Los trabajadores chinos en Camboya ganan más, sí, pero a cambio de menos derechos

Los trabajadores chinos en Camboya ganan más, sí, pero a cambio de menos derechos

Xu Fengchow (left), a construction worker from China’s Heilongjiang province, works alongside his Cambodian colleague to lay the foundation of the 46-storey Morgan Tower on Phnom Penh’s Diamond Island.

(Danielle Keeton-Olsen)

Al caer la tarde en la ciudad, vuelve a escucharse el rugido de las excavadoras. En la obra del Morgan Tower, un edificio de 46 pisos situado en la isla Koh Pich de Nom Pen (o Isla del Diamante, uno de los mayores proyectos inmobiliarios de Camboya), el pequeño equipo de trabajadores dedicado a cimentar el edificio había estado esperando todo el día a que se secase el barro que se formó tras las lluvias extemporáneas. Al salir del terreno cercado para ir a comprar un paquete de chicles, Xu Fengchow señala a sus compañeros de trabajo y explica en mandarín que ellos se dedicarán a reforzar el terreno durante la noche.

Xu lleva solo seis meses en la capital, Nom Pen, por lo que este hombre de 50 años todavía tiene que acostumbrarse al calor y a los monzones de Camboya. El clima es muy distinto al de su región, en la provincia más al norte de China, Heilongjiang, o al de su lugar de trabajo anterior, en Rusia. Pero Xu sonríe cordialmente y dice que pronto aprenderá a adaptarse como sus compañeros, que llevan 10 años trabajando en la cimentación de rascacielos de Camboya.

Miles de millones de dólares de inversión china están llegando a Camboya a la par que flotas de trabajadores extranjeros que se dirigen a los centros de urbanización del país, situados en Nom Pen y la ciudad costera de Sihanoukville. Con poca información exhaustiva sobre el número de trabajadores de la construcción extranjeros, la sociedad civil camboyana teme que esta afluencia de trabajadores chinos merme el mercado de trabajo local. Por su parte, los trabajadores extranjeros corren el riesgo de ser explotados en un país donde disponen de escasos recursos, carecen de representación sindical y apenas conocen el idioma local.

Prácticamente no hay mes que pase sin que alguna empresa china anuncie un nuevo proyecto multimillonario de construcción en Camboya, y las cifras oscilan desde 200 millones de dólares para la creación de una zona económica especial a lo largo de la frontera tailandesa, hasta miles de millones para la construcción de complejos turísticos y casinos a lo largo de las costas.

En 2018 las inversiones chinas en el sector de la construcción se redujeron a 5.220 millones de dólares, lo que supuso un descenso del 18,6%, tras varios años de crecimiento que han transformado rápidamente Nom Pen y Sihanoukville, según datos de la agencia estatal de noticias china Xinhua. Este medio no ha logrado que el Ministerio de Tierras informara sobre la tasa de inversión china en el sector de la construcción.

Tampoco existen datos claros sobre cuántos trabajadores –en su mayoría de China y Vietnam– se han desplazado hasta Camboya para trabajar en la construcción, menos aún sobre el tiempo que permanecen en el país y el salario que ganan. Pese a las múltiples peticiones, el Ministerio de Trabajo y Formación Profesional de Camboya no se ha prestado a hacer ningún comentario, y el portavoz del Departamento de Inmigración, Kem Sarin, únicamente ha mencionado el proceso de inspección de los equipos de construcción, sin explicar nada respecto al número de obras chinas inspeccionadas.

Invertir en los trabajadores camboyanos

La legislación camboyana prohíbe que los extranjeros tengan tierras en propiedad, pero los empresarios chinos siguen encontrando maneras de realizar inversiones multimillonarias en el país. Un promotor subcontratado para supervisar la construcción del Morgan Tower asegura que la empresa consiguió comprar terreno a la corporación Overseas Cambodia Investment Corporation, presidida por el magnate camboyano Pung Keav Se.

La denominada Iniciativa de la Franja y la Ruta puesta en marcha por China ha proporcionado miles de millones de dólares en infraestructura e inversión privada para el desarrollo por toda Asia y África. Los empresarios suelen contratar a sus propios trabajadores, con quienes comparten idioma y mentalidad laboral. Los trabajadores son contratados a través de agencias o subcontratistas chinos, pero muchos de los entrevistados por Equal Times afirman que consiguieron el trabajo mediante recomendaciones de familiares y amigos. Los trabajadores a los que tuvimos acceso señalaron que su salario en Camboya –que oscila entre 5.000 y 6.000 yuanes (740-890 dólares, o 650-780 euros)– es parecido o un poco más alto al que ganarían en la China continental, y que en realidad las razones que les motivaron a marcharse tenían más que ver con la falta de dinamismo del mercado de trabajo de su país, o incluso con el simple deseo de visitar un país nuevo.

