¿Tiene enemigos el agua? Puede que en Sierra Leona sí…

Fela Kuti, el legendario pionero de la música afrobeat, hizo famosa la canción “water no get enemy” (literalmente: el agua no hace enemigos). Instintivamente, podría parecer una afirmación cierta, pero el claro mensaje de los terribles corrimientos de tierras e inundaciones ocurridas en la capital de Sierra Leone, Freetown, el lunes 14 de agosto, indica que, en función de las circunstancias, el agua puede ser un aliado o un adversario mortífero.

Aunque todavía no se han conformado las cifras finales, se piensa que entre 450 y más de 1.000 personas podrían haber perdido la vida en la mañana del lunes. Desoyendo las advertencias regulares por parte de grupos ecologistas, ingenieros y activistas, se edificó de forma desmedida y descontrolada en las laderas de Freetown, destruyendo lo que deberían haber sido bosques protegidos.

Como resultado de ello, cuando han transcurrido tres años desde el mortífero brote de ébola y 26 años desde el inicio de la guerra civil que duraría 10 años, otro desastre ocasionado por el hombre, sancionado por el hombre, consentido por el hombre y tolerado por el hombre, ha devastado Sierra Leona. Y digo ‘hombre’ deliberadamente, porque son los hombres quienes dirigen y dominan estas tierras.

A primera hora de la mañana del 14 de agosto, las lluvias excepcionalmente intensas durante la noche –incluso para una ciudad que registra un promedio anual de precipitaciones de 3.639 mm– parecen haber sido el origen del deslizamiento de tierras. Pocos consiguieron escapar a la avalancha de barro y agua que, obedeciendo a la ley de la gravedad, se precipitó colina abajo arrastrando a su paso rocas y cuerpos.

Las historias que se han filtrado sobre el desastre resultan espeluznantes. En la radio escuché el relato de un hombre que tuvo que abandonar su casa temprano para asistir a una reunión familiar. Una de sus hijas le había escogido los calcetines que se puso, mientras que otra le hizo prometer que le traería un regalo.

Partió para no volver a ver a su familia ni su hogar. A su regreso se sumaría a otros en un intento desesperado de rescate para intentar sacar a sus seres queridos y a sus vecinos retirando el lodo con sus propias manos.

También está el caso de Alusine, un guardia de seguridad que me envió un mensaje de texto diciéndome que había perdido todas sus posesiones en esas aguas que no eran un enemigo. Compartía su hogar con su esposa y su hija de cinco años en la parte baja del valle, en una zona denominada Tengbe Town. Su ‘pan body’ (choza de hojalata) fue barrida junto con todas sus pertenencias, incluyendo el material que había comprado a su hija para la escuela.

¿Qué le espera a Alusine? Su mujer y su hija encontraron refugio temporal con parientes, mientras él repara su pan body de manera que puedan regresar a su precaria vivienda. Le recomendé que se fueran a otro sitio más seguro, con un punto de exasperación.

¿Pero qué tan útil o realista es esa recomendación? ¿Dónde podría ir Alusine, al igual que los cientos de miles de trabajadores informales que viven en Freetown y sus alrededores, para encontrar una vivienda segura, garantizada y abordable?

Según el Instituto Internacional de Medio Ambiente y Desarrollo (IIED por sus siglas en inglés), la población de Freetown ha crecido en un 3,07 por ciento cada año desde 1985 hasta llegar a más de un millón de personas. La rápida urbanización ha tenido como resultado la proliferación de asentamientos informales alrededor de la ciudad y en las afueras, que ahora están reventando.

En ausencia de planificación urbana para la construcción masiva de viviendas de bajo costo, la gente continúa apiñándose en “casas” inseguras levantadas a nivel del mar, en ocasiones incluso en el agua, sobre bancos de tierra creados artificialmente.

Salen baratas, están cerca de sus lugares de trabajo y hay una comunidad a la que poder recurrir en caso de necesidad, como ahora. Es por ello que cualquier ‘solución’ que implique la relocalización forzosa y la dispersión de la población a localidades alejadas pocas veces funciona. A pesar de las advertencias de las autoridades, o de la ley, la gente sencillamente vuelve al punto de partida.

