El desmoronamiento del proceso de paz en Irlanda no es un precio que merezca la pena pagar por el Brexit

[Nota de la editora: Esta columna de opinión fue escrita con anterioridad al anuncio, ayer martes en la tarde, de que los negociadores de la Unión Europea y el Reino Unido han alcanzado un principio de acuerdo para que este país salga de la Unión Europea. En el momento de publicar este artículo, el texto aún no ha sido publicado, por lo que se desconocen todos los detalles. No obstante, se piensa que puede incluir un “respaldo” que permita mantener a Irlanda del Norte estrechamente ligada a las reglas comerciales europeas hasta que se llegue a otro acuerdo comercial sin fricción. El principio de acuerdo necesita, por otra parte, ser firmado por el gabinete de la primera ministra británica, Theresa May, antes de ser votado en el Parlamento de Londres en diciembre. De entrada, varios miembros del partido conservador, además de Arlene Foster, del DUP de Irlanda del Norte, han avanzado que no respaldarán tal acuerdo.]

 

Crecí en Armagh Sur, en Irlanda del Norte, durante el conflicto armado. Uno de mis primeros recuerdos es ver cómo un vecino era abatido a tiros. Otro es la conmoción de haber evitado por poco la explosión de una bomba de alcantarillado que había colocado el IRA (Ejército Republicano Irlandés) para atacar al Ejército británico.

El hermano de un compañero de clase de la escuela primaria fue asesinado por el SAS (la unidad de fuerzas especiales del Ejército británico). Hace diez años descubrí que un grupo de paramilitares lealistas (partidarios de la unión entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte) había planeado atacar la escuela primaria a la que yo asistía, con idea de matar a todos los niños y profesores, en represalia por una atrocidad perpetrada por el IRA. El plan fue finalmente vetado: algunos crímenes de guerra eran demasiado bárbaros para los criminales de guerra del norte de Irlanda.

Ahora que el conflicto va adquiriendo aspecto de historia, resulta demasiado fácil olvidar lo horrendo que realmente fue.

Yo lo sigo teniendo muy presente, y últimamente he estado pensando mucho en todo ello, en particular con el Reino Unido que, cual racista borracho dando tumbos hacia la puerta del pub, busca la salida de la Unión Europea con pocos planes aparte de, por lo visto, un deseo visceral de no dejar entrar a los “extranjeros”.

El conflicto de Irlanda del Norte estuvo marcado en cierta medida por una división considerable en el seno de la comunidad nacionalista del norte (que reclama la unificación de Irlanda).

Por una parte estaban los que adoptaron un enfoque no violento, inspirados por Martin Luther King, y que se estaban fusionando con el Partido Socialdemócrata y Laborista (SDLP, por sus siglas en inglés), el partido hermano del Partido Laborista británico e irlandés. Y por otra, estaban los que encontraban en la violencia una respuesta justificable a la partición de Irlanda, y que por tanto apoyaban al IRA.

Lo que unió a estas dos vertientes políticas, sobre todo en las zonas fronterizas como Armagh Sur, fue una aversión a la partición en sí, lo cual provocó divisiones físicas en las comunidades y trajo una ocupación militar y un conflicto. Así pues, tras dos años de torpes negociaciones por parte del Reino Unido, y a apenas unos meses de que el Reino Unido se disponga a abandonar la UE, el Brexit todavía plantea la amenaza de reintroducción de una frontera dura en la isla de Irlanda y, con ello, una amenaza fundamental para la paz en Irlanda.

Europa y el Acuerdo de Viernes Santo

Los futuros historiadores discutirán sobre el papel que la fratricida campaña del IRA, o el cambio de prioridades económicas y geopolíticas de Gran Bretaña, desempeñó a la hora de conseguir reunir a todo el mundo en torno a una mesa de negociaciones. Pero el hecho de que hubiera una mesa de negociaciones en torno a la que reunirse fue el resultado de una acción política solitaria y paciente, bajo unas circunstancias de lo más espantosas, por parte del SDLP, así como de un firme esfuerzo diplomático por parte de los sucesivos Gobiernos irlandeses.

Lo que resulta absolutamente evidente a raíz de los discursos y escritos del líder del SDLP, John Hume, durante este período, es que las bases de esos esfuerzos diplomáticos y políticos fueron europeas.

La adhesión a la Unión Europea proporcionó un nuevo marco entre el Reino Unido e Irlanda que podía contemplar nuevas perspectivas vitales sobre las relaciones entre las islas británica e irlandesa, y las comunidades de dichas islas. Y estas nuevas perspectivas dieron finalmente lugar al proceso de “tres etapas” que condujo al Acuerdo del Viernes Santo.