La inversión e influencia china en Camboya se ha convertido en una batalla politizada que ha facultado al Gobierno a construir más y con mayor rapidez prescindiendo de la condición del cumplimiento de los derechos humanos que la financiación de la Unión Europea y las instituciones financieras internacionales suele exigir. Pero dichas inversiones están poniendo en alerta a quienes temen que Camboya se esté sintiendo cada vez más abrumada por la enorme billetera y la cantidad de gente que está llegando de China.

En un discurso pronunciado ante camboyanos suizos en Ginebra el pasado mes de octubre, el primer ministro Hun Sen intentó minimizar los temores de que China estuviera “invadiendo” Camboya, declarando que los trabajadores migrantes vienen para proporcionar mano de obra cualificada, pero que después regresan a su país.

No obstante, Sou Chhlonh, vicepresidente de la confederación sindical de la construcción y la madera Building and Wood Workers Trade Union of Cambodia (BWTUC), todavía está reponiéndose de los comentarios del primer ministro.

Sou sostiene que si el problema está en que los trabajadores camboyanos no están completamente formados para desempeñar determinadas tareas, el Gobierno debería contribuir a mejorar las cualificaciones de los trabajadores locales, puesto que el país dispone de varios programas y certificados de formación en técnicas de construcción.

“Yo creo que dar trabajo a los chinos es una pérdida de oportunidades”, señala. “Imagínese: son inversores chinos, así que contratan mano de obra china; el dinero se lo dan a la mano de obra china, no a los trabajadores locales”.

Al presidente de la BWTUC, Sok Kin le preocupa que la afluencia de trabajadores chinos haga que un mayor número de camboyanos se marchen a buscar trabajo al extranjero. El Comité Nacional de Lucha contra la Trata calcula que cerca de 2 millones de camboyanos estuvieron trabajando fuera del país durante el primer semestre de 2018, y muchos se van a Tailandia –el destino más habitual de los trabajadores camboyanos– donde pueden ganar más dinero trabajando en las obras de construcción tailandesas. Este sindicato está presionando actualmente para la obtención de un salario mínimo en el sector de la construcción, esperando que esto evite que los trabajadores camboyanos se marchen al extranjero, pero Sok dice que muchos trabajadores se sienten desmotivados y se marchan porque les están pagando menos que a los trabajadores chinos.

Largas jornadas laborales y un estilo de vida frugal

Ante la falta de información exhaustiva, los relatos de la mano de obra es lo único que permite hacerse una idea de las experiencias de los trabajadores chinos migrantes en Camboya. Y aunque quizás les paguen más que a los camboyanos, tampoco es que lleven una vida de lujo.

Dai Wei Jun, uno de los directores generales de la obra del Morgan Tower, afirma que la empresa emplea a más camboyanos que extranjeros, pero que él por lo general prefiere contratar a trabajadores chinos, porque sabe que están dispuestos a trabajar jornadas más largas y que con ellos tiene la certeza de que los proyectos van a cumplir los plazos establecidos.

“Los obreros camboyanos no tienen mucha experiencia en el ámbito de la construcción, de modo que la mayor parte del trabajo que realizan es poco cualificado”, señala.

Al menos en Koh Pich, los chinos que trajeron para gestionar las obras de construcción también echan a todas horas una mano en otras partes de los proyectos. Horas antes de meterse en el barro para trabajar en la cimentación del Morgan Tower, Dai Yifei se había pasado toda la mañana en un escritorio repleto de papeles desparramados situado en una oficina temporal con un sistema de aire acondicionado sobrecargado. Al igual que otros trabajadores chinos de esta obra de Koh Pich, Dai gana en torno a 6.000 yuanes al mes (aproximadamente 890 dólares; 780 euros) gestionando a trabajadores camboyanos que ganan entre 300 y 400 dólares (262-350 euros). Aunque las organizaciones camboyanas informan de la presencia de constructores chinos poco cualificados, todos los trabajadores chinos entrevistados por Equal Times cuentan con algún tipo de especialización, como por ejemplo cimentación, soldadura y cableado eléctrico.

Al preguntarle por su domicilio, Dai trata en un primer momento de evitar responder, pero finalmente admite que vive en la obra, en un alojamiento temporal muy básico. Como responsable de sección durante el día y trabajador de la obra de noche, Dai no tiene tiempo de abandonar el terreno del Morgan Tower. Cada una de las espartanas viviendas cúbicas cuesta 1 dólar diario, pero se requiere un depósito de 2.000 dólares (1.750 euros), así que cuatro o cinco trabajadores chinos suelen compartir habitación, indica Xu, que comparte alojamiento con Dai. Aunque con su salario podría permitirse pagar una vivienda fuera de la obra, Xu señala que prefiere vivir en la obra y ahorrar dinero. La empresa se encarga de facilitarle un visado de trabajo de seis meses, pero los gastos del visado corren a su cargo.

