“No soy un contrabandista, soy un humanitario”

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El barrio de Basmane en Izmir, una ciudad de cerca de tres millones de habitantes situada en la costa mediterránea de Turquía, es un lugar curioso. Al compararlo con el resto de la ciudad, uno diría que está en otro mundo, sobre todo por la zona del paseo marítimo, bordeado de cafés y bares, a apenas diez minutos en coche.

En realidad se parece a la “pequeña Siria”, un minúsculo enclave árabe donde el idioma árabe compite por convertirse en la lengua franca y los sirios constituyen el grueso de una población no obstante transitoria. Esto se debe a que Basmane es un nodo clave de una ruta muy trillada para el contrabando de personas de Turquía a Grecia. Izmir es la principal ciudad más próxima a varias islas griegas, punto de entrada de la mayor parte de los migrantes que intentan llegar a Europa.

Basmane es también el lugar donde se celebró la reunión que mantuve en octubre con uno de los residentes más notables de la zona: Abu Rabih, un contrabandista de hombres y mujeres sirios, involucrado en un negocio de miles de millones de euros que este año ha conseguido trasladar a Europa a más de 900.000 migrantes y solicitantes de asilo, según la Organización Internacional para las Migraciones.

Abu Rabih rompe con la imagen del típico contrabandista. Lleva camisa blanca, chaqueta oscura y gafas sobre el cabello corto gris y exhibe una amplia sonrisa. Su aspecto es casi profesional. Esta imagen se ve reforzada por su comportamiento: un discurso alentador, con voz suave y alegre, sobre la mayor crisis de refugiados que se ha producido desde la Segunda Guerra Mundial.

“Es vergonzoso que los líderes europeos permitan que los migrantes asuman riesgos que ponen en peligro su vida”, dice sentado a la mesa de un restaurante situado en una de las calles más concurridas de Basmane.

Abu Rabih se niega a reconocer que él tenga que asumir responsabilidad alguna y rechaza el término “contrabandista”, calificándose más bien de “humanitario”.

Cuando se le pregunta cómo justificaría el cobro de 1.200 USD a pasajeros individuales – una tarifa estándar en Izmir, que puede sin embargo variar en función de las temporadas – Abu Rabih se pone a la defensiva

“Yo he dejado viajar gratis a muchos sirios que no podían pagar ese precio”, subraya. “En octubre pagué por tres hermanas a quienes les habían robado el dinero cuando trataban de cruzar la frontera hacia Turquía”.

Abu Rabih explica a Equal Times que hay multitud de personas implicadas en esta pequeña industria floreciente, desde chóferes de autobús y traductores hasta contrabandistas y proveedores de lanchas hinchable más establecidos.

El papel de Abu Rabih es esencialmente el de un intermediario: él recauda el dinero de los migrantes y coordina su desplazamiento y alojamiento desde Izmir hasta una playa remota situada a cuatro horas de camino. Allí cargan a los migrantes en lanchas neumáticas con destino a la isla griega más próxima, Lesbos.

Aunque menos de 10 kilómetros separan Lesbos de Turquía continental, el trayecto puede ser peligroso, sobre todo si las embarcaciones con capacidad para transportar a 10 ó 15 personas van tres veces más cargadas, y en particular ahora, que el mar está muy embravecido debido a las condiciones meteorológicas. En lo que va de año aproximadamente 200 personas han fallecido intentando pasar de Turquía a Grecia, y más de 100 personas han desaparecido. Pero a pesar de los peligros, los migrantes siguen arriesgándose.

 

“La gente confía en mí”

Abu Rabih afirma que él sólo trabaja con contrabandistas turcos de confianza que no sobrecargan sus embarcaciones. Sostiene incluso que se desplaza hasta las playas para asegurarse de que sus clientes no se vean forzados a viajar en embarcaciones sobrecargadas. Sin embargo esta afirmación ha sido refutada por una migrante que dice que Abu Rabih no estaba en la playa durante su travesía frustrada. Dice además que los contrabandistas turcos que estaban en la playa sobrecargaron la embarcación pese a las promesas de Abu Rabih.

Por otra parte hay que decir que, después del calvario, el traficante sirio le devolvió el dinero a la mujer– algo que generalmente no puede darse por hecho en estas operaciones ilícitas de migrantes que se están llevando a cabo en Basmane, donde abundan los maleantes. Abu Rabih, que traducido del árabe significa “padre de Rabih” (nombre al que le tiene mucho aprecio, sobre todo desde la muerte de su hijo a principios de la Guerra Civil Siria), dice que la confianza es la clave de su negocio.

