Maquiladoras contra robots ¿Dónde se coserá la ropa del futuro?

Maquiladoras contra robots ¿Dónde se coserá la ropa del futuro?

The Kniterate printer uses yarn bobbins to make anything from scarves to t-shirts. As Gerard Rubio, one of its developers, points out: “Digital manufacturing represents a great opportunity for local production. I think we are likely to see manufacturing gradually coming back to Europe.”

(Kniterate)

Seguramente la camiseta que vas a comprarte el próximo mes está siendo fabricada en este momento. Puede que una mujer de unos 30 años, hija de alguna familia humilde de Vietnam o Bangladesh, esté justo ahora en un taller atestado y con poca ventilación cosiendo una prenda que tú todavía ni siquiera sabes que necesitas.

El 60% de la ropa y el calzado que compramos bajo las etiquetas de grandes multinacionales se produce en países del sudeste asiático. Eso quizá ya lo sepas. Lo que tal vez desconozcas es que en este mismo momento a unos 15.000 kilómetros del taller vietnamita donde cose esa mujer, un grupo de ingenieros informáticos estudia si es posible que un robot pueda hacer ese trabajo por ella.

Desde hace siete años la startup norteamericana Softwear Automation desarrolla una máquina capaz de hilvanar desde una toalla a unos pantalones de manera totalmente autónoma. Es el paso más complicado dentro del proceso textil, requiere de una precisión y habilidad que hasta ahora solo las manos humanas eran capaces de conseguir. Sin embargo, esta fábrica de Atlanta ha creado LOWRY, uno de los últimos sewbots o robots costureros. Su secreto está en la incorporación de una cámara para que la máquina pueda tomar fotos mientras cose y así controlar mejor sus movimientos. El invento ya ha seducido a la cadena norteamericana de tiendas Walmart que ha invertido dos millones de dólares para financiar las investigaciones de estos informáticos.

No se trata de ciencia ficción, es el presente, el ahora mismo. A finales de 2016, Adidas sacó al mercado su primera línea de zapatillas fabricadas exclusivamente por robots. La producción se realiza con impresoras 3D y una mínima intervención humana. Con solo 136 personas se obtiene el mismo resultado que con mil. Por eso, la marca ha abandonado algunos de sus talleres en Asia (donde hasta ahora producía el 55% de sus productos) para volver a su Alemania natal.

Primero, la industria textil se marchó de Europa al norte de África, luego, del norte de África a China, después, de China a Bangladesh. Siempre buscando el mayor margen de beneficio, saltando cada vez a un lugar más rentable, o lo que es lo mismo, con menos derechos.

Quién sabe si el próximo salto será de Bangladesh a una maquila llena de robots en Europa o Estados Unidos. Al fin y al cabo, ellos no necesitan sueldo, pueden trabajar sin descanso. Y desde luego, no se quejan.

Según empresas como Softwear Automation, en un futuro no muy lejano saldrá más barato invertir en tecnología que contratar incluso a los trabajadores con los salarios más bajos del planeta.

¿El fin de la industria asiática low cost?

Países como Vietnam, Camboya, Indonesia, Bangladesh o recientemente Birmania han servido de gigantesco taller textil para el resto del mundo desde hace décadas. “Cuando subieron los sueldos en China, las empresas se llevaron la producción a otros países más baratos, con millones de pobres dispuestos a trabajar por poquísimo dinero. 50, 60 o 70 euros al mes como máximo”, cuenta Eva Kreisler, coordinadora en España de la Campaña internacional Ropa Limpia.

En 2013, el derrumbe del edificio comercial Rana Plaza, en Bangladesh, puso en evidencia las consecuencias de esta imparable industria low cost. Un total de 1.134 trabajadores textiles murieron sepultados por unos talleres que no cumplían las más básicas exigencias de seguridad.

