Las trabajadoras del sector textil de la India se rebelan contra la explotación

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La noticia sobre los 13 trabajadores que perdieron la vida en el incendio de una fábrica de chaquetas de cuero (a las afueras de Nueva Delhi) hace menos de dos semanas, ha vuelto a dirigir la atención del mundo entero sobre las terribles condiciones que soportan millones de trabajadores del sector textil en el subcontinente indio.

Pero en Bangalore, al sur de la India, las trabajadoras de la confección empiezan a tomar cartas en el asunto.

El 18 de abril de 2016, en lo que probablemente haya sido el ejemplo más destacado de esta creciente tendencia de defensa de los derechos individuales, la ciudad de Bangalore quedó totalmente paralizada. Entre una población de 9,5 millones de habitantes, miles de mujeres que trabajan en el sector de la confección bloquearon las principales arterias de la ciudad durante una manifestación espontánea.

En la periferia de la ciudad hay más de 1.200 fábricas operativas, donde el 90% de los 500.000 trabajadores son mujeres. Durante décadas, las mujeres de estas fábricas han estado trabajando en unas condiciones abusivas, ganando un salario mínimo de apenas 4.000 rupias (aproximadamente 60 USD) al mes. Pero en una ciudad repleta de trabajadores informáticos migrantes, sus dificultades han sido prácticamente ignoradas –hasta que las noticias sobre una enmienda a la normativa gubernamental relativa a los planes de fondos de previsión (que habría impedido que una gran parte de dichos fondos estuvieran a disposición de los trabajadores hasta que éstos no hubieran cumplido los 58 años) las incitaron a salir a la calle–.

En una ciudad donde el tráfico no es fluido, las manifestaciones no pasaron desapercibidas. No sólo el Gobierno se retractó en cuanto a los cambios propuestos, sino que la huelga hizo que los relatos de estas mujeres saltaran a primer plano.

“Las trabajadoras del textil dependen considerablemente de los fondos de previsión. La edad media de una trabajadora de la confección es de 35 años, y estas mujeres planifican su vida en torno a la posibilidad de retirar dinero de sus fondos de previsión para comprar un pequeño terreno a modo de inversión, para pagar los gastos de una boda en la familia o para afrontar alguna situación de emergencia. Tener que esperar varias décadas para recibir este dinero les parecía sumamente injusto”, dice GM Ratna, una ex trabajadora del sector textil, actualmente líder del Frente de las Trabajadoras del Textil (Garment Mahila Karmikara Munnade), una organización social centrada en los derechos de las mujeres trabajadoras del sector de la confección.

La manifestación de dos días fue histórica. Por vez primera, las mujeres que constituyen la columna vertebral de la multimillonaria industria textil, de la confección y del vestuario de la India se reunieron en grandes grupos para negociar sus derechos colectivos. No fue algo organizado ni planificado por uno de los sindicatos sino que fue una respuesta espontánea a un artículo sobre la nueva normativa en materia de fondos de previsión que apareció en un periódico local.

"Las tasas de desgaste en la industria de la confección son muy elevadas”, dice una mujer, miembro de una organización no gubernamental que trabaja en estrecha colaboración con las trabajadoras del sector textil y que prefiere permanecer en el anonimato. “Estas mujeres se trasladan de una fábrica a otra, muchas veces a cambio de un pequeño incremento salarial, o bien para liquidar su fondo de previsión y poder responder a alguna emergencia”.

La empleada de la ONG también explicó a Equal Times que, la mayoría de las veces, las familias de estas trabajadoras del sector textil dependen exclusivamente de los ingresos que obtienen estas mujeres. Los hombres no tienen trabajo, o tienen uno precario e inestable. Muchos son, además, alcohólicos.

Sakamma, que ha trabajado en el sector de la confección durante más de dos décadas, explica a Equal Times que, debido al problema de alcoholismo que tiene su marido, se vio obligada a aceptar este tipo de trabajo. “Yo tenía dos hijos que criar. No sabía nada sobre la confección de prendas de vestir. Lo único que sabía es que me encontraba ante la oportunidad de ganar algo de dinero”, dice.

Pero hacer dinero no fue en absoluto fácil para Sakamma. Su trabajo en la fábrica textil era muy intenso y estresante. “Si te retrasas diez minutos, te envían de vuelta a tu casa. Tampoco podemos beber suficiente agua porque los objetivos de producción son demasiado altos, así que no nos podemos permitir perder tiempo yendo al baño”, señala.

La mayoría de las mujeres con las que hablamos para redactar este artículo, incluida Sakamma, trabajan en fábricas que confeccionan prendas de vestir para marcas como H&M, JC Penny, Tommy Hilfiger e Inditex (Zara).

 

Una ocupación nada saludable

Un estudio sobre salud y seguridad laboral en el sector de la confección llevado a cabo por Cividep, una organización sin ánimo de lucro con sede en Bangalore, especializada en los derechos de los trabajadores y en la responsabilidad corporativa, concluye que las trabajadoras del sector textil de la ciudad padecen con frecuencia “enfermedades respiratorias, tuberculosis, problemas ergonómicos como dolores de espalda, problemas mentales como depresión y ansiedad, y problemas del sistema reproductivo como secreciones blancas, períodos irregulares y hemorragias”.

Los problemas de salud en el trabajo son también habituales entre los trabajadores de la industria de la confección de otras partes del mundo. Un estudio de diez años llevado a cabo en Fiji concluye que los trabajadores de este país sufren síndrome de fatiga laboral, dolores musculares, problemas de vejiga y de riñón, estrés y depresión.

A Sakamma se le diagnosticó un problema de corazón hace unos años, cuando tenía cuarenta años. “Le pregunté a la doctora que por qué me había sucedido eso, y me dijo que podía haber sido por el estrés y la tensión”, advierte.

