La policía keniana combate el terrorismo mientras lucha por un salario digno

El Cabo Mohammed Wehliye*, en un control situado a lo largo de la autovía Garissa-Nairobi, identifica a motoristas y pasajeros al noreste de Kenia, cerca de la frontera somalí.

Kenia está en alerta roja desde que el grupo terrorista Al Shabab atacó la Universidad de Garissa, el 2 de abril, asesinando brutalmente a 57 estudiantes.

Se trata del más sangriento atentado terrorista perpetrado en Kenia desde el bombardeo de la embajada estadounidense en Nairobi, en 1998, y el acto de violencia más visible de Al Shabab desde el atentado del centro comercial Westgate de Nairobi, en 2013.

Con su fusil G3 colgando del hombro, el Cabo Wehliye, que lleva al frente de este transitado puesto de control desde hace cinco años, hace gestos para que frenen los automóviles y buses que atraviesan Garissa y pide sus carnets de identidad a pasajeros y conductores.

Algunos extranjeros carecen de identificación pero, a cambio de un abultado soborno, mis colegas y yo miramos hacia otro lado y les dejamos entrar en el país”, admite con franqueza el Cabo Wehliye.

Padre de cuatro hijos, el Cabo Wehliye es uno entre muchos de los 40.000 agentes del Servicio Nacional de Policía de Kenia que confiesa verse obligado a aceptar sobornos porque no ganan lo suficiente para sobrevivir.

Como cabo (un rango inmediatamente superior al de agente) gana 36.000 chelines kenianos brutos (aproximadamente 400 USD), pero el salario que lleva casa es muy inferior, una vez deducidos los impuestos y la cuota de su préstamo personal.

Cuando le preguntamos si es consciente de que su modo de actuar puede perjudicar la seguridad nacional, responde:

“A veces tengo que ir en contra de lo que me dicta la conciencia para llevar un plato de comida a la mesa”.

Esta escalofriante actitud la comparte desde Nairobi el agente James Waweru*.
Recién casado, el agente Waweru trabaja en la Dirección de Investigación Criminal de la Comisaría Central de Nairobi.

“En los últimos años he tenido el privilegio de ocuparme de casos muy mediáticos que afectan a personas poderosas; sin embargo, cuando llego a casa por la noche, me doy cuenta de lo poco que se nos aprecia a los agentes de este país”, afirma Waweru.

Comparte una casa de chapa ondulada de dos habitaciones con dos jóvenes colegas de la comisaría.

Dice que no es fácil, incluso para el agente de policía más entregado y acérrimo patriota, resistir a la tentación de aceptar los cuantiosos sobornos con las pésimas condiciones de vida y de trabajo que padecen.

“Lo irónico es que nuestro trabajo es delicado por naturaleza y se nos confía la protección de toda la población del país y, a cambio, nos tratan como a ratas”, afirma Constable Waweru.

 

“Servir y sufrir”

La mayoría de los agentes de policía entrevistados por Equal Times se expresan en términos similares.

Se quejan de los bajos salarios, de sus viviendas deficientes y de las escasas prestaciones sociales, cuando las hay. Algo que se escucha con frecuencia, sobre todo en las redes sociales luego del atentado en Garissa, es que los agentes de policía están ahí para “servir y sufrir”.

“Nuestra jornada debería ser de ocho horas, pero trabajamos muchas más. No tenemos equipo adecuado, a pesar de que hay una presión cada vez mayor para que respondamos a cualquier nuevo incidente terrorista o criminal”, afirma Constable Waweru.

De media, un agente de policía keniano gana 27.000 chelines (aproximadamente 300 USD) al mes, antes de impuestos.

El salario medio de cualquier empleado típico, como por ejemplo de un banco o un funcionario de categoría media, ronda los 50.000 chelines (600 USD) al mes. Es lo que se consideraría un salario medio en Kenia.

Hasta hace poco, los policías kenianos carecían de seguro de salud, a pesar de las peligrosas condiciones en las que trabajan cada día.

Además, carecen de una vivienda adecuada y, la mayoría de los jóvenes agentes, sobre todo los solteros, se ven obligados a compartir casa con hasta tres agentes más.

“A la larga, estas condiciones acaban deshumanizándonos porque carecemos de privacidad. Poco a poco acabamos convencidos de que para el Estado no tenemos valor y que estamos solos”, afirma Constable Waweru.

El agente Wehliye afirma que resulta difícil ascender ya que las promociones se basan en el nepotismo y el favoritismo.

“Por muy diligente que seas en tus labores, tienes que “conocer” a alguien de arriba para que te apoye. Conozco a un colega que lleva 30 años como agente de policía, sin ningún ascenso”.

Teóricamente, Kenia ha establecido una ambiciosa reforma para modernizar sus servicios de policía, en el marco del programa Kenya Vision 2030, que tiene como objetivo transformar económicamente el país en una nación de ingresos medios, de aquí a 2030.

La Constitución, promulgada en 2010, también incluye las demandas de reformas estructurales y sociales del Servicio Nacional de Policía.

