La derogación de la prohibición del "hiyab" en el baloncesto de EEUU, ¿abre la vía a otras victorias jurídicas?

La tan esperada resolución dictada recientemente por la máxima instancia judicial europea refuerza el derecho de los empleadores locales a prohibir que las mujeres lleven un pañuelo en la cabeza en sus puestos de trabajo, algo que muchos han interpretado como una respuesta decisiva a esta turbia cuestión que ha dividido durante años a empleadores, trabajadores y legisladores locales. Sí, dijo el tribunal, de conformidad con la legislación de la UE, los empleadores privados pueden prohibir el velo islámico en el marco de una política global de empresa contra el uso visible de símbolos religiosos.

La resolución fue recibida con notable decepción e incredulidad por las mujeres musulmanas, los defensores de los derechos humanos y las organizaciones que luchan contra el racismo. “Se trata de una tendencia verdaderamente preocupante. No es la dirección adecuada, y, de hecho, esta resolución implica que un mayor número de empresas podrán permitirse discriminar a los musulmanes”, dice Julie Pascoët, de la Red Europea contra el Racismo (ENAR, por sus siglas en inglés).

Del otro lado del Atlántico también se acaba de resolver hace poco un conflicto parecido, si bien con un resultado completamente distinto. El lugar de trabajo de esta mujer era una cancha de 28 metros de largo por 15 de ancho, y su empleador, la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA). Tras una lucha de varios años, esta decisión, dicen los expertos, ofrece un posible manual de estrategias, y también esperanza, para las musulmanas y los activistas europeos decididos a cuestionar la prohibición del velo en el lugar de trabajo.

Bilqis Abdul-Qaadir, jugadora estrella de la Universidad de Memphis, alcanzó el récord como máxima anotadora en el baloncesto de secundaria del estado de Massachusetts, y en 2014 decidió empezar a jugar a nivel profesional en el extranjero. Pero su sueño se desmoronó cuando supo que la Federación Internacional de Baloncesto tenía una norma de seguridad que impedía a los jugadores llevar cualquier tipo de indumentaria que pudiera provocar lesiones a ellos o a los demás jugadores –y al parecer la norma incluía el hiyab–.

Sintiéndose dividida entre su religión y su carrera, Abdul-Qaadir se planteó quitarse el pañuelo que había llevado durante los nueve años que estuvo jugando al baloncesto mientras cursaba sus estudios de secundaria y universitarios. “Pero luego pensé: ¿por qué voy a cambiar por esta gente que, para empezar, no quiere que esté ahí?”, declaró a Equal Times. “Lo que soy, mis creencias, la educación que he recibido y lo que amo es mi religión y la persona que soy como musulmana. No voy a abandonar todo eso por un partido de baloncesto”.

Brendan Schwab, director ejecutivo de la asociación mundial de jugadores World Players Association, que agrupa a 85.000 jugadores del deporte profesional y forma parte de la federación sindical internacional UNI Global Union, considera que Abdul-Qaadir no hubiera tenido que hacerlo.

“Estamos ante una cuestión fundamental de derechos humanos”, explica Schwab. “El propio concepto de que a una persona sólo se le permitiera acudir a una oficina para trabajar como abogada si se quitara el hiyab, sería algo inaceptable con arreglo al Derecho internacional en materia de derechos humanos y a las leyes de muchos países”.

Con la ayuda de varios grupos de defensa, organizaciones de derechos humanos y la World Players Association, Abdul-Qaadir consiguió que la FIBA, con sede en Suiza, anulara su prohibición en mayo, tras una persistente lucha de tres años librada desde múltiples frentes.

En lugar de ir por la vía jurídica, los grupos de defensa organizaron una amplia campaña pública centrada en el caso de Abdul-Qaadir. Se reunieron más de 130.000 firmas mediante una petición en línea para anular la prohibición de cubrirse la cabeza, y más de 30 estrellas del deporte firmaron una carta abierta, entre ellas la excampeona mundial de tenis Billie Jean King y la esgrimista Ibtihaj Muhammad, la primera mujer musulmana que representó a los Estados Unidos llevando el hiyab en los Juegos Olímpicos. También se publicó en un blog afiliado a la revista Time una editorial que Abdul-Qaadir redactó en colaboración con Shirzanan, una iniciativa mediática de promoción para empoderar a las mujeres musulmanas a través del deporte. Incluso LeBron James, probablemente el jugador de baloncesto más famoso del mundo, manifestó su apoyo en Twitter.