“La gente me contacta porque tengo reputación de honesto”, dice. “Confían en mí para que les guarde el dinero”, añade al tiempo que saca media docena de fajos de billetes de dólares, cada uno de ellos bien envuelto en plástico adherente. Dice que él es el garante financiero, y que sólo facilita los fondos a sus homólogos turcos cuando las travesías de los migrantes salen conforme a lo previsto.

Cuando el guardacostas griego o turco obliga a las embarcaciones a dar media vuelta, o – lo que suele suceder con más frecuencia – cuando no consiguen ponerse en marcha debido a un motor defectuoso o a una lancha dañada, Abu Rabih dice que él se ocupa de sus “clientes” en Izmir hasta que puedan reintentar emprender la travesía.

Esta afirmación resultó ser más sustancial, puesto que, poco después de pronunciar esas palabras, más de una docena de hombres, mujeres y niños se acercaron a nuestra mesa. Hablando en árabe con jerga siria, varios miembros del grupo informaron a Abu Rabih de que su embarcación había sido interceptada por un guardacostas turco y forzada a dar media vuelta. La embarcación fue probablemente localizada por las autoridades turcas después de que uno de los migrantes utilizara un teléfono que tenía el GPS activado, olvidando las advertencias previas de Abu Rabih.

“Les dije que no encendieran los teléfonos”, dice Abu Rabih sonriendo. “Pero bueno, no se preocupen. Siéntense en aquella mesa y pidan lo que quieran. Esta noche les meteré a todos en un autobús”.

No parece que esto sea un hecho inusual. A Abu Rabih no le preocupa y el jefe del restaurante, con quien mantiene una relación muy amistosa, está encantado de tener más clientes.

 

¿Altruismo o negocio?

No cabe duda de que al redistribuir parte de sus ganancias a la comunidad en la que opera, Abu Rabih consigue facilitar el proceso de negocio. Además de pagar las comidas, con los 200 USD que afirma embolsarse por cada 1.200 USD que cobra proporciona alojamiento local a los migrantes mientras coordina la disponibilidad de otra embarcación que pueda llevarlos a Europa.

No está realmente claro en qué medida se trata de altruismo y en qué medida es negocio inteligente: Abu Rabih se muestra abierto respecto al hecho de que, si no diera alojamiento a sus clientes, su presencia en las calles de Izmir podría contrariar a las autoridades – “y nadie quiere que eso suceda”.

También vale la pena señalar que se trata de una empresa tremendamente lucrativa, y que las personas involucradas en la operación de contrabando a Europa están obteniendo unos beneficios enormes a costa de individuos desesperados.

Únicamente a partir de la ruta de Izmir a Lesbos se generan cada semana millones de dólares, mientras que las cifras de refugiados que desembarcan en Izmir a diario se sitúan actualmente en cerca de 1.000 personas – lo que contrasta con el máximo alcanzado el 11 de septiembre de 2015, cuando en un sólo día llegaron 9.500 personas.

La franqueza con la que habla Abu Rabih sería sorprendente si no fuera por el hecho de que Basmane está lleno de paradojas. Hay decenas de tiendas donde se venden chalecos salvavidas, y al mismo tiempo hay una tienda de uniformes en la que se venden trajes de policía. A las puertas de diversos hoteles de categoría pueden verse vendedores ambulantes vendiendo silbatos, teléfonos, linternas y billeteras de plástico a los migrantes que están planeando embarcarse en una travesía a Europa.

La operación de contrabando es tan visible en Basmane que la policía, que cuenta por lo menos con una estación en la zona, no puede decir que no esté al corriente. Para entender por qué Turquía ha hecho relativamente poco a la hora de intentar contener la oleada de migrantes a Europa, no hay más que examinar las cifras: Turquía da actualmente acogida a más de dos millones de refugiados sirios, lo que le supone un coste de alrededor de 7.500 millones EUR, según el Primer Ministro Ahmet Davutoglu.

Pero parece ser que esto está cambiando desde el 28 de noviembre, fecha en que los líderes de Turquía y la Unión Europea firmaron un acuerdo para controlar el flujo de migrantes a Europa, a cambio de un paquete de ayudas de 3.000 millones EUR y una reducción en las restricciones impuestas para la obtención de un visado para los ciudadanos turcos que viajan a Europa. Al menos 1.300 solicitantes de asilo fueron arrestados tan sólo días después de la firma del acuerdo. Es prácticamente seguro que estas medidas enérgicas terminarán llegando también a los contrabandistas como Abu Rabih, pero es poco probable que consigan detener por completo las operaciones de contrabando. Mientras siga habiendo demanda, la oferta nunca está demasiado lejos.