Bélgica: sobrepasada por el fenómeno de la radicalización violenta

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El pequeño municipio de Molenbeek, ahora tristemente célebre por las redadas policiales destinadas a desmantelar las células terroristas vinculadas a los ataques de París, y sus residentes tienen dificultades para hacer frente a la atención y múltiples solicitudes de los medios de comunicación de todo el mundo de las que ahora son objeto.

Mientras que las fuerzas especiales registraban el número 47 de la calle Delaunoy en busca de Salah Abdeslam, sospechoso de participar en los atentados en París, los vecinos iban remolinándose alrededor de los periodistas de todo el mundo.

“Yo no me creo esta historia, ¿por qué un yihadista se escondería aquí? Se vive bien en Molenbeek, son los políticos los que quieren crear una mala imagen, no se preocupan de nosotros”, comentó a Equal Times una mujer de unos cuarenta años que se encaminaba a visitar una amiga en la calle en la que ahora se ha prohibido el paso.

Todos los vecinos se hacen eco del mismo comentario. Los más jóvenes muestran visiblemente su descontento contra los periodistas, los responsables públicos que, según ellos, al igual que los responsables políticos, manipulan la opinión pública y alimentan la islamofobia.

Malou, una vecina, conoce a Salah Abdeslam y, a su juicio, es “imposible” que este joven “amable y bien educado” pueda tener relación alguna con el islamismo violento. Sin embargo, su hermano Ibrahim se inmoló en la cafetería parisiense “Comptoir Voltaire” hiriendo a tres personas.

Su familia está convencida de que no tenía la intención de matar, “quizás haya sido el estrés”, ha afirmado a los medios.

 

Bélgica, país que encabeza la lista de los jóvenes que salen para combatir en Siria

El presunto autor intelectual de los atentados del 13 de noviembre, Abdelhamid Abaaoud, también es originario del municipio de Molenbeek. Combatiente de Daesh, Abaaoud forma parte de los aproximadamente 500 yihadistas belgas que se han marchado a Siria e Irak para alistarse en las filas del autodenominado Estado Islámico.

Bélgica es, proporcionalmente a su población, el país europeo del que sale el mayor número de combatientes extranjeros rumbo a ambos países.

Esta radicalización violenta, que suele conducir a los jóvenes yihadistas a combatir al lado del Estado Islámico, es un fenómeno relativamente nuevo cuyos pormenores todavía nadie entiende realmente.

En octubre, un grupo de trabajo de la ONU sobre los mercenarios viajó a Bélgica con la esperanza de descifrar mejor este fenómeno. Los expertos se reunieron allí con varios responsables políticos y religiosos, familias, asociaciones y trabajadores sociales. Sus conclusiones finales se publicarán en el primer semestre de 2016, pero al final de su estancia ya podían desprenderse algunas observaciones.

En una entrevista para Equal Times, Patricia Arias, jurista chilena y miembro del Grupo de Trabajo, admite que “el fenómeno es tan nuevo que estamos empezando a entenderlo, aún no podemos evaluar las políticas o medidas adoptadas, ya que existe solamente desde hace dos o tres años, y es un período muy corto para entender un fenómeno social”.

En el municipio bruselense de Schaerbeek, también afectado por el problema, la encargada de los proyectos sobre la radicalización violenta (que desea permanecer en el anonimato) confirmó que “las constataciones realizadas sobre el terreno apenas son suficientes para establecer una tipología” de los motivos que llevan a estos jóvenes a decidirse a alistarse como combatientes.

Sin embargo, existen varios factores, los cuales pueden ir desde “la necesidad de emociones” hasta la búsqueda de vínculos sociales, o debido a las injusticias percibidas. También puede deberse a la adhesión a grupos radicales, así como a catalizadores tales como un trauma, la muerte de un familiar, un miembro de la familia ya radicalizado, o un evento internacional que “pueden empujar a la persona en este sentido” explica.

Admite que “en general, se trata más bien de personas que experimentan inicialmente sentimientos de frustración y descontento con ciertos aspectos de su vida, de la sociedad y/o las políticas. La frustración es un elemento activador importante”.

Sin embargo, contrariamente a la creencia popular, los estudios han demostrado que “las personas que se marchan a combatir provienen de categorías socioeconómicas más favorecidas que la media”. De hecho, una persona de la que su familia dependa económicamente tiene menos probabilidades de adherirse a grupos yihadistas. El mismo estudio ha demostrado que las personas que optan la por radicalización violenta tienen un mayor nivel de estudios, agrega nuestra interlocutora.

Tras el estudio preliminar, aún resulta difícil para el grupo de trabajo de la ONU esbozar un perfil típico de las “personas radicalizadas violentas”, ya que los motivos para viajar a Siria son diversos. Además de la necesidad de aventura, la búsqueda de aceptación, o creencias religiosas, con frecuencia se observan razones humanitarias y la voluntad de ayudar al pueblo sirio.

