Elecciones legislativas de 2018 y la nueva conciencia de clase en Estados Unidos

La elevada presencia de los demócratas en las recientes elecciones de mitad de legislatura celebradas en Estados Unidos (la denominada “ola azul”) ha conseguido acabar con la opresión que los conservadores venían ejerciendo sobre el Gobierno. Los demócratas han recuperado el control de la Cámara de Representantes y han ganado contiendas clave, sobre todo en los estados industriales del Medio Oeste del país. Pero más importante aún que esta ola electoral quizás sea la nueva “ola de clases” identificada por Working America, la afiliada comunitaria de la AFL-CIO, que durante los últimos 15 años ha estado organizando a personas de comunidades de clase trabajadora que carecen de sindicatos. La “ola de clases” es palpable en estas elecciones y ofrece oportunidades para renovar la organización sindical.

Los demócratas han ganado contiendas en los estados del Medio Oeste, y los votantes han conseguido deshacerse de gobernadores virulentamente antisindicales en Wisconsin e Illinois, derrotando al xenófobo y radical portavoz de Trump que se había presentado como candidato a gobernador de Kansas. Con su voto también han logrado que los demócratas ganen elecciones clave en Pennsylvania, Michigan, Ohio, Minneapolis y Iowa. En 2016, bastantes votantes blancos de clase trabajadora de dichos estados contribuyeron a que Donald Trump ganara las elecciones. Este año muchos de ellos han vuelto a modificar su voto.

El voto contra Donald Trump motivó a los demócratas comprometidos, pero los votantes indecisos se centraron en las mejoras más urgentes para su vida cotidiana. Así pues, la sanidad, la educación y las infraestructuras fueron cuestiones prioritarias. “Arreglen las malditas carreteras”: el eslogan de campaña utilizado por la gobernadora electa de Michigan, Gretchen Whitmer, reflejaba esa urgencia y la situó en primera posición. Ni siquiera las promesas de reducir el desempleo y los impuestos consiguieron apaciguar a estos votantes preocupados. Según las encuestas a pie de urna, el 8% de los votantes de Trump se decantaron por los demócratas al Congreso, manteniendo la sanidad como una de las cuestiones prioritarias. Entre los encuestados por Working America, la preocupación por la sanidad prácticamente se ha triplicado desde 2012; y quienes consideraban la sanidad como una de las máximas prioridades votaron por los demócratas, dándoles una ventaja de 42 puntos frente a los republicanos.

Un sorprendente 38% de los miembros de Working America que en 2016 votaron a Trump han votado este año a los demócratas al Congreso, lo que indica que el compromiso a largo plazo con los votantes indecisos de la clase trabajadora pone las cuestiones económicas por delante del alarmismo racista y xenófobo.

El desasosiego en la alineación política marca un cambio entre la clase trabajadora respecto a su estatus y a su poder colectivo. Los organizadores de Working America constatan una nueva actitud con relación al empleo y a los sindicatos, que describo en mi artículo Class Consciousness Comes to America, publicado en American Prospect. La gente que solía considerarse de clase media está teniendo problemas para llegar a fin de mes, mientras que los obreros están encontrando un nuevo aliciente en el poder colectivo después de 40 años errando en el desierto de “estás solo”. Los resultados de una encuesta de Gallup realizada este verano concluyen que la aceptación sindical se sitúa en el 62%, la cifra más alta registrada en los últimos 15 años.

Esto es significativo. A diferencia de Europa, el entendimiento y reconocimiento básico de las diferencias de clases había sido rechazado en Estados Unidos, incluso por pensadores y escritores liberales. Se suponía que éramos una sociedad mayoritariamente de clase media, un concepto que se consolidó con el éxito económico posterior a la Segunda Guerra Mundial. Se alegaba que la noción de clases era una idea europea arcaica carente de relevancia en el escenario estadounidense. Como consecuencia de dos generaciones de neoliberalismo, la recesión económica de 2008 y un abismo de desigualdad de ingresos, los trabajadores estadounidenses están replanteándose el lugar que ocupan en la sociedad.

“Los sindicatos conseguirían que los empleadores pagaran”

Tomemos el ejemplo de Tom, de 23 años, que tiene un trabajo de jardinería mal pagado en Ohio y que cuando llueve no cobra. Él culpa a los jóvenes, como sus primos, de ser unos vagos, pero también sabe que los empleadores se salen con la suya siempre que pueden. “Me encantaría estar en un sindicato”, afirma. “No me importaría pagar una cuota, porque también ganaría más dinero. Los sindicatos conseguirían que los empleadores pagaran”.

Carol, su vecina de enfrente, ha sido enfermera durante 12 años. Tiene un buen trabajo y un buen sueldo que no obstante sigue siendo insuficiente para adaptarse al aumento del coste de la vida. ¿Cómo se considera a sí misma? “Definitivamente de clase trabajadora”.

Los trabajadores de los servicios como Carol se encuentran económicamente oprimidos, y a menudo tienen que buscarse un segundo trabajo en el sector industrial, ya sea en el comercio minorista o como conductores de Uber. Consideran que tienen puntos en común con los trabajadores del sector industrial que vuelven a recurrir a los sindicatos en busca de fuerza. Y estamos viendo un importante aumento de acciones dirigidas a los empleadores a través de la mano de obra.

Decenas de miles de docentes, guerreros del sector de servicios en estados conservadores, se declararon este año en huelga, hartos de las bajas remuneraciones y de la escasez de recursos en las escuelas. Los trabajadores precarios del sector de las comidas rápidas se han estado movilizando con el lema Fight for $15 (lucha por un salario mínimo de 15 USD) para conseguir salarios más altos y convenios colectivos.

El apoyo a favor de los sindicatos es especialmente fuerte entre los jóvenes; la última encuesta de Pew revela que el 68% de los estadounidenses menores de 30 años tiene una percepción favorable de los sindicatos, un sentimiento que queda reflejado en las campañas de sindicalización de los estudiantes de posgrado y de los periodistas jóvenes que trabajan en medios de comunicación nuevos. Se están movilizando incluso trabajadores bien pagados, como fue el caso de los empleados de Google, que convocaron una huelga mundial para protestar contra las políticas de acoso sexual de la empresa.

La clave reside en transformar este descontento en organizaciones autosuficientes de trabajadores, para hacer frente a los ataques masivos contra los sindicatos y a las legislaciones laborales hostiles que restringen la representación sindical. Los sindicatos están intensificando su labor de organización, tanto entre sus afiliados actuales como mediante la creación de nuevas estrategias y formas de representación para conseguir que se incorporen nuevos miembros. A la larga, el desarrollo de unos sindicatos fuertes aportará más a la democracia de Estados Unidos que cualquier ola electoral. El mejor antídoto para la caótica política del populismo de derechas lo constituyen las organizaciones de trabajadores democráticas, ’multirraciales’ y multiculturales, donde las personas puedan resolver sus diferencias y encontrar juntas la fuerza para enfrentarse a los verdaderos poderes fácticos.