Tailandia: manos ágiles, vidas precarias

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Nangloo, de cincuenta años, vende flores por la noche en Chiang Mai, la capital regional del norte de Tailandia. Como muchos otros y otras desplazados por la protección forestal y los esfuerzos para eliminar los refugios de los rebeldes y productores de opio, preferiría seguir viviendo en el campo.

Sin embargo, su vida se rige por la supervivencia.

“Es mejor vivir en la ciudad. En las montañas no tenemos tierra para cultivar. Si tuviéramos tierra en las montañas, preferiría vivir allí”, asegura Nangloo, que vive con otros miembros de la etnia lahu en el barrio pobre de Tha Sala.

Para las mujeres (en especial las de los pueblos de montaña en el pasado autosuficientes), la comercialización de las artesanías tradicionales constituye una de las opciones más accesibles de trabajo. Aún así, los precarios ingresos por pieza que obtienen de los bordados y otras artesanías apenas les alcanzan para hacer frente a la creciente monetización de la vida rural. Ahora todo cuesta dinero.

Los empleadores acuden al barrio de Tha Sala todos los días para recoger a los trabajadores que necesitan para sus obras y otros trabajos. Para las mujeres, los únicos trabajos disponibles consisten en preparar fruta y flores para vender al por mayor en la ciudad o en vender intrincados bordados tradicionales a un programa llamado el Proyecto Real.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) otorgó varias ayudas a la familia real tailandesa para las actividades que realiza a través del Proyecto Real. Sin embargo, la FAO también reconoció que las llamadas “tribus de las montañas”, como se las conoce en Tailandia [nota del editor: se trata de un término con el que se denomina a las etnias tribales que migraron desde China y Tíbet a lo largo de los últimos siglos], carecían de algunos derechos fundamentales y no estaban ‘preparadas’ para los entornos urbanos a los que huyeron en busca de una vida mejor.

Marting Chaisuiya, miembro de Thai-Lahu Christian Churches (una organización cristiana que ayuda al pueblo lahu a obtener documentos de identidad y otros servicios), asegura que la media de ingresos anuales que se obtienen en un pueblo se pueden alcanzar en una ciudad en menos de un mes.

Narong ‘Solomon’ Nananikhorn, también de la organización Thai-Lahu Christian Churches, afirma que “la conservación forestal y el aliciente monetario pueden derivar en el despojo de tierras. Así es como los habitantes de los pueblos se convierten en mano de obra para los ricos”.

Desde finales de la década de 1960, el programa real ha ayudado a integrar a las minorías étnicas rurales del norte de Tailandia a la economía nacional, encontrando mercados urbanos para sus productos. También cabe destacar un objetivo estratégico: el Instituto de Investigación y Desarrollo de las Regiones Montañosas del gobierno sostiene que las áreas montañosas “ofrecen escondites para los rebeldes y disidentes y a menudo se utilizaban para la producción de opio”.

La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito ha cooperado a fondo en estas iniciativas con el gobierno tailandés y la Fundación del Proyecto Real.

Como las actividades humanas están limitadas en las áreas forestales protegidas, muchos miembros de la etnia lahu se mudan a las tierras bajas en busca de trabajo.

La exposición a las novedades tecnológicas del mundo moderno, como los smartphones, también anima a los habitantes de las zonas rurales a buscar ingresos.

Nako, de 60 años, borda ropa y bolsos para el Proyecto Real. “La reina dice que puedo hacer mis propios diseños”, nos explica. Pero aunque lleva 10 años haciendo el mismo trabajo, nunca está segura de cuánto ganará por cada pieza.

Ella asegura que puede ganar alrededor de 20 EUR, pero completar una sola pieza puede llevarle hasta tres meses y el alquiler en el barrio cuesta alrededor de 80 EUR.

Su hijo adolescente va a un colegio cristiano para niños lahu que no se pueden permitir estudiar en la ciudad, pero si quisiera seguir formándose, su familia tendría que ahorrar para la matrícula. Los trabajos de subsistencia complementan los escasos salarios.

En Bangkloy, un pueblo de 550 habitantes de la etnia karen, un taller textil iniciado por la familia real ofrece trabajo a 28 mujeres.

Además de ser una de las “tribus de las montañas” de Tailandia, la etnia karen es famosa por sus bordados tradicionales, pero las mujeres que trabajan para el Proyecto Real afirman que no pueden vender por su cuenta los artículos que producen.

Algunas se sientan a la sombra y bordan en el exterior, utilizando las muestras que les han proporcionado.

Nawalat, de 31 años, explica a Equal Times: “Si trabajas para este centro, puedes obtener dos tipos de remuneración: 130 bahts (3,80 USD) al día o 140 bahts (4,15 USD) si eres un poco más experimentada. A las tejedoras les pagan por metro”. En Tailandia, el salario mínimo varía dependiendo de la provincia.

Las mujeres como Nawalat tienen pocas esperanzas de lograr la independencia económica. Según el vicealcalde del pueblo, en la zona no hay ningún empleador del sector privado.

Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), casi tres de cada cinco trabajadoras en Tailandia se encuentran en una situación laboral vulnerable, ya sea trabajando para miembros de su familia o por cuenta propia. La agricultura sigue siendo su principal fuente de sustento.

“Las mujeres jóvenes que no pueden encontrar trabajo después de acabar la escuela abandonan el pueblo y se mudan a la ciudad”, explica Nawalat. Según se ha comprobado, cuando están buscando mejores ingresos las mujeres y niños de las minorías étnicas son vulnerables a la trata de seres humanos.

La exportación de bordados tailandeses reporta alrededor de 66,7 millones USD anuales; aproximadamente el 13% de la producción se envía a Europa.

En un artículo sobre el trabajo feminizado, la investigadora Mary Beth Mills revela cómo “la paciencia, la destreza” y el respeto a la autoridad de las mujeres tailandesas ha convertido su trabajo en un artículo muy apreciado en el mercado internacional.

El gobierno tailandés ha intentado promover dicha imagen a la vez que fomentaba la ‘autosuficiencia’, una doctrina que en 2006 le valió al rey de Tailandia el Premio de las Naciones Unidas a la Contribución al Desarrollo Humano.

La autosuficiencia, también mediante la agricultura de subsistencia y las artesanías que se pagan por pieza, ha ayudado a mantener la tasa de desempleo de Tailandia por debajo del 1%, una de las más bajas del mundo.

Según la OIT, también ha otorgado a este país una de las tasas más altas del mundo de participación de la mujer en el mercado laboral. Sin embargo, muchas mujeres tailandesas siguen sufriendo una vida precaria debido a los salarios de subsistencia.

 

El programa Minority Realities in the News, financiado por la Unión Europea, pagó los gastos del viaje a Tailandia de Daiva Repečkaitė.