La lucha por el trabajo decente en el sector de la confección en Kirguistán

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De las cerca de 200.000 personas que trabajan en la industria de la confección del Kirguistán, no son muchas las que están empleadas en fábricas como Larisa Fashions. Un moderno edificio de cinco plantas en la capital Bishkek, su espacio de trabajo luminoso y bien aireado refleja la calidad de las blusas y los vestidos que fabrica, esencialmente para la exportación a Rusia y Kazajstán.

En las paredes vemos los certificados de formación del personal, la temperatura del aire está controlada, el personal recibe comidas gratuitas y bonificaciones, y en las mesas de trabajo plantas y banderas de Kirguistán ocupan lugares preferentes. Larisa Popkova, propietaria de la fábrica, afirma que su prioridad principal son sus empleados. “Mi objetivo es que las personas puedan trabajar en excelentes condiciones. Nuestra plantilla está compuesta esencialmente por mujeres, madres con dos, tres o cuatro hijos. Es importante que tengan condiciones de trabajo decentes”.

Desgraciadamente, esto está lejos de ser la norma. La industria de la confección es el principal empleador de mano de obra femenina en Kirguistán, donde entre el 70 y el 90 por ciento de los trabajadores son mujeres. Pero a pesar del enorme auge de la industria –según cifras oficiales, las exportaciones de confección kirguisas registraron una tasa media de crecimiento del 29% entre 2001 y 2010– numerosos trabajadores y trabajadoras están condenados a empleos mal pagados y precarios en talleres informales, o a dedicarse a un trabajo a domicilio no regulado ni protegido.

En contraste con Larisa Fashions está la fábrica Primero de Mayo. Construida en 1928, este lúgubre edificio en el centro de Bishkek solía fabricar prendas de vestir para mujeres y niños de toda la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En un momento dado, formó parte de su plantilla de 2.000 empleados la renombrada “heroína del socialismo obrero”, que fuera designada como la obrera más productiva de toda la URSS entre 1981 y 1985. Hoy en día, los trabajadores y trabajadoras del textil trabajan igual de duro que sus predecesores, aunque las condiciones son marcadamente diferentes.

La fábrica Primero de Mayo ha sido dividida ahora en docenas de talleres informales poco iluminados y mal ventilados, donde los trabajadores ganan apenas 3.000-4.000 KGS [aproximadamente entre 45 y 60 USD] por semana –por debajo del costo de la vida–. El trabajo es muy exigente físicamente y depende de los pedidos, de manera que un pedido importante puede suponer jornadas de 16 horas, siete días a la semana. Por el contrario, si no hay pedidos, tampoco hay trabajo.

“Los talleres están así porque los arrendatarios [que son los jefes] no quieren invertir en el espacio de trabajo. Buscan obtener los máximos beneficios”, afirma la jefa de inspección técnica del Sindicato de la Industria Textil de la República de Kirguistán, Almash Zharkynbaeva.

Como inspectora del trabajo, su principal responsabilidad es supervisar el cumplimiento del código laboral de Kirguistán, particularmente en lo relativo a la salud y seguridad en el trabajo. “No se firman contratos de trabajo [en los talleres informales]. Los empleados trabajan de manera informal y no saben nada sobre las condiciones de empleo”, comenta a Equal Times. “No se tiene en cuenta su historial laboral, y no se realizan contribuciones a la seguridad social para los fondos de pensiones”.

 

Desigualdad de género

Según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, publicado en 2012, la desigualdad de género en Kirguistán está generalizada. “Una distribución no equitativa de recursos, normas y valores patriarcales, reducidas oportunidades de empleo para las mujeres, el cierre de guarderías, la eliminación de facilidades para el cuidado de niños y de instituciones de asistencia social, y un deterioro de los servicios médicos han exacerbado el problema”, indica el informe.

Este es el motivo por el que tantas mujeres trabajan en la industria de la confección. A pesar de las malas condiciones para la mayoría de los trabajadores, existen muy pocas alternativas. Pese a que Kirguistán tiene una tasa de desempleo oficial del 8,5%, las mujeres resultan desproporcionadamente afectadas por el desempleo y la informalidad.