Desde entonces, ha habido algunos avances –por ejemplo, se ha conseguido que 200 empresas firmen un acuerdo de seguridad y contra incendios en Bangladesh-, pero los abusos y accidentes laborales son constantes. “A veces las condiciones se acercan a la esclavitud”, insiste Kreisler.

Lo cierto es que la moda es hoy una fuente de ingresos vital para esta zona del planeta. En países como Camboya representa más del 80% de sus exportaciones. De ahí el temor a la llegada de los sewbots.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), más de 6 millones de empleados del sudeste asiático están amenazados por la automatización. Dos tercios de sus empleos podrían desaparecer, sobre todo aquellos menos cualificados y más repetitivos, los más sustituibles por máquinas.

El informe advierte: “Los sewbots podrían ser cuatro veces más rentables que sus compañeros humanos a partir de 2020. Si su coste total demuestra ser más económico que la deslocalización, es posible que la producción se traslade de lugares como Ciudad Ho Chi Minh (Vietnam) a otros como California”.

Por todo esto, la OIT ya ha dado un toque de atención a los países asiáticos para evitar el desempleo masivo y un más que probable retroceso en el desarrollo. Les recomienda que aprovechen la oportunidad para cambiar su modelo actual "orientado a la exportación" y empiecen a vender a su propia clase media.

Desde la Campaña Ropa Limpia se muestran más escépticos. “Yo creo que todavía falta para que eso pase. Aún existen muchos países en los que se paga tan poco que todavía les compensa”.

La cuarta revolución industrial

En los talleres de Waixo hace tiempo que las máquinas de coser conviven de manera natural con impresoras y pantallas de ordenador. Se dedican a la estampación digital de telas. “Hoy se puede conseguir cualquier diseño a golpe de cuatro clics”, explica Adolfo Muguerza, CEO de esta empresa de Vizcaya (España). Para ellos, la tecnología permite una industria más rápida, más barata y sobre todo más personalizada. “Ahora lo más importante es la velocidad de respuesta. Ser capaz de hacer un lote mínimo a velocidad de pánico”.

Muguerza también advierte de las ventajas ambientales de estos nuevos talleres 4.0. “No te haces una idea de la cantidad de tela que se desperdicia al trabajar a mano. Haciendo el recorte por ordenador se aprovecha hasta un 10% más”.

En Kniterate, otra startup española con sede en Londres, tratan de aplicar las ventajas de las impresoras 3D al sector de la moda. Sus impresoras emplean bobinas de hilo para fabricar desde jerséis a bufandas o zapatillas. Como apunta uno de sus creadores, Gerard Rubio, “la fabricación digital presenta una gran oportunidad para la producción local. Creo que es posible ver cómo poco a poco la manufactura vuelve a Europa”.

Este fenómeno se llama relocalización, aunque no solo está relacionado con la tecnología. La vuelta a casa de la industria también tiene que ver con el aumento de los sueldos en China y la velocidad cada vez mayor con la que cambian las temporadas de moda.

Parece claro que esta relocalización destruirá empleo en el sudeste asiático, pero, ¿creará más aquí? Para la Federación Española de Empresas de Confección la respuesta es “sí”. “Buena parte del proceso se automatizará, pero tiene que haber gente que controle esos robots”, defiende su presidente, Ángel Asensio.

Según el Observatorio Europeo de la Relocalización, desde 2014 han regresado a Europa unas 30 empresas de confección y se han creado en torno a 700 puestos de trabajo. Esto supone una media de unos 25 puestos nuevos por país. Se creará empleo, sí, pero nunca a los mismos niveles que hace años y, desde luego, quienes quieran trabajar tendrán que formarse para convivir con estos compañeros de metal.

Desde 2015, las ventas de robots han aumentado un 15%, con China a la cabeza. Las previsiones hablan de una cuarta revolución industrial que será diez veces más rápida que la primera, aunque todavía hoy no queda claro quiénes serán los ganadores y quiénes los perdedores de este cambio.

This article has been translated from Spanish.