Huida de Arabia Saudita: una trabajadora del hogar keniana víctima de malos tratos cuenta su historia

Iscah Achieng ha regresado a Kenya y se siente afortunada de estar viva. Tras ser liberada hace poco de sus empleadores abusivos en Arabia Saudita, cuenta una historia espeluznante de palizas, privación de comida, amenazas de muerte y acoso sexual. A pesar de su terrible experiencia durante 14 meses, Iscah ya está haciendo campaña a favor de otras trabajadoras del hogar de África y Asia que se encuentran en situaciones similares, o peores.

“Por un lado estoy contenta, pero por otro no”, cuenta a Equal Times por teléfono desde su casa y hace una pausa, embargada por una profunda emoción. “Porque todavía hay mujeres atrapadas allí. No tienen forma de volver a casa”.

Iscah, que tiene 23 años y emigró a Arabia Saudita en septiembre de 2014, fue puesta en libertad finalmente en noviembre de este año después de que la oficina africana de la Confederación Sindical Internacional International (CSI-África) pidiera su repatriación inmediata al escuchar su caso. Es solo uno de los nueve millones de extranjeros que se calcula que trabajan en este país del Golfo rico en petróleo y uno de los miles de trabajadores y trabajadoras migrantes que se sospecha que son víctimas de la trata de personas, el trabajo forzoso y las violaciones de derechos humanos en el país.

Aunque varios países como Indonesia han dejado de enviar a trabajadores a Arabia Saudita y otros países de Oriente Medio debido a la violación sistemática de los derechos de los trabajadores, un número cada vez mayor de países africanos como Kenya, que se enfrentan a una tasa de desempleo elevada, continúan haciéndolo. Arabia Saudita , que ha asumido la presidencia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, ha intentado negociar nuevos acuerdos bilaterales con gobiernos para garantizar el flujo de mano de obra.

Iscah fue enviada a Arabia Saudita en septiembre de 2014 por Cheruto Agency, una empresa keniana de selección de personal. Al llegar, una agencia local la envió a trabajar a una casa local. “Sin embargo, se negaban a pagarme y después me dieron una paliza. Por eso me fugué”, dice Iscah. “Y entonces amenazaron con matarme”.

“Fui a la policía [para denunciar el impago de salario] y me ayudaron a recuperar el dinero”, dice. “Se suponía que tenían que llevarme a mi agencia. Me obligaron a firmar un documento en árabe. Exigí que lo tradujeran pero se negaron”.

A partir de entonces, las cosas no hicieron más que empeorar. “Mi jefe me llevó a su casa. Me encerraron en una habitación con un aseo durante cinco días sin comida ni agua. Bebía el agua del aseo. Estaba menstruando y los hombres me insultaban. Me apuntaban a la cabeza con una pistola y me decían que tenía que volver a trabajar”.

Después Iscah fue vendida a otra pareja por 4.000 dólares. “No estaba de acuerdo pero no tenía otra opción”. Confiscaron su teléfono móvil y la mujer “solía amenazarme con ganchos de hierro o con un cuchillo”.

“Quería que trabajara cada vez más. Me levantaba a las 6 y trabajaba entre 18 y 20 horas al día. Siete días a la semana, ningún descanso”, dice Iscah. “Cuando pregunté cuándo me pagarían dijo que me costaría la vida”.

 
Ayuda en línea

Un sábado por la mañana en septiembre la empleadora de Iscah la atacó con un cuchillo de cocina. “Intentó apuñalarme pero me defendí y el cuchillo se cayó”. La hija de cinco años de la empleadora “vio cómo su madre y yo peleábamos. Dijo que se lo contaría al abuelo. La mujer tenía miedo de su suegro”.

La niña contó lo que había hecho su madre y afortunadamente la abuela de la casa “fue muy amable conmigo. Le dijo a su hijo que me devolviera el teléfono. Me compraron una tarjeta SIM. El hijo de 8 años me dio acceso a la conexión wifi, así que podía utilizar mi teléfono sin gastar saldo y comunicarme con mi madre. Había perdido la esperanza de conseguir ayuda pero mi madre me animó a no parar”.

Mientras buscaba ayuda en línea, Iscah se encontró con una página en Facebook de la Federación Internacional de Trabajadores del Hogar (FITH). “Luchaba por los derechos de los trabajadores y trabajadoras del hogar. Vi la foto de una señora india; su jefe le había cortado los brazos. Comenté que era inhumano, inaceptable. Decidí compartir mi historia. No esperaba conseguir ninguna ayuda porque había perdido la esperanza”.

Compartió un vídeo de sí misma, subido con el nombre de Ellen para proteger su identidad en ese momento.

