Guerra fría en el ártico, la nueva geopolítica global derivada del cambio climático

Una nueva confrontación, de momento económica y política, está surgiendo en uno de los escenarios geográficos más hostiles del planeta, el Ártico. Sus actores principales son las tres superpotencias, Estados Unidos, Rusia y China, pero el alcance de la creciente rivalidad para asegurar el acceso y control de los inmensos recursos de esa región y su utilización como ruta comercial privilegiada afecta a buena parte del planeta, especialmente a la Unión Europea, con países en la región y con un gran interés también en el desarrollo de la zona. En África Occidental y algunos países de Latinoamérica, por su parte, también se sentiría el impacto de la nueva ruta de navegación.

En Bruselas, la preocupación sobre el Ártico ya ha adquirido el grado estratégico de otras regiones, como Oriente Medio. Además de los factores económicos, esa atención, subrayada por la Presidencia finlandesa del Consejo de la UE en la segunda mitad de 2019, se centra en el efecto que el cambio climático global puede tener en el diseño de las estrategias de seguridad europeas. El aumento de las temperaturas ha reducido la banquisa polar y está dejando expedito el paso septentrional navegable del Gran Norte, dentro del Círculo Polar Ártico y en frente de las costas de Canadá, Estados Unidos, Rusia y Europa noroccidental, Groenlandia incluida.

A la par de que se abren nuevos desafíos económicos, surge la duda de que, en las actuales circunstancias, los países del norte de Europa deban seguir confiando su seguridad a la alianza con Estados Unidos dentro de la OTAN, pues ni Washington ni la Alianza Atlántica pueden en estos momentos competir con Rusia, país para el que el Ártico no es solo su patio trasero, sino la fuente de buena parte de su riqueza natural. Además, dos países europeos claves en la región, Suecia y Finlandia, ni siquiera pertenecen a la OTAN.

En agosto de 2019, los medios estadounidenses se hacían eco de una aparentemente estrambótica propuesta del presidente estadounidense, Donald Trump, para comprar Groenlandia a Dinamarca. Ese tanteo fue recibido con estupor en Copenhague e hilaridad en otras capitales europeas.

Pero no era solo una bravata de Trump: reflejaba, quizá en una forma desusada, pero directa, la preocupación de Washington ante los movimientos de sus rivales chinos y rusos en la región ártica y constituía un claro aviso del interés de Estados Unidos en el área.

El mensaje del presidente de Estados Unidos respondía en su forma al espíritu empresarial que nunca ha abandonado a Trump, pero en su fondo era un toque de corneta en la estrategia estadounidense sobre el Ártico. A principios de marzo de 2019, dos generales estadounidenses, Curtis Scaparrotti y Stephen Lyons, comparecieron ante el Comité del Senado de Estados Unidos sobre Servicios Armados y en ese foro lanzaron un preocupante mensaje: el cambio climático estaba afectando ya a la estrategia de defensa en torno al Océano Glacial Ártico y ponía en duda los reiterados intentos de la propia Administración del presidente Trump para desechar ese progresivo aumento de temperatura como un factor de riesgo de la seguridad nacional de Estados Unidos. Los generales simplemente certificaban lo que los científicos llevan advirtiendo desde hace décadas. La NASA calcula que el Ártico pierde anualmente cerca de 54.000 kilómetros cuadrados de superficie de hielo. La Evaluación Nacional del Clima de 2014 advirtió ya entonces que el Océano Glacial Ártico dejará de tener hielo estival en 2050. Algunas instituciones ecologistas adelantan esa fecha a 2040.

La alianza Rusia-China y la “Ruta de la seda polar”

La información aportada por los dos militares estadounidenses a preguntas de la senadora Elizabeth Warren apuntaba en una doble dirección. El deshielo en el Ártico y la apertura de nuevas rutas de navegación en esa región ha impulsado a Rusia a reorganizar su estrategia de defensa en la región, con la ubicación de nuevos sistemas de radares y la rehabilitación y nueva construcción de instalaciones aeroportuarias en la costa septentrional del país. Al tiempo, China, el principal competidor de Estados Unidos en el ámbito económico global, está dando los pasos para convertirse en el gran beneficiario comercial de esa apertura de nuevas rutas de tránsito marítimo boreales.

La llamada Ruta Marítima del Norte (NSR, en sus siglas en inglés) es la apuesta de Pekín y Moscú para impulsar el desarrollo de la región y favorecer el transporte de mercancías entre sus territorios y hacia Europa Occidental.

En septiembre de 2018, el buque danés Venta Maersk completó la NSR desde Vladivostok a San Petersburgo (en un futuro cubrirá la ruta China-Rotterdam). Tardó diez días menos que si hubiera seguido la travesía a través del canal de Suez. China quiere acortar este trayecto de unos 48 días hasta un máximo de veinte, y reducir así los gastos del transporte de mercancías desde los mercados chinos a los europeos. Pekín ha presentado un Libro Blanco que asegura su posición de “país casi ártico”, como gustan decir sus autoridades. Esta “hoja de ruta” surgió precisamente en respuesta a una propuesta de cooperación lanzada por el presidente ruso, Vladímir Putin.