“Una cuestión de derechos humanos”

La FIBA no es la primera federación deportiva que flexibiliza sus reglas en materia de indumentaria. La Federación Internacional de Judo y la Federación Estadounidense de Halterofilia han llevado a cabo acciones parecidas, y la FIFA, el organismo rector del fútbol mundial, anuló una norma parecida en 2014 después de realizar una investigación exhaustiva que concluyó que los hiyabs no plantean ningún problema de seguridad.

Mara Gubuan, cofundadora de la organización Shirzanan, con sede en Nueva York, dice que su plan de acción para apoyar a Abdul-Qaadir se definió rápidamente después de que el grupo supiera que, poco antes de los Juegos Olímpicos de Río de 2016, se iba a examinar la prohibición provisional de llevar el velo islámico que la FIBA había impuesto durante dos años. “Nos dimos cuenta de cuán imperativa era la difusión de este hecho en los medios de comunicación para garantizar en la medida de lo posible la derogación de la prohibición”, explica. “Sabemos que ningún cambio en las leyes institucionales del deporte es realmente posible si no se ejerce una auténtica presión exterior a la que los órganos internos tengan que responder en última instancia”.

Además, en realidad tampoco había otra opción. Las asociaciones deportivas internacionales son libres de establecer sus propias normativas, a diferencia de los grupos deportivos nacionales como la NBA, que están sujetos a la legislación nacional, explica Schwab. Para él, el largo camino de tres años que ha desembocado en la reciente iniciativa de la FIBA pone de relieve la necesidad de introducir un marco de derechos humanos en el deporte internacional.

“La FIBA no lo interpretó como una cuestión de derechos humanos; esa perspectiva no formaba parte de su razonamiento, de su marco de referencia”, comenta. “Si hubieran tenido la capacidad interna para ejercer la debida diligencia en materia de derechos humanos, enseguida habría salido a la luz que la norma tenía un efecto discriminatorio”.

“Una de las grandes deficiencias en todo este proceso es que no hay un protocolo establecido”, añade Gubuan. “Cuando Bilqis descubrió esta prohibición hace tres años, no tenía ni idea de cómo iba a afrontarla, aparte de enviar un correo electrónico a la FIBA y preguntar: ¿Qué es esto y hay alguna manera de sortearlo?”.

La prohibición de llevar el hiyab como la que impuso la FIBA puede, además, dejar a todo un equipo femenino en una situación complicada, añade Solmaz Sharif, otra cofundadora de Shirzanan. Debido a que el hiyab es obligatorio para las deportistas de países como Arabia Saudita e Irán, las restrictivas normas por parte de organismos rectores mundiales hacen básicamente imposible que estas mujeres puedan representar a sus países a nivel internacional. “Eso significa borrar totalmente o silenciar por completo a toda una comunidad”, dice Sharif, puntualizando que Shirzanan no está ni a favor ni en contra del hiyab. “Nosotros abogamos por la posibilidad de elegir, por las opciones que las deportistas deberían poder tener y las decisiones que deberían poder tomar”.

“Vaya, ¿y por qué su pañuelo es un problema?”

Abdul-Qaadir trabaja actualmente como directora deportiva en una escuela privada de Tennessee y no tiene ningún plan de regresar al baloncesto profesional. Pero espera que su contribución a las victorias logradas en la cancha de baloncesto se hagan eco más allá del deporte y lleguen hasta las oficinas europeas.

“Ahora que la gente puede ver a deportistas musulmanas jugando a niveles tan altos, quizás se pregunte: Vaya, ¿y por qué su pañuelo es un problema y trabaja en mi oficina?”, dice, recalcando también el éxito de la esgrimista Muhammad en los Juegos Olímpicos de 2016.

Aunque sus casos giraban en torno a la misma cuestión fundamental –el derecho de una trabajadora a llevar un velo en el trabajo– las diferencias entre las dos mujeres afectadas por la reciente resolución del Tribunal de Justicia Europeo (ambas fueron despedidas por empleadores privados belgas y franceses por negarse a quitarse el pañuelo de la cabeza) y Abdul-Qaadir son considerables. La FIBA se oponía al pañuelo por motivos de salud y seguridad, mientras que los empleadores de estas dos mujeres, la empresa mundial de seguridad G4S y Micropole, una consultoría de tecnología de la información, se oponían por motivos de neutralidad.

