Ante la perspectiva del Pacto Mundial para la Migración, es preciso desmantelar la formulación de políticas antiinmigración

Los teóricos del caos afirman que el aleteo de una mariposa en Nuevo México puede causar un huracán en China. De manera más prosaica, pero también con efectos de gran alcance, el sentimiento antiinmigración alimentado por los políticos y los medios de comunicación de derechas está provocando nefastos huracanes para millones de personas migrantes y refugiadas en todo el mundo.

Basándose en un análisis del gigante de los sondeos Ipsos MORI sobre las características de los votantes durante el referéndum Brexit, el Financial Times identificó (y denominó) a “las seis tribus del Brexit. Entre las tres tribus de quienes votaron a favor de la salida de la Unión Europea, es decir, los defensores de los “valores británicos”, la clase trabajadora y los moderados, las actitudes negativas hacia la inmigración eran un rasgo común.

Sin embargo, la inquietud y la antipatía hacia la inmigración no son fenómenos naturales. Una combinación de compromiso comunitario a nivel local y un liderazgo valiente y honesto de parte de las élites políticas, tal como lo señala un documento de junio de 2017 sobre las percepciones públicas de la migración del Overseas Development Institute (ODI), puede ayudar a frenar una tendencia preocupante.

Aun cuando no todos los que tienen una visión en contra de la migración suscriben ideas racistas y xenófobas de extrema derecha, es precisamente esta orientación de extrema derecha la que ha sido capaz de establecer la agenda política en Gran Bretaña y en otros lugares. Las consecuencias amenazan con extenderse mucho más allá del mero desastre del Brexit.

Según el informe de la ONU, Trends in International Migrant Stock (Tendencias sobre la población migrante internacional), el número de migrantes internacionales en todo el mundo ha seguido aumentando rápidamente en los últimos 15 años, alcanzando los 244 millones en 2015, en relación con los 222 millones en 2010 y los 173 millones en 2000. Estas cifras representaban el 3,3% de la población mundial en 2015, cuando en el año 2000 su porcentaje había sido del 2,8%.

Sin embargo, los contingentes de migrantes internacionales no están distribuidos de manera uniforme en todo el mundo. El mismo informe señala que (en 2015) dos de cada tres migrantes internacionales vivían en Europa o Asia. Además, “dos tercios de todos los migrantes internacionales vivían en un total de 20 países, empezando por Estados Unidos, que acogía al 19% del total de migrantes, seguido por Alemania, la Federación Rusa, Arabia Saudita, el Reino Unido y los Emiratos Árabes Unidos”.

En los últimos años, cientos de miles de jóvenes han dejado sus hogares en África para buscar nuevas perspectivas en Europa, asumiendo enormes riesgos en el trayecto. Sus motivaciones son complejas. En Sierra Leona, por ejemplo, una reciente prohibición gubernamental de los servicios de taxis comerciales en bicicleta en el distrito central de negocios de la capital fue un catalizador suficiente para que algunos ciclistas vendieran sus bicicletas y emprendieran el peligroso viaje hacia el norte.

En términos más generales, los factores impulsores detrás de la nueva ola de migración incluyen las dificultades económicas, la restricción de los derechos humanos, la mala gobernanza y el deseo innato del ser humano de expandir sus horizontes. Según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), entre el "1 de enero de 2017 y el 31 agosto de 2017, 130.400 refugiados y migrantes llegaron por mar y tierra a Europa", con una estimación de 2.428 muertos y desaparecidos durante el mismo período .

La tragedia humana asociada a estos flujos de población a través de las fronteras internacionales llevó a la Asamblea General de la ONU a organizar en 2016 una cumbre de alto nivel sin precedentes para abordar los grandes desplazamientos de refugiados y migrantes con el fin de unir a los países en torno a un enfoque más humanitario y coordinado. El resultado de esta cumbre fue la Declaración de Nueva York para los Refugiados y los Migrantes, que compromete a los Estados a acordar dos pactos mundiales (en términos generales, una amalgama de acuerdos y compromisos no vinculantes): uno sobre migración segura y regular y otro sobre refugiados, ambos a ser finalizados y firmados en 2018.