El programa de reformas cuenta con el respaldo del gobierno del Presidente Uhuru Kenyatta, elegido hace tres años con la promesa de mejorar la vida de los keniatas a través de, entre otras medidas, la creación de empleo y la disminución de la criminalidad.

Pero las instituciones de seguridad continúan en plena reestructuración para responder al mandato constitucional.

Para ello, ha sido necesario el establecimiento de nuevas instituciones que propicien el cambio.

Por ejemplo, se estableció la Comisión del Servicio Nacional de Policía, responsable de gestionar, regular y supervisar las reformas policiales en el país.

Pero las reformas previstas en la policía acumulan hoy enormes retrasos. Y los agentes de policía afirman que su moral se encuentra bajo mínimos, debido a la lentitud de las reformas.

“Esperábamos que el gobierno acelerara sus promesas de mejorar nuestro bienestar, pero no lo ha hecho”, afirma Constable Waweru. “Lo único que hacen es lanzar promesas ante los medios de comunicación”.

 

La guerra contra el terrorismo

Esta desilusión generalizada entre los agentes de policía obstaculiza, según los expertos, los renovados esfuerzos de Kenia por combatir a Al Shabaab.

“Se necesita con urgencia modernizar la policía, para que pueda cumplir la tarea de responder a la sofisticada naturaleza del crimen, de los criminales y de terrorismo”, afirma Casty Gatakaa Mbae, del instituto de análisis político, Kenya Institute for Public Policy and Research Analysis (Kippra).

En el rompedor estudio publicado por Kippra en 2013, The Achilles’ heel of police reforms in Kenya, (el talón de Aquiles de la reformas policiales en Kenia) los autores señalan que, 50 años después de su independencia, Kenia sigue luchando por reformar sus servicios policiales.

Entre los obstáculos que se lo impiden, el informe destaca, entre otros muchos, “la corrupción en sus bases, los asesinatos extrajudiciales, la limitada o la falta de profesionalidad, las viviendas deficientes, la falta de equipos modernos de lucha contra el crimen”.

La Dirección de Investigación Criminal, por ejemplo, carece incluso de un laboratorio forense desde el que investigar los crímenes sofisticados, a pesar de las repetidas promesas de que procurarían uno.

Por otra parte, la falta de vehículos de patrulla merma la capacidad de respuesta.

Los efectos de estas carencias —lentitud de respuesta y coordinación durante emergencias— quedaron patentes durante el ataque de Garissa, donde pudo verse en las imágenes, ampliamente difundidas, a agentes policiales de primera respuesta aparecer en la escena del atentado sin chalecos antibalas.

Informes de los servicios de inteligencia verificados independientemente por Equal Times revelan también que la corrupción, una falta de compromiso con el trabajo y la decadencia de la integridad profesional son factores que contribuyen al aumento del crimen y de los atentados terroristas en Kenia.

“La corrupción sistémica de las agencias de seguridad refrena a los kenianos patriotas de ofrecer voluntariamente información sobre sospechosos terroristas”, explicó a Equal Times Aden Dual, líder de la mayoría en la Asamblea Nacional.

Después del atentado, el gobierno keniano ha sido objeto de duras críticas que culminaron con la suspensión de nueve de altos funcionarios de seguridad.

El Ministro del Interior de Kenia, Joseph Nkaissery, declaró que dos de los funcionarios y siete de los altos funcionarios de la policía de Garissa parecían no haberse movilizado antes del atentado, a pesar de las advertencias de los servicios de inteligencia, y añadió que podrían incluso ser acusados de negligencia.

Un alto funcionario de la policía de Garissa corrobora las acusaciones de corrupción enraizada en las fuerzas de seguridad, y afirma que la mayoría de los agentes de las distintas unidades, incluida la Unidad de Policía Antiterrorista y el Departamento de Investigación Criminal son cómplices de aceptar sobornos.

“No sabemos en quién confiar dentro de nuestras unidades porque hay elementos que a cambio de dinero pasan clandestinamente información crucial a miembros de Al Shabaab”, nos dijo el alto cargo policial, con la condición de que preserváramos su anonimato.

 

Transformación

Sin embargo, no todo es desolación, según el Vicepresidente William Ruto.
En una entrevista concedida a Equal Times, insistía en que el gobierno está transformando el servicio nacional de policía en una fuerza moderna, eficiente y efectiva, equipada para enfrentar los diversos problemas de seguridad que posee Kenia.

Destaca la compra de 1.200 vehículos para la policía y la adquisición prevista de equipos de comunicación modernos, así como la contratación de más agentes de policía para solucionar el problema de falta de efectivos.

“El gobierno está intentando mejorar las condiciones de servicio del personal de seguridad del país”, afirmó.

Pero los agentes en activo están impacientes.

“El ritmo con que se aplican las reformas policiales es frustrante y no creo que haya voluntad política”, afirma Constable Waweru.

Simiyu Werunga, experto en seguridad y residente en Nairobi coincide:

“Hasta que los recursos humanos no estén debidamente satisfechos y las condiciones sociales de los funcionarios de policía no se aborden con la seriedad que merecen, el puzle de la inseguridad no se resolverá con facilidad”.