Donald Trump y el despertar del periodismo

La guerra está declarada y viva entre la nueva administración Trump y la prensa estadounidense. Esta confrontación era previsible. Incluso cuando el candidato Donald Trump disfrutaba de una cobertura desproporcionada por parte de las principales cadenas de televisión, obnubiladas únicamente por el índice de audiencia y el infotenimiento (una combinación de información y entretenimiento), el magnate no desperdiciaba una ocasión para practicar su política de denigración de los grandes medios de comunicación.

“Son unos deshonestos, unos maleantes”: calificativos de una rara violencia enunciados en varios de sus mensajes Twitter y en sus mítines electorales. No dudó en atacar directamente a los periodistas. Prohibió a representantes de las principales redacciones asegurar la cobertura de sus reuniones electorales.

Durante la transición continuó aplicando esta política de desprecio e irrespeto. La primera rueda de prensa del presidente electo, el 11 de enero, tuvo visos de capitulación por parte de los periodistas, que dejaron pasar sin reaccionar sus insultos contra Jim Acosta, de CNN.

Los primeros días de su presidencia tampoco fueron plato de buen gusto. No cabe duda de que la nueva administración no mostrará la menor clemencia hacia la prensa, uno de los poderes que no controla.

En este pulso contra la prensa, Donald Trump cuenta más con la hostilidad de su electorado hacia los medios de comunicación considerados “liberales” (de izquierda, en la jerga política estadounidense), que en su propia capacidad para dirigirse directamente al público en general.

Con más de 22 millones de abonados a su cuenta Twitter, Donald Trump es por sí solo un medio de comunicación. También puede contar con el magnate de los medios Rupert Murdoch, propietario del canal de emisión ininterrumpida de noticias de mayor audiencia, la Fox News, el diario sensacionalista New York Post y el Wall Street Journal. También le hace eco una miríada de sitios en Internet vinculados a la derecha populista y a la extrema derecha, la famosa Alt-Right.

No es mera coincidencia el hecho de que Stephen Bannon, antiguo director de Breitbart News, la “Pravda de la derecha dura”, sea ahora uno de sus asesores estratégicos en la Casa Blanca.

 

¿Qué hacer?

El fenómeno Trump ha provocado una onda de choque para la profesión. También para una parte de la opinión pública, que se ha dado cuenta del peligro. Tras el 8 de noviembre, diarios de referencia como el New York Times, pero también revistas como Vanity Fair, observaron un explosivo aumento en su número de abonados, al tiempo que llegaron numerosas donaciones a publicaciones alternativas como ProPublica, o el semanario de izquierda The Nation, así como al Comité para la protección de los periodistas (CPJ), que se ha visto en la tesitura de aplicar a la administración Trump criterios normalmente previstos para denunciar a los países autoritarios.

Sin embargo, el riesgo de una “normalización” es grande, en la medida en que muchos medios de comunicación temen provocar a una administración que será, durante cuatro años, una de las fuentes de noticias más importantes. También porque estos medios comerciales se muestran reticentes a ir a contra corriente de gran parte del público.

De hecho, la mayoría de los grandes medios de comunicación están a la defensiva. El fenómeno Trump ha demostrado que solamente habían cubierto de manera episódica y anecdótica al “otro EEUU”, el del Rust Belt o “cinturón de óxido”, o las zonas rurales, lejos de las grandes metrópolis cosmopolitas y abiertas al mundo, lejos de las tecnológicas Silicon Valley o Boston Tech.

Sin embargo, la “representación fiel de todos los componentes de la sociedad” fue una de las recomendaciones del famoso informe Hutchins sobre “una prensa libre y responsable”, el cual celebra este año su 70º aniversario y es la referencia obligada del periodismo de interés público.

No cabe duda de que parte de la prensa estadounidense ha extraído enseñanzas de esta campaña fuera de toda norma que ha hecho de un multimillonario el portavoz autoproclamado de los estadounidenses olvidados.

