Caterpillar pone en peligro el futuro de miles de familias belgas

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En Gosselies, en la periferia de Charleroi, la imponente fábrica de maquinaria de obra Caterpillar parece estar funcionando al ralentí. Los trabajadores están allí, pero se niegan a retomar el trabajo. Varias excavadoras nuevas y resplandecientes bloquean una de las entradas.

A pocos metros de la fábrica se han erigido varias cruces para simbolizar el funeral de este emplazamiento industrial. En cada una de ellas, los empleados han inscrito la fecha de su entrada en Caterpillar y la del 2 de septiembre de 2016, día en que Mark Thomson, Director de Finanzas de la multinacional, se desplazó especialmente desde Illinois para anunciar el cierre de la fábrica.

Esta medida va a ocasionar el despido de más de 2.200 trabajadores de aquí a 2017. Si se suman los subcontratistas que dependen de Caterpillar, un total de entre 5.000 y 7.500 familias belgas se encuentran en peligro.

Está previsto trasladar la producción a otras plantas existentes, en particular a Grenoble, en Francia.

Diez días más tarde, en Gosselies, se sigue respirando una atmósfera sumamente cargada. Bajo un sol abrasador, varios trabajadores se han reunido delante de la fábrica, junto a un puesto de patatas fritas, mientras esperan y toman algo fresco, horas antes de la celebración de una asamblea general (AG) en la que votarán si se reincorporan, o no, al trabajo.

Un hombre grande y barbudo tiene dificultades para disimular su incomprensión: “Aquí realizábamos un trabajo de gran calidad. Esta decisión no tiene ninguna lógica económica”, se lamenta. Jean-Marc ya había sobrevivido a dos reestructuraciones en 2007 y sobre todo en 2013, cuando se suprimieron 1.600 puestos de trabajo.

Por aquel entonces, la dirección se había comprometido con las organizaciones sindicales a mantener la actividad hasta el año 2020.

“Yo creía que en Caterpillar era por lo menos un número. Pero en realidad no soy ni eso: no existo. Mi situación no es lo que me preocupa, puesto que ya me falta poco para jubilarme y recibiré una pensión anticipada. Pero ¿cómo se las van a arreglar los jóvenes? Nos dicen que vamos a encontrar trabajo, pero en Bélgica hay 400.000 personas en paro. ¡Es absolutamente necesario mantener la actividad, y es posible!”, afirma Jean-Marc.

Serge, del personal de mantenimiento, afiliado a la sección de trabajadores del metal de la Fédération générale du travail de Belgique (FGTB), terminó su turno de noche a las 6h42 de la mañana. Pese a la falta de sueño, ha querido estar presente. Lleva más de 20 años trabajando aquí. Su padre también estuvo empleado en la fábrica de 1976 a 1988.

Según él, “la noticia ha sido increíblemente fuerte. Los trabajadores hemos sido los últimos en recibir la información. Todo se decidió a nuestras espaldas”, se lamenta.

“Incluso en las asambleas generales, ningún miembro de la dirección viene a dar la cara, no tienen el valor. Lo mínimo sería que vinieran para tratar de tranquilizar a estas familias. Uno de mis compañeros tiene ocho hijos, y es el único que trabaja en la familia. Desde que se anunció el cierre, su mujer ya no le dirige la palabra. Van a producirse considerables tragedias en la región. Y los empleadores americanos se lavarán las manos”.

 

1.600 millones de dólares de beneficios

Por su parte, la dirección de Caterpillar justifica el cierre de la planta belga alegando unos costes demasiado elevados. Por lo visto es demasiado grande y tiene exceso de producción.

Inaugurada a mediados de los años 1960, Caterpillar Gosselies abarcaba hasta mediados de la década de 2000 un mercado que llegaba hasta África y Oriente Medio. Ahora sus clientes se ubican mayoritariamente en Europa y en América del Norte. Así pues, Gosselies está sufriendo desde hace varios años la caída de la demanda en el viejo continente.