Las agrupaciones de la sociedad civil interesadas en el proceso, como la Global Coalition on Migration, también piden más opciones de desplazamiento, mejores y menos costosas, pero también advierten contra la insistencia que se da al retorno y a la deportación de los migrantes, así como en la restricción de sus derechos. Sin embargo, parece como si la fuerza irresistible de los flujos migratorios y de refugiados de las crisis aparentemente insolubles en Siria, Sudán del Sur, Afganistán, Irak y Birmania se topara de lleno con el inamovible obstáculo de la creciente hostilidad hacia los inmigrantes, fomentada en Europa por el populismo y extremismo de extrema derecha, y hacia los refugiados, no solamente en los países desarrollados de Europa, Estados Unidos y Australia, sino también en los principales países de acogida, como Turquía, Uganda, Kenia y Pakistán.

La desalentadora agenda del Reino Unido

El documento de posición del Gobierno de Reino Unido en relación con el Pacto Mundial para la Migración (GCM, por sus siglas en inglés), presentado antes de una consulta con organizaciones de la sociedad civil en Londres este mes de octubre, no tiene un tono alentador. El pasado imperial del Reino Unido lo ha convertido tradicionalmente en un imán para que las poblaciones de Asia y África con lazos coloniales migren y se establezcan en el país, dándole así un papel destacado en los debates internacionales sobre la migración.

Sin embargo, más recientemente, desde la formación del Department for International Development (DFID, el ministerio de ayuda internacional británico) en 1997, el Reino Unido ha sido una voz importante en la articulación de los vínculos potencialmente beneficiosos y que se refuerzan mutuamente entre la migración y el desarrollo. Aun cuando el documento menciona acertadamente que “la migración bien gestionada puede beneficiar a los países de origen y de destino y fomenta el desarrollo”, hace hincapié en que el pacto GCM aborda las causas y las consecuencias de la migración, pero se muestra reticente a abrir nuevas vías para la migración legal o la regularización de la situación de los migrantes que ya se encuentran en el Reino Unido sin la documentación necesaria.

La posición del Reino Unido también hace hincapié en su soberanía y en su derecho a controlar sus fronteras, cuestiones que el proceso del pacto GCM no pone en cuestión, ya que es el Estado el que lo dirige. Reino Unido también ejerce una fuerte presión para que los Estados acepten el regreso de sus ciudadanos una vez agotadas sus posibilidades de permanecer legalmente en otro país. En resumen, la posición del Reino Unido no es en lo más mínimo optimista acerca de la migración como vía de desarrollo; su discurso no la hace posible. La posición del Reino Unido evoca el control y la gestión de las fronteras, la importancia de la soberanía y la idea de controlar el “problema” externalizando los desafíos de la migración a los países en desarrollo, al igual que otros países de la Unión Europea.

Da la impresión de un retroceso. En los últimos 20 años o más, se ha desarrollado un creciente consenso en la comunidad internacional según el cual la migración y el desarrollo pueden complementarse de manera útil. Este es el motivo por el que la migración se incorporó a varios Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

En 2007, se creó el Foro Mundial sobre Migración y Desarrollo (FMMD) para fomentar el entendimiento común y la cooperación entre los Estados. Bajo el Partido Laborista centrista, que creó el DFID, Reino Unido desempeñó un papel activo en este Foro, reflejando una perspectiva positiva sobre el nexo entre migración y desarrollo. Es cierto que de cuando en cuando surgían tensiones entre el DFID y el poderoso Home Office, Ministerio del Interior británico, que siempre tenía la última palabra, pero, en general, la orientación era clara y el mensaje constructivo, positivo y esperanzador.

Aun cuando puede parecer poco sorprendente encontrar un Gobierno liderado por el Partido Conservador menos interesado en la inmigración que el laborista, merece la pena recordar que se ha dado un notable consenso entre todos los partidos británicos en apoyo del desarrollo internacional. Gran Bretaña se convirtió, bajo el Gobierno de los conservadores, en el primer país del G7 en plasmar en la ley su compromiso de dedicar anualmente a la ayuda el 0,7% de su ingreso nacional bruto (INB).

Entonces, ¿de quién es esta agenda?

No obstante, como señala el documento del instituto ODI, en Reino Unido, como en muchos otros países del mundo, los responsables de derecha consideran a los migrantes y a los refugiados como una amenaza. Al avivar los temores, estos políticos y algunas secciones de los medios de comunicación han conseguido despertar emociones que hacen más difícil destruir los mitos a partir de los hechos. Esta tendencia puede observarse en toda Europa, desde las recientes victorias electorales de los partidos de extrema derecha de Austria hasta el renacimiento del Frente Nacional en Francia.

