Estudiante en tiempos de guerra: la otra vuelta al cole

Estudiante en tiempos de guerra: la otra vuelta al cole

14-year-old Fatima Kanju (on the right) attends English classes organised by Small Projects Istanbul (SPI), in Istanbul, 13 August 2018.

(Marga Zambrana)

Mona intenta recordar las veces que ha estado a punto de morir en el aula, como estudiante y como profesora. Esta joven de 22 años, licenciada en Lengua Inglesa por la Universidad de Idlib en 2017, prefiere usar un alias por su propia seguridad.

“Hemos sufrido ataques aéreos en la escuela. Claro, cuando sucede nos morimos de miedo. Todos nos ponemos a gritar y a llorar e intentamos que los niños regresen a sus casas. En mi escuela no tenemos forma de protegerlos, sólo podemos enviarlos a casa”, explica Mona a través de una débil conexión de internet y llamadas de Whatsapp desde la provincia de Idlib, el último reducto de la oposición siria en el norte del país, fronteriza con Turquía.

Su escuela se ha salvado este año durante la vuelta al cole. Pero entre agosto y septiembre tres escuelas de la provincia fueron objetivo de los bombardeos del régimen apoyado por cazas rusos: el 8 de agosto, en Idlib capital; el 4 de septiembre, en Jisr al-Shughour, donde fueron atacados un mercado en Mhambel y una escuela en Al-Badriya. Y el 10 de septiembre, que alcanzó una escuela en Jarjanaz, Idlib, bombardeo que se saldó con nueve muertos, en su mayoría niños, según fuentes de la oposición.

La ONU empezó a verificar las muertes de niños en Siria en 2014. Desde entonces hasta mediados de 2018, la Oficina del Enviado Especial del Secretario General de la ONU para niños en conflicto ha podido verificar y confirmar 3.130 muertes de menores, aunque la organización teme que la cifra sea mucho más alta.

De hecho, la ONG Syrian Network For Human Rights ha contabilizado cerca de 28.000 muertes de menores desde que la guerra empezó en Siria en 2011.

“No todos los estudiantes tienen miedo. Algunos de ellos son tan fuertes que ya no les importan los bombardeos. Pero otros se ponen tan nerviosos en cuanto escuchan el sonido de los aviones”, explica la hoy profesora, que dice tener un centenar de estudiantes de entre 15 y 17 años. “De pronto empiezan a llegar los aviones, los escuchamos, sabemos que estamos en peligro porque el ritmo cardiaco se acelera. Nos quedamos en silencio y yo intento mantenerme en mi lugar. A veces no sé qué hacer. Pero entonces viene el responsable de la escuela y nos envía a todos a casa, es lo único que podemos hacer”.

Dice Mona que este año están teniendo suerte. Desde mediados de septiembre Turquía y Rusia alcanzaron un acuerdo que ha frenado de forma irregular los bombardeos del régimen de Bashar Al-Assad contra el reducto opositor en el noroeste. “Creo que ha sido una buena solución para Idlib y otras áreas, pero no sabemos cuánto va a durar”, añade.

El principal peligro para estudiantes y profesores son los bombardeos, dice, la falta de seguridad; seguidos de la escasez de recursos y los cortes de luz. Todavía recuerda la primera vez que sufrió un bombardeo. “Fue en mi tercer año (2016), cuando iba camino de la universidad. El avión estaba sobre mí, estaba muerta de miedo, pensé que allí me moriría. Algunas chicas empezaron a correr, otras a llorar. Yo me quedé clavada, no sabía qué hacer, si correr o quedarme quieta. Es muy difícil. Sabes que la muerte está cerca. Decidí ayudar a una amiga mía que estaba embarazada”.

Cuando empezaron los bombardeos y las detenciones en los puestos de control, después de que el Ejército Libre de Siria (ELS) tomara la provincia, había semanas que tenía que quedarse en la ciudad en apartamentos compartidos con otros estudiantes, y no podía regresar a su pueblo. Estudiaban a la luz de las velas y se turnaban para conseguir comida.

Lecciones que aprender y decisiones que tomar que no son habituales en el resto del mundo.

Educarse, a pesar de todo

Mona sacó fuerzas para empezar y acabar su carrera en plena guerra: “Era mi sueño acabar mis estudios, desde que era pequeña. Ignoraba todos los problemas para conseguir mi sueño. Lloraba, lo intentaba, caminaba, estudiaba, temía… Pero en mi interior sabía que mi sueño era más fuerte que cualquier dificultad”.