La progresiva reducción de la banquisa polar ayudará a mejorar esas expectativas y el establecimiento de rutas regulares disminuirá algunos de los riesgos que presenta esa zona, como la dificultad en las labores de rescate en caso de accidente, la meteorología adversa y la carencia de cartas de navegación adecuadas. Rusia posee la mayor flota de rompehielos del mundo y este tipo de buques están ayudando en la tarea de hacer factible la Ruta Marítima del Norte. A las inversiones rusas para mejorar esa flota se une el capital chino colocado en la construcción de nuevos navíos. China no forma parte del Consejo Ártico, integrado por ocho naciones, pero ya ha dejado claro que sus intereses en la región son similares a los de cualquiera de estos países. El objetivo de Pekín es que, para 2030, la Ruta Marítima del Norte pueda mantener un tránsito anual de 80 millones de toneladas, frente a los 18 millones de toneladas actuales.

A las ventajas comerciales del paso de buques adecuados por el Ártico, se une la prospección y explotación de sus riquezas naturales, especialmente hidrocarburos y “tierras raras”, empleadas en la industria de las telecomunicaciones. Se estima que en la región ártica hay unas reservas de 90.000 millones de barriles de petróleo y varios billones de metros cúbicos de gas natural (unas cifras que varían, según las fuentes). Rusia posee en su territorio más de la mitad de esos yacimientos de crudo y casi la totalidad de los de gas. Y la clave para el transporte de estos hidrocarburos son los rompehielos, al menos de momento y hasta que el cambio climático acelere el crecimiento de las aguas abiertas durante una parte del año al menos.

Las inversiones rusas, respaldadas por China, para impulsar la carrera comercial y de explotación de recursos naturales en el Ártico superan los 160.000 millones de dólares USD (unos 145.000 millones de euros), cifra que ningún otro país puede alcanzar en los próximos diez años, ni de lejos.

Estados Unidos contempla los pasos acelerados que Rusia y China están dando en el Ártico como una amenaza real a sus intereses, aunque la capacidad de reacción de Washington es de momento muy reducida. Las explicaciones de los dos generales estadounidenses avalaban así el incremento presupuestario decidido a principios de año en infraestructuras árticas por el Gobierno estadounidense y que incluye, por ejemplo, más de 675 millones de dólares (610 millones de euros) para la construcción de nuevos rompehielos, una de las carencias de la actividad de Estados Unidos en el Gran Norte. En estos momentos, los EEUU solo pueden contraponer un rompehielos de gran tamaño adecuado a los hielos del Gran Norte frente al más de medio centenar que tienen los rusos. Estos rompehielos rusos tienen además una cadena de puertos seguros en los que repostar y arreglar sus desperfectos, sistema logístico del que carece Estados Unidos.

El Ártico “no es un lago de nadie”, ha subrayado el almirante James Foggo, comandante de las Fuerzas Navales de Estados Unidos en Europa. Y sin embargo, la pregunta del millón es cómo puede Estados Unidos contrarrestar la presencia y supremacía rusa en torno al Ártico sin destinar a la región miles de millones de dólares actualmente comprometidos en otros ámbitos de seguridad regional por ahora prioritarios para Washington, como la cuenca del Pacífico. Todo ello sabiendo que en el Pacífico Norte se encuentra el primer tramo de la nueva “Ruta de la seda polar”, con la que Rusia y China quieren garantizar un paso sin problema hacia las aguas boreales.

Ya en 2016, la Subsecretaría de Política de Defensa de Estados Unidos elaboró un informe para el Congreso, actualizado en 2019, sobre la estrategia que Washington debería seguir en el Ártico. En este documento se establecía un corredor estratégico con su eje europeo en Reino Unido, Noruega, Islandia y Groenlandia para las operaciones navales en el Atlántico Norte y el Ártico. El informe aventuraba que China acabará colaborando con Rusia, no solo en la explotación comercial del NSR sino también en su defensa, con submarinos nucleares enviados a esas aguas. El documento apostaba entonces por “reducir el potencial de China y Rusia” de influir en la región ártica (convertida en un corredor de competencia) y evitar que el eje Moscú-Pekín impusiese sus “objetivos estratégicos mediante la coerción”. Y eso porque, tal situación, estaría afectando a una región que debía ser contemplada por Estados Unidos como parte de su homeland (patria).

En mayo de 2019, el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, dejó las cosas claras en el Consejo Ártico, celebrado en Finlandia: “Ha llegado el momento de que Estados Unidos se erija como nación ártica y actúe consecuentemente a favor del futuro del Ártico”. Esta región, añadió, “se ha convertido en un campo de batalla en el que se pone a prueba el poder y la capacidad de competir”. El nuevo foco de tensión y guerra fría, nunca mejor dicho, estaba servido.

This article has been translated from Spanish.