La universidad CEU y la libertad académica, nuevos ‘blancos’ del Gobierno de Hungría

La universidad CEU y la libertad académica, nuevos ‘blancos' del Gobierno de Hungría

Protests against Lex CEU, attacks on academic freedom and the current authoritarian tendencies, took place on 9 April 2017 in Budapest, Hungary.

(Beliczay László)

Después de la Segunda Guerra Mundial, el filósofo político húngaro István Bibó argumentó que existía una amenaza autoritaria cuando “tras un cataclismo o una ilusión” la causa de la nación se separaba de –y se consideraba una amenaza contra– la causa de la libertad.

El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, que ha descrito la crisis financiera mundial de 2008 como un cataclismo, definió en este sentido sus intenciones de construir un Estado-nación intolerante.

En un discurso de 2014, declaró que la nación húngara como comunidad tenía que organizarse, fortalecerse y desarrollarse no en torno a valores de liberalismo, sino adoptando un enfoque nacional particular para ser competitiva mundialmente. Esto exigía un poder estatal centralizado y una nación unificada.

En este sentido, gracias a la obtención por parte de la alianza de Orbán y el Fidesz-KDNP de una mayoría parlamentaria de dos tercios en las elecciones de 2010 y 2014, y con el pretexto de gobernar en función de “la voluntad general del pueblo”, los últimos siete años han dado lugar a una ‘captura del Estado’, que ha permitido que las instituciones públicas se utilicen para promover los intereses de grupos particulares en lugar de los intereses públicos.

Mediante el reemplazo del enfoque basado en el Estado de derecho por un enfoque basado en el gobierno autoritario, la coalición ejerce un mayor control de las instituciones, por ejemplo, el Banco Central, el Tribunal Constitucional, el poder judicial, los medios de comunicación e incluso la economía.

El Gobierno lo consiguió, principalmente, mediante un proceso de (re)definición de la identidad colectiva, enfrentando a los ‘verdaderos’ húngaros contra una serie de enemigos internos y externos.

Actualmente, Orbán arremete al menos contra tres de estos ‘enemigos’: refugiados, organizaciones no gubernamentales (ONG) y George Soros.

Con respecto al primer grupo, además del tratamiento inhumano que se da a los refugiados y migrantes, el Gobierno tiene un discurso agresivo contra la inmigración y en algunos puntos de la ‘consulta nacional’ en curso se confunde a los “inmigrantes” con “ilegales” y “terroristas”.

Con respecto al segundo grupo, Fidesz ha presentado un proyecto de ley en el parlamento que podría imponer medidas severas contra las ONG financiadas con fondos extranjeros, indicando que “ponen en peligro los intereses políticos y económicos… la soberanía y la seguridad nacional de Hungría”.

Por último, con respecto al tercer enemigo, el financiero y filántropo George Soros es considerado desde hace tiempo como el archienemigo ideológico de Orbán.

Orbán y sus medios de comunicación, que defendieron rápidamente a Trump tras las elecciones de noviembre, empezaron a atacar abiertamente la Central European University (CEU), una universidad fundada por Soros en 1991 con el objetivo inicial de educar a nuevos dirigentes regionales. Aunque la universidad no está controlada por Soros (está financiada con donaciones privadas y dirigida por una junta directiva), la CEU ha recibido sistemáticamente el nombre de “la Universidad Soros” por los medios controlados por Fidesz y el Gobierno, creando una conexión divagadora entre uno de los ‘enemigos’ del Estado-nación intolerante y la CEU.

De este modo, el ataque a la CEU se ha descrito como una medida “para proteger a la nación” en lugar de algo que pone en peligro la libertad académica.

La "Lex CEU"

El 28 de marzo se presentó una enmienda a la Ley nacional de educación superior en el parlamento húngaro, la cual se convirtió en ley el 10 de abril.

Esta ley ha pasado a conocerse como "Lex CEU" por la universidad a la que parece ir dirigida más directamente. La CEU goza de una doble entidad jurídica: una entidad norteamericana registrada en Nueva York y una entidad húngara, lo que le ha permitido ofrecer títulos reconocidos tanto en Hungría como en EEUU. La nueva ley se centra en el funcionamiento de la entidad norteamericana en Hungría.

Dos aspectos resultan particularmente preocupantes y la ley separa a la CEU de otras universidades extranjeras en Hungría. El primero es el requisito de que todas las universidades extranjeras mantengan un campus y ofrezcan títulos en la jurisdicción que las acredita. Para la CEU, esto implicaría abrir otro campus en Nueva York. El plazo es octubre de 2017, por lo que el cumplimiento es prácticamente imposible.

El otro aspecto es el requisito de que el trabajo de la universidad esté reglamentado a través de un acuerdo intergubernamental entre Hungría y el otro país de acreditación. El Gobierno ha argumentado hasta ahora que se trata de una cuestión técnica y jurídica, cuando en realidad es obviamente una cuestión política. El Gobierno está buscando la forma de controlar una Universidad que –a diferencia de las universidades públicas del país– ha conseguido mantenerse al margen de su intromisión.

Sin embargo, a pesar del deseo de Orbán de tratar con Trump directamente, el mensaje del Departamento de Estado de EEUU fue claro: “Es un asunto que tienen que resolver el Gobierno de Hungría y la CEU”.

Ha habido intentos torpes por parte del secretario de Educación de Hungría de retroceder y un grupo de parlamentarios está impugnando la ley en el Tribunal Constitucional, mientras que la propia CEU está explorando todas las vías jurídicas de recurso posibles.

