Sobre el terreno con los "cazadores de bombas" de Kosovo

Sobre el terreno con los "cazadores de bombas" de Kosovo

Avdul is a team leader with one of the groups of minesweepers working with the HALO Trust to help clear Kosovo of the tens of thousands of unexploded ordnances scattered across the country.

(Stefano Fasano)

"Es como trabajar de arqueólogo: se necesita mucha atención, sensibilidad y disciplina". El hombre que así habla es Avdul, jefe de equipo de 48 años, con una barba al estilo Chuck Norris. Dirige a cuatro hombres en un terreno muy cercano al cementerio local y a una carretera pública utilizada a menudo por estudiantes de Kryshec, un pueblecito al suroeste de Kosovo. Las señales de la calle, con una simple palabra y el icónico símbolo de la calavera, no dejan lugar a dudas: "Minas".

Avdul y sus hombres son desminadores que trabajan para la ONG británico-americana HALO Trust con el objetivo de garantizar la limpieza de un posible campo de minas.

Aunque ya han pasado justo 20 años desde que estalló el conflicto en Kosovo, el problema de las bombas de racimo y las minas sin explosionar en los campos kosovares, poblados por grupos de la etnia albana, sigue siendo muy amplio.

La amarga historia de la relación de Kosovo con las bombas de racimo y sus submuniciones comenzó en 1999, durante los 78 días de bombardeos de la OTAN en la región y la posterior retirada de las fuerzas yugoslavas durante la Guerra de Kosovo. En este breve período de tiempo los aviones de la OTAN lanzaron 1.392 bombas de racimo que contenían aproximadamente 295.000 submuniciones o bombetas.

Con un nivel de fallo estimado del 20% debido a factores como la caducidad de los explosivos, el impacto sobre terreno blando o detonantes defectuosos, resulta claro que sigue habiendo decenas de miles de municiones sin explotar (MUSE) enterradas en jardines, campos y granjas de este territorio en conflicto.

Y por si fuera poco, las cosas fueron a peor en 2001, cuando las Naciones Unidas declararon, por razones aún desconocidas, que el país estaba limpio de minas en un momento en el que manifiestamente no lo estaba. Esto redundó en una falta de financiación e interés respecto a esta cuestión, lo que a su vez repercutió en las actividades y la labor de HALO en Kosovo.

"La situación cambió en 2008, tras el grave incidente que se produjo cerca del Aeropuerto de Pristina. Dos bombas de racimo no detectadas explotaron", explica Hekuran Dula, director de programa para la oficina de HALO en Kosovo.

Desde su oficina central en Gjakova, un pueblecito situado a una hora y media al sur de Pristina, Dula supervisa el trabajo de sus 10 equipos de "cazadores de bombas" sobre un enorme mapa mural de Kosovo.

Los puntos rojos, que indican los lugares aún sin inspeccionar, representan aproximadamente la mitad de todos los puntos marcados en el mapa.
"La situación dista todavía mucho de estar resuelta, como usted puede comprobar -explica Dula-, pero está mejorando.

Desde 1999 hemos encontrado más de 40.000 bombas y hemos despejado más de 15 kilómetros cuadrados de terreno. Nuestro objetivo es conseguir que de aquí a 2020 Kosovo quede limpio de minas, y que de aquí a 2024 el país quede limpio de bombas de racimo".

Según un estudio de 2013 sobre campos de minas y municiones en racimo llevado a cabo por el Centro de Acción contra las Minas de Kosovo (KMAC), y consultado por Equal Times, en el país todavía quedan 135 campos por limpiar de minas y bombas de racimo. En 2017 la cifra se ha reducido a 105 campos, según la información facilitada por HALO Trust.

Aunque las principales operaciones nacionales de limpieza de minas son realizadas por las Fuerzas de Seguridad de Kosovo, existen ONG como HALO Trust y Norwegian People’s Aid que proporcionan medios adicionales cruciales.