Y entonces un rayo de esperanza. En la página de Facebook “Elizabeth me escribió un mensaje para preguntarme dónde estaba”. Elizabeth Tang, de la FITH, puso a Iscah en contacto con Marieke Koning, responsable política de la Confederación Sindical Internacional (CSI) en Bruselas. “Se mantuvieron en contacto conmigo para asegurarse de que estaba bien. Incluso solían llamarme para ayudarme a mantener la calma. Empecé a tener esperanza”.

“Recuerdo cuando Marieke me dijo que haría todo lo posible para ayudarme”, dice Iscah.

En una carta al ministro de Trabajo de Kenya, la CSI-África pidió la repatriación inmediata de Iscah, enumerando los supuestos malos tratos, como palizas, amenazas de muerte, acoso sexual, cautiverio, impago de salario e privación de comida.

Los críticos de las prácticas laborales saudíes culpan al sistema de kafala, una práctica en los países del Golfo en la que los empleadores patrocinan a todos los trabajadores extranjeros, lo que da un poder indebido a los empleadores y deja a los trabajadores migrantes expuestos a la explotación y los malos tratos.

“Se trata claramente de esclavitud moderna”, dice la carta de la CSI-África. “A medida que pasa el tiempo, las posibilidades de que siga sana y salva disminuyen y solo un esfuerzo oficial rápido puede ayudar a prevenir un destino nefasto evitable”.

El ministerio de Trabajo keniano, Cheruto Agency y la Embajada de Arabia Saudita no han contestado ni a las llamadas telefónicas ni a los correos electrónicos de Equal Times.

Sin embargo, la presión parece haber funcionado. Iscah dice que un domingo en noviembre el abuelo “me dijo que me pusiera ese vestido negro largo. Tenía miedo porque pensaba que quizá habían visto el vídeo. Cogí mi teléfono y me subí al coche. La persona que me recogió era un chico de 18 años de otra familia. Mi jefe no se encontraba en la ciudad en ese momento. Su mujer había salido de paseo”.

Dice que el chico la dejó en una oficina laboral del gobierno donde le dieron un teléfono para que hablara con un funcionario del ministerio de Trabajo saudí. “Dijo que le había llegado la información a través de Marieke, que le había escrito una carta. Me dijo que estaba a salvo”.

 
Falta de legislación

La Central Organisation of Trade Unions de Kenya, COTU-K, explica a Equal Times que la terrible experiencia de Iscah se debe a la “falta de una legislación clara que regule la operación y el registro de las muchas agencias de empleo falsas que han operado hasta ahora en el país”.

El año pasado, el gobierno keniano anunció sus planes de tomar medidas enérgicas contra las agencias de empleo fraudulentas con el objeto de poner fin a la explotación y el abuso generalizados de trabajadores migrantes kenianos en el Golfo.

“Solo cuando COTU-K planteó recientemente su inquietud por la proliferación de estas agencias, el gobierno anuló el registro de la mitad de ellas y formó una comisión para regularizar su registro”, dijo el portavoz de COTU-K, Adams Barasa, en una declaración.

Sin embargo, la historia de Iscah es solamente una de las muchas historias, con casos de desapariciones, muertes y ejecuciones.

“Iscah luchó valientemente por su libertad: buscó muchas maneras diferentes de enviar un SOS al mundo exterior”, dice Koning. “Su teléfono le salvó la vida. Sin él todavía estaría atrapada en una situación de esclavitud”.

“Como equipo sindical respondimos a su llamada. Era un riesgo, pero localizar a la persona correcta en el momento oportuno – garantizando así su puesta libertad inmediata y segura – fue un momento maravilloso y emotivo. Sin embargo, en estos momentos todavía hay miles de personas como Iscah que esperan ser rescatadas de la esclavitud y situaciones potencialmente mortales. Arabia Saudita y los países de origen tienen el poder de hacerlo”, dice Koning.

Koning señala que Arabia Saudita continúa alcanzando acuerdos bilaterales con Uganda, Mauritania y Nigeria para enviar trabajadores del hogar a los países del Golfo.

Mientras Iscah esperaba ser repatriada a Kenya en un centro de detención, vio a otras mujeres que se encontraban bajo protección en el centro. “Me dijeron que estaban allí desde hacía meses. Algunas incluso tienen niños. Algunas habían sido violadas, se quedaron embarazadas y todavía están allí. Algunas están afectadas psicológicamente, por lo que reciben tratamiento mientras esperan ayuda para volver a casa”.

“Las vi, deprimidas, algunas están locas. Pero al menos en los centros de detención tus necesidades de medicamentos y comida están cubiertas”.

En casa, Iscah, que quería ser periodista, dice que buscará trabajo en un hotel, “quizá como camarera”. Además, continuará su activismo.

“Quiero asistir a mis otras compañeras que se encuentran en el centro de detención. Quiero hablar con el gobierno keniano para ver cómo podemos ayudarlas a volver a casa. Solo les oigo hablar de ello, pero no veo que se apresuren a ayudarlas”.