Los esfuerzos de los otrora partidos más moderados de tratar de restar protagonismo al resonante discurso de la extrema derecha adoptando posiciones cada vez más radicales contra la migración es una pendiente resbaladiza con consecuencias potencialmente desastrosas, no solo para migrantes y refugiados, sino para las economías que se benefician de las competencias y el trabajo que éstos aportan. Ya está aumentando la preocupación ante la posibilidad de escasez de personal en los hospitales y otras empresas, ya que los trabajadores de la Unión Europea están abandonando el Reino Unido antes de la consolidación del Brexit.

Más alarmante es la posibilidad de que la agenda de la extrema derecha se extienda a la escena internacional a través del proceso del Pacto Mundial para la Migración. El poder del Gobierno de Reino Unido para establecer los términos del debate sobre la migración mundial fue evidente a partir de su reunión de consulta de la sociedad civil sobre este Pacto celebrada recientemente en Londres.

Al enmarcar los problemas de una manera que limitó la discusión legítima sobre la inmigración, disminuyó el alcance de los temas que podrían discutirse. Extender el mismo enfoque al pacto GCM privará a la comunidad internacional de la oportunidad de proponer soluciones duraderas dentro de un marco de cooperación internacional.

Pareciera como si los gobiernos estuvieran interiorizando esta postura antiinmigración y elaborando recetas políticas carentes de una procedencia transparente y clara. Esta voluntad de privilegiar las preocupaciones de un segmento de la población es antidemocrática y puede tener consecuencias imprevistas de largo alcance. Sin embargo, es importante recordar que, en Reino Unido, como en otras partes de Europa, las opiniones sobre la migración están polarizadas y no son uniformemente hostiles.

Alto a la descomposición

Los ciudadanos con puntos de vista más equilibrados y progresistas sobre la migración y las sociedades en las que se asientan tienen que recuperar la agenda de manos de las fuerzas furtivas cuyas opiniones divisionistas representan ahora una amenaza, no solo para las principales economías como la de Reino Unido sino para el orden internacional. Pedir modificaciones técnicas en los documentos políticos como parte de los procesos consultivos internacionales no será suficiente. Los ciudadanos responsables necesitan encontrar una voz colectiva y abordar los problemas de frente.

Los temores y la incertidumbre de sus conciudadanos sobre la migración pueden contrarrestarse a través del diálogo y la acción comunitaria. Como propone el instituto ODI, humanizar al “otro” a través del contacto respetuoso y regular puede ayudar a derribar las barreras, aumentar la empatía y dar un vuelco al debate. Por lo tanto, si bien la tarea de cambiar el discurso no puede y no debe depender únicamente de los migrantes, los refugiados y las diásporas, estos grupos no solo tienen un interés directo en conseguir un entorno político más favorable, sino que también tienen la experiencia de compartir con los demás para dar un rostro humano a acontecimientos que parecen estar muy lejos y fuera de control.

Los ciudadanos también necesitan promover y apoyar a los líderes políticos dispuestos a ser lo suficientemente valientes como para abordar los asuntos espinosos y no esconderse detrás de una retórica insípida: implicar a sus ciudadanos y electores, escuchar sus preocupaciones, explicar que la migración forma parte integrante de lo que significa ser un ser humano. Aquellos líderes que no estén dispuestos a hacerlo deberán ser castigados en las urnas. En Gran Bretaña, el deseo de alejarse del precipicio del Brexit está dinamizando este activismo ciudadano.

Aún puede haber tiempo para que los líderes políticos sepan que no deben perder la oportunidad de convertir el doble proceso de concebir y acordar pactos mundiales para la migración y los refugiados en oportunidades para dar la espalda al abismo que todos avizoramos.

Todavía podemos crear un mundo más justo, inclusivo y empático para todos nosotros. Sin embargo, pase lo que pase, es hora de poner fin a la aquiescencia pasiva respecto al uso de la inmigración que hacen algunos como medio para buscar chivos expiatorios y vilipendiar a las personas, así como para avivar los temores, el odio y la hostilidad entre las poblaciones de acogida. Europa, en particular, sabe a dónde puede llevar esta pendiente resbaladiza. Es inconcebible que nos aventuremos a caer de nuevo en ella.