¿Sientes rabia ante la violencia de género? ¿Sí? #YoTambién

Recientemente han sucedido muchas cosas que parecen un avance para la garantía del derecho de las mujeres y niñas a vivir libres de los abusos. Millones de personas de todo el mundo han aprovechado el poder de las redes sociales para exigir el fin de la violencia y del acoso a las mujeres y niñas mediante el uso de hashtags en inglés como #MeToo (#YoTambién), #TimesUp, #YouOkSis, #SayHerName, #23Days (#23Días), #OneBillionRising y #EverydaySexism.

Se ha identificado y denunciado a hombres poderosos, desde productores de cine de Hollywood a importantes políticos y altos cargos del sector de la ayuda humanitaria, por delitos como conducta sexual inapropiada, agresión sexual y abuso a menores.

En Estados Unidos se han recaudado más de 20 millones de dólares USD para crear el fondo de defensa jurídica de Time’s Up para mujeres de bajos ingresos que buscan justicia en casos de acoso o agresión sexual en el lugar de trabajo.

Y este año por fin se darán los primeros pasos para la implementación de una norma jurídica internacional que ayude a prevenir, identificar y reparar los casos de violencia en el lugar de trabajo y preste especial atención al género.

Hay multitud de ejemplos de este tipo que constituyen un avance.

Entonces, ¿por qué sigo sintiendo rabia?

Sencillamente porque el 35% de las mujeres y niñas mayores de 15 años han sido víctimas de violencia física en el hogar, en espacios públicos o en el trabajo. Es decir, 818 millones de personas, el equivalente a todo el continente europeo y varios millones más.

Los abusos se dan en todas las nacionalidades, etnias, clases, niveles de ingresos, religiones, situaciones migratorias, discapacidades, orientaciones sexuales, edades y profesiones. Sin embargo, como se trata de la expresión más fundamental de la dinámica desigual de poder entre hombres y mujeres, la violencia de género (que también afecta a los hombres que no se ajustan a los estereotipos o roles de género dominantes) afecta con más crudeza a las personas más marginadas de la sociedad.

Por ejemplo, debido a la pobreza estructural combinada con el racismo sistemático, las mujeres de grupos étnicos minoritarios de todo el mundo son sumamente vulnerables a todo tipo de violencia y acoso.

Sigo sintiendo rabia porque casi la mitad de todas las mujeres asesinadas en 2012 perdieron la vida a manos de su pareja o de un miembro de su familia. Porque a pesar de toda la atención que se consigue con los hashtags en las redes sociales, los que ejercen la violencia rara vez se enfrentan a un juicio, incluso en los casos en que estos son famosos. Sí, muchos altos cargos han visto acabada su carrera y dañada su reputación. Pero, ¿qué pasa con la justicia?

Por si esto fuera poco, todavía hay más razones por las que sentir rabia. Nuestros derechos reproductivos están siendo atacados en todo el mundo. Más de 200 millones de mujeres y niñas son víctimas de la mutilación genital femenina. Quince millones de niñas en edad de asistir a la escuela primaria nunca podrán aprender a leer o escribir. Las mujeres trabajadoras de todos los países del mundo y de todos los sectores son infravaloradas, cobran menos que sus compañeros y se dedican a trabajos de cuidado no remunerados en el hogar.

Hay más de 40 millones de víctimas de la esclavitud moderna en todo el mundo, el 71% de las cuales son mujeres y niñas. Las mujeres constituyen el 99% de las víctimas de la explotación sexual forzosa con fines comerciales. Predominamos en profesiones y ámbitos con un alto riesgo de exposición a la violencia, como la industria textil y de la confección, el trabajo del hogar y el sector informal. En todo el mundo, las defensoras de los derechos humanos son víctimas de acoso y ataques por luchar a favor de la igualdad de género, los derechos de propiedad de la tierra, la justicia racial y económica, los derechos laborales y LGBTQI, el medio ambiente, la libertad de prensa, la paz y la dignidad.

Las que se atreven a denunciar los daños de carácter físico, sexual, psicológico y económico que han sufrido suelen pagar un altísimo precio. Las víctimas se enfrentan a difamaciones, humillaciones, pérdida de ingresos, más violencia e incluso la pérdida de la vida. Por cada mujer que ha compartido su historia en las redes sociales, hay miles para las que la única opción fue el silencio.

Aun así, el gran número de mujeres que están dando un paso al frente para compartir sus historias demuestra que no nos enfrentamos a unos pocos casos aislados. El problema de la violencia contra las mujeres no es personal, sino estructural. Tiene su origen en el profundo sistema del patriarcado que a su vez está contaminado por un modelo económico mundial que mercantiliza la explotación del trabajo de las mujeres y socava los derechos y protecciones de todos los trabajadores, hombre o mujer. No debemos infravalorar el compromiso de los que tratan de ser sostenibles en este sistema tóxico ni menospreciar el empeño de las mujeres y hombres que están luchando por el derecho de todo el mundo a vivir libre de violencia, maltratos y acoso.

La verdadera fuerza de este momento reside en nuestra capacidad para aprovechar esta atención mundial y continuada, normalmente tan escasa, sobre el tema de la violencia de género para apoyar la labor de los activistas de base, las organizaciones comunitarias, los periodistas, los académicos, los sindicatos, las ONG y los movimientos sociales que estaban luchando mucho antes de que los hashtags se empezaran a convertir en una tendencia y seguirán avanzando mucho después de que se pasen de moda.

Su trabajo tiene que estar sólidamente financiado y ampliamente respaldado, pero también necesita un marco jurídico adecuado. Por eso es tan importante la propuesta de un instrumento de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) contra la Violencia y el Acoso a Mujeres y Hombres en el Mundo del Trabajo.

Actualmente hay 189 convenios de la OIT que establecen principios y derechos básicos en el trabajo; ni uno de ellos se centra en la violencia de género. Dicha omisión no se corrige a nivel nacional, ya que la mayor parte de los países no disponen de leyes adecuadas para prevenir la violencia de género en el mundo del trabajo. Si ratifican un Convenio de la OIT acompañado de una Recomendación, los gobiernos tendrán una definición clara de la violencia y el acoso, así como una guía sobre cómo abordarlos. Asimismo, constituirá un compromiso para garantizar que sus leyes nacionales cumplan con la norma.

Además del Convenio y de todas las discusiones sobre la violencia de género, tenemos que ampliar el debate. Fundamentalmente tenemos que dejar de enmarcar este problema como una cuestión de las mujeres. El patriarcado es un sistema de opresión que, en última instancia, nos aprisiona tanto a los hombres como a las mujeres. Todos y todas somos responsables de su desmantelamiento, pero como son sus principales beneficiarios, los hombres tienen una mayor responsabilidad de cuestionar y cambiar tanto sus propios pensamientos y acciones como los de otros hombres.

Por tanto, aunque tengo rabia, soy moderadamente optimista. Esta campaña del #YoTambién es una más en la larga trayectoria de otros “momentos decisivos” de la lucha contra la violencia de género, pero con la voluntad política de impulsar nuestra acción y rabia colectivas, este momento podría facilitar la conquista de la paz, la justicia y la igualdad que todos y todas merecemos.

Entre el 14 de febrero y el 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer), la Confederación Sindical Internacional (CSI) encabeza la lucha por la redacción de un Convenio de la OIT para acabar con la violencia de género en el trabajo mediante el uso del hashtag #23Días. Para más información, visite la página web www.ituc-csi.org/23days