Sin embargo, Caterpillar no muestra ningún indicio de ser una empresa a la deriva. La dirección anunció una caída de las ventas del 16 % durante el pasado trimestre, pero durante el año 2015 estas asciendieron no obstante a 47.000 millones de dólares. El beneficio operativo representa, por su parte, 3.250 millones de dólares. Desde el 1 de enero, las acciones han subido un 20 %, y a lo largo de los últimos cuatro años los beneficios han aumentado un 65 %. Esto representa 1.635 millones de dólares de beneficios distribuidos solo en el año 2014. Bill Gates obtuvo 30 millones...

Y aunque los accionistas se frotan las manos, las consecuencias sociales son graves. A parte de los despidos (en 1989 había 5.500 trabajadores empleados en Caterpillar Charleroi), estos últimos años las medidas de racionalización han repercutido directamente en el trabajo de los empleados.

Bernard, que a partir de ahora está jubilado, trabajaba en la línea de acabado de las escavadoras. Se acuerda de un episodio doloroso.

“En 2012, me obligaron a seguir una formación de una semana. La denominaban el Caterpillar Product System, un método procedente de Japón. Enseñarme a utilizar un aprieta-tuercas después de llevar 40 años ejerciendo mi profesión es, cuando menos, ofensivo. Justo encima de mi puesto de trabajo habían colocado un cordel. Cuando tenía que abandonar mi puesto para ir al baño, debía tirar del cordel para que mi jefe estuviera inmediatamente al corriente. Parecía que hubiésemos retrocedido a la época de la película Tiempos modernos de Charlot. Estas prácticas se fueron después extendiendo progresivamente al conjunto de las cadenas de producción. La dirección se había vuelto demasiado agresiva. Antes teníamos al menos tiempo para charlar unos minutos con algún compañero o para fumar un cigarrillo. Caterpillar era mi vida. La fábrica la hemos construido nosotros, los trabajadores. Ellos no han hecho más que destruirla”.

Confiesa haber llorado frente a su televisor el 2 de septiembre.

 

La industria europea en peligro

“Charleroi había aceptado llevar a cabo una recuperación de competitividad enorme, hasta el punto de llegar a ser tan competitivos como las fábricas de China o de Japón”, explica Benoît Gerits, Secretario Adjunto de IndustriAll, un sindicato internacional que defiende a los trabajadores y trabajadoras de los sectores minero, energético y manufacturero.

Por otra parte, Caterpillar se ha aprovechado durante mucho tiempo de la generosidad fiscal que Bélgica ofrece a las grandes empresas.

Gracias a los intereses teóricos, una conocida laguna fiscal, la sociedad americana habría podido eludir hasta 150 millones de euros en impuestos, según el Partido del Trabajo de Bélgica.

Y, más grave todavía, en su edición del 9 de septiembre, el periódico Le Soir revelaba que Caterpillar Belgium pertenecía a otra filial del grupo, cuya sede se encontraba en realidad en Suiza. Este montaje fiscal le permitía ocultar una gran parte del volumen de las ventas que realizaba en Bélgica.

Las autoridades políticas belgas parecen sentirse un poco indefensas ante esta nueva crisis social, en un país considerablemente afectado ya por varias deslocalizaciones que se han llevado a cabo estos últimos años.

A nivel de la Unión Europea, debería activarse el Fondo Europeo de Adaptación a la Globalización, que aporta una ayuda, especialmente en términos de formación o de reorientación profesional en caso de despidos colectivos masivos.

“Eso está muy bien, pero no son más que cuidados paliativos. Sólo se abordan los síntomas, no las causas. Cuando una empresa genera semejante drama social, hace falta una ley para poder expropiarla”, insiste Benoît Gerits.

“Sigue siendo posible y vital mantener una industria en Europa. Es necesario redefinir el papel del Banco Central Europeo, que cada mes distribuye 60.000 millones de euros en el mercado de bonos, alimentando únicamente la especulación. Deberíamos crear un fondo de inversión europeo dirigido a las industrias sostenibles”.

Mientras tanto, en Bélgica, los despidos colectivos se multiplican. Durante el verano de 2016, han provocado la futura supresión de 4.400 puestos de trabajo.

 

This article has been translated from French.