¿Y ahora qué?

Desgraciadamente, el desastre del mes pasado en Freetown no es algo único. Más de 1.200 personas perdieron la vida en inundaciones registradas en la India, Bangladesh y Nepal a finales de agosto, mientras que el estado de Texas, en EEUU, todavía sigue contando sus muertos tras el paso de una tormenta tropical de categoría 4 el 25 de agosto. A estas cifras hay que añadir las más de 100.000 personas desplazadas tras las serias inundaciones en el estado nigeriano de Benue. Los efectos globales del cambio climático implican que eventos meteorológicos extremos de este tipo sean cada vez más frecuentes. La cuestión es, ¿qué va a hacer el Gobierno de Sierra Leona para prepararse ante lo inevitable?

En esta ocasión, como cada vez que se vive una tragedia similar, se han desencadenado todo tipo de emociones y respuestas por parte de la población de Sierra Leona. Además de precipitarse a ayudar a las víctimas, se ha registrado una efusión de sentidas condolencias por aquellos que perdieron la vida. Pero también nos hemos sentido frustrados por el hecho de tener que seguir pasando por este trágico y macabro ritual, dado que cada año se pierden vidas humanas y hogares en inundaciones.

Sentimos rabia porque a pesar de estas recientes tragedias, no parecemos haber aprendido la lección. Amargura de estar viviendo en una sociedad sin leyes –la mayoría de las casas eran viviendas ilegales, después de todo, pero algunos de esos hogares eran mansiones propiedad de personas muy bien conectadas. Y vergüenza ante el hecho de que cada vez que se menciona a Sierra Leona en la cadena CNN o en la BBC suele ser por otra historia de impotencia e incompetencia.

Inevitablemente, los ciudadanos reclaman a las autoridades que “hagan algo”. En efecto, hay que hacer algo. Muchas cosas, en realidad. ¿Pero qué exactamente? Sierra Leona tiene un problema tan complejo y sistémico, que a día de hoy desafía soluciones rápidas o proyectos adecuadamente financiados que quieran resolver la situación de forma fragmentada.

Es necesario profundizar más para no limitarnos a tratar solamente los síntomas. Debemos abstenernos de recurrir a medidas populistas con vistas a las elecciones presidenciales, parlamentarias y legislativas en marzo de 2018. Hay que implicar a las comunidades afectadas para encontrar soluciones viables.

Tenemos que hacer que se apliquen las normas de forma justa, independientemente de quién conozca a quién (la ley de la ‘conectocracia’ de, por y para aquellos con buenas conexiones). La única “orden de arriba” aceptable sería la orden de obedecer las normas establecidas, en lugar de saltarse las normas para algún amigo especial.

Tenemos que ser creativos, innovadores, y reflexionar explorando más allá de lo que resulta habitual. Alusine, por ejemplo, me envió un mensaje de texto unos días más tarde diciéndome que había encontrado una vivienda en un lugar seguro. Todo lo que necesitaba era un poco de ayuda para cubrir parte del alquiler (100 USD para todo el año).

¿Cuántos Alusines podrían encontrar una solución durable a su desgracia si pudiesen recibir una aportación puntual de, digamos, 500 USD? ¿No sería esto mejor que mantener a la gente en refugios temporales en espera de ser realojados en masa en algún lugar fuera de la ciudad y lejos de su fuente de ingresos?

Debemos experimentar para ver qué es lo que funciona. Debemos desplegar los recursos únicamente para el fin al que se destinan. Necesitaremos la cooperación y colaboración efectiva de docenas de ministerios, departamentos, agencias y sus directores egocéntricos que se empeñan en proteger su territorio y bloquear recursos. El sector público y el privado tienen que inclinar la cabeza y asociarse.

El problema es que, en Sierra Leona, no hacemos muy bien nada de esto. Como resultado de ello, podríamos terminar llegando a la conclusión de que Fela se equivocaba, después de todo. Que el agua hace enemigos, y ese enemigo, somos nosotros.