Ataques contra el periodismo

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“Ninguna noticia vale la vida de un periodista”.

Esta frase está guiando cada vez más el trabajo de las redacciones por todo el mundo. Los editores prohíben a sus reporteros ir a países donde el riesgo de asesinato y secuestro sea demasiado alto.

Se están abandonando investigaciones especiales sobre cuestiones de interés público por miedo a las represalias violentas.

La muerte se ha aceptado siempre como un riesgo profesional inevitable, pero los directores encargados de la asignación de periodistas consideran que la situación se les está escapando de las manos y que las precauciones de seguridad habituales ya no funcionan.

Periodistas muy curtidos y experimentados figuran entre los que han muerto recientemente estando de misión.

Los reporteros gráficos galardonados Tim Hetherington y Chris Hondros, asesinados en 2012 en Libia, así como la reportera estrella del Sunday Times Marie Colvin, que murió en un bombardeo en 2012 en Homs (Siria), habían cubierto decenas de conflictos.

Habían recibido los premios internacionales más prestigiosos. Conocían los riesgos y las dificultades de la profesión.

Su muerte resonó como una alarma que advertía que el “juego” se estaba convirtiendo en una ruleta rusa donde la experiencia, la entereza y el discernimiento ya no bastaban para sobrevivir en las zonas de guerra.

“Tenemos que preguntarnos siempre si el nivel de riesgo merece la pena para conseguir una noticia. Qué es bravura y que es bravata” – había reflexionado Colvin en un discurso pronunciado tres meses antes de su muerte.

En 2014, los reporteros James Foley y Steven Sotloff fueron decapitados por el Estado Islámico, el cual publicó en Internet el video de su ejecución.

Y después, el 7 de enero de 2015, varios terroristas atacaron la oficina de Charlie Hebdo en París, matando a 12 personas…

 

El derecho a saber y el derecho a informar

Estos vídeos espantosos y estos ataques brutales provocaron escalofríos a todos los niveles de la profesión.

Hasta hace pocos años, y salvo excepciones puntuales en Argelia o en Sierra Leona en la década de 1990, los periodistas habían podido cubrir escenas de guerra y aventurarse por territorios controlados por rebeldes, donde los combatientes los percibían como vehículos útiles para difundir su mensaje.

En cambio, ahora, los periodistas no son bienvenidos en la mayoría de las zonas de guerra. Los grupos radicales los perciben como espías o símbolos de Occidente. De hecho ya no necesitan la prensa, puesto que pueden recurrir a las redes sociales para enviar directamente sus mensajes a amigos y enemigos.

Los reporteros internacionales se han convertido en peones innecesarios en el tablero de ajedrez de la propaganda global.

En buena medida, los extremistas y los terroristas han ganado la partida. En numerosas redacciones de prensa se ha tomado la decisión de no enviar periodistas a las zonas del mundo donde bandas itinerantes de yihadistas, de paramilitares o de narco-terroristas estén al mando de los puestos de control.

Cada vez son más los periodistas autónomos que pasan a ocupar ese vacío informativo. Mal pagados y sin disponer de la protección adecuada, asumen a menudo riesgos excesivos para conseguir una noticia. “Menos apoyo, más peligro”, advierte Rob Mahoney, Director Adjunto del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés).

En el núcleo del sistema de recopilación de noticias mundiales hay cada vez más periodistas locales, y tienen que pagar un precio muy alto.

Así pues, año tras año, ya sean las guerras de la droga en México o los campos de exterminio del Congo oriental, el 87% de los periodistas asesinados en el mundo trabajaban para agencias locales.

Sin la posibilidad de abandonar el país, a no ser por la vía del exilio, pueden ser localizados rápidamente y convertirse en blanco fácil. En muchos países destrozados por el crimen o por conflictos entre comunidades, las amenazas de muerte transmiten una sensación de vulnerabilidad e impotencia.

La presión es tan intensa que muchos periodistas optan por recluirse en la autocensura, dejando el reportaje en manos de los denominados “periodistas ciudadanos” que todavía se atreven a ir a buscar las noticias y publicarlas en Internet, corriendo a menudo un riesgo personal considerable.

Un número creciente de personas asesinadas realizando “actos de periodismo” son estos “agentes de la información”, como los denomina el presentador de la BBC World Nik Gowing, que los considera como “los nuevos testigos de una crisis aguda en tiempo real”.

Sin embargo el asesinato no es la única forma de censura. Muchos periodistas son secuestrados y asesinados por militantes o criminales, pero también son sometidos a estricta vigilancia, censurados y encarcelados por los Gobiernos.

A finales de abril, el CPJ publicó su lista de 2015 de los 10 países del mundo con mayor censura. Eritrea y Corea del Norte encabezan la lista.

Para mantener su control sobre el poder, los regímenes represivos acosan, espían, amenazan y restringen el acceso a los periodistas.

Encarcelar periodistas sigue siendo un poderoso instrumento de intimidación: en diciembre de 2014 había 221 periodistas presos; China e Irán encabezan la lista de los países con más periodistas encarcelados en el mundo.

Estos regímenes también utilizan la ley y el dinero para recompensar o sancionar a los medios. Recurren a la difamación punitiva o a las leyes de desacato. Controlan – y si hace falta bloquean – la Internet y las redes sociales.

En los países donde los medios pertenecen a conglomerados enormes que dependen de contratos públicos concertados, los propietarios se transforman en representantes de la censura en nombre del Estado.

“Erdogan parece haberse dado cuenta de que ya no tiene que recurrir al encarcelamiento de periodistas”, escribe el columnista turco Yavuz Baydar.

“Hacer que los propietarios de los medios de comunicación sometidos declaren a determinados periodistas persona non grata y les impidan encontrar trabajo es un método ingenioso y mucho más eficaz para reprimir la libertad de prensa”.

Los países democráticos tampoco son completamente inocentes. Los Estados Unidos y la Unión Europea se enorgullecen de ser referentes en materia de libertad de prensa y, efectivamente, encabezan las clasificaciones internacionales.

Pero también han estado utilizando la lucha antiterrorista como pretexto para establecer unos sistemas inquisitivos de vigilancia masivos que rastrean las filtraciones y ponen en peligro la confidencialidad de las fuentes de información de los periodistas.

La presión sobre el periodismo no es una cuestión puramente periodística.

“No sólo está en juego la vida de los periodistas sino también la capacidad del público para saber lo que está sucediendo a su alrededor”, escribe la corresponsal de la CNN Christiane Amanpour en el prólogo del informe anual del CPJ, Attacks on the Press 2015.

En realidad el derecho y la capacidad para informar a escala global están siendo implacablemente cuestionados, privando a los ciudadanos de la información de interés público que necesitan para no perderse en un mundo cada vez más interconectado e interdependiente.

“Cuando el Gobierno de Pakistán reprime la cobertura mediática de sus operaciones militares y de inteligencia, cuando China censura los informes sobre seguridad alimentaria, y cuando Siria bloquea completamente el acceso de los reporteros internacionales, no están censurando únicamente dentro de sus propias fronteras nacionales”, advierte el Director del CPJ, Joel Simon, en su último libro sobre la censura The New Censorship.

“Están censurando noticias e información vital para el gran público en muchas partes del mundo. Sin una información adecuada, los ciudadanos del mundo están básicamente desamparados”.

El Día Mundial de la Libertad de Prensa celebra tanto el derecho de los ciudadanos a saber, como el derecho de los periodistas a informar.