Newroz, símbolo de esperanza y recuerdo del oscuro pasado del Kurdistán iraquí

Newroz, símbolo de esperanza y recuerdo del oscuro pasado del Kurdistán iraquí

A couple dressed in traditional Kurdish clothes celebrates Newroz eve in the mountains overlooking Sulaymaniya, Iraq.

(Marta Vidal)

Cada 20 de marzo, familias y grupos de amigos se reúnen al atardecer en las montañas que rodean Sulaymaniya, en el Kurdistán iraquí. Ataviados con el traje tradicional kurdo, bailan al son de la música popular o charlan en torno a las hogueras, sentados sobre mantas de picnic.

El Año Nuevo kurdo de 2719 está a punto de comenzar y el estruendo de los fuegos artificiales se extiende por las montañas que se yerguen ante la segunda ciudad del Kurdistán iraquí.

El primer día de la primavera se celebra el Año Nuevo, conocido en kurdo como ’Newroz’ (Nuevo Día), (o ’Nowruz’, en persa). Observado en muchos países de Oriente Medio y Asia central, Newroz tiene un significado especial para el pueblo kurdo; es su festividad más importante.

“En Newroz celebramos la llegada de la primavera y el Año Nuevo”, nos explica Rozhim Ahmed, que ha subido en auto a las montañas, junto a sus amigos, para conmemorar la festividad. “Pero también es una celebración de las luchas de los kurdos y de la victoria frente a la opresión”.

El Año Nuevo kurdo comienza cuando el invierno da paso a la primavera en el equinoccio de marzo. En todas las regiones kurdas, la festividad conmemora el mito de Kawa, un herrero que se rebeló contra el malvado rey Zuhak y liberó a su pueblo de la opresión.

Cuenta la leyenda que la primavera dejó de llegar debido a la injusticia que imperaba en el reinado de Zuhak. El herrero Kawa encabezó un levantamiento contra el tiránico rey y le derrotó la víspera de Newroz. Al día siguiente, la primavera regresó al Kurdistán.

Para celebrar su victoria, Kawa encendió un fuego en la cima de una montaña para anunciar el fin de la opresión en el reino. A partir de entonces, cada año, el 20 de marzo se celebra el día en que Kawa derrotó a Zuhak. Al día siguiente se conmemora el Año Nuevo y el comienzo de la primavera.

Encender hogueras y antorchas en Newroz es una tradición kurda y un símbolo de libertad. En los últimos años, los grupos militantes reviven la leyenda de Kawa como símbolo de la resistencia kurda.

“Newroz es la prueba de que existimos”

Los kurdos son el mayor grupo étnico sin Estado del mundo. Fueron excluidos de los tratados impuestos por las potencias coloniales que definieron las fronteras modernas de Oriente Medio, después de la Primera Guerra Mundial.

Se estima que 30 millones de kurdos viven hoy como minorías repartidas entre Turquía, Irak, Siria e Irán. Estos cuatro Estados han reprimido su lengua y su cultura y aplastado sus movimientos a favor de la autodeterminación o la autonomía.

En Siria, miles de kurdos fueron despojados de la ciudadanía y privados de sus derechos civiles. En 2004, la discriminación y la represión de los derechos políticos y culturales kurdos condujeron al primer levantamiento contra el Gobierno de Bashar al-Assad. El Gobierno sirio aplastó violentamente estas protestas contra su marginación.

Turquía tiene una larga historia de discriminación y represión de la población kurda. En respuesta a los levantamientos de los años veinte y treinta, y con el auge del nacionalismo turco, se prohibieron los nombres kurdos y se restringió su idioma. El Gobierno turco designó a los kurdos como “turcos de montaña”, en un intento de negar su existencia.

“Newroz es la prueba de que existimos”, dice Ardalan Salih a Equal Times. “Es una festividad sobre la resistencia kurda y recuerda a los kurdos nuestras luchas históricas”.

Salih trabaja como guía en el Amna Suraka, también conocido como la “Prisión Roja”, un museo de Suleymaniya que rememora los crímenes cometidos contra el pueblo kurdo en Irak. La persecución de los kurdos bajo el régimen de Saddam Hussein es quizás el capítulo más conocido de la historia de opresión del pueblo kurdo. El museo se encuentra en la antigua sede de la división norte de la agencia de inteligencia del régimen baazista, donde miles de nacionalistas y disidentes kurdos fueron torturados y asesinados.

Para castigar a los kurdos por ponerse del lado de Irán en la guerra Irán-Irak de 1980, Saddam Hussein lanzó una campaña genocida contra la población kurda. Entre 1986 y 1989, el Gobierno iraquí lanzó la ofensiva de Anfal: bombardeó y destruyó pueblos kurdos, ordenó deportaciones masivas, torturas y lanzó armas químicas contra la población kurda. El 16 de marzo de 1988, un ataque con gas químico contra la ciudad kurda de Halabja mató a unas 5.000 personas.