“Los empleos en las fábricas textiles de Asia son muy estresantes e intensos”, dice Apoorva Kaiwar, secretaria regional para Asia meridional de IndustriALL, un sindicato mundial que representa a trabajadores de diversos sectores. “En muchos países en desarrollo, la gente suele aceptar cualquier trabajo que haya disponible. No es que vayan a escoger específicamente este tipo de trabajo”.

Otra trabajadora de la confección, Mahadevamma, de 40 años, dice que los objetivos de producción en las fábricas textiles son también muy arbitrarios. “No existe un límite respecto al número de prendas que esperan que yo termine. Un día puede ser veinte a la hora, y otro día puede ser cincuenta. Si voy despacio, me gritan. Y cuando me quejo, el supervisor me dice que si no quiero trabajar me puedo volver a mi casa”.

Gowramma, de 44, ha trabajado en fábricas textiles durante 15 años. “Los supervisores y directivos nos insultan sin ningún reparo, y todos ellos son hombres. Hay una habitación para mujeres cuando una no se siente bien o se encuentra muy cansada, pero con unos objetivos de producción tan altos –hoy 50 piezas, mañana 100–, ¿cómo vamos a permitirnos descansar? Y dado que todos los supervisores son hombres, no podemos ser abiertas con ellos, y explicarles que una mujer tiene la regla, por ejemplo, o algún otro problema”.

Según Rukmini, presidenta del sindicato Garment Labour Union (GLU), dirigido por mujeres, éste ha tenido que negociar con algunas fábricas para que proporcionen los servicios más básicos, como agua potable y ventiladores en los techos, cosas necesarias en una ciudad donde las temperaturas alcanzan fácilmente los 37ºC (98,6 F).

Hace unos años, Rukmini fue acosada por sus empleadores por tratar de organizar a las trabajadoras e informarles sobre sus derechos. “Cuando el acoso y la tortura no dieron los resultados que ellos esperaban, intentaron sobornarme ofreciéndome un puesto de supervisora. Pero yo me negué a ceder”, explica.

Tras varios años trabajando con otro sindicato que estaba dirigido por hombres, Rukmini creó el GLU, en el cual todos los puestos importantes están ocupados por mujeres –mujeres que estuvieron dispuestas a vender sus joyas para poder alquilar un local en el que ubicar la oficina del sindicato–. “Los trabajadores de la confección son mayoritariamente mujeres. El sector necesitaba un sindicato en el que las mujeres pudieran ser realmente escuchadas, así que hemos hecho los sacrificios necesarios para conseguirlo”, dice.

Cuando Equal Times se reunió con Rukmini en la oficina del GLU –una habitación pequeña y polvorienta en las afueras de la ciudad–, había una joven trabajadora del sector textil que padecía depresión y que estaba siendo atendida y asesorada por los dirigentes sindicales.

“No tengo ganas de seguir viviendo”, decía la mujer en presencia de un grupo de compañeros y compañeras de la misma fábrica que abarrotaban la habitación.

Más tarde, Rukmini declaró a Equal Times: “Las mujeres del sector de la confección no suelen recibir un buen trato por parte de los hombres, ni siquiera en su vida personal. Muchas jóvenes son utilizadas, convertidas en presas… porque no han recibido una buena educación y no disponen de sistemas de apoyo adecuados”.

 

Atención infantil y acoso

Hace poco, el GLU también puso en marcha una pequeña guardería para sus afiliados. Dado que las mujeres constituyen la mayor parte de los trabajadores, no es raro que en las fábricas textiles haya guarderías, aunque suelen tener limitaciones considerables.

“Una fábrica que emplea a 2.000 mujeres, por ejemplo, sólo tiene sitio para 50 niños. Además, la guardería carece de personal formado, y los responsables de la limpieza terminan haciendo las veces de cuidadores. Los niños no disponen de instalaciones sanitarias separadas, y a veces la zona no está ventilada ni limpia”, dice Rukmini.

Las guarderías siguen estando desatendidas a pesar de la muerte de un niño en 2011, en la guardería de la fábrica de Texport Creations, una unidad de manufactura de prendas de vestir situada en Bangalore que por aquel entonces producía prendas de vestir exclusivamente para la empresa estadounidense Gap.

Además de trabajar casi sin descanso para cumplir los objetivos de producción y atender a sus familias, las mujeres del sector de la confección también tienen que luchar contra el acoso sexual por parte de sus compañeros.

Según un informe publicado por la ONG con sede en el Reino Unido Sisters for Change, que lucha contra la violencia de género, y Munnade, un grupo local de mujeres de la comunidad, “una de cada siete mujeres que trabajan en las fábricas textiles de Bangalore ha sido forzada a realizar algún acto sexual o a mantener relaciones sexuales”.

El acoso sexual en la industria textil es habitual en toda Asia así como en otras regiones del mundo. Tal como lo expresa un informe de Better Work sobre abusos sexuales en la industria textil de Jordania, además de la desigualdad de género, “la intensa presión que se ejerce en el sector para que se cumplan los objetivos de producción puede dar lugar a prácticas disciplinarias abusivas en las instalaciones”.

Los sistemas de producción contemporáneos están haciendo que millones de trabajadores de la industria de la confección se vuelvan vulnerables a los abusos sistémicos, y además existe una sensación generalizada de injusticia.

“Cuando la producción se traslada a tu propio país y oyes hablar de las grandes marcas para las que producimos, las expectativas y la realidad no encajan”, dice Apoorva Kaiwar, de IndustriALL. “La mayoría de los trabajadores y trabajadoras de la confección saben que están trabajando para ricos mercados europeos, por lo que les resulta difícil comprender por qué les pagan tan poco y por qué tienen que trabajar en unas condiciones tan penosas”.