El reciclaje profesional de los trabajadores, ¿una solución para el futuro del trabajo (humano)?

En tres años, el 42% de las horas laborales las ejecutarán máquinas o algoritmos y los humanos se encargarán del 58% restante. Nuevas profesiones como especialista en Big Data emplearán a 133 millones de personas en todo el mundo, mientras otras como la de empleado de correos desaparecerán, dejando en el paro a 75 millones de personas. Estos son algunos de los efectos de la globalización y de la cuarta revolución industrial que recogía el informe de 2018 sobre el futuro de los trabajos del Foro Económico Mundial. El texto estimaba igualmente que cada trabajador deberá dedicar una media de 101 días a reciclarse (retraining, o reconvertirse) y a mejorar sus capacidades profesionales (upskillig) de aquí a 2022.

Ante este panorama, en Europa, la que fuera comisaria de Empleo, Asuntos Sociales, Capacidades y Movilidad Laboral de la Unión Europea, Marianne Thyssen, presentó a mediados del año pasado el reforzamiento del Fondo Europeo de Adaptación a la Globalización (FEAG) con el objetivo de asegurar que “las personas tengan las capacidades adecuadas” y garantizar “una protección social moderna y eficaz, adaptada a las nuevas formas de trabajo”.

Nacido hace 12 años, cofinancia hasta en un 60% las acciones –de formación y de reciclaje profesional, entre otras– de los Estados miembros para reintegrar a trabajadores despedidos de fábricas o de sectores económicos en declive en el contexto de la globalización, como los 4.500 suecos que perdieron su trabajo en Ericsson en 2016 debido a la “competencia cada vez más dura de los productores asiáticos”.

“Proteger a las personas, no a los empleos”

El FEAG “es un intento por compensar a la gente que ha perdido con la automatización y está muy lejos del gasto social comunitario” –fijado este en un 37% en el presupuesto 2017-2022–, asegura a Equal Times Andrés Ortega Klein, investigador del think tank español Real Instituto Elcano y autor de La imparable marcha de los robots. Y mientras la inversión global de las empresas en su transformación digital –DX en inglés– alcanza cifras mareantes, como recogen informes como el de International Data Corporation, “los gobiernos van por detrás de las empresas” en unas políticas públicas de transición que “tienen que proteger a las personas, no a los empleos, ya que no se sabe si estos se van a recuperar”, afirma el investigador.

“Quienes pierden su trabajo por la automatización no están preparados para los nuevos empleos. No se está invirtiendo lo suficiente en el upskilling o mejora de las cualificaciones profesionales”, alerta.

Efectivamente, la infrafinanciación –unos 170 millones de euros anuales hasta 2020 para toda la Unión Europea, unos 193 millones de dólares USD– es un escollo. “El FEAG es un ensayo; no ha habido fondos [suficientes]; se ha pensado que el mercado absorbería a esta gente; y lo ha hecho, pero con peores salarios y condiciones, lo que ha conllevado a la reducción y caída de las clases medias, algo muy peligroso para la estabilidad democrática”. La ausencia de una estrategia/visión comunitaria, es otro inconveniente.

“La UE debería seguir el ejemplo de Japón, reciclando a sus trabajadores, incluso aunque estos tengan buenos trabajos –empleos cualificados–”, afirma Ortega Klein. El país del sol naciente cuenta ya con una estrategia nacional de inteligencia artificial. También China tiene listo su plan de desarrollo de inteligencia artificial para el que ha encargado al buscador Baidu la creación de un “laboratorio de aprendizaje” en colaboración con sus universidades más importantes.

No obstante, en la Declaración del Centenario para el futuro del trabajo del pasado mes de junio, si bien la OIT llamaba al derecho a una “formación permanente efectiva”, pedía al mismo tiempo que tanto gobiernos como empleadores y trabajadores, además de instituciones educativas, se involucraran en el esfuerzo.

Para la economista de la OIT y experta en cambio tecnológico y su impacto en el empleo, Irmgard Nübler, formación y reciclaje profesional en torno a destrezas como pensamiento crítico o creatividad serán claves para el futuro del trabajo desde una “perspectiva a largo plazo” que involucre a gobiernos, empresas y sociedad civil. “Básicamente, las destrezas cumplen dos papeles: por un lado, moldear el pensamiento, la mentalidad y la actitud de una sociedad. Por otro, con destrezas técnicas, las empresas son capaces de desarrollar nuevas tecnologías”, nos explica.

“Instituciones y tecnología determinarán el futuro del trabajo”

Sin embargo, el reciclaje tecnológico no proporcionará por sí solo empleos de calidad. “En los últimos 30-40 años nos hemos movido en un paradigma económico donde lo más importante eran el crecimiento y el desarrollo económico. Esto hizo que se modificaran muchas instituciones para apoyar el crecimiento, la eficiencia y la globalización; así, cuando miramos el trabajo decente, vemos que, en muchos países, las instituciones encargadas de proporcionar trabajo decente se redujeron o modificaron bajo el argumento de que podrían destruir empleos”, recuerda Nübler.

“La tecnología es un elemento que determinará qué tipo de trabajos [habrá]; pero también se necesitan instituciones que regulen la jornada laboral, condiciones decentes, la protección social... Juntas, tecnología e instituciones, determinan el futuro del trabajo”, asegura, con la vista puesta en la gig economy (economía de bolos/trabajos temporales) y economía de plataforma.

Ortega Klein comparte esta visión posibilista de la tecnología. “La base internacional para un nuevo contrato social será cómo ésta puede ayudar a zonas deprimidas económica y laboralmente; cómo usarla para los Objetivos de Desarrollo Sostenible de ONU, aunque la clave seguirá estando en el reparto del trabajo”, apunta. “Ya se está viendo en toda la OCDE donde el número de horas trabajadas es cada vez menor. El peligro radica en construir una sociedad más desigual, con un porcentaje de personas que trabajan mucho y ganan poco y otro ocioso con salarios altos. Pensar en la Renta Básica Universal es una alternativa”, señala.

Además de la amenaza de la desigualdad, la crisis específica de desempleo juvenil —dentro de una situación de paro mundial— es, junto al cambio climático, el gran desafío de nuestro tiempo”, afirmaba a Equal Times el responsable de la Oficina de la OIT en España, Joaquín Nieto. Según el portal de estadísticas Statista, este se ha mantenido entre el 10,7% y el 11,8 % en la última década. En 2020 no se habrá reducido.

Ante la pregunta sobre si la formación es la solución a este problema, Nübler es contundente. “Necesitamos que la justicia social sea la brújula de nuestras elecciones como sociedad por lo que siempre debemos preguntarnos ‘¿es justo?’, ‘¿quién se beneficia y quién pierde?’, ‘¿hay un equilibrio?’”.

“Si como sociedad creemos que es injusto que los jóvenes no accedan al empleo, nuestros gobiernos deberían invertir más en todo lo necesario para que sí lo hagan”, añade. Además, la economista anima a “entender qué quieren” los jóvenes y a crear trabajos en esa dirección, así como a incentivarles para que se incorporen a sectores donde se necesiten trabajadores como el de los cuidados y el del envejecimiento.

Aunque, como reconoce esta economista, el verdadero reto es entender que “no podemos permanecer en este paradigma de crecimiento”. “Tenemos que cambiar la perspectiva de forma radical y encontrar la forma de equilibrar todos los objetivos actuales de modo que se proteja el medio ambiente; eso se traducirá en que muchos países desarrollados tengan menos consumo, menos producción”, sentencia.

This article has been translated from Spanish.