Los barrios pobres cada vez votan menos… y a nadie le importa

Los barrios pobres cada vez votan menos… y a nadie le importa

Political interest is shaped by a person’s economic and cultural resources. The unemployed, for example, vote less, because they are less socially connected. Older, less mobile people in precarious housing vote less because of the architectural barriers preventing them from getting out. And families without access to technology vote less because they receive less information.

(Jesús Ochando)

“¿Qué quiere usted que le preguntemos a los partidos políticos? Háganos llegar sus preguntas a través de WhatsApp. Hágalo con su propia voz”.

Las palabras se escuchan en la intimidad de una pequeña emisora de radio comunitaria llamada Onda Color. Faltan solo unos días para que empiece una campaña electoral agotadora y el locutor, Alejandro Blanco, insiste –“anímense, participen”–. Intenta propiciar algo, iniciar un movimiento, despertar una voz por débil que sea entre los vecinos que ahora mismo le escuchan. No lo va a tener fácil.

Porque estamos en Palma Palmilla, Málaga, España, sur de Europa. Porque es uno de los diez barrios más pobres del país. Porque también es uno de los diez barrios con más abstención electoral.

“En las últimas elecciones en las zonas más vulnerables del distrito hubo solo un 25% de participación, es un dato horroroso”, lamenta Blanco.

Tres de cada cuatro vecinos de Palma Palmilla no votó en las últimas elecciones, no quiso ejercer su derecho, probablemente pensó que no valía para nada. Lo mismo ocurrió con los vecinos de la periferia de Glasgow durante el referéndum escocés y con los habitantes de las banlieues francesas en los comicios que dieron la victoria a Emmanuel Macron. Lo mismo lleva pasando en las barriadas negras de EEUU desde los años 60.

Es algo bien conocido por analistas y élites políticas. Los pobres votan menos.

El fenómeno empezó a estudiarse hace cincuenta años en Estados Unidos al detectar que la falta de participación electoral se concentraba siempre en las mismas poblaciones, en las minorías. Ahora, en Europa estudios como el del doctor en Ciencias Políticas Braulio Gómez muestran una imagen similar.

Su investigación, titulada Urnas Vacías en los suburbios de las ciudades, señala la existencia de auténticos “agujeros negros de la democracia” que curiosamente coinciden casi al milímetro con los barrios marginales de los centros urbanos, donde más de la mitad de la gente no vota nunca. A veces el porcentaje es del 70 o el 80%.

Abstenerse –decidir no votar– es una opción libre, pero si ésta se estanca en determinados grupos puede tener graves consecuencias. Quien no vota, no cuenta. Y los más vulnerables cada vez cuentan menos.

¿Por qué no votan?

“Yo voto siempre porque quiero una vida mejor, porque creo que las cosas pueden cambiar, pero es que últimamente vemos que no”, avanza Adriana Mejías, vecina de Palma Palmilla y peluquera en el centro ciudadano del barrio. A su alrededor las clientas le acompañan en la queja: que si todos los políticos son iguales, que si todos mienten, que si todo sigue igual.

Podría considerarse simple desafección, la típica sensación globalizada de desencanto que afecta hoy a todas las democracias sin excepción. La tendencia mundial de participación política ha caído drásticamente desde los años noventa de un 76% a un 66%. Depende de factores generales –el tipo de elección, la coyuntura del país– e individuales –por ejemplo, la edad, los jóvenes votan menos–. En función de esto, los votos van y vienen.

Sin embargo, en contextos de pobreza y desigualdad, no se trata sólo de la indiferencia adolescente o de una decepción coyuntural, hablamos de una ruptura definitiva, una abstención permanente. Sus votos no vuelven nunca.

“Se trata de personas que sienten que su voz nunca es escuchada, que los partidos no hablan de sus problemas o de su agenda, que no tienen acercamiento a su vida cotidiana. Es un sentimiento mayor de impotencia”, explica el investigador Braulio Gómez.

Si ningún discurso político se ocupa de sus dificultades para conseguir un empleo, ni de la inseguridad de sus barrios, el mal estado de sus viviendas o el fracaso escolar de sus hijos, ¿para qué acudir a una fiesta donde nunca han sido invitados? “La gente está cansada”, insiste Adriana Mejías, “como están tan necesitados de muchas cosas, se sienten ofendidos”.

El interés por la política tiene mucho que ver con los recursos económicos y culturales que tiene una persona. Por ejemplo, las personas desempleadas votan menos porque están más desconectadas de la vida social, los mayores que viven en viviendas precarias votan menos por las barreras arquitectónicas que les impiden salir de casa, las familias sin acceso a la tecnología votan menos porque les llega menos información. Es la misma razón, afirma Gómez, por la que estos barrios ni siquiera se movilizaron durante el auge de movimientos ciudadanos como el 15M. “La mayor parte de sus campañas fueron digitales y hay una brecha digital muy grande entre pobres y ricos”.