Según Human Rights Watch, en Anfal se ordenó el “asesinato sistemático y deliberado” de hasta 100.000 kurdos. Una de las salas del museo alberga un memorial a las víctimas del ataque genocida con más de 100.000 piezas de espejo dentadas adheridas a las paredes y pequeñas bombillas en el techo. Cada pequeño trozo de espejo representa una vida perdida y las luces simbolizan las miles de aldeas destruidas por el régimen de Hussein, explica Salih.

“Marzo es un mes muy importante para el pueblo kurdo”, dice. “Es el mes de Halabja y muchos de los ataques químicos de Anfal, pero también es el mes de Newroz, nuestra fiesta mayor”.

“¡Es tan importante recordar nuestro pasado!”

Después de la derrota de Irak en la guerra del Golfo, los kurdos se rebelaron contra el Gobierno de Hussein, en marzo de 1991. El régimen respondió enviando tanques y artillería a las aldeas kurdas. Conocedores ya de la brutalidad del Gobierno baazista, más de un millón de kurdos huyeron a las montañas en busca de seguridad.

La violenta represión del levantamiento kurdo de 1991 llevó a los Estados Unidos y sus aliados a imponer una zona de exclusión aérea que permitió a los kurdos regresar a sus hogares. Los combates continuaron hasta que se llegó a un acuerdo para la retirada de Irak, que condujo al establecimiento de una región autónoma y a la creación del Gobierno Regional del Kurdistán (KRG) en 1992.

Rayan Hersh, una adolescente que visita el museo Amna Suraka, observa de cerca las imágenes de las tragedias sufridas por los kurdos iraquíes: la campaña de Anfal, Halabja, el éxodo de 1991, todas ocurrieron en torno al mes de marzo.

“Este año decidimos celebrar Newroz viniendo al museo”, dice Hersh, que procede de una aldea en las afueras de Suleymaniya. “¡Es tan importante recordar nuestro pasado!”, dice la adolescente. Su padre está a su lado, en silencio, asintiendo ocasionalmente. Señala las horribles fotos de las masacres de Anfal y añade: “Esperamos que la gente que venga al museo se convenza de que esto no puede volver a ocurrir”.

Pero las salas de exposición del Amna Suraka se han ido ampliando desde que la prisión fue tomada por los rebeldes kurdos en la década de 1990 y convertida en un museo. A pesar del “nunca más” a menudo repetido, el genocidio ha vuelto a ocurrir. En Iraq, la reciente ofensiva genocida del llamado Estado Islámico, con asesinatos y violaciones en masa, se dirigió contra la minoría yazidí.

En 2017 se inauguró una nueva sección en el museo para conmemorar los recientes crímenes cometidos por Da’esh, nombre por el que se conoce al susodicho Estado Islámico en árabe y kurdo. Más de mil fotos de los muertos en Siria e Irak a manos del grupo extremista llenan las paredes del museo. Los retratos de estos hombres y mujeres aleccionan a los visitantes sobre el trágico precio de la guerra. La mayoría eran jóvenes miembros de las fuerzas kurdas, los grupos más efectivos que luchaban contra Da’esh sobre el terreno.

El 23 de marzo de 2019, sólo dos días después de Newroz, las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) lideradas por los kurdos anunciaron la derrota de Da’esh. Pero Ali Saleh, comandante de las fuerzas militares kurdas conocido como el Pershmerga, dice que es demasiado pronto para cantar victoria, ya que los grupos extremistas continúan siendo una amenaza en la región.

“Daesh no será derrotado sólo con armas. Tenemos, además, que luchar contra la ideología terrorista”, dice. Saleh combatió contra Da’esh en agosto de 2014, cuando el grupo se acercó al sur de Erbil, la capital del Gobierno Regional del Kurdistán. La derrota de Daesh coincidió con Newroz.

“Los kurdos éramos un pueblo indigente e indefenso. Solíamos decir que nuestros únicos amigos eran las montañas”, explica el guía del museo, Ardalan Salih. “Pero ahora recibimos más apoyo de otros países, tenemos un gobierno regional y autonomía. Esto nos hace ser más fuertes y tener más esperanza en el futuro”.

Shleir Latif vende narcisos en el mercado principal de Suleymaniya. La flor, que florece a principios de primavera, es símbolo del Año Nuevo kurdo. “Newroz es una celebración del nuevo comienzo”, dice Latif en el concurrido mercado donde trabaja desde más de 30 años. “Es una celebración de la esperanza”, añade. Y un recordatorio de que, incluso a los días más oscuros del invierno, les sigue siempre la primavera.