabajo, en sus hogares, en reuniones sociales. Además es necesario identificar líderes potenciales”.

El liderazgo, un componente clave de la sindicalización, es también explorado constantemente en el grupo Kobuleti por Emily Paulin, coordinadora de organización para el programa de la CSI sobre países en situación de riesgo. Piensa que algunos de los participantes tienen potencial para sindicalizar con éxito sus respectivos sectores.

“Trasladen esta experiencia al lugar de trabajo”, dice a los aspirantes a organizadores.

“Confío en que el equipo de organizadores de la GTUC contribuirá a difundir los derechos a otros georgianos”.

 

“Los sindicatos deberían concentrar sus actividades en otro sitio”

La idea de la organización parece no dar los mismos resultados para algunos miembros de la Trade Union Confederation of Adjara Autonomous Republic.

En un esfuerzo por llegar a los trabajadores/as de la hostelería en Batumi, se limitaron a ir a los lugares de trabajo distribuyendo panfletos donde se explicaban los derechos de los trabajadores y lo que el sindicato podía hacer por ellos.

No obtuvieron ni una sola respuesta.

Según Ilia Verdzadze, presidente del sindicato, “el problema en Adjara es que, al ser un destino turístico, hay muchos trabajadores temporales con contratos de duración determinada. Esto hace más difícil establecer una relación con ellos”.

Con 202 habitaciones, el Sheraton es el mayor hotel en Batumi. Emplea a más de 180 trabajadores permanentes durante todo el año, que ascienden a 250 durante la temporada de verano.

Pero la mayoría de los trabajadores temporales en verano son estudiantes, según el Director General turco, Omer Subasi.

Subasi no comprende la necesidad de un sindicato en su hotel, afirmando: “Todos mis empleados están contentos de trabajar aquí. Ofrecemos condiciones mucho mejores que otros establecimientos locales”.

Asevera que los trabajadores del Sheraton están bien pagados, reciben un seguro de salud y horas extra remuneradas, añadiendo: “los sindicatos deberían concentrar sus actividades en otro sitio”.

No obstante, a juzgar por la ambición del movimiento sindical georgiano y la próxima inauguración de grandes instalaciones turísticas como el hotel Batumi Hilton, ese escenario parece muy poco probable.