“Que nos escuchen y nos dejen intervenir”, dicen ciudadanos de todo el mundo

“Que nos escuchen y nos dejen intervenir”, dicen ciudadanos de todo el mundo

In Peshawar, Pakistan, members of marginalised groups – including religious minorities, transgender Pakistanis, women and people with disabilities – speak to researchers about their experience of democracy in Pakistan.

(CIVICUS)

Un grupo de mujeres que luchan contra el acoso sexual en Trinidad y Tobago. Miembros marginados de la discriminada casta dalit de Nepal que piensan que los políticos solo hablan con ellos cuando quieren hacerse con su voto. Gente preocupada por las repercusiones de la corrupción en México.

¿Qué tienen todas estas personas en común? Todas ellas viven en sociedades que se definen como democracias, donde cada pocos años tienen la oportunidad de votar a un líder y a un partido. Y, sin embargo, siguen sintiendo que nadie las escucha. La gente ve el poder político como algo muy distante de su mundo.

Centenares de personas ’pertenecientes’ a estos grupos, de todo el planeta, participaron recientemente en una serie de diálogos comunitarios para tratar de llegar al corazón de lo que los ciudadanos piensan sobre la democracia hoy en día. Los Diálogos de la Democracia se inscriben en el marco de un proyecto de investigación de un año, gestionado por la alianza mundial de organizaciones de la sociedad civil CIVICUS, en el transcurso de los cuales pudimos escuchar a personas procedentes de más de 60 países y entender por qué están descontentas con el estado de sus democracias y qué cambios les gustaría que se produjesen.

Si bien los titulares de prensa recientes han estado acaparados por la marcha del populismo de derechas en Estados Unidos y en gran parte de Europa, nuestros diálogos han dejado patente que los problemas son mucho más profundos.

En todos los rincones del mundo hay ciudadanos que se sienten frustrados porque no pueden expresarse. Están molestos por las barreras que les frenan, y no perciben ningún cambio que se derive de los procesos políticos convencionales ni de los políticos del establishment.

Esta es una de las razones por las que en muchas regiones se están adoptando ideas y posturas políticas extremas: la gente está desesperada por probar cualquier cosa que parezca nueva, por romper con las rutinas del fracaso.

Las circunstancias varían considerablemente de los países en los que existen democracias establecidas desde hace mucho tiempo, como Dinamarca y Alemania, a los países donde gobiernan líderes represivos que atacan la democracia, como es el caso de Tanzania y Turquía, y los países que se encuentran ante un posible cruce en el camino tras determinados cambios que se han producido recientemente, como son Malasia y Birmania. Pero si algo está claro en todo el espectro es que los ciudadanos quieren tener más voz, no menos. Y a pesar del cambio polarizado que se está dando en determinadas partes del mundo a favor de las ideologías de derechas, cabe constatar que las tendencias que abogan por reemplazar la democracia por formas de gobierno más autocráticas o militarizadas están recibiendo un apoyo muy escaso.

Hoy en día, muchas de las luchas más decisivas se están librando para establecer unos sistemas de trabajo de democracia representativa en los que haya elecciones libres y justas, una competencia política genuina, representación de la pluralidad de opiniones, procedimientos para exigir rendición de cuentas a los líderes políticos, y mecanismos correctores, incluyendo sistemas judiciales y parlamentos autónomos, así como un espacio para la oposición política. Es indudablemente importante respaldar estos puntos, aunque solo sea para demostrar que las tendencias regresivas pueden ser revertidas y que los tiranos pueden ser derrocados.

Una democracia más directa, por favor

Pero el descontento generalizado que puede palparse en países donde existen sistemas de democracia representativa efectivos y establecidos hace mucho tiempo –un descontento que aparece reflejado en la apatía, la volatilidad política y la polarización–, nos demuestra que la democracia representativa nunca será suficiente para satisfacer esta demanda. Lo que hace falta es disponer de prácticas democráticas más participativas y directas, que den más voz a las personas.