Sin embargo, las organizaciones de defensa de los derechos humanos y contra el racismo en Europa han tenido en cuenta los recientes acontecimientos que se han producido en Estados Unidos. “Yo creo que una de las lecciones resultantes es evidentemente que consiguieran organizarse y movilizarse para abogar por sus derechos, algo que no siempre se hace en Europa”, señala Pascoët. “En las comunidades musulmanas seguimos careciendo muchas veces de poder de movilización, de organización”.

Aunque ENAR ha documentado un aumento de los incidentes islamofóbicos en Europa a lo largo de estos últimos años, y ha advertido en un reciente informe que las mujeres musulmanas en particular son con frecuencia objeto de discriminación en el lugar de trabajo (un estudio belga, por ejemplo, concluye que el 44% de los empleadores locales admiten que el hecho de que una candidata lleve un pañuelo en la cabeza puede influir negativamente en su selección), estos sucesos no han recibido seguimiento por parte de ninguna acción política concertada.

“Creo que en Europa no existe el interés por la movilización y la organización que hay en Estados Unidos”, dice Pascoët. “A veces resulta muy difícil movilizar a la gente en lo que respecta a cuestiones sociales, sobre todo en materia de racismo”.

Varios grupos y redes de defensa –desde el Muslim Human Rights Committee con sede en Suecia hasta Muslim Women Lawyers for Human Rights– publicaron tras la sentencia una declaración conjunta en la que advertían que la resolución iba a exacerbar la discriminación que las mujeres musulmanas sufren actualmente en el lugar de trabajo. El European Forum of Muslim Women dijo concretamente que seguirá luchando por la igualdad de derechos y la libertad de religión en Europa.

Para que una campaña de movilización como la que se organizó en apoyo a Abdul-Qaadir funcione, también se requiere la presencia de alguien como Abdul-Qaadir. “Toda la estructura de la organización Shirzanan consiste básicamente en que encontremos personas como Bilqis, que se convirtió en una defensora accidental porque estaba defendiéndose ella sola”, explica Gubuan. “Nuestra labor de incidencia consiste fundamentalmente en hacer oir las voces, aumentar la visibilidad de los medios y fortalecer las competencias y la confianza de modelos a seguir, como Bilqis, para después hacer campaña y luchar contra esas barreras institucionales y culturales”.

Aunque sus nombres fueron mencionados en el juicio, las dos empleadas europeas han hecho todo lo posible para mantenerse fuera del escenario público. Abdul-Qaadir, en cambio, ha concedido innumerables entrevistas y ha pronunciado muchos discursos, ha jugado al baloncesto con el expresidente de Estados Unidos Barack Obama y ha accedido incluso a que dos realizadores independientes la sigan para filmar un documental, Life Without Basketball, cuyo estreno está previsto para el próximo otoño.

Aun así, Abdul-Qaadir no pensaba que tuviera muchas opciones, teniendo en cuenta que era la única mujer con velo en la División-I de la NCAA, el máximo nivel de deporte interuniversitario en Estados Unidos en aquella época. “Yo era la única que estaba intentando desarrollar una carrera profesional en el extranjero y tenía que pensar menos en mí”. Abdul-Qaadir reconoce que fue raro “pasar de sólo querer ser jugadora de baloncesto y meter canastas, a representar algo, convertirse en una personalidad pública e intentar plantar cara a un gigante como la FIBA”. “Tuve que plantearme: ¿quién lo va a hacer si no?”.

Si bien en Estados Unidos puede que haya más tolerancia que en Europa en cuanto a los símbolos religiosos visibles, Abdul-Qaadir dice que las percepciones erróneas acerca de las mujeres musulmanas son no obstante similares a ambos lados del Atlántico. “El hecho de que cubramos nuestro cuerpo o que decidamos llevar un pañuelo en la cabeza o nuestros hiyabs, no nos convierte en personas distintas”, dice. “Lo que detesto es que nos miren como si fuésemos marcianas en este mundo. Formamos parte de todos los espacios, ya sea un consultorio médico, una cancha de baloncesto, un campo de fútbol o un tribunal. Esos son también nuestros espacios”.