Lejos de los suyos, un rohinyá lucha por la supervivencia de su pueblo

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A sus 35 años, Habiburahman ya ha experimentado la tortura, las redadas, la trata de personas, la humillación, la explotación como trabajador ilegal, la detención... pero su mayor desgracia sigue siendo el ser apátrida.

Al igual que 12 millones de personas, según datos del organismo de la ONU para los refugiados (ACNUR), Habiburahman nunca ha tenido una tarjeta de identificación.

Desde 1982, a su pueblo, los rohinyá (o ruaningás), una minoría musulmana de Birmania (N. de la R.: país también conocido como Myanmar), se le ha denegado su ser nacional.

En el mejor de los casos, se les desprecia. En el peor, los matan. Sus verdugos son predominantemente extremistas budistas.

Los rohinyá suelen ser considerados como una de las minorías más perseguidas en el mundo. El último episodio de violencia, iniciado en junio de 2012, provocó entre los rohinyá el desplazamiento interno de más de 140.000 personas, según Human Rights Watch.

El destino de Habiburahman está estrechamente ligado al de su pueblo. Si hoy vive relativamente libre en Australia, es a costa de enormes sacrificios. Sacrificios que narra en un libro, Nous les innommables, un tabou birman (Nosotros, los innombrables, un tabú birmano) co-escrito con Sophie Ansel, una periodista francesa.

Habiburahman explica: “A menudo analfabetas, los rohinyá raramente verbalizan su pasado, la opresión que han padecido. ¿Cómo conocer sus derechos, y la noción de derecho y justicia, cuando se han pasado la vida huyendo de las dictaduras, cuando solamente han aprendido a sobrevivir?” Sin embargo, gracias a este libro, consigue lo que más desea: dar visibilidad a un pueblo en peligro de desaparecer.

Desde niño, Habiburahman supo rápidamente que formaba parte de un grupo étnico rechazado. El acoso de sus compañeros en la escuela, la prohibición para él y los suyos de circular libremente, la prohibición absoluta de pronunciar la palabra “rohinyá”, la prohibición de participar en los partidos de fútbol, la extorsión por parte de las autoridades y los militares...

Su abuela le explicó: “Mira qué hermoso eres, hijito. Sin embargo, tu hermosa tez de ébano, Habib, es un insulto para los ignorantes y los racistas. A sus ojos, somos demasiado negros. Demasiado musulmanes. Demasiado negros”. Su padre le enseñó entonces la ley de toda minoría perseguida: hay que crear lazos de amistad, mostrarse solidario y siempre tener dinero suficiente para comprar su libertad a los policías corruptos.

Debido a ser un rohinyá, Habiburahman no podía aspirar a seguir estudios superiores.

Es por eso que a los 19 años decide dejar su familia y Arakan, su región, ahora escenario de violencias y cuyo acceso está prohibido a los periodistas y a las organizaciones no gubernamentales. Se fue para hacer estudios de electricidad, gracias a sus papeles falsos, pero esencialmente gracias a sus excelentes resultados académicos. Después de participar políticamente con su profesor y mentor que distribuía panfletos sobre la apropiación de los recursos del país por parte del ejército, fue detenido y tuvo que huir de su país. Pasa años en Tailandia y Malasia, donde es detenido una y otra vez.

Ya entonces, Habiburahman defendía los derechos de los suyos. Escribe en su libro: “Me encargo principalmente de escribir comunicados de prensa, de documentar los abusos contra los rohinyás en Malasia, de transmitir a los medios de comunicación y las organizaciones no gubernamentales la información recopilada”. Un testimonio para un reportaje británico denunciando la situación de sus compatriotas en Malasia, lo obligó a huir para salvar su vida.

 

¿El sueño australiano?

En diciembre de 2009 llegó a Australia, pero fue internado inmediatamente durante 32 meses en la Isla de Navidad y en Darwin, donde su salud mental se vio seriamente afectada. Masticando betel, una planta muy común en Birmania, Habiburahman recuerda esos meses de incertidumbre y depresión: “Fue horrible. Me encontraba completamente atrapado en un sistema opaco. Hice varias huelgas de hambre y sentadas en el techo del centro de detención, Incluso había planeado arrojarme contra las vallas eléctricas”.

Australia tiene una de las políticas migratorias más estrictas del mundo, regularmente denunciadas por organizaciones no gubernamentales como Amnistía Internacional. Se encuentran detenidos en territorio australiano más de 1800 migrantes y solicitantes de asilo, y alrededor de otras 1.500 personas más se encuentran en Nauru y Manus, Papúa Nueva Guinea, en espera de una decisión sobre su suerte. Una espera que puede durar varios años.

Habiburahman dispone ahora de un visado provisional y trabaja como intérprete y trabajador social en Melbourne, pero indica que le gustaría reanudar sus estudios si pudiera permitirse pagar la cuota de inscripción.

Asimismo fundó una asociación, la Australian Burmese Rohingya Organization (Organización australo-birmana de rohinyás), a la que pueden venir los rohinyás para hablar, beber un café o tomar cursos de inglés.

“En Melbourne hay alrededor de 500 rohinyás y un total de más de 2000 en Australia”, afirma este joven, que dedica todo su tiempo libre a ayudar a su pueblo.

Los ojos de Habiburahman brillan cuando asegura seguir creyendo en Aung San Suu Kyi. Sin embargo, la antigua Premio Nobel de la Paz ha mantenido un gran silencio en relación con las matanzas de los rohinyá.

“Todavía se encuentra en la oposición. Por ahora, no puede hacer nada. Cuando tenga el poder, podrá actuar. Es nuestra mejor esperanza, ya que nuestro Gobierno sabe mentir muy bien a las ONG y a la comunidad internacional”, la defiende Habiburahman

Dieciséis años después de haber dejado su país, Habiburahman afirma que las pesadillas lo despiertan constantemente por la noche, pero que, gracias a los contactos que conserva en el país, seguirá alertando a la opinión pública mundial sobre la difícil situación que viven los rohinyás

“Es mi pueblo. Mi familia, mis amigos están allí. Cada vez que los llamo por teléfono rompen en llanto. Esperan la muerte o huir por mar. Es una limpieza étnica”.

“Si usted pudiera verlo con sus propios ojos, no volvería a conciliar el sueño”.

“Quiero ver a mi gente vivir en paz en nuestras tierras ancestrales y que todos los refugiados puedan regresar”.

Sin embargo, como lo escribe en su libro: “El mundo no está preparado para conocer la verdad sobre un nuevo genocidio. ‘Genocidio’, esa palabra tabú que nadie quiere escuchar, ya que obliga a reaccionar. El genocidio no existe. Los rohinyás tampoco”.

 

This article has been translated from French.