La Amazonia arde, somos unos hipócritas

La Amazonia arde, somos unos hipócritas

The fires in the Brazilian state of Rondônia, close to the country’s border with Bolivia, have been burning for more than two weeks. Thousands of hectares of vegetation have been destroyed, like those pictured above, 22 August 2019.

(Corps des pompiers du Rondônia/Esio Mendes)

Las imágenes son aterradoras, como las que podríamos imaginarnos del Apocalipsis, con el fin del mundo a un paso. Las llamas avanzan destruyendo la vida y obscureciendo el cielo.

Todos los años se incendian bosques, incluso la selva tropical. La especie humana recurre desde hace miles de años a la quema de árboles para despejar el terreno, tanto en Amazonia como en otros lugares del planeta. El mundo parece descubrir la catástrofe que supone la destrucción ancestral de la selva amazónica porque esta vez está yendo rápido, demasiado rápido, y no parece detenerse, porque desde hace semanas los Hombres no consiguen controlar el fuego, controlar las consecuencias de lo que han provocado para satisfacer su apetito. Los profetas de la Fatalidad verán ciertamente en ello una metáfora de la cremación del mundo que hemos creado.

La Amazonia arde porque lo hemos permitido. Porque, desde hace décadas, los países de América Latina, con Brasil al frente, no han conseguido impedir la deforestación ni limitar la ambición del agronegocio. Pero también se debe a que han sido alentados por el resto del mundo a desarrollar una ganadería y una agricultura productivistas, a excavar en busca de minerales, para satisfacer nuestras necesidades consumistas. Porque el calentamiento global debido a nuestras emisiones no controladas de gases de efecto invernadero provoca sequías que favorecen los incendios. Porque los dirigentes mundiales siguen fingiendo ignorar que la situación política en Brasil está dando un giro devastador para los derechos humanos y para el medio ambiente. Porque las personas que pueden cuidar del “pulmón” de nuestro planeta, las poblaciones autóctonas amerindias, necesitan más apoyo en su lucha, por la cual son, tanto ahora como en el pasado, asesinadas y envenenadas.

Los fuegos que se prendieron en el oeste de Brasil han sido obra de criminales, alentados por dirigentes irresponsables todavía reconocidos como legítimos en sus funciones a ojos de la comunidad internacional.

Los días 10 y 11 de agosto pasados, los latifundiários (o terratenientes brasileños) pusieron en marcha una iniciativa política en varios estados del país: el Día del Fuego (o Dia do fogo). Aunque en esas vastas y remotas regiones se practica todos los años la quema, este año de 2019, marcado por la llegada a la presidencia de Jair Bolsonaro, el Día del Fuego se ha transformado en una acción motivada por el odio y el nacionalismo de los latifundiários deseosos de reafirmar su “poder” sobre la naturaleza. “La Amazonia es nuestra, no vuestra”, había declarado Jair Bolsonaro ante la prensa extranjera en julio, durante una conferencia donde se le interrogó sobre el aumento de un 88% de la deforestación entre junio de 2018 y junio de 2019.

“Alemania no comprará la Amazonia”, había añadido con atrevimiento el presidente cuando la ministra alemana del Medio Ambiente, Svenja Schulze anunció, ante la falta de colaboración del nuevo Gobierno, la congelación de los fondos asignados al Fundo Amazônia. Este proyecto intergubernamental, creado en 2008 por el Gobierno de Lula da Silva y financiado en más de un 90% por Noruega, se inscribe en el programa de colaboración internacional de la ONU REDD+ para limitar las repercusiones medioambientales vinculadas a la explotación forestal. El presidente brasileño ha fomentado estos crímenes a través de sus palabras y de su política, que arremete sistemáticamente contra las “salvaguardias” conformadas por las agencias del medio ambiente y las ONG. Algunos incendios han sido deliberadamente provocados en reservas naturales y en zonas reservadas a los amerindios, como para afirmar su rechazo a todas las políticas de preservación, consideradas “improductivas”. El Parque Nacional de Jamanxim es cada año víctima de incendios criminales provocados por buscadores de minerales y por los ruralistas que quieren deforestar una zona de conservación, a pesar de estar oficialmente protegida por el Estado.

Los agro-criminales en realidad no solo atacan los bosques sino también a las personas que quieren preservarlos, como las poblaciones autóctonas y los campesinos sin tierras que suelen practicar una agricultura familiar a pequeña escala, y a los defensores del medio ambiente, entre ellos los funcionarios que trabajan para el IBAMA (el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales) o para el Instituto Chico Mendes para la Conservación de la Biodiversidad, blancos habituales de ataques selectivos.

Actuar en lugar de indignarse

Ahora en las redes sociales se nos pide “rezar por la Amazonia” (#PrayForTheAmazon). Pero la selva tropical no es una catedral que podamos reconstruir. Y su destrucción no es accidental, es consecuencia de los actos de cada uno, de quienes apoyan y dan la palabra a los negacionistas del calentamiento global (y que incluso votan por ellos), de quienes apoyan la agricultura productivista, en tanto que productores, compradores y votantes.

Los dirigentes europeos pueden proclamar su indignación y sermonear a Bolsonaro y a Morales, el presidente boliviano que ha hecho numerosas concesiones para permitir la deforestación, autorizando recientemente los cultivos sobre terrenos quemados a tal efecto. Pero estos mismos dirigentes, como el francés Macron, firman acuerdos de libre comercio célebres por no tener suficientemente en cuenta las cuestiones ambientales, como el tratado con Canadá (CETA) y con Mercosur. Este último todavía no ha sido validado definitivamente por Francia, y el presidente francés tiene todo el derecho a indignarse por el hecho de que su homólogo brasileño le haya “mentido” sobre sus compromisos en lo que respecta al clima; la información sobre la amplitud de la devastación de los ecosistemas en América del Sur existe y es accesible desde hace años. Las ONG no dejan de alarmarse.

La Unión Europea lo sabe, pero sigue avanzando para elaborar tratados económicos y sigue dejando operar a sus empresas multinacionales, haciendo caso omiso de las repercusiones humanas y ecológicas en dicho continente.

Si nuestros dirigentes no quieren actuar contra el ecocidio –y, por extensión, el genocidio indígena– que se está produciendo desde hace tanto tiempo, serán los ciudadanos los que actúen para boicotear la importación de productos (principalmente carne de ternera, soja y maderas exóticas) procedentes de la deforestación, incluso “legal”, ya que las leyes están escritas por parlamentarios vinculados al agronegocio. Eso es lo que piden ahora los pueblos indígenas de Brasil, que no pueden resistir solos. Serán los ciudadanos los que actúen para exigir el respeto y la ampliación de las normativas destinadas a reducir las emisiones de carbono. Mañana, y todos los días que haga falta, habrá que conseguir que el Gobierno brasileño (y todos aquellos que lo apoyan directa o indirectamente) entre en razón, organizando manifestaciones delante de las embajadas.

Porque, mal que les pese a los nacionalistas, a los colonialistas y a los capitalistas, la Amazonia no pertenece a nadie. Nosotros le pertenecemos: ella nos da el aire, el agua, regula el planeta, enriquece las ciencias gracias a su diversidad, y la cultura gracias a su historia etnológica. Esperemos que, a partir de ahora, dejemos de abstenernos de actuar, a sabiendas de lo que hay; o peor, que actuemos mal, a sabiendas. A partir de ahora, fingir ignorancia ya no resulta aceptable.

This article has been translated from French.