 

Carne de cañón

Esta fue la motivación que movió al hijo de Geraldine Henneghien, cuyo nombre prefiere no revelar. Se marchó a Siria a finales de 2013 y le anunciaron su muerte por un mensaje de texto en febrero de 2015.

Tras recibir su diploma del ciclo superior de enseñanza secundaria, y mientras decidía si iniciaba o no estudios superiores en terapia física, el joven trató de encontrar trabajo.

Rápidamente rechazado debido a sus pocas cualificaciones y, sospecha su madre, también a causa de su origen y de su nombre (su padre es marroquí), la fase de radicalización habría germinado en ese momento.

Por un lado “se sintió realmente discriminado a causa de su origen marroquí, en la escuela y cuando quiso buscar trabajo”. Por otro lado veía las matanzas en Siria. “Necesitaba hacerse un sitio en la sociedad, no sentirse rechazado”.

“No nos dimos cuenta de nada hasta dos semanas antes de su partida”, afirma Geraldine, quien alertó inmediatamente a la policía para evitar que su hijo saliera del país. “No pudieron hacer nada porque era mayor de edad”.

Una vez en Siria, todas sus comunicaciones eran controladas y observadas de cerca por responsables de Daesh. “Teníamos derecho a hablar solamente de dos temas: conmigo y su hermana hablaba de la familia, saber cómo estábamos. Con su padre hablaba más bien para criticarnos porque no éramos buenos musulmanes y decirnos que nos uniéramos al Estado Islámico”.

Sin embargo, un día Geraldine recibió una llamada de su hijo que le devolvió la esperanza: "Mamá, si quiero regresar, ¿podrías comprarme un billete de avión? Pero si vuelvo a Bélgica, ya sabes que me mandan a la cárcel”. Su madre le prometió un billete de avión para el lugar que él eligiera. No obstante, la esperanza fue breve.

“Unas horas más tarde, me volvió a llamar para decirme que finalmente todo estaba bien y que se quedaría allí, ya había sido influido por los hombres de Daesh”. Para Geraldine, alistarse en las filas de Daesh tiene un enfoque sectario. Si algunos jóvenes van allí rebosantes de ideales, en realidad se encuentran rápidamente atrapados en una estructura mafiosa y peligrosa, especialmente en el caso de jóvenes que crecieron en el mundo occidental y generalmente carecen de entrenamiento o experiencia militar.

“Nuestros hijos son utilizados allí como carne de cañón”, concluye Geraldine.

La muerte de su hijo le fue fríamente anunciada por un mensaje de texto, probablemente de parte de responsables del Estado Islámico. Nueve meses más tarde, sin cuerpo y sin entierro, no logra llorar la muerte de su hijo.

Creó una asociación con otros padres, Aux parents concernés, que trata de posicionarse como interlocutor privilegiado de las autoridades para defender la causa de las familias, pero también para sensibilizar a las escuelas y ciertos barrios. Sin embargo, la colaboración de las autoridades no satisface ni a las familias ni a los expertos en el tema.

Efectivamente, se ha creado una línea telefónica directa, pero no es realmente funcional, nos comenta Geraldine, algo que también lamenta Fabrice de Kerchove, gerente de proyecto de la Fundación Rey Balduino, que trabaja principalmente en dar apoyo a las familias afectadas por la radicalización violenta y la partida de sus hijos.

Otro delicado problema en torno a esta cuestión es el regreso de estos “combatientes extranjeros”.

Si para las familias de los “que regresan” no siempre es fácil aceptar que sus hijos, esposos o padres deban ser encarcelados después de que ya han asumido el riesgo de huir de Daesh, para los sociólogos y los juristas la cuestión es aún más delicada.

Fabrice de Kerchove estima que es necesario “cambiar la programación mental” de los jóvenes que vuelven, porque si algunos se sienten “desconectados” de estas ideas, no necesariamente se han “desrradicalizado”.

“Es preciso lograr un equilibrio entre las consideraciones de seguridad y el bienestar mental. A menudo basta con ser sospechoso de terrorismo para ser enviado en detención preventiva, lo que puede incrementar aún más la radicalización. Además, a menudo sienten una gran desconfianza hacia las instituciones y la sociedad, a la vez que están traumatizados por lo que vieron o hicieron, y su condición no mejora en la cárcel. Una jueza me dijo que estaba asustada por el deterioro de la salud mental de estos jóvenes arrepentidos. Sin embargo, también es preciso garantizar la seguridad de la sociedad”.

Una cuestión que también preocupa al grupo de trabajo de la ONU, una de cuyas recomendaciones clave para las autoridades belgas es la reintegración de los combatientes que vuelven de Siria.

El grupo constata, de hecho, “la ausencia de programas de reinserción y rehabilitación estructurados para los combatientes que vuelven” y no duda en recomendar el modelo danés Aarhus, un sistema de tutoría, pero que también es relativamente costoso.

Todo un reto en tiempos de austeridad y un posible repliegue en la seguridad tras los atentados en París de este año.

 

This article has been translated from French.