Equal Times habló con una mujer que había seguido una formación como contable, pero ahora trabaja como costurera, a falta de otras alternativas de empleo. “Tengo tres hijos. Tenía que ganar dinero de alguna manera. Al principio tenía miedo, pero ahora estoy contenta, a pesar de que este es un trabajo muy duro”.

Pese a una tasa de crecimiento económica prevista del 4,2% para 2016, Kirguistán es uno de los países más pobres de entre las antiguas repúblicas soviéticas, y mejorar el nivel de protección social constituye una de las principales prioridades del Gobierno. La mano de obra femenina resulta particularmente vulnerable en Kirguistán –por ejemplo, el Convenio 183 de la OIT sobre protección de la maternidad no ha sido ratificado, de manera que cuando una mujer tiene un hijo generalmente implica que deja de percibir ingresos.

De hecho, no hay un piso de protección social en línea con las normas establecidas por el Convenio 102 de la OIT sobre seguridad social, la Recomendación 202 sobre los pisos de protección social o la Recomendación 204 sobre la formalización de la economía informal. El pasado mes de febrero tuvieron lugar una serie de reuniones técnicas de alto nivel en Bishkek con vistas al establecimiento de un marco para introducir las reformas necesarias, pero los cambios no tendrán lugar de la noche a la mañana.

Tras el colapso de la Unión Soviética a finales de 1991, también se hundiría su industria del textil y vestuario. De las 7.000 fábricas existentes anteriormente que producían prendas de vestir, telas, cuero, pieles e hilo, apenas quedaron 300 en pie. Muchos de los trabajadores y trabajadoras de la industria continuaron trabajando desde sus hogares – como resultado de lo cual, algunos observadores consideran que el reciente ‘renacimiento’ de la industria de la confección post-comunista (quedan muy pocas fábricas de textil; hoy en día la mayoría de las telas provienen de China) no es sino una ‘reorganización’ de la mano de obra.

Rysgul Babaeva, Presidenta del Sindicato de la Industria Textil de la República de Kirguistán, ha trabajado en la industria durante más de 30 años. Comenta a Equal Times: “En 2005, cuando nuestro Gobierno se dio cuenta de la magnitud de la industria de la confección, introdujo un sistema de patentes – un permiso operativo para los trabajadores autónomos, que es el estatus que tienen todos los trabajadores de la confección. La patente ofrece impuestos preferenciales, obligaciones fiscales reducidas y seguridad social. Pero aquí hay un problema que sólo los sindicatos han señalado: al pagar la mínima cantidad posible al fondo de la seguridad social, los trabajadores no están pensando en sus futuras pensiones. El componente de capitalización de los sistemas de pensiones es muy bajo”.

Un reciente estudio publicado por la Harvard Business School describe el complicado régimen fiscal de Kirguistán como un “obstáculo a la formalización” de la industria de la confección, debido a que el actual sistema favorece las micro y pequeñas empresas, desalentando el crecimiento empresarial.

Pero para mejorar los medios de subsistencia de todos los trabajadores de la confección en Kirguistán, Babeva afirma que hay una prioridad clave para su sindicato. “Tenemos que organizar”. Apenas unos 30.000 trabajadores de la confección están sindicalizados en el país. “Provienen de áreas rurales, no saben nada sobre los sindicatos. Pero nosotros les enseñamos: vamos a los talleres y distribuimos material, carteles, calendarios”.

Los no iniciados rápidamente ven más allá del diseño de los panfletos para darse cuenta de los beneficios tangibles de la pertenencia a un sindicato. “En las empresas donde hay sindicatos, se respeta el código laboral, incluyendo la Ley sobre Salud y Seguridad en el Trabajo. Pero sin sindicatos, los empleados no están protegidos”. Babeva reconoce que 30.000 trabajadores sindicalizados es apenas “una ínfima porción” de la membresía sindical potencial, “pero estamos trabajando en ello a diario”.

 

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