No está claro cuántos trabajadores extranjeros tienen permiso de trabajo en Camboya, donde la regulación de la mano de obra no es en absoluto homogénea.

Entre 2016 y 2017 el Ministerio de Asuntos Exteriores encabezó una campaña de represión contra los trabajadores extranjeros, predominantemente de China y Vietnam, estableciendo al mismo tiempo unos requisitos bastante estrictos para la obtención de permisos de trabajo, que provocaron un clima de pánico momentáneo entre los trabajadores migrantes del país.

Camboya ha tratado de aplicar reformas laborales para limitar la contratación de trabajadores extranjeros, sobre todo cuando se trata de trabajos que pueden realizar los camboyanos. Varias empresas de construcción han tenido que enfrentarse a diversas purgas. Una de las más destacadas ha sido la de la empresa de construcción Sino Great Wall, con sede en Shenzhen (China), donde en 2016 fueron detenidos 200 trabajadores que carecían de permiso. Se trata de la misma empresa que el Departamento de Trabajo de EEUU había denunciado por no pagar a los trabajadores que construyeron un casino en las Islas Marianas del Norte.

Los trabajadores chinos disfrutan de ciertas comodidades de su tierra: Wang Li, una mujer de 33 años que se fue con su marido para trabajar en el extranjero, prepara cada día el almuerzo para el personal chino de la obra, por lo que recibe un sueldo de 500 dólares al mes (437 euros). Ahora tiene pensado regresar a la provincia de Chongqing para cuidar de sus tres hijos, así que está formando a un chef camboyano al que le pagan 200 dólares (175 euros).

La barrera del idioma provoca una brecha entre los trabajadores, pero los equipos consiguen idear soluciones creativas para salvarla. Por ejemplo, Lo Vet, un camboyano contratado para ayudar a gestionar la oficina y los apartamentos de la Diamond Twin Tower de Koh Pich, que ya está casi terminada, habla inglés con soltura, pero no puede comunicarse con los especialistas en iluminación chinos que se encuentran trabajando en los pisos superiores del edificio. Así que cuando estos tienen algún problema con el cableado o los muros, lo que hacen es enviarle una foto por mensaje de texto, y así Lo Vet puede subir corriendo para averiguar lo que pasa.

Acabar con la impunidad de los subcontratistas

La preocupación más apremiante para la BWTUC es que los subcontratistas asuman la responsabilidad de los sueldos de los trabajadores camboyanos. La misma semana que Sou habló con Equal Times en enero, dijo que iba a interponer una demanda en nombre de los obreros camboyanos que trabajaban para un subcontratista chino en Nom Pen, al que habían denunciado por unas retenciones salariales que ascendían a más de 30.000 dólares (26.249 euros). Muchos subcontratistas –sobre todo empresas extranjeras– no se registran en la Administración camboyana para poder eludir los requisitos de la legislación laboral y que los tribunales no tengan la posibilidad de denunciarles.

“Los subcontratistas chinos siempre alegan no tener ninguna obligación, y les da igual que alguien pueda presentar una denuncia ante quien sea. Ellos al final terminan eludiendo sus responsabilidades”, explica Sou.

Los trabajadores chinos tienen quejas parecidas, pero al parecer no se expresan con tanta frecuencia como sus colegas camboyanos. En 2017, un grupo compuesto por un centenar de trabajadores camboyanos y el encargado de la obra, de origen chino, protestaron contra el China Construction Second Engineering Bureau de Pekín por una serie de retenciones salariales que ascendían a 80.000 dólares (70.000 euros) en One Park, una urbanización construida sobre un terreno donde anteriormente se encontraba el famoso lago Boeung Kak. Sou afirma que ha sabido de casos de trabajadores chinos que se han declarado en huelga, pero no hay rastro de informes oficiales al respecto.

A diferencia de sus homólogos camboyanos, los trabajadores chinos no cuentan con grupos de trabajadores organizados para respaldar y proteger sus intereses.

Al preguntarle a Sou si la BWTUC admite quejas por parte de trabajadores chinos, su respuesta es "no", debido, según explica, a la barrera del idioma y a que su foco se centra en las preocupaciones de los trabajadores camboyanos. No obstante, un trabajador señala que los chinos están teniendo problemas de indemnización parecidos a los de sus compañeros camboyanos.

Zhao Gan recibió su último sueldo hace más de seis meses. Ha trabajado durante seis años para la misma empresa, una filial de un importante consorcio con sede en Guangzhou. Al principio los trabajadores chinos y camboyanos recibían su salario con regularidad todos los meses, pero últimamente la empresa ha empezado a espaciar los pagos.

“En 2014 nos pagaban mensualmente. Con el tiempo, la empresa ha ido creciendo y ganando más dinero. Nos prometieron que nos pagarían dos meses más tarde; después nos dijeron tres meses, y más tarde cuatro”, explica Zhao. Lo único que puede hacer, concluye, es esperar que la empresa le pague pronto.