Un legado mortífero

Como puede imaginarse, en Kosovo ha habido numerosas víctimas civiles a consecuencia de explosiones accidentales que se han producido desde que la guerra terminó en junio de 1999. Se calcula que más de 600 personas han sido víctimas de detonaciones de MUSE, minas enterradas o bombas de racimo no detonadas. Unos de los últimos incidentes graves se produjo en febrero de 2017, cuando un niño se encontró una granada de mano y la hizo detonar por accidente.

Por suerte el niño salió ileso, pero en muchos otros casos las personas no han tenido tanta suerte. En octubre una mujer falleció en Pristina tras encontrar una granada de mano en su jardín y tirar accidentalmente de la anilla.

"Calculamos que todavía quedan por desminar aproximadamente 17 kilómetros cuadrados de terreno -más o menos el 1,5% de todo el territorio kosovar-", explica Dula. "Esto supone un enorme problema para la construcción de infraestructuras, algo que el país necesita desesperadamente".

"Pero Kosovo sigue vivo a día de hoy, a pesar de que casi un millón de personas lo abandonaron durante e inmediatamente después de la guerra. Por lo menos la mitad de los que se fueron han regresado. Lo normal es que esas personas vuelvan a sus pueblos de las montañas, cerca de la frontera albanesa, precisamente donde se encuentra la mayoría de los posibles campos de minas todavía por descubrir".

El problema se ve agravado por el hecho de que la madera, procedente principalmente de los bosques de la frontera albano-kosovar, es la principal fuente de calefacción para los kosovares de las zonas rurales.

En este territorio es donde Equal Times halla a Avdul trabajando con sus hombres. Acceder a una zona de desminado no es fácil: tras una verificación inicial, el jefe del equipo recoge al visitante y le explica las normas de seguridad que hay que respetar en el interior de la zona. Una vez equipados con chaquetas antiexplosivos y protección facial, entramos.

"La zona está muy cerca de un cementerio", explica Avdul al pasar bajo una gran águila de mármol colocada sobre una tumba. "Esto no ha facilitado mucho la tarea de convencer a la gente de que teníamos que limpiar esta zona".

El cementerio está repleto de tumbas con las dos águilas del Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK, por sus siglas en albanés) esculpidas sobre lápidas de mármol negro. Al igual que en otros cementerios de la región, muchos soldados del UÇK que murieron durante la guerra o durante los bombardeos, están enterrados aquí.

A la entrada del cementerio hay un racimo de flores frescas. El acceso permanece restringido a los desminadores hasta que estos lo declaren lugar seguro.

"Con frecuencia la gente nos rechaza. Una vez conocimos a un hombre que no quería que estuviésemos en sus tierras; decía que éramos amigos de los americanos y que estábamos buscando oro", recuerda Avdul, riéndose a carcajadas.

En este trabajo hay unas normas muy específicas: cuando el detector de metales emite una señal positiva, el lugar se marca con un poste rojo. Si se encuentra un artefacto explosivo, el poste rojo se cambia por uno amarillo. Después, todo depende de la capacidad del desminador para proteger la zona y, por lo general, hacer detonar el artefacto.

"El mayor problema son las bombas de racimo", explica Abaz, un hombre de 57 años que está comprobando una señal de "poste rojo". "Son mucho más fáciles de encontrar, puesto que suelen ser completamente metálicas, pero no están hechas para ser desactivadas. Nosotros normalmente las hacemos detonar, pero sigue siendo muy peligroso".

Los desminadores manuales de HALO trabajan por lo general ocho horas diarias, aunque la jornada se divide en turnos de 50 minutos seguidos de descansos de 10 minutos, para que los hombres puedan mantener de manera segura su atención y concentración.

Con un sueldo neto mensual de 460 euros en un país con una tasa oficial de desempleo del 25 al 30 por ciento, estos hombres ganan más que el kosovar medio, cuyo sueldo oscila entre los 300 y los 400 euros al mes.

El trabajo de desminador también ofrece oportunidades de empleo excepcionales a personas más mayores -algunos de los cazadores de bombas están en la sesentena-. Y a pesar de ser un trabajo peligroso, los trabajadores que se dedican a la retirada de minas y MUSE de Kosovo se sienten profundamente orgullosos.

"Me gusta pensar que, al hacer esto, estoy salvando una vida", explica Xhevet, uno de los compañeros de Advul.