¿Cuáles son las perspectivas de paz en Yemen para 2019 y más adelante?

Tras menos de un mes de la firma del Acuerdo de Estocolmo entre el movimiento hutí y el Gobierno internacionalmente reconocido de Abdrabbuh Mansur Hadi, aumenta la preocupación respecto a la implementación de aquel.

Se acordó apresuradamente, bajo la presión internacional, por dos razones principales: primero, a finales de 2018 la crisis humanitaria había alcanzado proporciones catastróficas, siendo tema de titulares diarios en todo el mundo. Esta situación, combinada con la indignación internacional tras el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en el consulado de Estambul de su propio país (con pruebas que apuntan a la participación directa de Mohammed bin Salman, el príncipe heredero de Arabia Saudita), generaron una protesta mundial de la opinión pública.

Estos eventos incentivaron a la administración estadounidense a ejercer una importante presión sobre el régimen saudí exigiendo algunas concesiones en Yemen. Al pedir un alto el fuego para finales de noviembre, los altos funcionarios de la administración también obligaron al Enviado Especial de las Naciones Unidas para Yemen, Martin Griffiths, a acelerar los preparativos para una nueva reunión, tras un intento fallido en septiembre. Después de años de prevaricación, a causa de la influencia de los principales socios de la coalición, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, el 19 de noviembre, Reino Unido finalmente presentó un proyecto de resolución del Consejo de Seguridad de la ONU (CSNU).

Su aprobación se retrasó debido a la resistencia de los miembros de la coalición (que actuaron a través de Kuwait, que en ese entonces participaba en el CSNU), aunque el proyecto declaraba explícitamente que la resolución no impugnaba la Resolución 2216 del CSNU, en la que el presidente Hadi apoya su propia posición y la de los saudíes respecto a la legitimidad de su intervención.

La nueva resolución se centró en la urgencia de abordar la crisis humanitaria, pidiendo que se ponga alto a la ofensiva de la coalición en la ciudad portuaria de Hodeida y que se facilitara el acceso de los suministros a las zonas más afectadas y necesitadas, en su mayoría bajo el control de los hutíes. Dado que la falta de dinero en efectivo es un importante factor que contribuye a la emergencia alimentaria, el proyecto de resolución también solicitó inyecciones financieras internacionales en la economía.

El Acuerdo de Estocolmo

Como resultado de las nuevas presiones sobre la coalición, incluidas las discusiones entre el secretario general de la ONU, António Guterres y Bin Salman, durante la cumbre del G20 en Argentina a principios de diciembre, se celebró una reunión en Suecia entre emisarios del Gobierno Hadi y de los hutíes.

Durante una semana, gracias a la presión adicional debido a la presencia del propio Guterres, el último día de la reunión las partes firmaron lo que oficialmente se ha denominado el “Acuerdo de Estocolmo”, que consta de tres secciones: la primera, una declaración general; la segunda, un breve compromiso de formar un comité para discutir la situación en la ciudad de Taiz [Nota del editor: sitiada por los rebeldes hutíes los cuatro últimos años]; y la tercera relativa a la provincia de Hodeida y el acceso a las necesidades básicas del país a través de los puertos del Mar Rojo.

Sin embargo, la reunión no llegó a un acuerdo sobre otras dos cuestiones fundamentales: la apertura del aeropuerto de Sana’a y el debate sobre el "marco para las negociaciones" del Enviado Especial de las Naciones Unidas.

Además, la vaguedad y brevedad de los términos del acuerdo demostraron que, debido al tiempo insuficiente de preparación, los problemas se dejaron para más adelante. Además, el acuerdo contiene deficiencias internas, lo que deja mucho espacio para múltiples interpretaciones que, como cabía esperar, cada parte las ha aprovechado en beneficio propio.

