2018 apunta a una nueva ola de activismo ciudadano

Haciendo un repaso a 2017, parece difícil imaginar que registrásemos restricciones a las libertades fundamentales a un ritmo acelerado, incluso en países que se consideraban inmunes a las tentaciones autoritarias. No obstante, paralelamente a las crecientes restricciones de derechos de la sociedad civil, también podemos constatar que la sociedad civil está contraatacando y continúa reclamando dichos derechos.

De hecho, una renovada lucha contra la represión es una de las tendencias clave identificadas en el Informe sobre el estado de la sociedad civil 2018, publicado el mes pasado por la alianza de la sociedad civil CIVICUS. Ya en su séptimo año, este informe anual repasa los acontecimientos más importantes que involucraron e impactaron a la sociedad civil en 2017. Entre las tendencias destacadas figuran un incremento del poder personal que ha seguido usurpando el estado de derecho, ataques contra la prensa independiente y la libertad en la web, un repliegue del multilateralismo y la polarización política –todas las cuales continúan teniendo repercusiones significativas sobre la sociedad civil ahora mismo–.

Afortunadamente para todos los que vivimos en este planeta, frente a cualquier medida autoritaria encaminada a restringir libertades duramente conquistadas, puede identificarse también una reacción defensiva para preservarlas.

Acostumbrados a que los derechos y las libertades nunca se ganan de una vez por todas, los actores progresistas de la sociedad civil han demostrado su determinación a no permitir que se esfumen logros a largo plazo, ante el más mínimo giro en los acontecimientos.

Es así como, en 2017, tuvieron lugar movilizaciones masivas contra la corrupción en Corea del Sur, Rumania y la República Dominicana. Los ciudadanos lograron imponer una prohibición a la extracción minera en El Salvador, y se situaron en la línea de fuego para exponer los abusos de derechos humanos en Birmania, Siria y Yemen.

El año pasado, vimos cómo la ciudadanía se movilizó siendo la primera en responder tras los terremotos que asolaron México y los huracanes en Puerto Rico, mientras que otros activistas trabajaron en foros internacionales para prohibir las armas nucleares y exigir responsabilidades a las multinacionales por casos de abusos de los derechos humanos.

La gente salió a la calle allí donde no se respetaron los resultados electorales y periodistas o defensores de los derechos humanos fueron asesinados; y en general, consiguieron que siguiesen figurando en el orden del día los principales problemas de nuestro tiempo, como el cambio climático, la pobreza, la exclusión, y la arraigada discriminación de género.

Qué hemos aprendido de las campañas #MeToo y Time’s Up

A la vanguardia de la lucha por los derechos estuvo, una vez más el movimiento feminista. A partir del ajuste de cuentas entre un magnate de Hollywood y las actrices a las que había agredido y acosado sexualmente con total impunidad, nacerían las campañas #MeToo (#YoTambién) y Time’s Up, que, seis meses más tarde, siguen representando un alentador ejemplo de un movimiento innovador que ha cambiado para siempre el debate público.

Lanzada inicialmente por la activista estadounidense Tarana Burke en 2006, la campaña en las redes sociales #MeToo se volvería viral 2017, cuando la actriz de Hollywood, Alyssa Milano, utilizó el hashtag tras estallar el escándalo Harvey Weinstein sobre agresión sexual. La campaña se hizo viral a la velocidad del rayo: 24 horas después del primer tuit, Facebook indicó que se habían registrado más de 12 millones de entradas con el hashtag #MeToo, y 4,7 millones de personas habían participado en alguna conversación sobre el tema. El hashtag viajó rápidamente por todo el mundo, siendo adaptado en distintas versiones locales.

Mientras se propagaba rápidamente gracias a la tecnología, el mensaje de #MeToo resonaba, penetraba, se apropiaban de él, modificándolo y difundiéndolo aún más debido a que cayó sobre suelo fértil: el que el movimiento feminista mundial había venido preparando desde hacía décadas, con estudios y análisis, estableciendo redes y alianzas, con campañas, presiones y compromisos obtenidos de responsables políticos a nivel nacional, regional y mundial.

En este sentido, la campaña vino a ser el resultado de décadas de trabajo por parte de los movimientos feministas y de mujeres.

Nada más iniciarse, la campaña fue dejando en evidencia la naturaleza generalizada de los casos de agresiones y acoso sexual experimentados por las mujeres, el carácter institucional del sexismo y sus devastadores efectos en las vidas de las mujeres. A su vez, la campaña Time’s Up se propuso democratizar la cuestión y alentar a mujeres en situaciones menos ventajosas a denunciar casos de acoso sexual y reclamar justicia. Para entonces, el acoso sexual no sólo se había vuelto ampliamente inaceptable e imperdonable, sino que además se convertiría en una parte crucial del debate en relación con las desigualdades de género en general y los desequilibrios de poder y riqueza.

Los movimientos #MeToo y Time’s Up llamaron la atención respecto al patriarcado y los abusos sexuales en la industria del entretenimiento, la política y a otros niveles, en una escala nunca vista hasta entonces. Como resultado de ello, empezó a reconocerse que las desigualdades sistémicas suponían un terreno propicio para los abusos y el acoso que sufren las mujeres, sacando a la palestra cuestiones como la necesidad de incrementar el número de mujeres en puestos directivos y de toma de decisiones, garantizar la igualdad de salarios y oportunidades, fomentar un entorno de trabajo mejor y reconocer el trabajo no remunerado de las mujeres.

Aunque el principio de igualdad de género que constituye el núcleo del feminismo todavía está muy lejos de ser una realidad prácticamente en todas partes, se ha avanzado lo suficiente como para hacer que las desigualdades en función del género, que se sitúan a la base de los abusos, sean un tema inevitable. El hecho mismo de que el abuso sexual se haya convertido en algo inaceptable implica un significativo cambio de poder: quienes están en el lado receptor de los abusos son ahora, por primera vez, quienes definen lo que resulta aceptable y lo que no.

Nos queda aún un largo camino por recorrer, pero no hay vuelta atrás. #MeToo y Time’s Up han hecho tan buen trabajo a la hora de redefinir algo que es visible, audible e inteligible, que revertir sus efectos implicaría la imposible tarea de dejar de ver lo que, muy claramente, todos hemos visto ya.