¿Es posible una industria del atún sostenible?

¿Es posible una industria del atún sostenible?

Preventing the disappearance of tuna has become a herculean task for the international community, which has spent decades trying to regulate catches, in vain.

(Laura Villadiego)

Desconocido en buena parte de las mesas occidentales hasta hace sólo unas décadas, el atún se ha convertido hoy en día en uno de los pescados más consumidos en el mundo. El rápido incremento de la demanda ha puesto, sin embargo, a varias de las especies de atunes al borde de la extinción, y la sobrepesca amenaza una industria que cada año mueve 42.000 millones de dólares (unos 39.500 millones de euros), según la organización The Pew Charitable Trusts.

Evitar la desaparición de los atunes se ha convertido en una tarea hercúlea para la comunidad internacional, que lleva décadas intentando regular las capturas sin éxito.

En 2015, la organización medioambiental WWF alertó en un informe de que las poblaciones de escómbridos, un tipo de pez que abarca a los atunes (pero también a los verdeles), se habían reducido en un 74% entre 1970 y 2012. Según la Unión Internacional por la Conservación de la Naturaleza, la especie más afectada ha sido el Thunnus maccoyii (atún rojo del sur), que está en peligro crítico de extinción, mientras que el atún de aleta azul se encuentra en peligro de extinción. Dos especies más, el thunnus obesus (atún de ojo grande) y el orientalis (atún cimarrón), están en situación vulnerable, y otras dos se encuentran cercanas a estar amenazadas: el atún de aleta amarilla y el bonito del norte.

“La industria del atún es difícil de controlar porque todo pasa en alta mar”, asegura Anchalee Pipattanawattanakul, responsable de océanos para Greenpeace en el sureste asiático, quien explica que la falta de supervisión lleva a prácticas abusivas como la sobrepesca o las capturas indeseadas de otras especies marinas.

Los atunes son especies altamente migratorias que viajan miles de kilómetros a lo largo de su vida, lo que dificulta aún más la gestión de las reservas.

Para coordinar los esfuerzos internacionales, desde los años 60 se empezaron a negociar marcos regulatorios de gestión pesquera que desembocarían en las actuales Organizaciones Regionales de Ordenación Pesqueras [OROP], cinco de ellas especializadas en atunes.

“No es que el sistema [de las OROP] no funcione, sino que no funciona suficientemente rápido”, asegura Amanda Nickson, directora del equipo de conservación global del atún en The Pew Charitable Trusts. “Claramente lo que se necesita [en este momento] es acelerar una acción concreta para la regulación de los dispositivos de concentración de peces”.

Los dispositivos de concentración de peces (DCP, o FAD, según sus siglas en inglés) han sido al mismo tiempo la panacea para la industria y la sentencia de muerte para los atunes. Desde rudimentarias balsas flotantes a dispositivos sofisticados, los DCP son artefactos que crean falsos refugios para los peces y que permiten atrapar grandes cantidades de pescado fácilmente. Su alta productividad ha hecho que su uso crezca rápidamente. Sólo en 2013 se desplegaron entre 81.000 y 121.000 de estos dispositivos, un 14% más que en 2011, según datos de The Pew Charitable Trusts.

Actualmente, los DCP facilitan aproximadamente la mitad del total de las capturas de atunes y han sido uno de los principales factores del declive de las poblaciones mundiales (de atún). “El problema con los DCP no es que, necesariamente, sean malos en sí mismos pero [el resultado final depende] de las reglas sobre cómo y cuándo pueden ser utilizados”, continúa Nickson.

Otro de los principales problemas en la industria, apunta la responsable de océanos de Greenpeace, es el transbordo en alta mar, una práctica que permite que los grandes pesqueros descarguen su mercancía en pequeños barcos sin necesidad de volver a puerto y poder estar de este modo temporadas más largas en el mar.

Los barcos nodriza pueden pasar así varios años en alta mar sin tocar tierra y sin recibir ningún tipo de inspección por agentes independientes. “Debería estar prohibido porque es una gran laguna reglamentaria en medio del mar”, asegura Anchalee. Según ésta, los transbordos sólo deberían estar permitidos si están monitoreados por observadores independientes, una posición, sin embargo, “muy delicada porque está en un entorno hostil sin control externo”.

Trazabilidad: el nuevo esfuerzo por la sostenibilidad

Durante décadas, los esfuerzos en sostenibilidad se han centrado fundamentalmente en controlar las poblaciones de atunes para evitar que lleguen al borde de la extinción. Ahora, consumidores, medioambientalistas y medios de comunicación centran su atención en la responsabilidad de los gobiernos y empresas en la mejora de la trazabilidad.

“Si puedes trazar de dónde viene tu comida, entonces puedes entender si se ha capturado de forma legal, cuál ha sido la mano de obra empleada en el barco; puedes ofrecer confianza a tus clientes en el producto que están comprando”, asegura Darian McBain, directora de Desarrollo Sostenible de Thai Union, la principal empresa de atún enlatado del mundo, que se ha comprometido a que el 75% de su producción sea sostenible en 2020.

Thai Union está adaptando así su cadena de producción, asegura McBain, para cumplir los requisitos del Marine Stewardship Council (MSC), el principal sello del sector.

El uso de los sellos de sostenibilidad por parte de la industria se ha incrementado rápidamente durante los últimos años y sólo MSC tenía certificados más de 17.000 productos a finales de 2015.

“La industria se da cuenta ahora de que depende de océanos saludables. No tiene otra opción porque el atún no se puede criar en granjas”, asegura Anchalee. Sin embargo, grupos ecologistas como Greenpeace han alertado de que el control de las capturas del MSC no es suficientemente estricto y que aún permite pescar en zonas con reservas agotadas o usando sistemas que registran capturas accidentales. “Si las empresas de atún pueden conseguir la certificación MSC supondrá una mejora rápida en la gestión [sostenible] pero no querrá decir que se han solucionado todos los problemas. Eso llevará más tiempo”, añade Nickson.

La trazabilidad digital es otra de las estrategias que la industria está implementando para mejorar el control sobre la procedencia del atún que entra en su cadena de producción. Así, a diferencia del sistema tradicional basado en documentación en papel, la trazabilidad digital pretende convertir la información en datos electrónicos que puedan ser consultados en cualquier momento para saber de qué barco procede la materia prima y las condiciones en las que ha sido capturado el pescado. El sistema pretende ayudar a las empresas a identificar la materia prima obtenida de forma ilegal o que no ha sido debidamente registrada.

La situación límite de las poblaciones de atunes ha centrado buena parte de las críticas a la industria pesquera durante décadas. A esto se añaden las pésimas condiciones laborales del sector, que han empezado a destaparse durante los últimos años, especialmente en Tailandia, un país en el que la industria ha sido relacionada con el tráfico de personas y con condiciones análogas a la esclavitud.

“Hay dos problemas principales en la industria: la situación de las reservas y el trabajo esclavo. Pero la industria sólo se está centrado en solucionar lo primero”, asegura Anchalee.

Así, un informe reciente de la organización aseguraba que apenas se habían realizado estudios sobre el tráfico de personas empleado en la industria del atún a pesar de que hay claros indicios de ello. “Aunque se consiga un atún sostenible, seguirá siendo pescado por esclavos y tenemos que plantearnos si se puede llamar a eso sostenible”, concluye Anchalee.

This article has been translated from Spanish.