El Washington Post ha creado incluso dos nuevos cargos, grievance beat y urban-rural beat, destinados a cubrir la “política del resentimiento” y la creciente brecha abierta entre las regiones urbanas y rurales del país.

El reto, sin embargo, va más allá de este tipo de iniciativas editoriales. Consiste, particularmente, en la capacidad de recrear un verdadero periodismo progresista capaz de llegar incluso a las comunidades “olvidadas del telediario” que se sienten atraídas por el nacional-populismo de Donald Trump.

La historia de la prensa estadounidense tiene magníficos ejemplos de este periodismo popular consciente de su responsabilidad social, tales como Studs Terkel, que han dado obras de culto como Working y The Great Divide, de Donald Barlett y James Steele, galardonados en 1996 por su éxito de ventas America: Who stole the dream (¿Quién ha robado el sueño americano?), o Barbara Ehrenreich, que firmó en 1990 el gran reportaje Temor a la caída.

Estar a la escucha de las personas, de aquellas que no son celebridades ni líderes, vuelve a ser noticia. La respuesta también depende de la voluntad y la capacidad de la prensa estadounidense para desempeñar su papel de contrapoder, fiel a la Primera Enmienda de la Constitución.

Ante las informaciones falsas (fake news) y el conflicto de intereses de la administración Trump, el periodismo de verificación se hará más necesario que nunca, al igual que el periodismo de investigación.

Esta perspectiva implica casi inevitablemente un periodismo de confrontación. Este es el “momento Murrow”, escribe David Mindich en Columbia Journalism Review, es decir, el momento para inspirarse de Ed Murrow, el célebre presentador de CBS News, cuando decidió “tomar partido” y denunciar, en 1954, a Joe McCarthy y su caza de brujas.

La unidad de la profesión en torno a los principios fundamentales de la libertad y la independencia será de esencial importancia, ya que, a lo largo de su carrera, Donald Trump se ha mostrado vengativo con todos aquellos que lo critican. Sus primeras declaraciones como presidente no desmintieron su reputación. Muchos periodistas piensan que va a utilizar los poderes del Estado para impedirles cumplir con su misión de “guardián” de las instituciones.

Los retos son inmensos, porque la campaña electoral ha arrojado luz sobre la distorsión que padece el mundo estadounidense de los medios de comunicación, la comercialización a ultranza de la información audiovisual, el desmesurado énfasis en las emisiones que ensalzan la ignorancia y la agresión. También demostró que los círculos populistas se han asentado, con mucha mayor habilidad que los progresistas, en Internet y en las redes sociales para crear una ensordecedora “máquina de ruido”, como la denominó David Brock en 2004, capaz de imponer sus ideas y normas a una franja significativa de la población.

“La crisis de la democracia occidental es una crisis del periodismo”, advirtió el decano de los columnistas estadounidenses, Walter Lippmann, en su libro sobre la libertad y la noticia Liberty and The News. Estas palabras, escritas en 1920, son más oportunas que nunca. Una verdadera democracia no puede sobrevivir si los flujos de la información se encuentran contaminados, son desviados u obstaculizados por los gobernantes que supuestamente han de dar fundamento a su legitimidad, tal como lo proclama la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1774, sobre “el consentimiento de los gobernados”.

La democracia puede sobrevivir únicamente si los ciudadanos están convencidos de que la libertad de prensa no es el privilegio de una corporación, sino todo lo contrario, como escribe Michael Oreskes, de la National Public Radio, cuando se encuentra “al servicio de un público que tiene derecho a ser informado sobre la actuación de su gobierno”.

La democracia puede sobrevivir únicamente si los medios de comunicación disponen de los medios para cumplir su misión de información y vigilancia. Sin embargo, como señaló, a finales de noviembre, Ken Doctor, del Newspaper Guild, el sindicato de trabajadores de la prensa, “mientras que en la era Trump el público espera más información fiable, las salas de redacción se ven diezmadas” por drásticos planes de reestructuración.

Ha llegado la hora de restaurar todos los fundamentos de la profesión.

 

This article has been translated from French.