Hoy fascismo en Brasil, ¿mañana la resistencia?

Hoy fascismo en Brasil, ¿mañana la resistencia?

Demonstrators carry a banner that reads in Portuguese "Dictatorship never again," during a protest against Jair Bolsonaro, in Sao Paulo, Brazil, Wednesday, Oct. 10, 2018.

(AP/Andre Penner)

Brasil afronta la peor crisis social, económica y política de los 30 últimos años. Y esto podría ser solo el principio.

De las movilizaciones masivas en las calles en junio de 2013, pasando por un golpe de Estado institucional en agosto de 2016 y la aplicación de un programa económico-social marcado por el autoritarismo y la austeridad, a la campaña presidencial extremadamente violenta en octubre de 2018, el país parece estar lejos de los años de bonanza de principios del siglo XXI. Lo que es todavía más trágico: los resultados de las elecciones presidenciales nos han dejado a todos atónitos, incluso a los más pesimistas.

El domingo 28 de octubre, el candidato de extrema derecha Jair Bolsonaro (del Partido Social Liberal, o PSL) ganó las elecciones con un 55,13% de los votos y se impuso al candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad. Gracias al apoyo de parte de las élites tradicionales, a saber, los grandes terratenientes, los grupos de presión a favor de las armas y las poderosas iglesias evangélicas, Jair Bolsonaro ha conseguido encarnar falsamente al candidato “antisistema” que dice ser capaz de resolver los problemas de violencia y corrupción del país.

Su victoria también pone de relieve las tendencias racistas, homófobas y conservadoras de un segmento considerable de la sociedad brasileña. La visibilidad que han logrado los movimientos feministas, de personas negras y de personas LGBTI en los últimos años en Brasil está convulsionando a este sector de la sociedad, que ve en el discurso de Jair Bolsonaro la vuelta a un sistema autoritario compuesto únicamente por “ciudadanos de bien” que mantiene la jerarquía social que siempre ha existido.

El giro fascista de las elecciones presidenciales de 2018

Entre las dos vueltas de las elecciones, Brasil vivió una oleada de agresiones motivadas por el odio contra partidarios de movimientos de izquierda, homosexuales o incluso periodistas. Ya se ha registrado más de una centena de casos, de los cuales al menos tres son homicidios. Así, la noche de la primera vuelta, el maestro de capoeira Moa do Katendê, militante antirracista, fue asesinado de doce puñaladas por un seguidor de Bolsonaro. El motivo: había declarado haber votado a Fernando Haddad.

Este odio y violencia fueron claramente promovidos por Jair Bolsonaro y los candidatos de su partido. El 20 de octubre, el antiguo capitán del Ejército de Tierra declaró en un vídeo -que encendió al público con un discurso contra el comunismo y la izquierda- que vaciaría Brasil de militantes y activistas bajo su presidencia.

“Estos rojos rebeldes serán expulsados de nuestra patria. Será una limpieza sin precedentes en la historia de Brasil”, declaró.

En sus discursos y provocaciones no se esconde a la hora de hacer llamamientos para agredir, o incluso asesinar, a todas aquellas personas que piensen de manera diferentes a la suya: mujeres y militantes LGBTI, defensores de los derechos humanos y de los pueblos indígenas, partidarios y simpatizantes de la izquierda o incluso periodistas.

En un país como Brasil, marcado desde su nacimiento por la violencia social, la criminalización de larga data de los movimientos sociales nunca ha sido tan fuerte como en 2017, con la explosión del número de asesinatos de defensores de los derechos humanos. En efecto, según el Comité Brasileño de Defensores de los Derechos Humanos, 62 personas que defendían estos derechos fueron asesinadas entre enero y septiembre del año pasado.

Desde el golpe de Estado institucional de 2016, parece que las élites en el poder han utilizado todos los medios a su disposición para imponer su postura de un régimen de austeridad sin concesiones. La masacre de Pau d’Arco y el asesinato de Marielle Franco fueron el punto de inflexión de la violencia que vive el país. El 24 de mayo de 2017, durante una operación contra campesinos sin tierra que habían ocupado una granja en el estado de Pará, 17 agentes de policía entraron en el bosque en el que se escondían las familias y les dispararon a quemarropa: 10 personas fueron asesinadas.

