Todo listo para un receloso apretón de manos entre Donald Trump y Kim Jong-un

La diplomacia contrarreloj ha proyectado un atisbo de esperanza tras más de seis décadas de tensión en el conflicto de la península coreana. Sin embargo, las espadas siguen en alto y no parece que toda la desconfianza acumulada desde la firma del armisticio de 1953 vaya a difuminarse a corto plazo, ni siquiera con la celebración de la proyectada cumbre de jefes de Estado entre los hasta ahora enemigos declarados Corea del Norte y Estados Unidos.

Si no hay un nuevo contratiempo que aplace o suspenda esa reunión, el presidente estadounidense, Donald Trump, y el líder norcoreano, Kim Jong-un, se darán la mano en Singapur el próximo 12 de junio. Este encuentro ha estado en el filo de la navaja en las últimas semanas, después de que el mandatario norteamericano anunciara que no acudiría a la cita ante los alegados desplantes de los negociadores norcoreanos.

Finalmente, Trump ha aceptado la reunión con Kim, en la fecha y lugar previstos inicialmente, y, aunque ha advertido de que el proceso de diálogo puede ser largo, ha hecho algunas concesiones, como el reconocimiento de la aparente voluntad norcoreana para alcanzar algún tipo de acuerdo. En este sentido, Trump incluso ha admitido que la cumbre con el mandatario de Corea del Norte podría despejar el camino para la firma de un documento que ponga un punto final formal a la guerra. Actualmente sigue en vigencia el armisticio firmado en 1953, que, aunque concluyó más de tres años de acciones bélicas, nunca fue reemplazado por un tratado de paz permanente.

Hay mucho en juego sobre el tapete coreano y los dos países que están empujando con más vigor a Pyongyang a la mesa de negociaciones con Washington, China –único valedor internacional de peso que le queda a Corea del Norte– y la propia Corea del Sur, no están dispuestos a que el personalismo de Trump ni sus deslices diplomáticos den al traste con muchos años de negociaciones, desarrollados a plena luz y en la sombra.

La última ofensiva diplomática se aceleró con la cumbre entre Kim Jong-un y el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, el pasado 27 de abril en la Zona Desmilitarizada que separa las dos Coreas. El espaldarazo final, tras una segunda cumbre el 26 de mayo entre los dos líderes coreanos, llegó con la reunión el viernes 1 de junio entre el propio Trump y el enviado especial norcoreano, Kim Yong-chol, quien entregó al primero una carta de buena voluntad de Kim Jong-un. Pero este encuentro fue mucho más allá que un simple despacho de la misiva. El propio Trump reconoció que conversó durante dos horas con quien calificó como “el segundo hombre más poderoso de Corea del Norte”.

El correo del zar norcoreano ha sido la más alta figura del régimen de Pyongyang que en más de dos décadas ha pisado Washington. Kim Yong-chol es uno de los pesos pesados de la cúpula militar norcoreana y fue jefe de la Inteligencia de Corea del Norte. Pocos como él conocen los entresijos de la dinastía Kim, a la vez que las fortalezas y debilidades del enemigo estadounidense. La jugada ha sido doble y con una sólida apuesta por parte de Pyongyang. Para vencer el ego de Trump nada mejor que enviar personalmente a esta “ballena blanca” del todopoderoso Ejército del Norte, temido a la vez que admirado en la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos por sus dotes para el tablero del espionaje y por su capacidad para sacar de sus casillas a los militares surcoreanos. Y nadie mejor que él para calibrar en la distancia corta a quien recientemente se proclamaba por twitter dispuesto a borrar a Corea del Norte del mapa, mientras insultaba al “amado líder” Kim Jong-un calificándolo de “hombre-cohete”.

Corea del Norte, el avance hacia un mayor peso geopolítico

La reunión entre Kim Jong-un y Donald Trump supondrá un inusual avance hacia la paz en la volátil península coreana. En esta región, las numerosas pruebas nucleares y de misiles de largo alcance por parte de Corea del Norte han sacado de quicio incluso a los aliados chinos de Pyongyang, por no decir a japoneses y surcoreanos. Pero también será una notable victoria para la estrategia de Corea del Norte, que desde hace décadas venía reclamando un encuentro bilateral con Estados Unidos, despreciando el papel de Corea del Sur en la consecución de una paz permanente y dejando un lado a sus aliados chinos y simpatizantes rusos.

