Los cocaleros colombianos, entre la erradicación forzosa y la falta de alternativas

Los cocaleros colombianos, entre la erradicación forzosa y la falta de alternativas

Small coca farmers from Tumaco will not substitute their crops until the government concludes an agreement with each grower.

(Aitor Sáez)

Para llegar a su pequeña vereda desde la ciudad más cercana, Don José tarda cuatro horas remando en su canoa. Los narcotraficantes recorren el mismo trayecto en lancha rápida en menos de una hora. En Tumaco, la región con más narcocultivos de Colombia, los campesinos resisten ante la presión del Gobierno para erradicar sus plantaciones de coca, que se han disparado un 60% en los últimos dos años debido a la falta de alternativas.

“Estamos dispuestos a acogernos a la sustitución voluntaria de cultivos ilícitos, pero necesitamos compromiso del Estado, que hasta ahora nos ha olvidado”, afirma el cocalero José Hilton Ortiz sobre los planes del Gobierno de erradicar 50.000 hectáreas de coca este año, tal y como se pactó en los Acuerdos de Paz con las FARC.

Pese a la disposición de estos campesinos a reemplazar sus cultivos, el Ejército mantiene la erradicación forzosa. “Aterrizan en varios helicópteros, se bajan cincuenta antinarcóticos y en veinte minutos han arrasado la plantación”, explica Don José sobre una práctica que ha causado enfrentamientos: “Si uno alcanza a llegar, vuelan plomo que da miedo, al grito ‘¡Sois guerrilleros!’, ya estamos curados”. Este año ya se han erradicado 5.000 hectáreas, 424 en Tumaco. Mientras Equal Times realizaba las entrevistas, sobrevolaron la zona tres helicópteros en labores de reconocimiento.

“Nos dejaremos el pellejo para que no maten nuestras matas. No dejaremos que arrasen con nuestra cosecha sin darnos soluciones”, exclama uno de los raspachines (productores/recolectores de hoja de coca). La hoja de coca es el principal sustento para estas comunidades afrodescendientes del Pacífico sur colombiano.

Don José gana cuatro veces más con la coca que con otros cultivos como el plátano o el cacao. Con sus dos hectáreas de coca, que cosecha cada tres meses, ingresa 40 millones de pesos netos al año (unos 12.800 euros, 13.800 USD). Una plantación de plátano, en cambio, le daría anualmente poco más de 10 millones de pesos (unos 3.200 euros, 3.500 dólares).

Abandono y narcotráfico disparan la producción cocalera

Las sustanciosas ganancias junto a la falta de oportunidades para estos campesinos han disparado la siembra de coca, pese a la titánica inversión estadounidense desde 2000 a través del Plan Colombia para combatir el narcotráfico. Un informe del Departamento de Estado norteamericano documenta un aumento del 60% de la producción cocalera en los últimos dos años, hasta alcanzar el máximo histórico de 188.000 hectáreas. Colombia excede como primer productor mundial de cocaína a Perú y Bolivia juntos, que le siguen en esa lista.

EEUU advirtió a Colombia sobre un “dramático incremento” de plantaciones de coca que, según la Casa Blanca, alientan al narcotráfico. Pese a esas críticas a su vecino, el presidente boliviano Evo Morales aprobó a comienzos de marzo la ampliación de la superficie de cultivo legal de coca, que supone un 8,1% de los ingresos agrícolas del país andino.

En Colombia, el mismo Gobierno ha reconocido la magnitud del desafío para reemplazar el modelo cocalero. El director de la Agencia para la Sustitución de Cultivos Ilícitos, Eduardo Díaz, aseguró que el aumento de cultivos se debe a la falta de alternativas y que no retirar esos cultivos supone un riesgo para la paz.

La sustitución voluntaria se encuentra todavía en su fase inicial en todo el país. En Tumaco las negociaciones están lejos de dar resultados ante las reticencias de los campesinos. “No queremos intermediarios con ninguna institución. Siempre nos traicionan. Se han hecho acuerdos pero sólo de palabra, después nos traicionan”, reclama Don José ante la desconfianza hacia el Estado en una de las regiones más abandonadas del país. Así lo manifiesta a Equal Times el contralmirante Serrano, jefe militar de la Fuerza de Tarea contra el Narcotráfico ‘Poseidón’: “el incremento de cultivos ilícitos va de la mano de una falta de propuestas socioeconómicas que en Tumaco es de décadas”.

A ello se ha sumado el auge del comercio de drogas, especialmente con la llegada de grupos armados que han ocupado el espacio (tanto físico como de negocio) que abandonaron las FARC tras su inicio de desmovilización a mediados del pasado año.

“Desde la última fase del proceso de paz, las nuevas bandas ligadas al narcotráfico han vinculado a más campesinos, de forma que el negocio se siga sosteniendo. Cuánto más comercio, más producción”, explica a Equal Times Célimo Cortés, líder local de la comunidad afrodescendiente. Por Tumaco, conocida como ‘la Perla del Pacífico’, se exporta el 60% de la cocaína que sale de Colombia hacia Estados Unidos. Por los manglares costeños se puede llegar hasta Perú. La tupida vegetación facilita las condiciones para ocultarse: un oasis para el narco.

Los cocaleros son el primer eslabón de esa red y a la vez los más vulnerables. “Al desaparecer las FARC, que mal o bien nos protegían, ya se escuchan por otros lados grupos que van matando y uno no sabe las intenciones. Por eso estamos temblando, con nervios”, asegura Don José ante esa nueva amenaza. Tumaco sigue siendo una de las ciudades colombianas con mayor índice de violencia tras la firma de la paz.

Con la coca llegaron los problemas

Con la llegada de la semilla de coca a esta vereda de Santa Rosa hacia el año 2000 también vinieron los problemas. Don José advirtió a sus vecinos en la primera reunión sobre el asunto: “con la coca llega la guerrilla y luego los paracos (paramilitares)”, recuerda sus palabras. “Antes sobrevivíamos porque la mente de los viejos era vivir todos en el campo, pero ahora los jóvenes quieren que sus hijos salgan de aquí y darles unos estudios”, cuenta Manuel, otro recolector.

Por ahora sólo la coca garantiza un futuro digno a estas comunidades. Por eso durante años estos campesinos han resistido a la lucha del Estado por acabar con sus cultivos.

“Hace un par de años la erradicación era por fumigación aérea. El veneno que echaban mataba otras cosechas, ganado y provocaba enfermedades, alergias a la gente porque caía en el río y nosotros consumimos esa agua por la falta de acueductos”, recuerda Don José. Unas fumigaciones que varias ONG han denunciado por sus efectos nocivos sobre la población.

Los Acuerdos de Paz han conseguido amortiguar estas acciones, aunque se mantiene la erradicación forzosa. “Han firmado unos pactos con las FARC y ellos se van, pero nosotros nos quedamos con las mismas necesidades. El Gobierno siempre nos ha olvidado”, se queja Don José, quien advierte del peligro de violencia ante un fracaso en la implementación de la sustitución voluntaria de cultivos: “Si cumplen, yo mismo arranco mis matas, pero aquí nadie se va a dejar morir de hambre. El Gobierno acaba con un grupo revolucionario y empuja a crear otros”.

This article has been translated from Spanish.