Con un balance de miles de muertos, el sector agrícola italiano se asemeja a una zona de guerra

Con un balance de miles de muertos, el sector agrícola italiano se asemeja a una zona de guerra

Tomato-harvesting in the countryside of Foggia in southern Italy.

(Antonello Mangano)

Soumayla Sacko, un sindicalista de 29 años procedente de Malí, había estado colaborando durante dos años con el sindicato Unione Sindacale di Base (USB) para organizar a los trabajadores agrícolas migrantes como él. Sacko, al igual que la mayoría de los trabajadores agrícolas estacionales, vivía y trabajaba en unas condiciones deplorables, y residía en la famosa tendopoli (ciudad de tiendas de campaña) de San Ferdinando en Rosarno, en la región de Calabria, al sur de Italia. El 2 de junio de 2018, Sacko estaba con dos de sus colegas recogiendo planchas de metal de una fábrica abandonada para colocarlas en sus casas apenas habitables, cuando un hombre de la zona se presentó allí en un vehículo y les disparó cuatro veces con un rifle. Sacko recibió una bala en la cabeza y murió al poco de llegar al hospital. A uno de sus amigos le dispararon en la pierna, pero consiguió escapar y, posteriormente, pudo ayudar a identificar al culpable.

En Italia se calcula que la agricultura representa un 2,2% del PIB de 1.859 billones de dólares USD (1.630 billones de euros) del país, pero las decenas de miles de trabajadores agrícolas como Sacko, que son los que producen esa riqueza, ven muy poco de ella. Los trabajadores –sobre todo los trabajadores migrantes que suelen estar indocumentados y que son por tanto muy vulnerables a la explotación– pueden ganar apenas 2,50 euros por hora recolectando productos como tomates y cítricos que se venden después por toda Europa. Pero hay una estadística más preocupante todavía: Sacko es una de las más de 1.500 personas que han muerto a lo largo de los últimos seis años mientras trabajaban en el sector agrícola italiano.

Del norte al sur de Italia, en Sicilia, Campania, Apulia e incluso en la próspera región noroccidental de Piamonte, las cifras de jornaleros fallecidos son tan altas que aquello da la impresión de ser una guerra a pequeña escala.

Las víctimas son malíes, italianos, rumanos, indios y nigerianos. La razón de estas muertes van desde la extenuación hasta accidentes de automóvil, accidentes de trabajo y la violencia. Las noticias se publican en los periódicos locales, pero la gente enseguida se olvida de ellas. Dado que estos hombres y mujeres suelen estar empleados por los caporalato (capataces de cuadrillas de jornaleros), que gestionan un sistema de pago mínimo y explotación máxima, las víctimas de la explotación laboral casi nunca aparecen reflejadas en las estadísticas oficiales.

Algunos migrantes mueren calcinados en los incendios que ocasionalmente arrasan sus chozas construidas con plásticos, papel y pedazos de chatarra. La noche del 27 de enero de 2018, cerca de 2.000 personas tuvieron que salir corriendo a toda velocidad para escapar del incendio que de repente se había desatado en su campamento ocupado, ubicado en Rosarno. Becky Moses, una nigeriana de 26 años, no consiguió salir de su casa y sucumbió a las llamas. Sus restos mortales fueron colocados y trasportados en un ataúd de zinc entre las lágrimas de las demás mujeres y las miradas de estupefacción de los hombres.

Algunos migrantes mueren como consecuencia del frío o de enfermedades. Tal fue el caso, por ejemplo, de Dominic Man Addiah, que salió de Liberia huyendo de la guerra pero acabó falleciendo en Europa en el año 2013: se quedó dormido en un coche a las afueras del gueto de Rosarno y murió congelado. Marcus, otro jornalero nacido en Gambia, había viajado por todo el mundo hasta llegar a la campiña calabresa, pero estaba enfermo, presuntamente de neumonía, y falleció a finales de 2010 en un hospicio local, asistido por voluntarios que tuvieron que comunicar la triste noticia a sus familiares en su país de origen.

Algunos migrante mueren a manos de la policía. En junio de 2016, entre las tiendas informales de San Ferdinando que venden mantequilla de cacahuete y sobres de analgésicos, un grupo de seis policías y carabinieri (policía militar) tuvo que acudir para intervenir en una pelea. Allí se encontraron a Sekine Triore, un maliense de 26 años, blandiendo un cuchillo “en un estado de alteración psicofísica”, según informes de la policía. Uno de los agentes trató de atraparle, pero Triore le golpeó en el ojo. Otro de los agentes le disparó en el abdomen y Triore falleció poco después.

La cara moderna de los capataces de Italia

Pero no solo mueren migrantes de África y del Sur: entre las víctimas también hay migrantes europeos e incluso trabajadores italianos.