Sin embargo, aunque se sentaran solo Trump y Kim a la mesa de las negociaciones, el proceso ha sido un éxito de la diplomacia de Seúl y de Pekín. Y de una forma u otra China estará allí también presente. Último amigo de Corea del Norte, el Gobierno chino y sus mediaciones bajo la mesa impidieron que el régimen norcoreano colapsara por la hambruna y falta de bienes básicos a fines de los años noventa y en el umbral del siglo XXI. Fueron también los enviados de Pekín quienes convencieron a los otros integrantes de las llamadas Conversaciones a Seis Bandas, especialmente a Corea del Sur, Japón y Estados Unidos, de la necesidad de suministrar (o pagar) alimentos para alimentar a la famélica Corea del Norte. Y fue en China, por último, donde se ha formado buena parte de los militares norcoreanos que hoy día integran el círculo pretoriano más leal a Kim Jong-un. Un círculo leal, pero también pragmático y que mira con inquietud la pobreza de Corea del Norte mientras los aliados comunistas chinos nadan en una notable abundancia, pseudocapitalista y ajena a cualquier escrúpulo ideológico.

Si prosperan las negociaciones con Estados Unidos, cabría esperar a medio plazo una desaceleración al menos del programa nuclear norcoreano. Es previsible también que Corea del Norte reclame una reanudación de la sustanciosa ayuda que recibía en los tiempos en que esas conversaciones a seis bandas entre las dos Coreas, China, Rusia, Estados Unidos y Japón permitieron crear un mínimo clima de contactos y la apertura incluso de una área franca industrial norcoreana, en Kaesong, pagada, eso sí, por el Sur.

Pero hay muchas dificultades por delante. Mientras Estados Unidos reclama una inmediata desnuclearización de Corea del Norte, este país demanda garantías para su seguridad. Altos cargos y expertos estadounidenses en materia de Defensa ya han trazado el posible límite que no debería traspasar Trump en sus negociaciones con Kim. Lo ha dejado muy claro en una reciente declaración James R. Clapper Jr., exdirector de la Inteligencia Nacional bajo la Administración del presidente Barack Obama, y quien trabajó durante buena parte de su carrera en torno al conflicto coreano. Clapper ha advertido sobre la posibilidad de que Corea del Norte, a cambio de poner en marcha su desmantelamiento atómico, exija la retirada del “paraguas nuclear” de bombarderos y baterías de misiles con el que Estados Unidos protege a sus aliados surcoreanos y japoneses no solo de la amenaza norcoreana, sino también de las veleidades militares chinas en el Pacífico noroccidental.

Corea del Norte de momento está tendiendo la mano, por ejemplo con la liberación de varios prisioneros estadounidenses, con un moderado talante en las negociaciones en marcha en Panmunjon y con la destrucción de unas instalaciones de prueba de armamento nuclear. También Estados Unidos acaba de dar un paso importante con el aplazamiento de un paquete de sanciones que estaba listo para aplicar al régimen comunista.

Pero ni en la CIA ni en los sectores más conservadores del Partido Republicano de EEUU existen muchas esperanzas sobre el alcance real de un posible compromiso norcoreano de desarme nuclear. El radical senador Marco Rubio, en un paréntesis de su belicismo contra Cuba, se ha proclamado también especialista en Corea del Norte y ha calificado los gestos de Pyongyang como un mero espectáculo, a la vez que toca a zafarrancho de combate contra la Corea comunista con no menos ímpetu que el que dedica a la Cuba postcastrista.

No obstante, los asesores de Trump con mayor conocimiento de los asuntos coreanos que el senador Rubio afirman que la cumbre con Kim Jong-un supondrá un necesario tanto diplomático para la actual Administración estadounidense, enfangada en Oriente Medio y titubeante ante los avances rusos en buena parte del mundo. De momento, esa victoria diplomática la tiene Kim Jong-un, que no aparece ya como el inexperto y jovencísimo tirano de una nación díscola a la supremacía norteamericana.

En este sentido, es de esperar que el movimiento de fichas en Singapur deje abierta la partida para que Corea del Norte incremente su peso geopolítico al margen de sus misiles y su capacidad de aterrorizar a sus vecinos, e incluso que se vaya despojando de la tutela china para enmendar de manera también “pragmática” el desastre de tantas décadas de economía planificada, con nuevos socios, incluidos algunos de los que hoy día considera como enemigos jurados.

This article has been translated from Spanish.