El problema, alerta el investigador, es que esta desconexión política ya no afecta solo a los sectores de pobreza más extrema, la abstención crece a medida que crece la precariedad, cada vez son más los llamados ‘excluidos políticos’. “Desde la gran crisis económica se ha incrementado la desigualdad. Los nuevos trabajadores empobrecidos están haciendo crecer los tradicionales agujeros negros de la democracia”.

Si las clases bajas no votan, las medias –cada vez más precarias– votan menos y las altas votan igual, ¿cuáles son las consecuencias?, ¿qué ocurre cuando el voto es escaso y, como el dinero, está mal repartido?

La desigualdad que nadie ve

En algunas capitales europeas hay una diferencia de voto de diez puntos entre los distritos con mayor renta y los más vulnerables. Teniendo en cuenta estos datos, algunos analistas sostienen que la desigualdad económica aumenta la desigualdad política y también al revés: que la desigualdad política perpetúa y agrava todavía más la económica. Es un círculo vicioso.

“Como no van a votar, los políticos tienen menos incentivos para escucharles, así el círculo se va retroalimentando. O alguien lo rompe por algún lado –o esos sectores se movilizan y demuestran a los políticos que es rentable hacer algo por ellos o, al revés, los políticos se olvidan de los cálculos electorales y se dedican a movilizarles– o la tendencia seguirá reproduciéndose en el tiempo”, indica Joan Font, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Acudir a las urnas, por sí solo, no garantiza acabar con la desigualdad pero hay estudios que demuestra que cuando estos grupos de población votan más, se acaban aplicando más políticas de redistribución de la riqueza. “Los que más votan son los que tienen más capacidad de marcar la agenda política”, recuerda Guillermo Fernández, sociólogo de la Fundación Foessa.

Por esa razón en EEUU existen importantes movimientos activistas dedicados a promover el voto en las comunidades afroamericanas. Sin embargo, en Europa sigue sin considerarse algo prioritario. Ni las instituciones, ni las ONG, ni los partidos políticos, ni siquiera los propios afectados lo consideran un problema. “Lo que más se estudia ahora es la parte del voto que se está trasladando a la extrema derecha, pero no se habla en ningún momento de la exclusión política. Nadie está hablando de cómo reincorporar a esta población a la democracia participativa”, se queja el sociólogo.

En España, por ejemplo, existen algunas experiencias de trabajo con la comunidad gitana, una minoría que concentra buena parte de la abstención –casi un 38% no acude nunca o casi nunca a votar–.

“Tradicionalmente no se han sentido identificados ni implicados, hay cierto distanciamiento y desafección”, explica Carolina Fernández, subdirectora de incidencia en la Fundación Secretariado Gitano. Hace años que esta fundación organiza talleres y sesiones de trabajo para mostrar a la comunidad cuáles son sus derechos y qué pueden demandar a los poderes públicos.

“Se promueve sobre todo la participación en los jóvenes, hay mucho potencial. Tenemos a varias personas que incluso van este año en listas electorales, sobre todo mujeres. Está claro que hay que poner los medios, generar las condiciones para que, una vez que estas personas tengan las necesidades cubiertas, participen. Por inercia no cambia”.

Efecto contagio

En 2018 la emisora comunitaria Onda Color recibió un premio por su programación especial durante las elecciones autonómicas. Se dedicaron a resumir, uno a uno, los diferentes programas electorales. Parece sencillo pero, hasta que no lo hicieron ellos, nadie lo hacía. En un barrio donde las sedes electorales permanecen cerradas todo el año y los políticos solo aparecen poco y rápido, transmitir información útil es un esfuerzo que merece ser premiado.

“Al principio cuando invitas a la gente a participar piensan que no están preparados, pero luego lo valoran mucho”, dice Alejandro Blanco. Aun así, reconoce que “la participación política todavía es un problema que no ha sido diagnosticado entre los dolores del barrio. Un 25% de participación no se considera un problema, el 70% de paro sí”.

Existen formas de corregir esta democracia desequilibrada. En su investigación, el politólogo Braulio Gómez propone algunas: hacer programas de incidencia electoral, obligar a los partidos a invertir parte de las ayudas que reciben del Estado a difundir información en estos barrios, facilitar el derecho al voto a la población inmigrante o incorporar al censo a la minoría gitana excluida.

Lo bueno, defiende Gómez, es que la participación –como ocurre con la abstención– se contagia fácilmente.

“La participación es contagiosa. Cuanto más contacto tienes con personas incluidas social y económicamente, con personas que votan, más posibilidades tienes de ir a votar, aunque vivas en esos agujeros negros”, asegura el investigador, “la tendencia se puede cambiar, pero antes tenemos que señalar que hay un problema. Da igual que la ley no prohíba participar a los pobres, si al contar los votos siempre faltan los mismos habrá que solucionarlo”.

This article has been translated from Spanish.