“Tenemos la oportunidad histórica de poner fin a la epidemia de sida en África”

“Tenemos la oportunidad histórica de poner fin a la epidemia de sida en África”

Members of the National Committee for the Fight Against Aids, interviewed by Ouagadougou journalists, 9 February 2019.

(Émilie Laystary)

El camión de “diagnóstico móvil”, aparcado en la tierra roja de Uagadugú, bajo un sol abrasador, frente a la clínica comunitaria, es el orgullo de la Association African Solidarité (AAS). Esta estructura, fundada en 1991 en Burkina Faso, tiene como objetivo principal luchar contra el VIH. Gracias a este vehículo, se han simplificado la realización de las pruebas de detección del sida y la sensibilización de la población acerca de la enfermedad. “Ya no es necesario esperar a que los pacientes acudan a los centros de diagnóstico; ahora el diagnóstico va a ellos”, explica Issouf Nikiema, que trabaja en la clínica. Actualmente, la desmedicalización del diagnóstico (para llevarlo al terreno y, de esta manera, hacerlo accesible a todo el mundo) es una prioridad en África occidental.

Un continente africano sin sida. Hace una década este horizonte parecía inalcanzable. Sin embargo, ahora más que nunca, poner fin a la epidemia es una esperanza que se podría materializar de aquí a 2030, conforme al objetivo fijado por las Naciones Unidas, después de años de avances en lo que respecta al tratamiento del VIH.

Para lograrlo, habrá que respetar el objetivo “90-90-90”, también denominado “los tres 90”, un objetivo establecido por ONUSIDA en 2014 que se debería alcanzar de aquí a 2020.

Para ello, el 90% de las personas que viven con el VIH debe conocer su estado serológico. El 90% de ellas debe recibir terapia antirretrovírica continuada y el 90% de las personas que recibe terapia antirretrovírica debe tener supresión viral.

Según los datos más recientes de ONUSIDA, actualmente tres cuartos (75%) de las personas que viven con el VIH conocen su estado serológico con respecto al VIH; de las personas que conocen su estado, el 79% tuvo acceso al tratamiento en 2017 y, de las personas con acceso al tratamiento, el 81% suprimió su carga viral. Parece ser que seis países (Botsuana, Camboya, Dinamarca, Swazilandia, Namibia y los Países Bajos) ya han logrado el objetivo 90-90-90. “La brecha más grande es la del primer 90: en África occidental y en África central, por ejemplo, solo el 48% de los seropositivos conoce su estado serológico”, como indica el último informe (en francés) publicado por ONUSIDA.

“Hay que luchar en todos los frentes”

“Estamos ante una oportunidad histórica de poner fin a la epidemia de sida”, señala el Dr. André Kabore, miembro de ONUSIDA, en una entrevista en Uagadugú (Burkina Faso). Este país de África occidental es un caso interesante de estudio. Burkina Faso, un buen ejemplo regional en la lucha contra el sida, ha experimentado en 20 años una disminución considerable de la tasa de prevalencia del VIH en su población (es decir, el número de personas afectadas por la enfermedad en un momento dado), la cual ha pasado de poco más del 7% a menos del 1% actualmente. En total, las muertes relacionadas con el sida han disminuido en un 46% desde 2010.

Sin embargo, estas cifras positivas no deben interpretarse como un sinónimo de que se ha frenado la epidemia si no van acompañadas de una verdadera política de ampliación del acceso a tratamientos.

En este sentido, la lucha contra el VIH es un programa amplio compuesto por diferentes misiones: hacer una labor de prevención para sensibilizar a todas las esferas de la sociedad, distribuir preservativos, reflexionar sobre la introducción de la PrEP o profilaxis preexposición (medicamento para limitar el riesgo de infección por el VIH), facilitar las pruebas de detección para que las personas seropositivas estén al corriente de su situación, hacer un seguimiento de estas personas para comprobar la toma de medicamentos antirretrovirales, etc.

“Ahí radica la dificultad: hay que luchar en todos los frentes”, afirma el Dr. André Kabore, que recuerda que, además de los gastos para tratar a las personas infectadas, también hay que destinar un presupuesto a la prevención con el fin de que no aumente continuamente el número de nuevas infecciones.

Sin embargo, los fondos públicos de los países africanos no bastan para cumplir esta doble misión de prevención y tratamiento. En Burkina Faso, por ejemplo, la inestabilidad política, a la que se suman los ataques terroristas y la amenaza yihadista, tiene un peso considerable en las cuentas públicas. Por este motivo, el presupuesto del Ministerio de Defensa aumentó en 23,41% en 2019. Según el Dr. André Kabore, el hecho de que la seguridad sea una prioridad no permite que se aumente el presupuesto destinado a la sanidad en la medida necesaria. Así, es primordial que la comunidad internacional se implique en la lucha contra el VIH.

Solidaridad internacional

Ante las diferencias entre los países ricos (como la terapia triple —combinación de tres medicamentos que, si se toma pronto y de manera regular, puede aumentar considerablemente la esperanza de vida de los enfermos—, que se ofrece desde 1996) y los países en desarrollo (donde demasiado enfermos siguen sin estar cubiertos por las políticas de salud), es urgente establecer un sistema de solidaridad internacional.

Creado en 2002 bajo el impulso del G-7, el Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria (denominado “Fondo Mundial”) se estableció para paliar las desigualdades de acceso a los tratamientos contra el VIH. A finales de 2017, según el informe de un estudio, esta solidaridad internacional logró reunir suficiente dinero para salvar 27 millones de vidas. Actualmente, se necesitan 18.000 millones de dólares para intensificar la lucha y lograr poner fin a las tres pandemias, es decir, 1.800 millones más que los fondos recaudados para 2017-2019.

