La crisis porcina en Francia: síntoma de la insostenibilidad del modelo agrícola

News

Bloqueos de carreteras, manifestaciones ante las prefecturas, plantes en supermercados: los agricultores franceses han dejado explotar su cólera este verano para protestar contra unos precios que consideran demasiado bajos.

Desde hace 30 años, la agricultura vive al ritmo que marcan las crisis cíclicas, sin que nadie cuestione el modelo industrial que prevalece desde 1945.

La crisis más reciente es la de los porcicultores bretones, que con sus movilizaciones intentan obtener un precio “decente” para su producción.

“Por menos de 1,40 EUR (1,57 USD) el kilo, el ganadero no obtiene beneficio alguno. La alimentación del animal, por si sola, supone ya un euro”, explica Yves-Hervé Mingam, responsable de Jóvenes agricultores de Costas de Armor, en Bretaña, al oeste de Francia.

La Bretaña representa el 60 % de la producción porcina francesa y las actividades conexas — ganadería, mataderos, transformación de la carne— generan más de 30.000 empleos en la región.

Dos de los principales compradores de la cadena —Cooperl, la principal cárnica de porcino de Francia y el grupo privado Bigard, uno de los líderes del mercado europeo de la carne— han decidido boicotear el mercado de cotizaciones de Plérin, cerca de Saint-Brieuc, donde se fijan dos veces por semana los precios de referencia para el conjunto de Francia. En consecuencia, la demanda baja y los precios se estancan por debajo de los 1,40 EUR.

La crisis porcina, como la de la ganadería en general, se explica en parte por el embargo europeo contra Rusia. En una entrevista con Equal Times, Christiane Lambert, Vicepresidenta de la poderosa federación productores agrícolas Fédération Nationale des Syndicats d’Exploitants Agricoles (FNSEA), revela que 750.000 toneladas de carne de cerdo han quedado sin salida.

Además, Francia se ha convertido en el aliviadero de los excedentes de Alemania y España —dos países que producen cada uno el doble de cerdos que Francia, a un coste inferior, “a causa de sus prácticas sociales y fiscales más ventajosas”, explica Christiane Lambert.

Francia no es el único país afectado en Europa.

Este verano, los productores de leche ingleses intensificaron sus protestas contra los precios demasiados bajos. Covocados por Farmers Union y Farmers for Action (FFA), organizaron “trolley dash” (carreras que ganan quienes antes llenan el carrito de la compra) con el fin de vaciar de leche las estanterías de los supermercados y donarla a organizaciones benéficas.

El malestar causa también estragos en España. El 10 de agosto, un convoy de más de 500 tractores desfiló en Galicia reclamando al gobierno una subida del precio de la leche.

 

¿Será lo “ecológico” la solución?

En un mercado mundial en el que volatilidad rima con desregulación —el fin de las cuotas lácteas en Europa, por ejemplo— las tres grandes zonas de producción del mundo —los Estados Unidos, Europa y Oceanía—, libran una guerra de precios sin cuartel.

El último índice publicado a principios de agosto por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) es tajante: en conjunto, los precios de los alimentos se sitúan en el nivel más bajo desde hace seis años.

Lo cual, aparentemente, no tiene consecuencias para el estado de la malnutrición en el mundo. Según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA), “795 millones de personas sufren de desnutrición crónica en el mundo. Eso significa que una de cada nueve personas no tiene alimentos suficientes”.

Según confiesa el propio ministro de Agricultura, Stéphane Le Foll, entre 22.000 y 25.000 productores franceses —es decir, el 10 % de los ganaderos y 40.000 empleos directos— están en jaque por la crisis de la ganadería.

Según datos del instituto nacional de estadística (INSEE), en Francia hay 515.000 explotaciones agrícolas, menos de la mitad que hace 20 años.

El INSEE señala además que “las más afectadas han sido las pequeñas y medianas estructuras, mientras que el número de grandes es superior al de 1988”.

Desde su granja en Cesson-Sévigné, cerca de Rennes, al oeste de Francia, Michel Priour, de 49 años, observa el fenómeno con filosofía: “Las crisis vuelven cada cinco años y no se hace nada para impedirlas. La gente de la FNSEA son liberales que no quieren que el Estado se entrometa en sus asuntos, pero son los primeros en llamar a su puerta cuando las cosas les van mal”.

Este hombre pequeño, enjuto y parco en palabras ha ido cambiando gradualmente hacia la producción de leche y carne ecológicas. Cría una cincuentena de vacas normandas, alimentadas en pastos. Aunque producen menos que las vacas nacidas de la investigación genética, su leche es de mejor calidad.

Los estudios demuestran que las vacas que se alimentan de pasto producen una leche más sana que las alimentadas con maíz y soja, lo habitual en las grandes explotaciones.

“Aquí he prohibido los pesticidas, no compro alimentos y evito en lo posible los antibióticos para curar a mis vacas”, explica Priour. “El problema es que los agricultores del sistema convencional se lanzan a invertir para reducir costes sociales y recurren al maíz y la soja para alimentar al ganado. Un robot de ordeño cuesta 150.000 EUR (169.000 USD), a lo que hay que sumar entre 8.000 EUR y 10.000 EUR (9.000 USD a 11.000 USD) en gastos de mantenimiento al año”.

Según Greenpeace,“en los países en desarrollo, la agricultura ecológica puede producir hasta un 80 % más por cada hectárea. Es la única que será capaz de aquí a 2050 de alimentar a toda la población mundial instalando, allí donde sea necesario, pequeñas granjas locales muy productivas”.

Una afirmación que hace sonreír a Christiane Lambert. “En Francia, sólo un 2,7 % de la carne de cerdo consumida es ecológica, porque cuesta muy cara”.

Desde hace cuatro años, las organizaciones agrupadas por la FNSEA trabajan en un “verdadero proyecto” de agricultura sostenible y preparan para Conferencia de París sobre el clima un catálogo de propuestas “concretas”.

“A los agricultores les afecta directamente todo lo relacionado con el clima porque son víctimas e implicados a un tiempo”. Explica Christiane Lambert. En el horizonte de los próximos 20 años, vislumbra unas explotaciones “más profesionales, de mayor tamaño y que recurrirán sobre todo a la tecnología. Lo cual supondrá iniciar un debate social serio”.

“La pregunta es otra”, le responde Michel Priour. “¡Si 7.000 millones de seres humanos consumen como los americanos y los europeos, será el fin! Es preciso educar a la gente a alimentarse de otra manera. No es necesario comer carne dos veces al día”.

 

This article has been translated from French.