Un sueño que, a mil doscientos kilómetros cruzando la frontera, comparte Fatma Kanju, una adolescente de 14 años que asiste a los cursos de inglés de la ONG Small Projects Istanbul (ISP).

“Hello, my name is Fatima, I am 14 years old. I am studying 8th grade in Arabic school, I come from Syria, now I live in Istanbul”, repite la joven durante su clase de inglés. El cursillo de inglés para niños refugiados se lleva a cabo en verano en el edificio de SPI en el barrio de Mevlanakapi, junto a las antiguas murallas de la ciudad.

SPI, junto con Turkey Volunteers organizan este cursillo de verano desde 2014. Pagan a los padres de los estudiantes 500 Liras Turcas al mes (unos 75 euros; 86 dólares USD), algo menos de lo que ganaría un menor, explotado ilegalmente y maltratado, si sus padres lo enviaran a una fábrica durante el verano. Con esa cuantía se evita también la tentación de casar a sus hijas menores de edad, como una salida socorrida a las penurias económicas.

No parece ser el caso de la disciplinada Fatima, que por su hijab indica su pertenencia a una familia conservadora, con la que huyó de Alepo hace cinco años (2013). De la guerra recuerda lo imprescindible: “Sólo que se oían ruidos que daban mucho miedo. Recuerdo muchos bombardeos, y tanta gente muriendo en al-Shaar”, un área entonces en manos rebeldes en el oeste de Alepo.

La niña perdió un año y medio de estudios, desde su segundo grado, y ahora estudia el séptimo en una escuela árabe en Estambul, donde en el último año se han dejado de impartir clases de inglés. “Me enteré de que aquí daban clases de inglés. Mi sueño es ser doctora cuando sea mayor, así que me tengo que preparar muy bien y aprender inglés, por eso vengo aquí”, dice la pequeña al salir de clase.

“Si no viniera aquí en verano, estaría estudiando inglés en casa usando apps [aplicaciones]. Mis padres están muy contentos con esto y desean lo mejor para mí y mi hermana”, asegura una sonriente Fatima.

La australiana Karyn Thomas, una de las fundadoras de SPI, asegura que la mayoría de los 22 estudiantes que han tenido en verano trabajaban en fábricas o, en el caso de las niñas, eran susceptibles de ser casadas.

“Los sacamos de la fábrica y los llevamos de vuelta al colegio. Esto también retrasa un posible casamiento, y lo que hacen es venir aquí durante su tiempo de vacaciones para aprender inglés, y luego regresan a su escuela turca en septiembre”, explica Thomas. Las bodas se usan en el mundo árabe como una salida muy desesperada con el fin de obtener dinero y estabilidad. “Así que si pagamos algo a las familias –las que realmente quieren que sus hijos salgan adelante– retrasamos los casamientos de menores, y evitamos problemas médicos o nacimientos prematuros. Si hay algo que todos queremos evitar es que casen a niñas de 12, 13 y 14 años”, añade Thomas.

SPI es un paraguas para multitud de proyectos y voluntarios que quieren ayudar a refugiados sirios en Estambul. Una de ellos es Mariliis Kümnik, una editora estonia de 24 años que vende bolsos en línea con el fin de comprar y donar material escolar para estos niños. “Les traigo libretas, lápices, acuarelas, material escolar. Trabajo en Estambul, así que este proyecto es por mi propio interés. A veces vengo a ver a los niños, y parecen estar muy contentos”.

Turquía acoge a unos 3 millones de refugiados sirios, de los cuales casi la mitad son menores, según el Ministerio de Educación turco. Solamente unos 610.000 reciben educación, mientras que 350.000 no tienen acceso a ésta y se arriesgan a la discriminación, la explotación infantil o a matrimonios infantiles.

En total son 5,76 millones los niños sirios en edad escolar, y casi 2 millones no tienen acceso a la educación, según datos de UNICEF. Pero la situación está mejorando. “El porcentaje de niños sin acceso a la educación bajó desde el 41% en 2016, hasta el 35% a finales de 2017”, explica desde Amán Tamara Kummer, especialista en Comunicación de UNICEF para Oriente Medio y Norte de África.

Dos de cada tres niños refugiados sirios en Turquía, Líbano, Jordania, Iraq o Egipto, o 1,25 millones, reciben educación formal o informal en esos países, añade Kummer. UNICEF ha facilitado hasta mediados de 2018 que 2 millones de niños y profesores tuvieran acceso a las escuelas este año dentro de Siria, incluidas aulas prefabricadas, y más de un millón en países anfitriones.

This article has been translated from Spanish.