Se podría obtener esta suma en la próxima reunión del Fondo Mundial, que se celebrará el 10 de octubre de 2019 en Lyon. El problema es que, según las ONG, el objetivo anunciado por Emmanuel Macron el 11 de enero, tras consultar con el director general de la Organización de la Salud (OMS), que tiene una oficina en Lyon, dista de ser suficiente para cubrir los gastos. En efecto, se prevén 14.000 millones de dólares para el período 2020-2022: “Son entre 3.000 y 4.000 millones por debajo de la suma necesaria”, lamentó Aurélien Beaucamp, presidenta de la asociación AIDES.

“Cuarenta años después de la erradicación de la viruela, la humanidad puede alcanzar un nuevo nivel en materia de progreso y salud.

Demostremos ambición y valentía política: los medios que hay que movilizar solo representan el 0,0025% de la riqueza mundial. Son medios irrisorios en comparación con la esperanza suscitada: un mundo sin sida, tuberculosis y paludismo”, declaraban ya a finales de 2018 diez asociaciones mundiales (Aides, Sidaction y Médicos del Mundo, entre otras) que firmaron un artículo para instar a los dirigentes de los Estados.

Además, movilizar recursos financieros para luchar contra el sida responde a argumentos reales de racionalidad económica, ya que lograr que disminuya la curva de nuevas infecciones contribuye también a disminuir los gastos de tratamiento a partir de 2020.

Solo es necesario sostener los cimientos

Los recursos financieros son actualmente el carburante que falta a la máquina para detener el sida. Porque sobre el terreno, en África occidental por ejemplo, las asociaciones no han perdido en absoluto el tiempo y han identificado medidas de lucha eficaces. Respecto de la cuestión de la PrEP, por ejemplo, se ha emprendido un estudio de cohortes para evaluar la viabilidad de la PrEP en Abiyán (Costa de Marfil), Uagadugú (Burkina Faso), Lomé (Togo) y Bamako (Malí). Sus resultados finales se presentarán en 2020.

Durante ese tiempo, en África occidental, las asociaciones se centran en la detección en condiciones seguras (que permite acercar este servicio a las poblaciones vulnerables, las cuales a veces temen la mirada de los demás al acudir al hospital) o en el autodiagnóstico.

También existe la educación entre pares, que debe ser reforzada. Los “educadores y educadoras comunitarios” son individuos de poblaciones vulnerables (como trabajadores del sexo y la comunidad LGBT) que reciben una formación para que sensibilicen a sus pares sobre la cuestión del VIH.

En el exterior del centro de Bobo-Dioulasso, al abrigo de las miradas indiscretas, la asociación REVS PLUS ha instalado una clínica comunitaria que recibe todos los días a profesionales del sexo y miembros de la comunidad LGBT, que normalmente se deberían someter a las pruebas de diagnóstico.

Al fondo de un vasto terreno separado de la calle por un portón, en una sala de reuniones rectangular en la que hacen ruido algunos ventiladores, se han instalado mesas en forma de U para acoger a los miembros de la asociación, la mayoría hombres jóvenes homosexuales rechazados por sus familias. ¿El tema de la charla del día? Las enfermedades de transmisión sexual. El educador que modera el debate, una especie de “hermano mayor”, sujeta una serie de imágenes para sensibilizar a los asistentes sobre los síntomas del virus del papiloma humano, la sífilis o la micosis genital.

La acción de estos “facilitadores” es esencial porque hemos observado en los últimos años que tienen un verdadero poder de movilización en sus comunidades.

“Confiamos más fácilmente en una persona cuando lleva el mismo modo de vida que nosotros”, resume Charles Some, de la asociación REVS PLUS, con sede en Bobo-Dioulasso. Actualmente hay unos 80 en Burkina Faso. La idea sería obtener fondos para formar y remunerar a más.

En general, muchas ONG tratan de promover la transmisión de conocimientos especializados a través de las propias comunidades. “Preferimos desarrollar las competencias de las poblaciones en lugar de llegar y decirles qué deben hacer. Nuestro trabajo se centra sobre todo en reforzar su labor de promoción. Por otra parte, son ellos los que hacen uso de los recursos para afianzar su liderazgo en el terreno”, explica Camille Sarret, de la red Coalition Plus, una unión internacional de organizaciones comunitarias de lucha contra el sida y la hepatitis.

Responder al sida en una generación

Actualmente, la respuesta contra la epidemia de sida podría dar frutos definitivos en menos de una generación, si creemos el objetivo de ONUSIDA. En 2018, por primera vez desde el principio de siglo, el número de defunciones disminuyó por debajo del millón (900.000). El número de personas que viven con el virus también disminuye progresivamente. El número de enfermos con tratamiento antirretroviral se ha triplicado desde 2010. Solo falta una voluntad política para contener seriamente la epidemia en el continente africano.

Sin embargo, incluso en lo relativo a los productos de primera necesidad, la lucha contra el sida en África sigue sufriendo una falta de medios. “Nos quedamos a diario sin reservas de preservativos. Y los geles que recibimos son de peor calidad que antes…”, lamenta Romain Ouedrago, coordinador de los educadores entre pares de la clínica de AAS, en Uagadugú.

“No lo conseguiremos sin la ayuda de los países que tienen recursos. Pero sigo siendo optimista. Los progresos son alentadores, pero también es necesario seguir haciendo hincapié en la prevención, especialmente entre los jóvenes que ven los avances médicos… y que entonces tienen la impresión de que se puede curar el sida”, resume para nosotros Didier Bakouan, secretario permanente del comité nacional de lucha contra el sida en una entrevista en Uagadugú. Se ha pedido solidaridad internacional, ahora solo falta responder.

This article has been translated from French.