La democracia directa implica referéndums, que por supuesto son iniciativas arriesgadas para las causas progresistas. El referéndum del Brexit en el Reino Unido no es el único que ha provocado un retroceso de las voces progresistas. Hemos visto comicios impuestos en unas condiciones carentes de libertad, que no reflejan las demandas populares sino el deseo de los líderes políticos de prolongar su mandato mediante reformas de las Constituciones –especialmente en Bolivia y Uganda–, utilizando el voto obligatorio como sello de legitimidad. Hemos visto referéndums que alientan la polarización en torno a la limitada binaria de una pregunta a la que solo se puede responder “sí/no”. Es evidente que los referéndums son problemáticos cuando favorecen la eliminación de derechos en lugar de ampliarlos.

Pero también hemos visto referéndums impulsados por demandas populares que hacen posible que se produzcan momentos de cambios decisivos en los comportamientos sociales y políticos. Tal es el caso del claro voto de Australia a favor del matrimonio homosexual, así como el aplastante apoyo que revocó la prohibición del aborto en Irlanda. No obstante, incluso cuando las campañas de la sociedad civil no dan lugar a la victoria esperada para los progresistas, como sucedió en el reciente referéndum sobre el aborto en Argentina, constatamos que pueden ofrecer oportunidades para hacer valer un argumento, recabar apoyo y actuar como un alto en el camino hacia el cambio.

Así pues, necesitamos más momentos como estos. Necesitamos ver una democracia directa, así como referéndums, donde se presenten puntos de inflexión cruciales para la participación, como por ejemplo oportunidades para movilizar y recabar apoyo en favor de causas progresistas, oportunidades para desarrollar nuevas coaliciones y para mostrar el excepcional trabajo de la sociedad civil.

Nosotros, en la sociedad civil, no deberíamos ser tímidos; tenemos que creer que si nuestros argumentos son suficientemente sólidos, y si se nos brinda una oportunidad justa, podemos ganar los debates y atribuirnos victorias. Sin esa confianza ¿para qué estamos en este juego?

Es evidente que para tener realmente posibilidades de ganar los debates necesitamos un espacio abierto para la sociedad civil, requisito indispensable para el debate democrático. Pero además de una democracia directa necesitamos una democracia más participativa.

La reforma de la ley del aborto en Irlanda fue fruto de una asamblea ciudadana en la que una sección transversal representativa de ciudadanos fue convocada para contribuir al avance de una cuestión que estaba en punto muerto. Se trata de un modelo que debería utilizarse más a menudo, entre otras razones para superar la polarización y fomentar la participación. También tenemos que estudiar más a fondo el potencial de la telefonía móvil, tan sumamente accesible, a la hora de activar un proceso de toma de decisiones rápido y participativo. Por supuesto es imprescindible contar con una tecnología segura sobre la cual tengamos un firme control democrático, pero en cualquier caso se trata de una vía que deberíamos impulsar.

Otra lección importante que se desprende de los Diálogos de la Democracia es que la democracia no puede limitarse exclusivamente al plano nacional. Muchas de las decisiones clave que influyen en la vida de las personas con las que hemos hablado, se toman a nivel de las ciudades, o en los pueblos o barrios. Esos son los espacios donde las voces progresistas tienen que implicarse y promover la participación, donde puede forjarse un consenso comunitario y donde pueden definirse maneras de trabajar que dejen la parcialidad a un lado.

A todos los que creemos en la justicia social nos incumbe trabajar en estos espacios y ampliarlos, y participar en los debates para conseguir apoyo en favor de nuestras causas. Tenemos que experimentar con la democracia participativa, y la sociedad civil tiene que encabezar este proceso. De lo contrario seguiremos dejando la iniciativa en manos de populistas que venden respuestas engañosamente simples. Y eso es algo que no nos podemos permitir.