La paz que trajo el Acuerdo de Viernes Santo no fue espontánea. Fue el resultado de decisiones complicadas y de compromisos dolorosos que tuvieron que asumirse para lograr establecer un marco constitucional que ofreciera la posibilidad de resolver las diferencias a través del debate y la negociación en lugar de la violencia. La mayoría de los ciudadanos de estas islas agradecen que se pudiera poner fin al derramamiento de sangre.

Pero un número cada vez mayor de partidarios del Brexit parecen haber decidido que el final de la paz en Irlanda es un precio que sí vale la pena pagar por sus fantasías de renovada gloria imperial para Inglaterra. Sus líneas rojas son que el Brexit incluya la retirada del Reino Unido del mercado interior y de la unión aduanera, mecanismos que han hecho posible el establecimiento de una frontera invisible en Irlanda.

Además han declarado inconcebible que tenga que haber algún tipo de control aduanero en el Mar de Irlanda, lo cual evitaría también una frontera en Irlanda, porque la primera ministra Theresa May necesita los votos del Partido Unionista Democrático de extrema derecha, para el cual eso es inaceptable. En consecuencia, el Gobierno británico parece estar desesperado por renunciar a los compromisos oficiales que ya ha asumido con la UE para evitar una frontera dura en Irlanda.

Así que ahora el Brexit pone en la balanza la base del acuerdo de paz irlandés, con un riesgo muy real de que dé lugar a una nueva partición de Irlanda con una frontera dura impuesta por el Brexit para satisfacer las líneas rojas que el Gobierno del Reino Unido ha decidido exigir sin tener prácticamente en cuenta su impacto potencial.

¿Irlanda del Norte? “No es nuestro problema”

Algunos partidarios del Brexit, como el condescendiente Michael Gove, actual ministro del Gabinete británico, han despreciado durante mucho tiempo la paz en Irlanda. Otros, como por ejemplo los incoherentes pero consentidos diputados ordinarios Boris Johnson, David Davis y Jacob Rees-Mogg, han tratado de restar importancia al asunto justo cuando parece amenazar con frustrar sus fantasías neocoloniales.

En esto no están solos. Según el estudio Future of England, publicado el 2 de octubre de 2018, un 83% de los votantes a favor del Brexit y un 73% de los votantes conservadores se han mostrado de acuerdo con la propuesta “el desmoronamiento del proceso de paz de Irlanda del Norte” es un “precio que vale la pena pagar” por el Brexit. Como ha señalado el escritor irlandés Fintan O’Toole, esto “revela una profunda convicción de que Irlanda del Norte no es” responsabilidad de los ingleses.

Estas actitudes explican en gran medida por qué, salvo un admirable informe de la Cámara de los Lores británica sobre las implicaciones del Brexit en Irlanda, los políticos y medios de comunicación británicos se han mostrado tan superficiales en cuanto a los riesgos que el Brexit plantea para la sociedad irlandesa.

El Partido Laborista británico no es inmune al respecto y parece estar atrapado en la ridícula ilusión de un futuro “Brexit del pueblo” que hará realidad el sueño del “socialismo en un país”. Su visión, que minimiza decididamente las consecuencias económicas del Brexit, es igual de absurda que la de los conservadores.

Y a pesar de las supuestas convicciones de los líderes laboristas Jeremy Corbyn y John McDonnell a favor de los irlandeses, sus declaraciones públicas transmiten pocas garantías de que las bases de la paz irlandesa figuren de modo alguno entre sus máximas prioridades.

Las cúpulas laborista y conservadora parecen estar actualmente arraigadas en una realidad geopolítica o económica. Ambas plantean la perspectiva categórica de una “pequeña Inglaterra” política y económicamente separada de nuestros conciudadanos europeos, segura de ser la parte más joven de cualquier acuerdo comercial que el Reino Unido finalmente consiga negociar, a menos, quizás, que sea con Nueva Zelanda.

En su poema Easter 1916, el poeta irlandés WB Yeats se preguntaba, en relación con el futuro bienestar de Irlanda, si “Inglaterra puede mantenerse fiel/ a todo lo que se ha hecho y dicho”.

Los chanchullos del Gobierno británico en sus negociaciones con la UE respecto al Brexit sugieren una respuesta más bien definitiva a la pregunta de Yeats. Inglaterra, por sí sola, nunca se mantendrá fiel a Irlanda. Los intereses de Irlanda, la paz de Irlanda, siempre estarán subordinados a la xenofobia y los prejuicios ingleses. La futura paz y prosperidad de Irlanda dependen por tanto de la solidaridad de los Veintisiete de la UE que se nieguen a seguir aceptando el despropósito neocolonial de Inglaterra.