Entre Rossano y Corigliano, en la zona oriental de Calabria, llegan cada invierno más de 10.000 migrantes de Europa del Este para trabajar en la cosecha de la clementina. En noviembre de 2012, un camión que transportaba a cinco trabajadores rumanos que regresaban de las plantaciones junto con el terrateniente que les empleaba, se estrelló contra un tren que transportaba diésel. Dos de los trabajadores sobrevivieron al accidente, pero todos los demás pasajeros fallecieron al instante. Inmediatamente después del accidente, varios hombres de dos empresas funerarias locales se presentaron en el lugar del accidente y empezaron a pelearse por los cuerpos. Entre las patadas y puñetazos que se propinaron, uno de los cadáveres salió rodando –un doloroso incidente que no fue más que el comienzo de un largo calvario para los familiares del fallecido, ya que el Estado italiano se negó a pagarles una indemnización–.

Paola Clemente era una jornalera pullesa que, según el registro laboral, trabajaba como “consultora para negocios y empresas”. Pero en realidad se desempeñaba de sol a sol en las plantaciones de vides, dedicándose a quitar las uvas más pequeñas para fortalecer el crecimiento de los racimos.

No estaba contratada directamente sino que estaba subcontratada por una agencia de trabajo temporal –la cara moderna de los capataces de Italia–. A sus 49 años, Paola se levantaba cada noche a las tres de la mañana para recorrer 59 kilómetros en autobús y empezar su trabajo por un jornal de apenas 30 euros (22 euros por debajo del salario mínimo provincial). Realizaba uno de los trabajos más duros y peor pagados del sector agrícola. Las limpia uvas trabajan todo el día bajo un calor sofocante, y en Apulia es un trabajo realizado tradicionalmente por mujeres, ya que los terratenientes valoran la “delicadeza de sus manos”.

El día que murió, Paola empezó a sentir un fuerte dolor cervical, un síntoma habitual entre las mujeres que realizan este trabajo, y de repente se cayó al suelo con los ojos abiertos. Treinta minutos más tarde un coche fúnebre se llevaba su cadáver.

Incongruencia en las cifras

Pero ¿cuántas personas han muerto realmente trabajando en los campos de Italia? Cerca de 1.500 a lo largo de los últimos seis años, según dos fuentes: el Istituto nazionale Assicurazione Infortuni sul Lavoro (INAIL, o Instituto Nacional para la Prevención de los Accidentes en el Trabajo) y el Observatorio Independiente de Bolonia, que Carlo Coricelli, un trabajador del sector del metal, ya jubilado, estableció en 2008 con el objetivo de registrar todas las muertes relacionadas con el trabajo.

Examinando simplemente las cifras oficiales es difícil hacerse una idea real de la magnitud del problema. Centrémonos por ejemplo en el año 2015. Según el INAIL, ese año solo fallecieron 13 personas en los campos de trabajo agrícola de Italia. Pero ¿dónde están los nombres de Stefan, Paola, Mohamed, Zakaria, Vasile, Archangel, Ioan y todos los demás trabajadores y trabajadoras que sabemos que fallecieron aquel año? No figuran en la sección “agricultura” de los libros de registro oficiales, sino que están contabilizados entre los 336 muertos que no han sido asignados a ninguna categoría. Además, la Inspección del Trabajo, el organismo público italiano que verifica la regularidad de los lugares de trabajo, ha notificado que el 50% de las empresas del sector agrícola inspeccionadas son irregulares.

Por otra parte, según los registros de Soricelli, en 2015 murieron 518 personas en el trabajo, el 37% de las cuales trabajaban en el sector agrícola. “INAIL solo tiene en cuenta a las personas que están aseguradas, excluyendo así a los trabajadores que carecen de registros a efectos de IVA, a los artesanos, a los autónomos y a todos los que tienen otro tipo de seguro”, declara Soricelli a Equal Times para explicar la incongruencia de las cifras. El Observatorio también incluye en sus estadísticas todos los accidentes in itinere, es decir aquellos que se producen durante el trayecto al y desde el lugar de trabajo.

Conviene señalar que, en términos de los datos oficiales y no oficiales, la cifra más elevada de muertes en el lugar de trabajo se registra entre los trabajadores italianos. Incluso al examinar el segmento de “trabajo no declarado” del año 2015, el INAIL revela que 272 de los 336 trabajadores que fallecieron eran italianos (81%), seguidos de los rumanos (27 casos) y, en tercera posición, a una distancia considerable, están los 9 indios que perdieron la vida trabajando en Italia aquel año.

La agricultura italiana se caracteriza por la ilegalidad, un grado de explotación considerable y una falta de protección por parte de las instituciones públicas. El elevado número de muertes en el lugar de trabajo en este sector es consecuencia directa de esta situación. Para proteger a los trabajadores agrícolas de Italia es preciso que se tomen una serie de medidas correctoras con carácter de urgencia: las corporaciones tienen que responsabilizarse de la explotación de la mano de obra que se produce a lo largo de toda la cadena de suministro agroalimentaria; los sindicatos tienen que empoderarse para ayudar y proteger a todos los trabajadores, en especial a los trabajadores migrantes; y es necesario que se haga más para concienciar a los consumidores de la explotación de la mano de obra que existe en la agricultura, con vistas a garantizar el fomento de los productos de comercio justo.