Tras el Acuerdo de Estocolmo, el 21 de diciembre se aprobó finalmente una resolución del CSNU muy diluida (2451). Además de avalar a Estocolmo, su principal contribución fue autorizar a Guterres a desplegar un equipo de la ONU para supervisar la implementación de los acuerdos. Sin embargo, desde la entrada en vigor del alto al fuego, el 18 de diciembre de 2018, se han observado, como era de esperar, múltiples violaciones, siendo algunas más graves que otras.

Los hutíes manejaron hábilmente la aparente transferencia del puerto de Hodeida a la guardia costera, pero fue una entidad administrada por los hutíes la que asumió el control, un modelo que probablemente se reproduzca en el futuro, ya que ambos grupos tienen instituciones paralelas. Hasta qué punto cualquiera de las partes puede persuadir a los observadores de la ONU de que su aparente implementación del acuerdo es genuina, dependerá en gran medida del conocimiento detallado real de la situación sobre el terreno y de la capacidad de persuasión de los miembros del comité y otros portavoces oficiales (donde, como de costumbre, no hay mujeres participantes).

Independientemente de sus flaquezas, el Acuerdo de Estocolmo es una primera señal de esperanza para 29 millones de yemeníes que esperan desesperadamente la paz y han sobrevivido a la guerra durante casi cuatro años y, en particular, para los 20 millones que enfrentan una "grave inseguridad alimentaria", como suele decir la ONU cuando habla de inanición.

Sin embargo, la probabilidad de paz en 2019 es extremadamente baja: la historia ha demostrado en múltiples ocasiones que tales conversaciones son el comienzo de procesos sumamente largos y, en este punto, no hay indicios de que ninguna de las partes en conflicto haya llegado a la conclusión de que las negociaciones y la paz son la mejor opción y no continuar luchando a la espera de la victoria, sin tener en cuenta el sufrimiento de la población.

¿Cuál es el futuro de los niños en Yemen?

Los niños de Yemen enfrentan una multiplicidad de dificultades inmediatas y a largo plazo. Antes de la guerra, Yemen mostraba la tasa más alta de analfabetismo en la región; hoy día, está creando una nueva generación de adultos analfabetos, ya que más de dos millones de niños (una cuarta parte de la población en edad escolar) no están escolarizados. Más de 2.500 escuelas (el 16% del total) están inutilizables, ya sea porque fueron dañadas o destruidas por operaciones militares, porque se cerraron debido a la falta de personal o porque se usan como refugios para personas desplazadas o han sido tomadas por los militares.

En un país con recursos naturales limitados, cualquier desarrollo económico futuro con éxito dependerá de adultos altamente educados que puedan participar en la economía moderna. Las personas con mejor educación encuentran mejores empleos bien remunerados y la probabilidad de desempleo es mucho menor, por lo que es menos probable que se unan o apoyen a grupos extremistas.

Además de la generación de niños que permanecen sin educación, las escuelas que realmente funcionan lo hacen a niveles mínimos, sin equipo y con un personal que, en muchos casos, no ha recibido su salario durante más de dos años. Muchos maestros han dejado de trabajar, han buscado ingresos en otro lugar o simplemente no pueden pagar los costos de transporte. La educación no solo es esencial para el futuro del país, sino que incluso ahora, mientras los niños están en la escuela, son mucho menos vulnerables a riesgos como el reclutamiento en calidad de niños soldado, el trabajo infantil o, en el caso de las niñas, el matrimonio precoz.

Dejando de lado las implicaciones para el futuro de Yemen de millones de adultos sin educación, los niños sufren actualmente muchos problemas inmediatos que les afectarán en el período de posguerra.

Como ha quedado ampliamente demostrado en todo el mundo, los niños con bajo peso al nacer son más vulnerables a las enfermedades, y la desnutrición durante la primera infancia reduce las capacidades intelectuales y físicas de una persona a lo largo de toda su vida.