En marzo de 2018, el asesinato de Marielle Franco, mujer negra, de izquierdas, elegida miembro del Consejo municipal de Río de Janeiro tras una campaña basada en la defensa de los derechos de la población negra, también simboliza el aumento de la brutalidad, lo cual allana el terreno a la situación actual, donde a partir de ahora se podría eliminar toda oposición por la fuerza o por la muerte, con total impunidad.

Con Jair Bolsonaro a la cabeza del Estado brasileño, este odio podría institucionalizarse. Las milicias urbanas o vinculadas a los terratenientes, respaldadas y legitimadas por un presidente que no duda en declararse a favor de la tortura y las ejecuciones sumarias, también podrían decidir no esperar a que el Estado actúe. Podrían tomarse al pie de la letra el discurso de Bolsonaro y limpiar el país de aquellos que califican de “rojos”.

¿Una resistencia que se perfila?

A pesar de este escenario político cada vez más sombrío, los movimientos sociales, los intelectuales, los estudiantes y el resto de actores de la sociedad civil se organizan para resistir. Durante las semanas de campaña, los movimientos sociales y los partidos de izquierda siguieron la estrategia de denunciar activamente este aumento del fascismo en el país. Sin embargo, su acción política se limitó a una crítica de las ideas expresadas por Jair Bolsonaro, en particular su carácter antidemocrático y violento.

En efecto, aunque el Partido de los Trabajadores y los sindicatos, como la Central Única de los Trabajadores (CUT), intentaron luchar contra las noticias falsas difundidas hasta la saciedad a través de las redes sociales, no estaban preparados para hacer frente a la ola de mensajes enviados a gran escala por robots y grandes empresas especializadas en marketing viral, una acción financiada por empresarios afines a Bolsonaro.

La izquierda tradicional no ha sabido entender ni combatir el sentimiento de revancha o desilusión de una parte de la población, el cual ha dado lugar a un voto en contra del Partido de los Trabajadores más que a favor de Bolsonaro. La estrategia electoral de la primera vuelta –la idea de que el Partido de los Trabajadores era víctima de un gran complot de las élites y que no se le podía recriminar nada– demostró no ser suficientemente convincente. La de la segunda vuelta –defenderse ante la urgencia de una democracia amenazada– no pudo parar una máquina que ya funcionaba a todo gas.

Más allá de estas estrategias electorales mal preparadas ante el carácter inédito de esta campaña, surgieron nuevas formas de resistencia: grupos de universitarios organizaron “clases abiertas” y debates públicos fuera de las facultades, se presentaron en público obras de teatro centradas en la vida política nacional y se organizaron varias concentraciones contra el fascismo en diferentes ciudades del país, lo cual despertó una cierta conciencia política.

El día de los comicios, muchos electores fueron a votar con libros de grandes autores brasileños bajo el brazo para destacar su vínculo con la educación y la cultura.

Sin embargo, de todas las formas de resistencia observadas desde hace algunas semanas, parece que la que tiene más posibilidades de hacer frente al espectro fascista que amenaza a Brasil es la resistencia activa y constante de las mujeres, en particular de las mujeres negras. Diferentes colectivos feministas, de madres de niños asesinados por la policía, de universitarias y alumnas de secundaria, muy presentes en el escenario político brasileño al menos desde 2013, se han movilizado y, de hecho, constituyen un frente importante contra el fascismo. Son ellas las que han introducido la consigna “Él no”, con la etiqueta #EleNão. A través de las concentraciones masivas, la organización de encuentros, las asambleas y los talleres de autodefensa, estas mujeres nos han mostrado que el combate contra el horror fascista será, en gran medida, una lucha femenina intersectorial.

Estas movilizaciones, que han respondido con creatividad a la emergencia creada por la llegada de un candidato fascista, misógino y homófobo, constituyen actualmente las fuerzas del mañana más importantes y útiles para crear un gran frente antifascista, capaz de frenar las amenazas que planean sobre el país e iluminar una noche que podría ser larga.

This article has been translated from French.