La cuestión esencial no es si la CEU continuará existiendo. Sin duda lo hará. La cuestión es dónde. Ahora mismo nadie sabe cómo terminará este asunto. Según lo que hemos visto y oído de Orbán hasta ahora, en lo que respecta a las instituciones húngaras, me encuentro volviendo a las palabras de Antonio Gramsci: “Soy pesimista por la inteligencia, pero optimista por la voluntad”.

Más allá de las instituciones húngaras

¡Europa, Europa!” ha sido una consigna frecuente en las protestas de Budapest y no se puede negar que el enfoque que adopte la Unión Europea con respecto a la situación de Hungría la definirá tanto interna como externamente durante los próximos años.

Después de todo, ¿qué legitimidad tendría una “Europa con poder normativo” para que la UE difunda valores fundamentales, como derechos humanos, libertad, democracia y el Estado de derecho en todo el mundo si no se respetan dentro de la misma UE?

Más allá de las declaraciones contundentes sobre la Lex CEU, todavía no está claro qué medidas adoptará la UE, si es que las toma. Al expresar su apoyo a la CEU, el vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, dijo que se estaba realizando un análisis jurídico y que Hungría tendría dos semanas para cumplir el derecho de la UE. De no hacerlo, Hungría podría recibir una multa e incluso podría ser obligada a comparecer ante el Tribunal Europeo de Justicia.

En función de las conclusiones del análisis, el tema podría cobrar un mayor impulso en el Partido Popular Europeo (PPE), el partido de centro-derecha dominante en el Parlamento Europeo del cual Fidesz es miembro y que ha ofrecido un manto protector a Orbán en el ámbito de la UE.

A pesar de las preocupaciones expresadas por algunos de los miembros, el PPE todavía no parece dispuesto a enfrentarse a Orbán y, por consiguiente, perder 12 votos en el Parlamento Europeo, pero el análisis de la Comisión y la presión pública en diferentes países de la UE podrían cambiar esto.

Lo que es más importante, ha habido tres acontecimientos positivos interrelacionados en las calles de Budapest. El primero es el colectivismo dentro de la CEU. El estudiantado, el profesorado y el personal no solo han salido de la torre de marfil, sino que han superado el individualismo académico, actuando colectivamente por la CEU, aprovechando la atención pública al mismo tiempo para poner de relieve otros ataques a la libertad académica, como en Rusia y Turquía.

Este colectivismo no implica una falta de criticismo; al contrario, como un alumno de la CEU explica: “No tenemos que defender la institución como un bloque que no se puede criticar [sino] nuestro derecho a seguir cuestionándola desde dentro, frente al antojo de un autócrata de cerrarla de un día para otro”. La CEU se ha unido para defender su derecho a seguir redefiniéndose como una institución académica, sin la injerencia del gobierno.

El segundo acontecimiento positivo es la solidaridad y el colectivismo más allá de la CEU. Hemos observado un flujo masivo de apoyo de académicos, intelectuales públicos, políticos y comunidades de todo el mundo, así como un número abrumador de manifestantes en las calles de Budapest, y charlas didácticas en universidades húngaras y debates abiertos sobre la autonomía académica y la democracia organizados por docentes de la Universidad Eötvös Loránd, a pesar de los intentos del rector de la universidad por disuadirlos.

Dados los riesgos, la solidaridad más notable ha sido precisamente la de los académicos, activistas y ciudadanos húngaros, lo que demuestra que el fin de la CEU no beneficiaría a nadie, especialmente si se tienen en cuenta la precariedad de los profesores y las condiciones deficientes en el sector húngaro de la educación en general.

De hecho, en Hungría esta lucha no tiene que ver únicamente con la libertad académica, sino también con el acceso a los conocimientos y la educación. La biblioteca de la CEU, la mayor biblioteca de habla inglesa de ciencias sociales y humanidades de la región, pone sus recursos a disposición de la comunidad académica en general, incluidos estudiantes, investigadores y docentes, los cuales no tendrían acceso a las publicaciones más recientes de otro modo.

Además, a través de sus becas generosas, la CEU ha proporcionado acceso a educación de categoría mundial a estudiantes de grupos minoritarios, como la población romaní y los refugiados, así como a estudiantes de la región que quizá no pueden cubrir las tasas elevadas en otras universidades. Algunos de los licenciados en la CEU se convierten en profesores en sus países de origen, incluidos profesores en las universidades más prominentes de Hungría.

El tercer y último aspecto optimista es la repolitización de la sociedad húngara. El gobierno autoritario, el control de los medios de comunicación y la disuasión del debate público ha dejado a la sociedad polarizada y despolitizada. Incluso la Lex CEU ha sido presentada como un asunto jurídico simple, eludiendo cualquier debate o consulta públicos.

A juzgar por las consignas y el tema de cada nueva protesta, lo que pasa en las calles de Budapest y otras ciudades más pequeñas va más allá de la CEU. Destacando el silenciamiento de los medios de comunicación, las ONG y las universidades, el desencanto con el Gobierno no democrático de Orbán quedó muy claro para las 70.000-80.000 personas presentes en la protesta del 9 de abril.

Si volvemos a la observación de Bibo, las universidades y las calles de Budapest se han convertido en lugares de lucha, donde los estudiantes, docentes y miles de manifestantes continúan oponiéndose a los intentos del Gobierno de separar la causa de la libertad de la causa de la nación al construir un Estado-nación intolerante. Aunque fracasen, la libertad académica y la democracia en Hungría no se hundirán de forma desapercibida.