En diciembre de 2018, aproximadamente 1,1 millones de mujeres embarazadas o en periodo de lactancia y 1,8 millones de niños padecían de malnutrición. Muchos mueren esencialmente de hambre, como hemos visto en nuestras pantallas en los últimos meses. Como UNICEF ha señalado repetidamente a lo largo de 2018, un niño yemení muere cada 10 minutos a causa de la desnutrición, mientras que más de siete millones de niños yemeníes se acuestan cada noche con hambre.

Todos los niños desnutridos que sobreviven sufrirán diversos niveles de discapacidad física e intelectual a lo largo de su vida, simplemente debido a la desnutrición en la primera infancia debido a la guerra. Más de 6.700 niños han muerto o han sufrido heridas graves, mientras que se calcula que 85.000 niños han muerto de hambre, directa o indirectamente.

El traumatismo y los niños soldado

Cerca de 1,5 millones de niños han sido desplazados, millones más sufren los traumatismos resultantes de la proximidad a las zonas de guerra, incluidos los numerosos frentes activos, pero también temen los ataques de drones, ataques aéreos y otros eventos terroríficos que pueden ocurrir repentinamente en cualquier lugar del país con cielo despejado, de día o de noche.

El miedo y el terror que conlleva esta situación, aunados a condiciones de supervivencia cada vez más difíciles, por no decir, insoportables, están creando una generación de personas con cicatrices psicológicas, de las que muchas de ellas nunca podrán vivir una vida normal. UNICEF y otras organizaciones están brindando formación a maestros y otras personas en apoyo psicosocial, pero en el mejor de los casos solamente pueden aliviar el problema y ayudar a las víctimas a lidiar con su traumatismo. No puede resolver el profundo impacto psicológico de vivir durante años en condiciones de guerra y en total incertidumbre sobre el presente y el futuro.

Además, existe el problema de los niños soldado: en un medio donde no hay empleo, donde las familias están desesperadas y los adultos [cuando están “empleados”] no reciben ninguna paga, unirse a una milicia u otras organizaciones militares es una opción positiva para los niños desde una corta edad.

La cifra oficial de 2.700 niños soldado sería probablemente una subestimación, ya que, para muchas familias desesperadas, la participación de sus hijos en el ejército es la única fuente posible de ingresos en condiciones exasperadas donde los precios se han duplicado y los ingresos han desaparecido.

Los niños soldado no solo son utilizados por las facciones en guerra de Yemen, sino que parece que la coalición también está importando niños combatientes de Sudán. A pesar de esta realidad, los esfuerzos para implementar el plan de acción para poner fin al uso y reclutamiento de niños soldado por las fuerzas armadas son importantes.

La epidemia de cólera, la mayor crisis sanitaria en 2017, afectó por suerte a un menor número de personas en 2018, pero entre enero y mediados de noviembre de 2018 se produjeron más de 280.000 casos, de los cuales el 32% afectó a niños menores de cinco años. Otras enfermedades también han ganado terreno, pero la desnutrición por sí sola debilita a los niños y les hace vulnerables a sufrir y morir de una gran variedad de enfermedades que carecen de importancia para niños más fuertes. Como señaló el director general regional de Oriente Medio y Norte de África de UNICEF, Geert Cappelaere, el mes pasado: "Los intereses de los niños yemeníes apenas se han tenido en cuenta en las decisiones tomadas desde hace décadas".

Más importante aún, una vez que esta guerra asesina y sin sentido termine, el futuro de Yemen dependerá de sus hijos. Heredarán un país destruido por líderes egoístas que han dejado niveles horrendos y sin precedentes de sufrimiento a los yemeníes, sin mostrar compasión ni compromiso para encontrar soluciones a los problemas fundamentales de Yemen. Si tienen cicatrices psicológicas y físicas de por vida, ¿cómo podrán crear un país mejor gobernado que pueda proporcionar un nivel de vida adecuado para su población?

Esta es una versión abreviada de un artículo publicado por primera vez en openDemocracy.